Robert Linsley
Jeff Wall
Según la historia convencional de la vanguardia, la aparición
de los objetos ready-made habría venido a romper la tradición
del trabajo realizado a mano, una tradición que atribuía
a cada parte una necesidad en relación al conjunto y, de ese modo,
también daba una necesidad orgánica al sentido generado por
esa relación. Me gustaría sugerir que la fotografía
que participa en este discurso histórico nos ofrece imágenes
de una realidad ready-made. Su uso en el fotomontaje tiene entonces un
significado similar al uso de los objetos reales en el collage.
Peter Bürger ha argumentado de manera similar, considerando equivalente
el uso de trozos de periódico y material impreso en el
collage, y el uso de fotografías en los fotomontajes
del Dada, con la introducción de la «realidad»
en el arte1.
Exploraré más adelante la relación entre
el objeto ready-made y la imagen ready-made, pero por ahora
podemos decir que en esta nueva forma de composición
inorgánica el significado de un trabajo no es idéntico
al trabajo como conjunto, sino que es más bien «producido»
a través del relato entre las partes, de la relación
entre ellas. Eso quiere decir que la brecha o ruptura entre
las partes está de forma necesaria altamente mediada.
Semejantes trabajos pueden ser llamados críticos si nos proporcionan
un conocimiento de la realidad social. En un mundo en el que cosas que
están alejadas en el tiempo o en el espacio pueden ser interdependientes,
y en el cual personas, cosas y relaciones sociales de las que no tenemos
conocimiento directo pueden tener un impacto determinante en nuestras vidas,
la yuxtaposición de elementos discretos, e incluso divergentes,
en el fotomontaje, tiene potencialmente el poder de iluminar la red de
mediaciones sociales por la que nos movemos, es decir los discursos explícitos
o implícitos a través de los que interpretamos la imagen.
Me interesa la sugerencia de Peter Bürger de que la teoría de la
alegoría de Benjamin nos da una herramienta útil
para entender el montaje2.
En las nociones de la «dialéctica de lo instantáneo»
y de la «imagen dialéctica», Benjamin desarrolló
su teoría de la alegoría. La descarga generada
por el encuentro de dos fenómenos dispares ataja momentáneamente
el flujo de la vida, creando tanto una imagen como el espacio
contemplativo en que verla. La dialéctica de cambio y
éstasis en el pensamiento de Benjamin es la base de una
crítica del mundo que a pesar de su intensa actividad
parece resistir a cualquier cambio. La falsedad del «progreso»
tiene que ser desenmascarada antes de que pueda ocurrir un cambio
de verdad -y ésto se puede lograr extrayendo fragmentos
del mundo de su contexto original, para reordenarlos en un cuadro
estático. Los fragmentos arrancados de su contexto original
están «muertos», ya no se mueven, y su relación
ahora queda abierta a la interpretación de la teoría
social -de hecho, en el trabajo comprometido de la vanguardia
su relación queda en realidad determinada por la teoría
crítica.
Es crucial para la teoría de Benjamin una deliberada homologación
de objetos e imágenes. Todo objeto es también un signo que
adquiere significado en relación a otros signos -y el mundo es un
texto inescrutable que sólo entrega su mensaje cuando las palabras
correctas se aproximan entre sí. El texto literario y la obra de
arte unen imágenes de los fenómenos de modo que las permita
ser leídas.
A través de este deslizamiento conceptual entre objeto y signo
la fotografía aumenta su poder potencial, pero sólo si el
artista «construye» la imagen completa, incorporando las mediaciones
conceptuales necesarias entre los elementos. Semejante método desarrolla
la tradición del fotomontaje hasta desembocar en lo que yo llamo
el «cuadro crítico», forma que se encuentra, por ejemplo,
en el trabajo de Jeff Wall.
