Alex Demirović Traducción de Raúl Sánchez Cedillo
Performance Elektro, Fleischman
1.
Comenzar con la crítica desde el principio
Con
arreglo a una larga tradición de la crítica de la ideología, la relación entre
la crítica y la verdad parece muy sencilla. La crítica habla en nombre de una
verdad y demuestra que una apariencia impide su avance. La apariencia tiene
algo que ver de hecho con la esencia de la cosas, cuya apariencia constituye;
no obstante, es falsa, porque no es más que un aspecto limitado o porque representa
una ilusión. Ese mundo que está detrás de lo esencial puede ser definido como
verdad: los seres humanos son intrínsecamente iguales y libres, son
esencialmente comunicativos o políticos. La crítica misma se presenta sin más
como un acto negativo del descubrimiento, un acto que en cuanto tal no merece
que se le preste excesiva atención. Todo el modelo de este tipo de crítica y
verdad ya no se nos presenta plausible: nos tomamos más en serio la superficie
de la apariencia, y ya no creemos en el mundo de una verdad más profunda detrás
de aquella, porque la verdad es una práctica colectiva que hacemos efectiva.
Sin embargo, por encima de todo la actividad de la crítica ya no ha de darse
por descontada. Desde una perspectiva materialista, hoy adoptamos una mirada
más precisa sobre la práctica de la crítica y nos preguntamos por lo que
hacemos cuando criticamos, qué poder ejercemos y hacia dónde nos conduce la
crítica. Como es obvio, ese giro en la relación con la crítica se produjo en la
década de 1960.
Michel
Foucault probablemente estaba en lo cierto cuando afirmó en su curso del 7 de
enero de 1976: «Así que diría lo siguiente: desde hace diez o quince años, se
pone de manifiesto la inmensa y proliferante criticabilidad de las cosas, de
las instituciones, de las prácticas, de los discursos, esa especie de
desmenuzamiento general de los suelos, incluso y tal vez sobre todo de los más
familiares, de los más sólidos y de los que nos resultan más próximos, más
próximos de nuestro cuerpo, de nuestros gestos de todos los días»[1]. En ese proceso habría
acontecido algo imprevisto. Las teorías que habían proporcionado los
instrumentos locales de la crítica, a saber, el marxismo y el psicoanálisis, se
tornaron en factores de inhibición en la medida en que querían ser teorías
envolventes y globales. Sin embargo, con el desarrollo de la crítica local, la
unidad discursiva de aquellas teorías se vio destruida, desgarrada, deshecha,
desplazada, caricaturizada, teatralizada.
En una entrevista realizada ese mismo año, Foucault señala las
consecuencias. Ya no había ninguna orientación, los modelos de la acción
política se habían visto desvalorizados a causa de la violencia ejercida en
nombre de la teoría. «La izquierda [...] todo el pensamiento de la izquierda
europea, el pensamiento revolucionario europeo que tenía sus puntos de
referencia en el mundo entero y los elaboraba de una manera determinada [...]
ese pensamiento ha perdido las referencias históricas que antes encontraba en
otras partes del mundo. [...] tenemos que empezar todo desde el principio»[2].
Con
sus consideraciones, Foucault menciona tres tipos de cuestiones: 1) La crítica
ha perdido sus fundamentos, porque estaba unida a la historia de una
determinada manera –lo que suscita la pregunta de qué
es la crítica; 2) El género discursivo de la crítica no es abandonado, antes
bien, hay una voluntad de crítica que exige que empecemos de nuevo desde el
principio y continuemos. Ahora bien, ¿cómo ha de explicarse esa voluntad, que
va unida a un temperamento, una pasión, un sentimiento, a una moral o una ética
de la crítica?; 3) Si la crítica ha perdido sus apoyos en la realidad, pero
advertimos la voluntad y la pasión de la crítica, entonces ésta precisa de un
nuevo fundamento. En lo que sigue tengo intención de abordar principalmente ese
último problema y mostrar que nuestra crítica continúa presa de un modelo
viejo, por no decir burgués, y es demasiado modesta.
Desde la década de 1970 ha habido varios
enfoques ambiciosos encaminados al análisis de la crítica y, a partir de éste,
a su refundación. ¿Qué es nuestra práctica cuando expresamos la crítica, qué
formas objetivas de pensamiento empleamos? Tanto el análisis como el fundamento
siguen a su vez reglas de juego disciplinarias. Las y los filósofos tienden a
reformular la crítica en términos universales y morales y a buscar un
fundamento último; las y los sociólogos, en cambio, inquieren acerca de los
modelos tipológicos de la crítica, de su extensión y de sus efectos.
2.
El análisis filosófico de la crítica.
