Nieves Febrer Universidad
de Valladolid
Imagen
y teoría desde una perspectiva antropológica.
Presentación
Desde
el nacimiento de los estudios modernos centrados en la lingüística
y en el estructuralismo, se considera a los fenómenos culturales en
su conjunto como sistemas semióticos. Es decir, son lenguajes. El
problema del estructuralismo, es que se ocupa de estos fenómenos
como "estructuras estructuradas sin sujeto estructurante”.
En nuestro caso, la línea de investigación que estamos
desarrollando aquí, insiste en que toda obra de arte es un objeto
significante, construido y elaborado por un autor, que aporta
asimismo múltiples sentidos
que el espectador ultima
(tal y como plasmara el novelista y semiólogo Umberto Eco en "Obra
abierta”, 1962).
Para
el especialista en comunicación audiovisual Jesús González
Requena, es un proyecto imposible tratar de reconocer la identidad
diferencial de cada una de las artes.
El arte, tal y como veremos ejemplificado en las siguientes páginas,
es heterogéneo,
cargado de una pluralidad de significados que conviven en un solo
objeto. Los artistas trabajan indistintamente con diferentes medios:
pictóricos, cinematográficos, fotográficos, escultóricos,
videográficos, etc. Por esto mismo, para llegar a su comprensión y
reflexión, creemos que es de obligado cumplimiento acercarnos a
través de diversas perspectivas históricas y antropológicas.
La antropología arte-visual, hace uso de los medios (audio)visuales
para investigar, analizar, recoger datos, proyectar imágenes
culturales, construir y reconstruir épocas, ámbitos de producción,
legitimidades, trayectorias colectivas e individuales, etc. Con el
tiempo, hemos aprendido que las imágenes que nos llegan mediante el
arte y la tecnología, por sí mismas no nos trasmiten nada si no
están debidamente contextualizadas, o más bien, si nosotros no les
construimos un sentido,
decíamos, en el proceso de
elaboración y lectura. Los datos que nos aportan pueden ser
utilizados en estudios etnográficos, aunque no pertenezcan
directamente a éstos.
Toda
imagen equivale a un hecho cultural. Hablamos de su capacidad como
vehículo de transmisión de mensajes desde un emisor/autor a un
receptor/espectador. Cualquier imagen, por lo tanto, "no es una
réplica exacta, impoluta y objetiva de la realidad retratada. Detrás
de cualquier cámara hay una persona que toma decisiones hacia dónde
dirigir la mirada, qué tipo de lente utilizar, qué encuadrar y qué
dejar fuera, etc”.
Como
artistas e investigadores, el fenómeno de todo este lenguaje
arte-visual merece nuestra atención. Dentro de éste, nos centramos
en los discursos feministas como una vertiente más, que extiende sus
ideas y teorías hacia las formas en las que simbolizamos, nos
movemos y relacionamos con la cultura.
Feminismo
en el arte
El
feminismo, en palabras de la especialista Amelia Jones, ha regresado
para vengarse del mundo del arte, ya que
éste, como otras muchas manifestaciones culturales, es esencialmente
masculino. La historia del arte, sitúa a un sujeto (masculino) en el
centro mismo de la visión, otorgándole el poder de mirar y
reconocer. El feminismo, en cambio, pretende desarticular a este
sujeto, intervenir directamente sobre esta mirada centralizada y
romper estas lógicas de pensamiento.
A
partir de los años setenta, los intentos desestabilizadores por
parte de artistas, teóricas y activistas mujeres, abrieron la puerta
hacia temas relacionados con políticas de identidad y minorías
sociales. Recabaron, así, sobre la tentativa de cambiar la historia,
lo legítimo, los focos y lugares de producción, etc.
Años
después, el feminismo vuelve a estar en el punto de mira de
múltiples exposiciones y conferencias que tienen lugar en
importantes museos e instituciones de todo el mundo. Lejos de ser un
debate cerrado, aún se estudia desde la teoría e historiografía
contemporánea, formando parte de un extraño bucle que habla
constantemente de su fallecimiento y reencarnación:
Lo
que se necesita en las economías culturales y políticas
transformadas de principios del siglo XXI es lo que he llamado en
otro lugar un parafeminismo; no "post” feminismo (que implica
dejar obsoleto el feminismo), sino "para” (en el sentido de
trabajo adicional y de expansión sobre sus percepciones y logros
políticos mayores). El parafeminismo no consistiría en una política
de "identidad” (que implica que sepamos quiénes son las personas
o que quienes son resulte reconocible, unitario y estático), sino en
una política de identificación que evite algunos de los escollos de
los primeros feminismos: en especial de manera perspectivista las
preocupaciones de las mujeres blancas, heterosexuales y de clase
media como "problemas de mujeres” tout court.