Los trabajos de Wall no parecen fotomontajes, sino unidades sosegadas,
más bien como la pintura clásica; pero la diferencia es sólo
aparente. La distinción entre el trabajo orgánico cerrado
y la imagen inorgánica fragmentaria ha sido exagerada. El principio
de la unidad se siente más en las artes visuales (exceptuando quizá
la escultura) que en otras, debido a que los límites de cualquier
trabajo discreto son simultáneamente visibles al espectador. Cualquier
collage de objetos diferentes se convierte en una unidad nueva en cuanto
se le coloca un marco. Como veremos, la unidad pictórica tiene menos
que ver con la determinación de la organicidad del trabajo que con
la cuestión de su postura frente a la historia y frente el mundo
que representa.
Un buen ejemplo del cuadro crítico practicado por Wall sería
«The Vampireís Picnic». En él hay actores que
representan la figura culturalmente popular del vampiro. El escenario es
el de unas obras en construcción en un nuevo suburbio, y la tipología
de la forma es el bacanal renacentista, con quizá una posible mirada
oblicua a los «desayunos» campestres de Monet y Manet. Sin
embargo, en el modo que leemos estos elementos, constrastadores, se ilumina
una crítica de la patología de la familia moderna en su aislamiento
suburbano, el modo en que el desarrollo del mundo parasita la naturaleza.
En otro trabajo, «Eviction Struggle», las luchas fútiles
de los protagonistas están escritas en la fisonomía ready-made
de la ciudad. La narrativa ficticia del artista nos permite leer en esa
fisionomía una historia de luchas de clases, centrada en torno a
la propiedad de la tierra, que data de los más tempranos tiempos.
En el trabajo de Wall, la propia narrativa del artista y los elementos
ready-made del entorno están interpolados para que no puedan ser
distinguidos. Esto es como un rodaje de exteriores en el cine, pero también
está basado en la idea de que el mundo es un jeroglífico
que puede ser «leído» y que esta lectura depende de
la intervención crítica del artista.
Este planteamiento en términos de «tableau» es inherente
a la naturaleza de la fotografía como parada, como medio contemplativo.
Sin embargo, el aspecto contemplativo del trabajo alegórico pone
también fuertemente de relieve la perspectiva del revolucionario
desilusionado. Debido a que el cambio social parece bloqueado, uno sólo
puede contemplar la cara horripilante de un mundo congelado, agrietado
con contradicciones que no hacen explotar el estado de cosas sino que únicamente
lo refuerzan. La posición melancólico/crítica del
cuadro crítico está enraizada en un marxismo de posguerra
que ve la sociedad como un mundo de muerte, una mirada atormentada por
visiones paranoicas de la cultura administrada y de la «simulación
de la vida». Desde esta perspectiva todas las formas de organicismo
en el arte son sospechosas, como síntomas de la patología
social. Aquí el veneno es la dosis; un análisis crítico
del mundo corregido sólo puede ser montado sobre un arte extremadamente
racional, y Benjamin, el héroe de los radicales sesentayochistas,
desilusionados y sitiados en los reaccionarios años setenta y ochenta,
apunta en dirección al cuadro crítico . Pero desde dentro
de los parámetros de una estética marxista, la contemplación
caracteriza al arte burgués en general, y es por tanto una seña
de la falta de compromiso. La contemplación sólo puede ser
redimida por un componente de educación crítico-política.
El cuadro crítico , de hecho, oscila entonces entre el didactismo
y la aceptación confortable de la función tradicional del
arte. La vanguardia revolucionaria llegó a identificar la contemplación
estética con una conciencia burguesa, alienada y corregida, que
incluso, en frase de Benjamin, era capaz de contemplar pasivamente su propia
destrucción. Claramente estos son dos fenómenos diferentes,
todavía el cuadro crítico perpetua la confusión insistiendo
en que el objeto de la contemplación debe ser historiado como una
catástrofe; los contenidos pesimistas redimen la forma contemplativa.
El cuadro crítico muchas veces da sensación de rigidez
y tiesura. Donde las suturas entre las partes no son inmediatamente visibles,
como en el trabajo de Wall por ejemplo, esta tiesura y artificialidad es
precisamente el signo de su naturaleza construida. El cuadro no debe parecer
completamente sin costura, incluso donde su tecnología está
dirigida hacia la producción de una ilusión convincente.
Esta rigidez mimetiza la petrificación de las relaciones sociales
alienadas, y es también una expresión de la cólera
sofocada del artista.