A
primera vista, las consideraciones de Michael Walzer parecen tener una cierta
afinidad con la exigencia foucaultiana de una crítica local. Llamo filosóficas
a sus ideas porque desde el principio se preguntan por la fundamentación de la
crítica. Walzer ve esa fundamentación en las normas morales, y dice que los
principios morales de la crítica social han de encontrarse en el mundo de todos
los días y que la crítica representa un rasgo fundamental de la moralidad de
todos los días. Cuando pasa a investigar la praxis de las y los críticos, se
trata entonces de un análisis de las diferentes modalidades de la relación con
las normas morales. Walzer elabora tres posibilidades de fundamentación de la
crítica social. La primera estrategia la denomina el camino del descubrimiento.
En este caso, la o el crítico afirma haber descubierto leyes morales, los
principios de la crítica. Estos pueden ser una revelación o una doctrina de las
verdaderas o falsas necesidades, de los derechos naturales de las personas o de
los principios generales de la razón. En todo caso, son principios morales de
una verdad objetiva que la o el descubridor tan sólo debe anunciar. El mundo
moral se presenta como un nuevo continente, y la o el descubridor es su
caudillo. Ni que decir tiene que la o el descubridor reclamarán el privilegio
de la dirección y de la implementación de cuanto acaba de ser reconocido. Sin
embargo, una vez que el nuevo mundo moral ha sido colonizado por mucha gente,
los principios morales pierden su capacidad crítica. Sólo resta volver a
descubrir la doctrina moral, descubierta antaño pero entre tanto perdida y
corrompida, esto es, se pretende repetir el descubrimiento, pero éste no puede
repetirse. De ahí que surja el conflicto en torno a los principios morales
correctos y a la dirección adecuada.
En
el segundo sendero de la crítica social, se inventan los principios morales.
Ello implica el trabajo de hombres y mujeres que nos representan y que inventan
método con arreglo al cual todos participamos en el procedimiento que nos permite
llegar a un consenso. La autoridad no se basa en el mundo objetivo, sino en el
procedimiento. Al igual que un cuerpo legislativo, los inventores quieren crear
un mundo moral en el que cada cual esté representado y en el que se realicen la
justicia, la virtud política y la buena vida. Crean lo que Dios habría creado
si existiera. El pueblo debe ser purificado de todo particularismo; los
principios morales bajo los cuales vivirían todos serían elementos de una
moralidad mínima que proporcione igualdad y protección. Sin embargo, no se
trata de una cultura moral dotada de espesor, en el que las personas pudieran
desarrollar el sentimiento de pertenencia.
Ambos
tipos de crítica tienden a tornarse autoritarios. En ambos casos, la crítica
apela a principios generales que no tienen en consideración a los individuos
concretos y su vida de todos los días. Estos son principios que en un principio
resultan accesibles para las y los filósofos, quienes a su vez deben
insinuarlos a los demás. Sin embargo, lo que debía conseguirse, la vida moral,
ya se ha visto socavada, toda vez que sólo se considera a los individuos en
función de una motivación universalística. Los principios de la crítica vienen
del exterior. Con el tercer sendero sucede algo distinto, que recibe la
aprobación de Walzer, el sendero de la interpretación o de la justificación. La
argumentación moral se sirve de los principios morales que han estado durante
mucho tiempo a disposición de la comunidad local. Es nuestro entendimiento
moral, que no sólo hemos de descubrir o inventar, sino que hacemos siempre
referencia al mismo todos los días, lo interpretamos a la luz de problemas
particulares y hablamos sobre el mismo con los demás miembros de la comunidad.
La crítica de lo existente comienza con los principios inherentes a lo
existente, porque es nuestra comunidad –y
de tal suerte la crítica puede cobrar autoridad, puesto que sólo obliga de
resultas de la existencia de la moral que reclama.
La
vecindad de Walzer con la concepción marxiana de la crítica es manifiesta,
aunque las circunstancias son otro cantar. Sin embargo, quisiera expresar mis
reservas sobre la reflexión de Walzer (véase también Demirović, 1993, p. 505 y
ss.). En primer lugar, habría que aducir que la argumentación de Walzer da por
supuesto aquello que habría que demostrar y fundamentar, a saber: que la
actividad crítica existe. Walzer concluye a partir del Antiguo Testamento, en
términos cristianos, que existe una práctica milenaria de la crítica. De la
misma recibe la impresión de que siempre se trató de una crítica inmanente en
el contexto de su respectiva comunidad y de su tradición moral. Esa lectura
presupone la continuidad judeocristiana como algo dado. Sin embargo, de tal
suerte se pasa por alto aquello que está específicamente vinculado con la
crítica en un doble sentido: la voluntad de la crítica es algo en sí mismo
históricamente nuevo; y la crítica no sólo exige la realización de las
intenciones anunciadas en el pasado, así como de los principios definidos, sino
que también pone en cuestión el pasado y prepara el camino para un nuevo
futuro. Apunta a las mejoras en el día a día y a cambios fundamentales de las
condiciones de vida de los muchos. Sin embargo, para ello no puede apelar al
pasado; su tarea consiste precisamente en dar impulso a nuevas medidas. Marx
reconoció esto en su obra temprana. La crítica radical se transforma
bruscamente, pasando de una mera crítica inmanente, a una crítica
transcendental: «No nos oponemos al mundo como doctrinarios con un nuevo
principio: ¡Aquí está la verdad, arrodillaos! Desarrollamos el mundo conforme a
principios que son los nuevos principios del mundo» (Marx. 1843, p. 345).