A
continuación repasaremos brevemente en los siguientes epígrafes: el
papel del espectador/observador como productor de sentidos;
introduciremos la imagen (representaciones) de género, tema central
de nuestro análisis, para dar paso seguidamente a la importancia
otorgada al cuerpo "líquido” femenino y a las teorías
feministas sobre la "mujer cyborg”. Finalmente, nos detendremos
en la idea de autorreferencia: las artistas se miran a sí mismas.
1.
Somos espectadores con historia
El
director de cine Dziga Vertov, precursor del llamado documental de
vanguardia, escribió: "El cine se inventa a sí mismo”, haciendo
alusión a la nueva visión del mundo que supuso el nacimiento del
lenguaje cinematográfico. Vertov, entendió perfectamente en su
momento que en la pantalla todo es ficción. Hacía películas de
ficción, utilizando elementos de la realidad. Por esto mismo,
teorizó en varias publicaciones sobre el "cine-ojo”, siendo éste
un cine que podía tornar visible lo invisible, es decir, llegar a
una verdad más profunda que no es percibida por el ojo humano.
Con
este ejemplo, nosotros, espectadores
con historia, somos
conscientes que la relación con el lenguaje visual se refiere a la
realidad representada y, por tanto, ficcionada a partir de un autor y
no con la realidad material. Este lenguaje (artístico), no deja de
ser una convención (un acuerdo) establecido entre un emisor y un
receptor, otorgando éste último un sentido (mediado por la cultura)
a aquello que está viendo. Tenemos un conocimiento adquirido que lo
que percibimos como arte, no es sólo lo que el objeto-arte contiene,
sino que la mirada que observa es, asimismo, productora de diversos
sentidos y significados. Hablamos así de un objeto cultural
fabricado y construido bajo unas ideas y una lógica de pensamiento:
El
advenimiento de la modernidad conduce a cambios radicales respecto a
la condición del sujeto, la relación de los individuos con el
entorno, la visión y comprensión del mundo y la suposición
tradicional de la existencia de un universo y una realidad
objetivas.
El
lenguaje visual, desde sus orígenes, transforma al individuo social,
plantea la problemática estética de la imagen, así como la
continua reflexividad y autorreferencia hacia los medios (en algunos
casos, tecnológicos) utilizados.
Y
es que lo mismo que hablamos de un espectador con historia ya
entrenado, con un bagaje perceptivo-visual en su trayectoria; debemos
hablar de mundos, de hombres contemporáneos y realidades, en plural.
Cada uno de ellos, ha elaborado y fabricado imágenes de los otros.
Lo visual, pues, se convierte en un instrumento operativo (factual)
que otorga un aprendizaje a través de la experiencia y que nos llega
mediante un objeto. Buscamos así, en su lectura, la
imagen crítica que ofrece del hombre de nuestro tiempo,
ya que en tanto artefacto cultural, posee una estrategia constructiva
cuyos mecanismos podemos deconstruir:
Los
dilemas humanos, aunque sean universales o recurrentes, no se nos
presentan ni los percibimos en abstracto, sino encarnados en
específica forma histórica. Desde esta perspectiva, nuestra tarea
como etnógrafos debería encaminarse hacia la comprensión no ya de
una obra, que es sólo una parte del fenómeno, sino de todo el
proceso de investigación que el arte desarrolla.
Dejamos
así constancia sobre los problemas que como observadores/productores
nos plantea el lenguaje arte-visual. Nos adentramos a continuación
en el análisis de obras recientes cuya temática gira en torno a la
imagen y/o arte de género.
2.
Imagen de género
Una
imagen es un icono, una ficción verdadera.
Señalábamos
anteriormente que el antropólogo (arte-visual) busca la
imagen del hombre de nuestro tiempo
a través de la observación y lectura de artefactos culturales.