Pero hay otro modo de tratar con los fragmentos del mundo. En vez de
combinarlos en fotomontajes, uno puede subrayar sus conexiones con el contexto
del que han sido arrancados, mostrarlos, por así decir, con sus
raíces colgando. En arte ésto se puede hacer de dos maneras,
a través de la expresión del movimiento y a través
del diálogo.
Jeff Wall
Hay una fuerte tradición modernista que insiste en el movimiento
y el cambio; pintores como Degas por ejemplo, intentaron traducir la transitoriedad
de las relaciones modernas, incluida la relación entre el artista
y el objeto y la que se da entre el trabajo de arte y el espectador. Muchos
de las pinturas de Degas implican un punto de vista en movimiento sobre
un mundo que también está en movimiento. Este esfuerzo es
llevado hacia delante teóricamente por el cine de vanguardia rusa
del grupo Kino-ojo. Para los Kino-ojo, la modernidad es movimiento y, por
lo tanto, el gran arte moderno es el cine. Es crucial entender aquí
que no es el movimiento del aparato cinematográfico lo que tiene
importancia sino el movimiento social del cual la cámara en movimiento
sirve como metáfora. Cuando el Kino-ojo penetra el espacio moderno,
envuelve y permea la vida. Aquí se enuncia el intento de la vanguardia
de romper la frontera entre arte y vida, adoptando una estrategia complementaria
a la del ready-made.
Para Benjamin, la congelación del flujo de los acontecimientos
es esencial si una conciencia revolucionaria ha de liberarse del asimiento
de un presente malvado. Aún así, y desde que el cuadro crítico
depende totalmente de nuestra habilidad para construir las relaciones mediadoras
necesarias entre las partes de la obra que permitan su lectura en clave
social, el cuadro crítico sólo puede ser una reafirmación
de lo que ya sabemos una vez que hemos adquirido las herramientas críticas
para leerlo. El cuadro crítico acepta la inmovilidad de la pintura
y adapta la imagen del mundo a esa inmovilidad a través de la monumental
composición pictórica. Pero entonces, la visión pesimista
de la historia le exige que convierta la contemplación en desasosiego.
Para el cine vanguardista, al contrario, la conciencia revolucionaria es
conciencia en movimiento. Este enfoque, quizá un poco más
optimista, afirma que la historia siempre está en movimiento, incluso
cuando parece no estarlo, y que el deber del artista es lanzar la obra
dentro de la corriente de los hechos -en otras palabras, permitir que el
tiempo y la historia entren en la obra. Este tipo de trabajo tiene la capacidad
de enseñarnos lo que no sabemos todavía en vez de dirigir
una arqueología del presente como las trazas sedimentadas de un
sufrido pasado que busca el punto de emergencia del futuro. En el proceso,
la obra de arte no pierde nada de su valor cognitivo con respecto al presente,
pero sí gana algo más.
Pero antes de que podamos investigar esa otra especie de cuadro, me
gustaría considerar por un momento el destino histórico de
este proyecto vanguardista del cine. Programas de televisión como
«Cops» son casi versiones actuales del clásico Kino-ojo
y Kino-pravda. La cámara de video sigue a los policias en sus rondas,
respondiendo a las llamadas de emergencia. Igual que el Kino-ojo, la tele-ojo
entra en todo tipo de espacios sociales, como en un avatar en movimiento
de la mirada panóptica y siniestra de Foucault, y lo hace como apéndice
del brazo represivo del estado. Es claro que ahí funciona un dispositivo
cínico que viene a ofrecer a los pobres el espectáculo de
su propia miseria como diversión. Pero quiero señalar que
mientras esta clase de documentales no contiene virtualmente "arte", una
lectura genérica del tipo de historias que se cuentan demuestra
que verdaderamente descansa en un continuum con el arte del pasado.