Rechazando la idea de que la crítica siempre cobra impulso partiendo de sí
misma respecto a una medida externa para encontrar una distancia respecto a lo
criticado, el movimiento dialéctico entre interior y exterior se ve detenido.
«De hecho, el giro dialéctico de la crítica de la cultura no puede hipostasiar
las medidas del futuro. No deja de mostrarse móvil respecto a las mismas,
dándose cuenta de su posición en el todo. Sin este tipo de libertad, sin que la
conciencia vaya más allá de la inmanencia de la cultura, la crítica inmanente
misma resultaría impensable: sólo son capaces de seguir el automovimiento del
objeto aquellos que no pertenecen por entero a éste» (Adorno, 1951, p. 23).
El segundo argumento se dirige contra el
carácter local de la crítica. Cabe pensar que los principios morales de la
crítica se encuentren en el seno de una comunidad, pero estos son los principios
de esa comunidad limitada. Ahora bien, ¿qué sucedería si esa comunidad se
aislara de otras mediante una identidad religiosa o una filiación biológica,
tornándose así inmune a la crítica? ¿Qué sucedería si la crítica sólo pudiera
ser expresada por aquellos que pertenecieran a esa comunidad y si todos los
demás críticos fueran acusados de hacerlo con prejuicios y de hostilidad hacia
la comunidad criticada? Habida cuenta de la proximidad que parece haber en este
punto entre Foucault y Walzer, resulta interesante observar que Foucault
también ve las debilidades de la crítica local. Sin embargo, cuando habla de la
crítica local de los intelectuales específicos, insiste en que corren el
peligro de «limitarse a las batallas condicionadas por las circunstancias, a
las reivindicaciones sectoriales; el peligro de ser manipuladas por los
partidos políticos o los aparatos sindicales en la conducción de esas batallas
locales. Y, sobre todo, el peligro de no ser capaces de continuar desplegando
esas batallas a falta de una estrategia global y de apoyos externos».
(Foucault, 1977c, p. 209). Llegados a este punto, cabe extraer una conclusión
inicial. La crítica es arriesgada en dos sentidos: no sólo los críticos corren
riesgos con su actividad crítica, sino que la crítica puede a su vez tornarse
usurpatoria y autoritaria. La crítica puede distanciarse de lo criticado hasta
llegar a perder su carácter vinculante, o puede permanecer demasiado cerca de
su objeto. De donde se desprende que la crítica debe ser intrínsecamente móvil,
debe ser local y global al mismo tiempo, debe ser inmanente y transcendente.
3. Sociología de la crítica
Hay tentativas sociológicas de investigar la práctica social de
la crítica y de determinar el modo en que se ejerce la crítica y los impactos
que tienen las respectivas modalidades de la crítica. Una extensa tentativa de
este tipo ha sido la llevada a cabo por Boltanski y Chiapello. Sostienen la
opinión de que la crítica anticapitalista es tan antigua como el capitalismo y
que hay cuatro aspectos que constituyen un motivo de indignación: a) se concibe
el capitalismo como la fuente de la pérdida de autenticidad de las cosas, de
las personas y de los sentimientos; b) el capitalismo es contemplado como la
fuente de la opresión, del control y de la disciplina, en perjuicio de la
libertad, la autonomía y la creatividad; c) el capitalismo es considerado como
la fuente de la pobreza y de la desigualdad; d) toda vez que reivindica el
egoísmo, destruye la solidaridad y la cohesión social. Boltanski y Chiapello
piensan que estos diferentes motivos de indignación no pueden ser integrados
fácilmente en un marco coherente, y los agrupan en dos tipos de crítica: la
crítica artista y la crítica social. La crítica artista protesta contra la
pérdida de sentido, contra la estandarización de la sociedad mercantilizada,
contra el extrañamiento de los seres humanos, contraponiéndose a la
planificación, a la organización racional o la división del trabajo. La crítica
social se dirige contra el particularismo egoísta, la indiferencia y la
pauperización. Ambos tipos de crítica pueden fundirse, pero también pueden
contraponerse en términos hostiles. Las protestas sociales del 68 han de
entenderse como una combinación de ambos tipos de crítica. La crítica, más
cultural, de la pérdida de la autenticidad y de la alienación, de la
insensatez, la disciplina y el control, se acompasa con la crítica social de la
explotación y la desigualdad. Las protestas cobraron su fuerza gracias a la
articulación de esas críticas, pero en lo sucesivo ésta fue una de las causas
de su debilidad. La crítica artista y la crítica social se vieron escindidas de
nuevo gracias a las contraestrategias deliberadas de aquellos que eran
criticados, esto es, del mundo de la empresa y del gobierno. Ambas formas de
crítica se vieron absorbidas. La
crítica social de la rutina laboral, de las formas de disciplina, de la
jerarquía y de las exigencias de productividad, se vieron transformadas en una
serie de soluciones económicas de compromiso: concesiones en materia de
política salarial como el salario mínimo, las menores diferencias salariales,
la participación en los beneficios o el aumento del número de días de
vacaciones pagadas, la seguridad en el empleo y la formación permanente. Este
tipo de medidas condujeron a una serie de mejoras sociales, pero sortearon los
principales motivos de insatisfacción. La crítica artista, que se reflejó en
las revueltas contra las condiciones de trabajo dominantes, se vio absorbida a
medida que las empresas prestaban mayor atención a las necesidades individuales
de los empleados, les daban mayor responsabilidad dentro del marco de los
círculos de calidad, los grupos de producción o de opinión semiautónomos, y
reforzaban su autonomía y su derecho a la participación. Boltanski y Chiapello
llegan a la conclusión de que el objetivo más importante de las y los
empresarios, esto es, recuperar el control en la empresa, no se consiguió
mediante la expansión de los instrumentos clásicos de control, sino
endogeneizando las exigencias de autonomía y de autorresponsabilización en
forma de autocontrol.