Dentro de ésta, nos detenemos en la equivalente al género. Éste,
se construye a través de una serie de comportamientos, valores y/o
elementos adscritos a un contexto social determinado. Es decir,
construimos representaciones (imágenes) en función de dichos
modelos culturales.
Como
en otras muchas manifestaciones, el arte, decíamos, sitúa el
trabajo del artista masculino en una poderosa, centralizada y elevada
valoración personal y social. Es esa mirada dominante masculina la
que consiente y mantiene los mecanismos propios de "naturalización”
y "eternización” mediante los cuales el ser (diferente) femenino
se convierte en sinónimo de desigualdad. Estos mecanismos se
perpetúan a partir de procesos educativos y socializadores. Por esto
mismo, Pierre Bourdieu nos recuerda que desde los estudios de género
se trata de desmontar la aparente lógica que custodia estos
procesos. No olvidemos, no obstante, que no nos referimos con la
mirada masculina a aquella que pertenece exclusivamente al sujeto
hombre; sino que el sujeto mujer es igualmente partícipe de estos
procesos educativos, fomentando y reproduciendo lo que Bourdieu llama
la "paradoja de la doxa” que conserva, con tanta facilidad, el
orden establecido.
Tomando
como punto de partida el artículo fundacional de la historiadora del
arte Linda Nochlin, "Por qué no ha habido grandes mujeres
artistas” (1971), son varias las voces que continúan aún
haciéndose esta misma pregunta: por qué no están incluidas en la
"Historia” mujeres pintoras, escritoras, pensadoras, etc. La idea
no es otra que el individuo (hombre o mujer) es un resultado
histórico-social, sujeto a numerosos cambios y transformaciones
sobre la concepción (imagen) que tienen de sí mismos. Los
elementos que rigen, transmiten y reconstruyen la "Historia”
continúan inmersos en producciones de sentido hegemónicos.
Digámoslo de otra forma: las mujeres no tienen "Historia” porque
no "están” en ella. No existen estudios (hasta fechas muy
recientes) filosóficos, antropológicos, sociológicos, etc., donde
el pensamiento y el sentir femenino haya sido visibilizado. Dentro de
las distintas formas de dominación adoptadas sobre las mujeres, el
trabajo es uno de las más evidentes. Así, en el ámbito artístico
(como en otros muchos) el arte (trabajo) masculino adquiere mayor
valoración y prestigio que el femenino.
La
imagen de género, pues, como cualquier otra, equivale a
representaciones que, como hemos señalado, clasifican y sitúan al
individuo social en un punto determinado en la cultura.
Veamos
algunos ejemplos.
2.1.
Modelos sociales
Los
estereotipos son imágenes aceptadas comúnmente por grupos sociales
de una manera estable. Un rol social es una acción objetivada e
institucionalizada en la cual una persona se comporta según un
modelo establecido de lo que es ser hombre o mujer. Se actúa de una
forma u otra, ocupando unos ámbitos simbólicos que le han sido
asignados socio-culturalmente por pertenecer a un sexo biológico
determinado.
El
objeto de nuestro análisis son las imágenes/representaciones de
estos modelos dentro del lenguaje arte-visual reciente.
Cada día surgen
exposiciones
directamente relacionadas con este tema,
donde artistas tanto
homosexuales como heterosexuales, transexuales o travestís, aportan
su particular mirada sobre el problema de género y sus estereotipos:
En
torno a la idea no de cómo
debe ser el arte gay sino
de qué piensan y cómo
ven los gays el mundo y la cultura o,
en pocas palabras, qué
hacen los artistas gay y
qué repertorio les interesa para ofrecer una imagen lo más global
posible de los límites de lo humano y la multiplicidad de sus
recursos.
No
podemos dejar de puntualizar a este respecto la influencia de los
medios de masas que con sus
imágenes crean referentes en sectores sociales principalmente
juveniles. Hay que tener en cuenta que, sobre todo en la década de
los años ochenta y noventa, el mundo del arte y del cine en general,
fue escenario de expresión de diversos grupos:
Ciertamente,
en la sociedad de los 80 ha predominado el disfraz de todo tipo, a
pesar que lo individual ha ido dando paso paulatinamente a lo
estereotipado, tal vez a través de representaciones de los medios
que apelan, esencialmente, a los arquetipos del inconsciente
colectivo. El disfraz ha pasado del escenario del teatro a la vida
cotidiana y no se limita a lo puramente externo sino que acaba por
modificar la conducta.
Entran
así nuevos factores como son la idea y construcción social del
género masculino/femenino que la publicidad, el cine, la televisión
o las revistas han difundido masivamente invadiendo los hogares y las
vidas cotidianas de las personas.
2.2.
Fenómeno andrógino o el mito de la belleza
El
fenómeno de lo andrógino se manifiesta como la supresión paulatina
de géneros perfectamente delimitados y diferenciados. Es un proceso
que se emprende a finales del siglo XIX y principios del XX, en el
que la mujer comienza a masculinizarse (viste pantalones, es
económicamente
independiente y goza de una educación superior);
y el hombre (sobre todo en períodos de posguerra) intenta al mismo
tiempo feminizarse (recuérdese el movimiento hippy de los años 60).
3.
El cuerpo "líquido”
No
sabemos qué pensar de nosotros mismos justamente porque somos
capaces, más que nunca, de rehacernos como queramos.
Para
la redacción de este epígrafe hemos utilizado como notación del
mismo al sociólogo Zygmunt Bauman. En su libro "Vida líquida”,
este autor señala la complicidad existente entre la "modernidad
líquida” y la vida de sus sujetos, ya que ambas no pueden
mantenerse ni solidificarse durante mucho tiempo. La "vida
líquida” equivale a una "sucesión de nuevos comienzos”, donde
saber librarse de las cosas prima sobre saber adquirirlas. Esto
plantea problemas referidos a la identidad y su constante reciclaje.
El individuo líquido está centrado pues en la búsqueda infructuosa
de la individualidad, la lucha por la singularidad y el consumo
social. Hay que actualizarse y, por tanto, encontrar cuanto antes
nuevos objetos y productos de consumo (y el cuerpo lo es) aún por
usar:
Paradójicamente,
la "individualidad” está relacionada con el "espíritu de la
masa” ya que se trata de una exigencia cuya observancia está
vigilada por el colectivo. Ser un individuo significa ser como todos
los demás del grupo (en realidad, idéntico a todos los demás)
Como
consumidores en la sociedad moderna líquida, el individuo entra en
una espiral perpetua de insatisfacción. Aprovechándose de ésta,
cualquier esfera social es igualmente "mercantilizada”. Así pues
el cuerpo "líquido” moderno es un cuerpo consumidor, elaborado y
fabricado a través de la cultura y que Bauman define como
"autotélico”: "ya que constituye por sí mismo su propia
finalidad y valor”. Hablamos de un cuerpo en permanente estado de
ansiedad, obsesionado por la forma física y cargado de deseos
incumplidos.
En
cuanto al mito de la belleza se refiere y a los medios de masas tal y
como veíamos, situamos a este cuerpo paradigmático (ahora si)
centralizado concretamente en el cuerpo femenino. En nuestra mente
occidental, retorna incesantemente el mito de Pigmalión, en el cual
el hombre plasma metafóricamente sus deseos de la mujer perfecta e
ideal (la diosa misma). Una mujer, nacida de su propia mano, cuya
belleza no tiene comparación con ninguna otra. Este mito plantea a
su vez un doble juego de
espejos, ya que lo mismo que
Pigmalión modela a su mujer según sus aspiraciones, la mujer se
siente complacida de ser el
objeto de sus ambiciones y
apetitos sexuales.
Una constante de docilidad y mimetismo que se proyecta reiteradamente
en la historia del arte, en la literatura y el cine.
Ahora,
podríamos decir que este mito se transfiere de "mujer a mujer”,
ya que vivimos en una sociedad dominada por el culto al cuerpo,
llegando a niveles desorbitados de operaciones estéticas de todo
tipo democratizadas en toda clase de mujeres, independientemente de
la edad o el nivel socioeconómico. Nos detenemos en este punto en
las videoperformances de la artista Orlan, objeto de nuestro interés,
ya que se inscriben dentro de la línea que separa el cuerpo
claramente como un contenedor sin identidad, capaz de sufrir
múltiples transformaciones, cambios y mutaciones:
Cada
operación (de Orlan)
constituye una performance: la paciente, el cirujano y las enfermeras
llevan trajes de alta costura, diseñados en algún caso por Paco
Rabanne, y la sala de operaciones está adornada con un crucifijo,
frutas de plástico y enormes carteles con el nombre de los
patrocinadores de la operación, al estilo kitsch de las carteleras
de cine de los años cincuenta.