En comparación con Walzer, cabe observar dos cosas. En primer
lugar: bajo las condiciones del capitalismo, no deja de tener lugar una y otra
vez la formación de la crítica radical y externa, cuyo fundamento reside en la
contingencia del modelo de reproducción capitalista. Éste se presenta siempre
de dos maneras: por una parte, en tanto que producto natural y, por otra, en
tanto que producto social, de ahí que resulte imaginable también de un modo
completamente diferente. En segundo lugar: esa crítica que procede del exterior
y es omnicomprensiva. Sin embargo, hasta ahora no ha disuelto la coherencia
natural de la sociedad capitalista, sino que ha conducido a su vez a un grado
mayor de explotación y de opresión, que se lo ha puesto más difícil a las
formas tradicionales de crítica, que de resultas de ello quedan devaluada. Y,
por consiguiente, no es tenida en cuenta. Horkheimer y Adorno preveían que, a
la luz de la tendencia que conduce a un mundo administrado, la crítica social
se deslizaría a una posición crecientemente excéntrica y marginal, incapaz de
tener mayor impacto, pero luego fueron capaces de observar una eficacia
específica de la crítica. La teoría social crítica y el movimiento de protesta
no detuvieron el desarrollo hacia la integración total, pero desde luego lo
interrumpieron. La crítica fue capaz de asumir la función de retrasar, de
provocar asincronicidades intermitentes, de cambiar el ritmo del desarrollo y
por ende ganar tiempo, conservando los restos de una vida social que entonces
podría convertirse en el punto de partida de una nueva crítica. Ejemplos de
esto se encuentran en las universidades o en los sindicatos. Boltanski y
Chiapello continúan con una argumentación gramsciana. La crítica condujo a una
revolución pasiva del capitalismo fordista. Los actores poderosos absorbieron
tanto la crítica social como la artista, reorganizando estratégicamente las
condiciones sociales apoyándose en esta crítica, cuyo resultado reside en la
tendencia a largo plazo hacia una nueva forma de socialización capitalista, a
cuya fase corporativa hemos asistido con la práctica del neoliberalismo en los
últimos veinte años (cfr. Demirović). A este respecto, Boltanski y Chiapello
observan la renovación de ambas formas de crítica. Surgen nuevas formas de
desigualdad producto de la explotación, que ahora está vinculada a la exclusión
de las redes de movilidad y de comunicación; asimismo, surgen nuevas formas de
consumismo, alienación e insensatez.
El análisis de Boltanski y Chiapello da pie a dos
consideraciones críticas. En primer lugar, ha de prestarse mayor atención a los
elementos significativos de la crítica en lo que atañe a su distribución, su
articulación y su condensación hegemónica. Si la articulación de la crítica,
tal y como es propuesta por Boltanski y Chiapello, sólo atiende a dos cadenas
significativas y a la formación de dos significantes vacíos, lo social y lo
estético, entonces la diversidad de las críticas se ve reducida. Otro tanto
problemático resulta el hecho de que Boltanski y Chiapello sostengan una
concepción de la crítica con arreglo a la cual los motivos de indignación e
insatisfacción deben cobrar a priori la doble forma de crítica social y
artista, sugiriendo así en cierto modo la existencia de una distancia objetiva
entre ambas. De esta suerte, ignora el significado cultural de la crítica
social, así como la dimensión social de la crítica artista. Omite asimismo el
hecho de que hay diferentes fuerzas sociales vinculadas a esas críticas. Las
disputas intelectuales y los procesos de generalización, en los cuales las
críticas se desarrollan y se ponen en práctica, no son tenidos en cuenta.