Durante
estas intervenciones (reales) quirúrgicas, la artista se dedica a
leer fragmentos de Kristeva, Artaud o Lacan, mientras son
retransmitidas en directo vía satélite (comunicándose además con
los espectadores que así lo deseen). La construcción y
reconstrucción del cuerpo de la artista se realiza, entonces, como
en la mayoría de los casos, de "mujer a mujer”, utilizando
imágenes de belleza como la Gioconda o la Venus de Botticelli.
Cuerpo
y tecnología terminan uniéndose en un desarrollo progresivo entre
seres humanos y máquinas. Una de las lecturas que podemos hacer de
estas videoperformances, es que tratan de desmitificar este culto al
cuerpo que decíamos, algo que para el crítico cultural Mark Dery
equivale a una "disonancia cognitiva típica”, ya que por un lado
el cuerpo es representado en la actualidad como un templo, mientras
que por el otro es profanado (como ocurre por ejemplo en películas
como "Alien” (Ridley Scott, 1979) o en las novelas de Stephen
King).
3.1.
El cuerpo profanado
Las
artistas, pues, hábiles observadoras, han investigado sobre este
cuerpo líquido femenino (recordemos: construido cultural y
socialmente) y que es al mismo tiempo objetualizado, elogiado,
violado y temido.
Marina
Abramovic realizó la
performance "Ritmo 0”
en 1974, trabajo en el que
se expuso ella misma pasivamente al contacto directo del público en
una galería de Nápoles, dejándoles hacer a su voluntad. Este
contacto se fundamentaba en que éstos podían causar a la artista
tanto dolor como placer, utilizando para ello los instrumentos
(cuchillos, flores, pistolas, perfumes, hojas de
afeitar, libros...) que
estaban colocados en una mesa a disposición de todos los presentes.
El resultado fue que la mayoría eligió objetos "peligrosos”,
cortando el vestido y la piel, llegando a momentos comprometidos.
Abramovic quería demostrar que la violencia hacia el cuerpo femenino
surge tan sólo con el mero hecho de ponerla al alcance. La
performance tuvo que ser suspendida cuando uno de los participantes
apuntó con una pistola la cabeza de la artista.
La
sangre menstrual fue el elemento utilizado por Judy
Chicago, descubriendo, de esta
forma, esa parte de la femineidad que siempre está oculta a la
mirada y que está llena de connotaciones sexuales, genitales y
reproductivas (fecundación). En "Red
Flag” (1971), Chicago
realiza una fotografía de sí misma sacándose un tampón manchado
con su propia sangre, aludiendo con la palabra "frag”
tanto al término bandera
("bandera roja”) como a aquella celda
que encierra información en la memoria. Así, pues, un ADN
perpetuado a través de generaciones femeninas. Pero, además, el
hecho de que mujeres artistas utilicen su sangre menstrual como algo
simbólico y reivindicativo, contrapone aquella "otra” tradición
que se venía gestando de hombres artistas (arrastrando el viejo mito
de maestro y autor genial) que vendían o exponían su sangre en
frasquitos de laboratorio
(recuérdese el caso del artista italiano Piero Manzoni).
Pensar
en órganos genitales masculinos o femeninos (así como en el acto
sexual) tiene mucho que ver con la mutilación (recuérdese la
ablación del clítoris existente aún en numerosos países o la
circuncisión masculina judía), la sangre (hemorragias) y el dolor
(partos, violaciones...). El teórico de arte José Miguel G. Cortés,
nos añade al respecto que:
Cuando
se representan las imágenes de la mujer como ser monstruoso se le
hace aparecer con una boca abierta donde aparecen unos dientes
puntiagudos rodeados de unos rojos labios que parecen sangrar. Es una
asociación visual entre el hecho de morder los labios
ensangrentados, la relación sexual y la muerte (la vagina dentada
como una boca que corta y desgarra).
Destacamos
igualmente el trabajo de la artista Gina Pane,
cuya obra a lo largo de la década de los setenta estuvo muy ligada a
la sangre, la herida, el corte y la mutilación (poniendo a prueba la
sensibilidad del espectador), ya que era consciente que el cuerpo
humano despliega una serie de límites difusos entre su integridad y
profanación.
Según
Catherine David:
Algunos
artistas son especialmente sensibles a las manipulaciones y a los
distintos ataques, directos e indirectos, a los que es sometido el
cuerpo contemporáneo. Ya pensemos en la genética y en las
operaciones que esta permite, ya en las clonaciones monstruosas que
llenan los cines o en el sida, que nos recuerda la vulnerabilidad del
cuerpo y la impotencia de la ciencia frente a la epidemia, todo
parece que nos conduce ahora a un cuerpo más "real”. Un cuerpo
sufriente, frágil, mortal.
3.2.
El cuerpo cyborg
La
forma en que la cultura patriarcal, señala Dery, ha aplicado la
tecnología de manera recurrente al cuerpo femenino ha sido para
satisfacer sus fantasías. Por ejemplo, el corsé produjo los pechos
realzados de las novelas románticas, a costa de bloquear la
respiración, entorpecer el movimiento y desplazar los órganos
internos femeninos.
Donna
Haraway, precursora desde los años ochenta de diversas teorías
tecnológicas, biológicas y feministas, nos define el cyborg como
"un ser cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una
criatura de realidad social y también de ficción”.
Los modelos sociales se van acercando cada vez más a estos híbridos
perfectos (en los cuales no hay arrugas, ni manchas, ni granos, ni
grasa, etc., tan sólo una figura atemporal).
El
cyborg funda sus orígenes en los años cuarenta debido al progresivo
desarrollo de técnicas de producción y comunicación entre sistemas
biológicos y tecnológicos:
La
cibernética –término derivado del griego que significa el arte de
conducir (en sentido figurado, a los hombres en la sociedad o, en
resumidas cuentas, en gobernar)- trata de desplegar la teoría de los
mensajes hacia el campo de la comunicación y del control de las
máquinas.
Retomando
la tesis de Bauman, la especialista en media
art Claudia Giannetti, hace
un especial hincapié a la estética
contemporánea de la desmaterialización,
siendo aquella que proclama a nivel perceptivo (entre otros) la
desintegración del cuerpo y la materia. El "poshumanismo” se
concibe como una nueva forma de vida híbrida (biológica,
electrónica y artificial) que "conduce irremediablemente a la
transformación drástica de la propia noción de cuerpo y sujeto”.
Esta estética de la ausencia (corporal), encuentra sus primeras
manifestaciones a partir de 1945 en autores como Fontana, Klein, Cage
o el ya mencionado Manzoni.
Sin
embargo, recalcar esta ausencia conlleva al mismo tiempo nuevos
valores y herramientas cualitativas en las que el cuerpo, justamente,
impone su presencia. Describimos al inicio de estas páginas cómo
los artistas actuales trabajan con diferentes medios (fotografía,
cine, performance…) haciendo del arte-visual un lugar heterogéneo,
cargado de múltiples sentidos y ámbitos de producción. "El
cuerpo, como parte de los mecanismos de poder, no es neutro. A través
de cuerpo se pretende articular los discursos de género, etnicidad,
clase y raza”. La idea no es otra, que el cuerpo mismo se vuelve
cuestionable bajo una representación (imagen) claramente difusa: "A
través de la transformación tecnológica y de las prótesis, el
cuerpo, en cuanto elemento central de la comprensión de la realidad,
se aparta paulatinamente de su representación histórica”.
Vamos
a ejemplificar estas palabras a través de las obras paradigmáticas
de Rebecca Horn,
Miwa Yanagi y Úrsula Hodel:
Los
trabajos de Horn cumplen con el deseo de prolongar la máquina en
relación al cuerpo al mismo tiempo que ésta proclama su
independencia. Debido a una difícil enfermedad que superará a
finales de los años sesenta, Horn trabajará en
sí misma utilizando su cuerpo a modo de escultura, conceptos como la
biomecánica, análoga al sistema de las prótesis humanas.