Resulta correcta la conclusión que dice que las diferentes formas de la crítica
deben formar una unidad al objeto de que un movimiento social pueda surgir y
tener éxito. No obstante, el proceso de articulación y la dinámica de
condensación hegemónica se ve innecesariamente reducidos. También resulta
problemática la conclusión que dice que la desarticulación de los momentos de
la crítica sólo puede darse con arreglo a la línea divisoria entre la crítica
social y la crítica artista.
En segundo lugar, la crítica debe tener en cuenta su futura
absorción y su función en una revolución pasiva. Las sociedades capitalistas se
caracterizan por una crítica interna y externa. La cuestión no estriba en que
la sociedad capitalista se clausure cada vez más en un sistema cerrado,
haciendo imposible la crítica; sin embargo, tampoco el caso contrario es cierto,
esto es, que siempre surja una mayor apertura y posibilidad de la crítica. En
su lugar, lo que la formación burguesa implica es un organismo que
constantemente se revoluciona y se transforma a sí mismo. La característica
constitutiva de la modernidad de la sociedad burguesa consiste en que está
superándose ininterrumpidamente a sí mismo en procesos contradictorios. Esa
revolución perpetua cobra varias formas; junto a la ciencia y la permanente
falsificación de los criterios o del arte y sus procesos de constante
autorradicalización de las vanguardias, cobra por encima de todo la forma
política de la democracia.
4. La teoría política de la crítica
Podemos pasar ahora al tercer ámbito
disciplinario, el de la teoría política, y seguir la trayectoria del pensamiento
de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. A juicio de ambos autores, la libertad y la
igualdad constituyen un espacio simbólico de democracia. Los individuos y los
grupos sociales se mueven en este espacio, adoptando las normas de la libertad
y la igualdad como el punto de referencia de su crítica, interpelando a las
condiciones bajo las cuales viven para comprobar si viven libres e iguales, y
reclamando la realización de esas libertad e igualdad. La libertad y la
igualdad se tornan en la matriz del imaginario social, que impulsa a los
ciudadanos y que les permite construir una y otra vez un antagonismo entre las
batallas democráticas y la dominación. La construcción de un antagonismo
significa: la articulación de los elementos de significado en un discurso, al
objeto de fijar, al menos temporalmente, un significado. En este caso, el
significado se presenta como lógica y en cierto modo naturalmente
necesario, de tal suerte que una
circunstancia o un objeto parecen tener éste y no otro significado –lo que también sucede con este discurso
particular, en el que el elemento discursivo cobra un significado. Sin embargo,
en un discurso hegemónico esa articulación no lo es todo. La multiplicidad de
significados sobrepasa la correspondiente formación de la equivalencia dentro
de un discurso. La desigualdad y la falta de libertad se encuentran en cada vez
más aspectos de la vida cotidiana y son adoptadas como punto de partida del
antagonismo hacia aquellos que son considerados como antagonistas en el proceso
de formación de la equivalencia y como aquellos que impiden la libertad y la
igualdad. No se trata de una oposición única y fundamental, las luchas
democráticas consisten precisamente en el hecho de que, en los procesos
hegemónicos, se construyen antagonismos siempre nuevos, se forman nuevos
sujetos que quieren realizar la libertad y la igualdad con arreglo a facetas
siempre nuevas. Todo éxito hegemónico en la consecución de la libertad y la
igualdad crea necesariamente nuevas formas de exclusión, desigualdad y falta de
libertad y, de tal suerte, contribuye a la formación de identidades inéditas.
Se produce, por lo tanto, una multiplicación de la crítica y de la
conflictividad, y en cierto modo la crítica para ser el motor de la sociedad,
disolviendo posiciones de interés, instituciones e identidades y contribuyendo
a la formación de las nuevas. Cabe concebir ese proceso como
institucionalización de la revolución democrática. En este contexto, a la
crítica le corresponde la función de fluidificación de condiciones que se han
coagulado, cosificado y naturalizado, mediante la invocación de la libertad y
la igualdad, haciendo hincapié en el momento de la dinámica.