La
artista Miwa Yanagi,
en la serie fotográfica "Mis
abuelas” (2001),
se dedicó a preguntarles a modelos jóvenes (entre catorce y
veinticinco años) cómo se imaginan cuando cumplieran los cincuenta.
Según sus contestaciones, Miwa envejeció sus rostros mediante un
proceso digital. Vemos así un rostro envejecido que no concuerda con
aquellos que solemos ver a través de la publicidad, el cine o la
televisión.
Asimismo,
Úrsula Hodel
parodia en el vídeo "Godiva”
(1997), la obsesión femenina por el consumo, productos que se
compran frenéticamente a través de mensajes mediáticos y sin
control, haciendo de estos una extensión necesaria al cuerpo
ficcionado
y fabricado femenino.
3.3.
Autorreferencia
Hemos
comentado la importancia de la mirada masculina (recordemos: una
mirada tanto autora como receptora), que construye y da sentido a
todos estos artefactos (lenguajes arte-visuales) que estamos viendo,
y que podemos a su vez deconstruir, otorgándoles un valor y una
posición determinada en la cultura.
Las
artistas mujeres, conscientes de este hecho, promueven cada vez más
trabajos relacionados con ellas mismas, autorretratándose y
autodefiniéndose, buscando en este proceso las bases
desmitificadoras
de la "tradición
histórica femenina”.
Tradición que, entre otras, ponía en evidencia el desnudo femenino
(generalmente representado por artistas masculinos) y que ahora va a
ser autorreferenciado por miradas femeninas. En esta línea,
destacamos por su interés:
La
performance de Carolee Schneemann, "Interior
Scroll” (1976) en la que
extrae de su propia vagina un rollo de textos antiguos, manifestando
así el simbolismo del cuerpo femenino como fuente inagotable de
conocimiento (y no sólo de contemplación).
Kiki
Smith, explora el cuerpo desnudo siendo aquél que va dejando tras de
sí rastros y huellas de su propia orina y/o sangre. Podemos intuir
en ellos un proceso claro de fragmentación, desintegración y
violencia, como en la obra "Charco
de sangre” (1992)
en la que vemos una escultura de una mujer sangrando en posición
fetal expresando dolor, pérdida, sumisión, sufrimiento y
mancillación.
Los
trabajos de Rosemarie Trockel
reflexionan igualmente sobre la identidad femenina y los procesos
tradicionales de fabricación que han usado las mujeres: Cocinar.
Coser. Hacer artesanía (y no Arte).... La ya nombrada Judy Chicago,
elaboró en 1979 una de sus obras más conocidas y controvertidas,
"La cena”.
Se considera una de las
obras más representativas del movimiento feminista de los años
sesenta y setenta:
En
el terreno de la creación individual, el feminismo contó con la
aportación fundamental de artistas como Judy Chicago y Miriam
Shapiro quienes, en su deseo de cuestionar y transgredir
herméticamente los dogmas de la modernidad formalista, rescataron
–casi de la nada- la experiencia personal de la mujer y su
representación en el campo sexual y en el del cuerpo para contribuir
a una nueva interpretación de una sensibilidad y una estética no ya
contemplativamente femenina, sino reivindicativamente feminista.
"La
cena” consiste en una mesa triangular en la que hay 39 plazas
colocadas de diferente manera y dedicadas a 39 mujeres relevantes de
la Historia de la civilización occidental. Los manteles y las copas
representan, en algunos casos, un coño: "El
coño –esa parte de la mujer que a lo largo de la historia se ha
confundido con el todo- es por fin ritualizado y ofrecido al
espectador en un acto de consagración y transustanciación
profana”.
La mesa, a su vez, se alza
sobre un suelo de baldosas en el que figuran más nombres de mujeres.
Chicago añadió un manuscrito, dividido en cinco partes, que
contenía una versión del Génesis en la que hay una diosa como
Dios, además de una nueva visión del Apocalipsis, en el cual el
mundo es sanado a través de valores femeninos.
Por
último, finalizando este texto, Mary Kelly
elabora sobre los mismos años su "Documento
posparto” (1978-79),
haciendo un análisis de las relaciones y rituales entre madres e
hijos, desde el nacimiento hasta la separación de ambos. Lynn
Zelevansky señala que "al
hacerlo, Kelly desafía con audacia la desazón del mundo artístico
frente a la idea de artista como madre, y la idea, todavía
prevaleciente a principios de los setenta, de tener hijos, así como
la relación entre madre e hijo, dispersa la capacidad de la mujer
para la "creatividad”.