Sin
embargo, este cuadro quedaría incompleto si no tomáramos en consideración la
siguiente perspectiva, que atañe a la performance del análisis mismo. Cabe decir que las
críticas en marcha están subordinadas a una crítica mucho más esencial, que es
considerada como la teoría de la democracia: las teorías de Habermas, Walzer o
Mouffe no deben entenderse tanto como una afirmación objetiva acerca de lo que
es o debe ser la democracia, sino más bien como un acto de habla, como una
práctica específica de la expresión. Ésta custodia y regula la dinámica de la
crítica ocupándose de su economía y de su empleo pronunciando la advertencia:
ninguna exigencia de igualdad y libertad puede plantearse como absoluta. Esto
significa que la hegemonía debe conducir a una hegemonía que unifique una
multiplicidad en un discurso. Sin embargo, esa identidad que se ha tornado
hegemónica, esa sociedad, una vez constituida, no puede cerrarse de modo
totalitario ante el juego de las diferencias en las que se hace hincapié en la
crítica, haciendo escándalo de la exclusión, la desigualdad o la falta de
libertad e instando a una nueva articulación de los significantes, a una nueva
hegemonía. De ahí se desprende un juego entre dinámica y estática y la
vigilancia de ese mismo juego –la teoría de la democracia se ocupa de vigilar
que el juego se juega y que se juega correctamente, de que todo el mundo lo
juega con la actitud correcta: disolución de lo que ha llegado a ser, nueva
elaboración de un cadena de significados hegemónica y fijación de los
significados y, por último, fluidificación del sentido. La libertad y la
igualdad sólo se persiguen como objetivos a costa de que nunca lleguen a
realizarse. La crítica se limita a volver a disolver aquello que tiende a la
naturalización, a la cosificación.
5.
La nueva modalidad de la crítica: la crítica de la revolución democrática
Aquí
podemos dar un paso atrás para poder radicalizar adicionalmente el concepto de
crítica. Adorno señalaba que hay algo estático incluso en los nuevos cambios
operados por la crítica. Uno puede hablar con pasión y entusiasmo sobre
impulsos críticos y cambios permanentes –y muchos autores lo han hecho para
rechazar las condiciones sociales totalitarias, tradicionales y
fundamentalistas, que han llegado a arraigarse y a rechazar toda puesta en
cuestión, y para poner a la sociedad y a sus miembros en movimiento. Sin embargo,
hasta en esa dinámica se adhiere algo ciegamente orgánico. Lo antagonista de la
sociedad progresiva antagonista es su propia estática, que no ha cambiado desde
su prehistoria. «El afán de expandirse, de devorar en todo momento sectores
nuevos, de omitir cada vez menos, ha sido hasta ahora una invariante estática.
De esta suerte, la fatalidad se reproduce de forma ampliada [...] Esa era su
eternidad. El progreso, que puso término a la prehistoria, sería el fin de ese
tipo de dinámica [...] Una buena sociedad suspendería ambos. No se aferraría al
mero ente, que quiere uncir al ser humano a un orden [...], ni continuaría
procurando el movimiento ciego, el adversario de la paz perpetua, del objetivo
kantiano de la Historia» (Adorno, 1961, p. 232). La crítica opera como un
catalizador en el juego entre estática y dinámica, la crítica es absorbida, la
formación de la sociedad capitalista se renueva gracias a la crítica y a su vez
da rienda suelta a la crítica para remover las circunstancias existentes. De
ese modo, contribuye a que esas circunstancias se reproduzcan en un nivel cada
vez mayor. A su vez, los individuos se subjetivan gracias a la crítica. Cuando
la libertad y la igualdad se tornan, con la sociedad burguesa y la Revolución
francesa, en el imaginario social, ello implica que los individuos persigan
incansablemente ese ideal de libertad e igualdad que nunca pueden alcanzar.
Pero tratando de alcanzar ese objetivo se subjetivan como individuos libres e
iguales que han emprendido una búsqueda. Por consiguiente, el sujeto no puede
renunciar a las ideas de libertad e igualdad y al objetivo de su realización,
porque él mismo se ha constituido en la aspiración a su realización –un sujeto
que no quisiera ser libre e igual sería impensable.
Kant
elaboró, desde el punto de vista de sus principios, esa dinámica de la libertad
que siempre se malogra (cfr. Kant, 1788, 48 y ss.). Desde la perspectiva de una
psicología empírica, es evidente que los seres humanos no son libros, sino que
están determinados causalmente; en comparación, el concepto de libertad se
presenta tan indispensable como incomprensible desde una perspectiva
transcendental, y se demuestra como un concepto regulador de la razón:
necesitamos el concepto de libertad para ser capaces de pensar una causa que
actúa libremente en el mundo empírico, una causalidad autodeterminada, aunque
precisamente no exista tal y todo esté físicamente condicionado. Progresando de
causa a causa, la razón no puede concebir una esencia que actúe con
independencia de una causa, y asegura un lugar análogo en el mundo inteligible
gracias al concepto de una libertad vinculada a una ley moral. Dicho de otra
manera, debemos concebirnos libres desde una perspectiva moral y por ende
responsables de nuestras acciones y buscando esa libertad, no porque podamos
conseguirla en algún momento, sino porque somos esa libertad en tanto que