¿Somos
espectadores con historia?
Llegados
a este punto, y desde el "cine-ojo” de Vertov que hablábamos al
inicio de estas páginas, la percepción nos ha enseñado que en
tanto autores y receptores somos igualmente productores de sentidos
abiertos y no siempre debidamente contextualizados.
El
arte contemporáneo recoge en sí mismo una historiografía y una
reflexividad propia, que desde la antropología manejamos como
artefactos (lenguajes) culturales sujetos a una serie de convenciones
y construcciones sociales históricas, pero que, sin embargo, nos
devuelven una y otra vez a ese "mito” del espectador activo e
instruido en un campo amplio y en el que (en palabras de Claudia
Giannetti) nos faltan ya, a estas alturas, criterios generales para
su definición.
Dentro
de esta modernidad y vida "líquida” en la que nos movemos, son
múltiples los frentes en los que debemos detener nuestra atención,
ejercicio demasiado complejo para el breve artículo que aquí nos
ocupa.
El
arte de género, es "otro” de esos lugares de "consumo”,
donde el individuo intenta representarse y/o proyectarse en un
momento en el que las identidades diferenciales están (hoy) en el
punto de mira. Y es que, tal y como señala Bauman, la vida útil de
los productos del arte se comprimen, y los actos creativos y
destructivos se complementan, pasando rápidamente del aprendizaje al
olvido.
Nieves
Febrer
es artista, fotógrafa, realizadora audiovisual e investigadora
cultural independiente. Doctora por la Facultad de Filosofía y
Letras (UVA), Licenciada en Bellas Artes (UCM), Licenciada en
Antropología Social y Cultural (UCM), Diplomada en Estudios
Avanzados en la especialidad de Historia del Arte (UCM). Es autora
del libro Entorno
y artificio. Imágenes de lo cotidiano
(Madrid: Antígona, 2008).
Referencias
Bibliográficas
Bauman,
Zygmunt, Vida
Líquida,
Ed. Paidós, Barcelona, 2006
Bourdieu,
Pierre, La
dominación masculina, Ed.
Anagrama, Barcelona, 2003
Bourdieu,
Pierre, Razones
prácticas. Sobre la teoría de la acción,
Ed. Anagrama, Barcelona, 1997
David
Pérez (Coord.), El
arte impuro. Entre lo público y lo privado,
Ed. Generalitat Valenciana, 1997
Dery,
Mark, Velocidad
de escape. La cibercultura en el final del siglo, Ed.
Siruela, Madrid, 1998
Diego,
Estrella de, El
andrógino sexuado,
Colección
La Balsa de la Medusa nº 53, (Ed. Visor), Madrid, 1992
Giannetti,
Claudia, Estética
Digital, Ed.
ACC L´Angelot, Barcelona, 2002
Guasch,
Anna María (ed.), Los
manifiestos del arte posmoderno,
Ed. Akal,
Madrid, 2000
Guasch,
Anna María, El
arte último del siglo XX. Del postminimalismo a lo multicultural,
Alianza Editorial, Madrid, 2000
Haraway,
Donna J., Ciencia,
cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza, Ed.
Cátedra, Madrid, 1995
Pedraza,
Pilar, Máquinas
de amar. Secretos del cuerpo artificial, Ed.
Valdemar, Madrid, 1998
Sanmartín,
Ricardo, Meninas,
espejos e hilanderas. Ensayos en Antropología del Arte, Ed.
Trotta, Madrid, 2005
Revistas
González
Requena, Jesús, "Teoría semiótica. Lenguajes y textos
hispánicos”. Volumen I de las Actas del congreso internacional
sobre semiótica e hispanismo celebrado en Madrid en los días del 20
al 25 de Junio de 1983
Jones,
Amelia, "¿Cerrando el círculo? 1970 – 2008. El regreso del arte
feminista”. Revista ExitBook, nº 9, 2008
Lisón
Arcal, José, "Una propuesta para iniciarse en la Antropología
visual”. Revista
de Antropología Social,
nº
8, 1999
|