sujetos. Marx se distanció claramente de Kant en este punto: «Por otra parte,
se pone asimismo de manifiesto la estupidez de los socialistas (a saber, de los
franceses, que quieren justificar el socialismo como realización de los ideales
de la sociedad burguesa proclamados por la Revolución francesa), que demuestran
[...] que hasta hoy la Historia ha fracasado en todos los intentos de
realizarlos [libertad e igualdad] en su verdadera dimensión, pero ahora han
descubierto, como Proudhon, por ejemplo, al verdadero Jacob, y ahora pretenden
proporcionar la auténtica historia de esas relaciones en lugar de la falsa. Lo
que hay que responderles es lo siguiente: el valor de cambio o, para ser más
exactos, el sistema monetario es de hecho el sistema de la libertad y de la
igualdad» (Marx, 1857/58, p. 174). Por decirlo de manera algo más paradójica:
la aspiración a la libertad mediante la crítica no conduce a la libertad, sino
que es un mecanismo de ajuste, que contribuye a los necesarios procesos de
normalización en la sociedad capitalista; en una sociedad finalmente libre,
nadie tendría que continuar aspirando a la libertad. La libertad concebida en
sentido absoluto camina a la par que la esclavitud, porque significa que
algunos son absolutamente libres sólo porque todos los demás trabajan para
ellos. De esta suerte, la libertad sólo puede ser aferrada como una libertad
de... y una libertad para..., y ahí es donde la crítica cobra su significado
local y propulsor. No es poca cosa, pero tampoco es mucho más. La crítica que
apunta a lo que es nuevo no puede derivar sin más sus medidas de conceptos
previos, puesto que eso podría tener consecuencias nefastas para ella. «El socialismo
de una determinada época, la de finales del siglo XIX y principios del siglo
XX, sostenía que en las sociedades capitalistas no recibe todas las
posibilidades de desarrollo y realización; que en realidad la naturaleza humana
está alienada en el sistema del capitalismo. Y este socialismo soñaba con una
naturaleza que en última instancia sería libre. ¿Qué modelo utilizó para
imaginar, concebir o realizar esa naturaleza humana? De hecho, era el modelo
burgués [...] La universalización del modelo burgués fue la utopía que inspiró
la constitución de la sociedad soviética [y la de las democracias populares]»
(Foucault, 1974, p. 619). De esta suerte, Foucault señala que el momento
autoritario y totalitario en la tradición de la izquierda resulta específicamente
del deseo de realizar las normas burguesas de libertad, autodesarrollo y
autorrealización. Éste debe ser el objeto de la crítica. Profundizando la
especulación en el ámbito de la teoría hegemónica, cabe decir que la
superioridad de la teoría hegemónica consiste en una medida nada despreciable
en que es lo bastante inteligente como para saber que ni tienen la menor
intención de mantener esa aspiración a la realización de sus normas, tarea que
deja en cambio a sus adversarios, que se encuentran así ante el siguiente
trilema: o no pueden realizar la aspiración, pero siempre vuelven a intentar
empujar la roca montaña arriba –o sea, lo que
corresponde al programa kantiano de la idea reguladora; o realizan las normas
de la igualdad y la libertad, y demuestran que son totalitarios; o terminan
dándose cuenta de la tendencia totalitaria y llegan a la conclusión de que han
de aferrar esas normas sólo en un sentido ideal, de que ha de aspirarse a las
mismas pero nunca pueden realizarse y por ende han de ser limitadas desde
dentro. Ese tipo de modesta desacredita a la izquierda y limita sus objetivos.
Si
la crítica quiere contrarrestar de algún modo esa lógica, debe ser radical, no
sólo debe criticar todas las condiciones bajo las cuales las personas se ven
esclavizadas, abandonadas y despreciadas. Debe analizar y deconstruir las
medidas de crítica, criticarse a sí misma desde el punto de vista de su
funcionalidad práctica y de sus consecuencias. El objetivo de ese tipo de
crítica metacrítica consiste en imaginar material y radicalmente la dialéctica
de esos conceptos y normas a los que hace referencia la crítica y en último
término incluso el concepto mismo de crítica. No se trata de desechar
abstractamente los conceptos, sino de pensarlo hasta sus límites para aferrar
las prácticas vinculadas a los mismos y negarlas firmemente; a partir de ahí
queda claro que las cosas ya no son lo mismo y que lo nuevo de la vida en común
sólo puede pensarse y llevarse a cabo con nuevos conceptos. Marx señalaba al
respecto: «Desde la perspectiva de una formación social económicamente más
avanzada, la propiedad privada de la tierra por parte de un solo individuo
aparecerá tan vulgar como la propiedad privada de un ser humano por parte de
otro» (Marx, 1894, p. 784). Allí donde los conceptos de libertad cambian
bruscamente y se suspenden [aufheben],
surgiría finalmente un estado –a juicio de
Adorno– en el que los individuos ya no se miden conforme a un criterio de
equivalencia, de tal suerte que la reconciliación consistiría en una diferencia
desmedida (cfr. Demirović, 2004).
Bibliografía:
Adorno,
Theodor W. (1961): Über Statik und Dynamik
als soziologische Kategorien, Ges. Schriften, Bd. 8, Francfort, 1972 [ed. cast.:
«Sobre estática y dinámica como categorías sociológicas», Theodor Adorno y Max
Horkheimer, Sociológica, Madrid, Taurus,
1979].
Adorno,
Theodor W. (1951): Kulturkritik und
Gesellschaft,
in: ders.: Ges. Schriften, Bd. 10.1, Frankfurt am Main 1977 [ed. cast.: Crítica cultural y
sociedad,
Madrid, Sarpe, 1984].
Boltanski,
Luc, Chiapello, Eve (2003): Der neue Geist des
Kapitalismus,
Konstanz [ed. cast.: El nuevo espíritu del capitalismo, Madrid, Akal, 2003].
Demirović,
Alex (1993): Intellektuelle und
Gesellschaftskritik heute, in: Prokla 92, 23. Jg., September 1993.
Demirović,
Alex (2004): «Freiheit und Menschheit», en: Jens Becker/Heinz Brakemeier
(eds.): Vereinigung freier Individuen.
Kritik der Tauschgesellschaft und gesellschaftliches Gesamtsubjekt bei Theodor
W. Adorno,
Hamburg.
Demirović,
Alex (2008): «Neoliberalismus und Hegemonie», en: Christoph Butterwegge,
Bettina Lösch, Ralf Ptak (eds.): Neoliberalismus.
Analysen und Alternativen, Wiesbaden.
Foucault,
Michel (1974): Über die Natur des Menschen:
Gerechtigkeit versus Macht, en: Schriften, Bd. 2, Francfort,
2002 [Michel Foucault, Noam Chomsky, Naturaleza humana: Justicia versus
poder, un debate,
Buenos Aires, Katz, 2006].
Foucault,
Michel (1977a): Vorlesung vom 7. Januar
1976,
en: Schriften, Bd. 3, Francfort,
2003 [ed. cast.: «Curso del 7 de enero de 1976», Microfísica del poder, Madrid, La Piqueta,
1992].
Foucault,
Michel (1977b): Folter ist Vernunft, en: Schriften, Bd. 3, Francfort,
2003.
Foucault,
Michel (1977c): Gespräch mit Michel
Foucault,
en: Schriften, Bd. 3, Francfort,
2003 [ed. cast.: «Entrevista a Michel Foucault, Microfísica del poder, Madrid, La Piqueta,
1992»].
Foucault,
Michel (1978): Was ist Kritik?, Berlín, 1992 [ed.
cast.: «¿Qué es la crítica? (Crítica y Aufklärung)», traducción de
Javier de la Higuera, Sobre la Ilustración, Madrid, Tecnos, 2006,
págs. 3-52.].
Foucault,
Michel (1980): Gespräch mit Ducio Trombadori, en: Schriften, Bd. 4, Francfort,
2005.
Horkheimer,
Max (1937): Traditionelle und kritische Theorie, en: Ges. Schriften, Bd. 4, Francfort,
1988 [ed. cast.: Teoría
tradicional y teoría crítica, Barcelona, Paidós, 2000].
Kant,
Immanuel (1788): Kritik der praktischen
Vernunft,
en: Werke, Akademie-Textausgabe, Bd. V,
Berlín, 1968 [ed. cast.: Crítica de la razón pura, Madrid, Tecnos, 2002].
Laclau,
Ernesto, Mouffe, Chantal (1991): Hegemonie und radikale
Demokratie,
Wien [ed. cast.: Hegemonía
y estrategia socialista, Madrid, Siglo XXI, 1987].
Marx,
Karl (1843): Briefe aus den
„Deutsch-Französischen Jahrbüchern", in: Marx-Engels-Werke, Bd. 1,
Berlín, 1972 [ed. cast.: Anales franco-alemanes, Madrid, Martínez Roca, 1970].
Marx,
Karl (1844): Zur Kritik der Hegelschen
Rechtsphilosophie, «Einleitung», en: Marx-Engels-Werke, Bd. 1, Berlín, 1972 [ed.
cast.: Manuscritos:
economía y filosofía, Madrid, Alianza, 1993].
Marx,
Karl (1857/58): Grundrisse der Kritik
der politischen Ökonomie, en: Marx-Engels-Werke, Bd. 42, Berlín, 1983 [ed. cast.:
Elementos de la crítica de la economía política, México D.F., Siglo XXI, 2006].
Marx,
Karl (1867): Das Kapital, Bd. 1, en:
Marx-Engels-Werke, Bd. 25, Berlín, 1969 [El Capital, Libro I, Madrid,
Siglo XXI, 1984].
Marx,
Karl (1894): Das Kapital, Bd. 3, en:
Marx-Engels-Werke, Bd. 25, Berlín, 1969 [El Capital, Libro III, Madrid,
Siglo XXI, 1987].
Walzer,
Michael (1990): Kritik und Gemeinsinn, Berlín.
[1] Michel Foucault,
«Cours du 7 janvier 1976», Dits et écrits II, 1976-1988, París, Gallimard, Quarto, 2001, p.
163.
|