La ubicuidad del media foto-videográfico ha demostrado que las
personas mirarán cualquier imagen, por muy banal y cursi que sea;
y que la simple representación del mundo es intrínsecamente
fascinante. El acto de colocar parte del mundo en un marco, o en el encuadre
de la televisión, es suficiente para definir el nivel de base irreductible
de la experiencia estética. Igual que el ready-made, originalmente
realizado para hacer explotar la ilusión del arte como reino apartado
de la sociedad, simplemente ha expandido la definición de arte y
aumentado los recursos a su disposición, igualmente el intento de
encarnar una crítica moderna de masas auto-conscientes en la cámara
cinematográfica, para empujar a la sociedad a una reflexión
sobre sí misma, se encuentra frente un límite que representa
la terca supervivencia del «arte» como una categoría
de la experiencia.
Sabemos que el efecto de lo real, del documental, es justamente eso,
un efecto garantizado por dispositivos convencionales, tales como las cámaras
«subjetivas», la luz ambiental, etc. Además, no podemos
olvidar que por virtud de una larga historia de tradiciones literarias
y artísticas, lo «real» traduce habitualmente lo bajo,
lo banal, lo de todos los días. El equipo que lleva las cámaras
portátiles es una versión moderna del pícaro, el anti-héroe
literario cuyas cualificaciones son la marginalidad y la astucia que le
permite entrar en espacios que normalmente no son accesibles a aquellos
que viven fuera del palacio, y que le permite desarrollar sus observaciones
satíricas y críticas sobre aquellos que viven en él.
Bakhtin ha subrayado la importancia en la literatura de dispositivos que permiten
«espiar y escuchar a escondidas en la vida privada»,
dispositivos que «encontramos en una multitud de variantes
en la historia más tardía de la novela; ...la
colocación del héroe como una «tercera persona»
en relación a la vida privada cotidiana, le permite espiar
y escuchar a escondidas. Es parecido a la posición del
pillo y aventurero, que no participa internamente en la vida
cotidiana, que no ocupa en ella un lugar fijo, pero que al mismo
tiempo pasa por la vida y está forzado a estudiar sus
operaciones y todos sus mecanismos secretos. Esto es particularmente
cierto de la colocación del criado que va de un amo al
otro. El criado es el eterno «tercer hombre» en
la vida privada de los señores. Los criados son los testigos
más privilegiados de la vida privada. Las personas tienen
tanta vergüenza ante la presencia de un criado como lo
tendrían en presencia de un asno. La novela pícara,
desde El Lazarillo de Tormes hasta Gil de Blas, hace un uso
extensivo de este papel»3.
En programas como «Cops», estos caracteres, que pertenecen
a lo que Bakhtin refiere como «novela de aventura de la vida cotidiana»,
son unidos en la incesante y cruda repetición de una de las escenas
características de la novela pícara -la del pillo o pequeño
delincuente llevándose una paliza de los criados de la propiedad.
Pero el pícaro siempre fue el emisario ficticio del lector burgués
o aristócrata que, a través de los cuentos de
la vida entre los criminales, marginados y chusma, podía
experimentar «cómo vivía la otra mitad».
Lo que aparenta ser una forma esencialmente documental, posibilitada
por una tecnología moderna específica, acaba por
resumir uno de los dispositivos narrativos más antiguos,
el de las aventuras de viaje. Como dice Bakhtin: «la novela
pícara en su totalidad opera dentro de la cronotopía
de la novela cotidiana de acción, a través de
un camino que serpentea por el territorio nativo de uno mismo»4.
Los avances en la tecnología de la representación
apenas han dañado el estatus de este arte. Mejor dicho:
la transferencia más o menos eficaz y directa de la experiencia
hacia su representación funciona en realidad como una
regresión que sólo confirma la indestructibilidad
de las antiguas formas estéticas, por muy reducidos y
desposeídos que puedan estar sus poderes positivos.
Se pueden extraer imágenes fijas del flujo de la vida, pero
un cierto tipo de esas instantáneas es intrínsecamente inestable,
dirigiendo la conciencia del espectador fuera del encuadre y de vuelta
hacia el flujo de la propia vida. Lograr ese efecto puede requerir la misma
cantidad de construcción concienciada que el cuadro crítico
, pero con un fin diferente. Una clase de imagen fija que yo llamaría
el «fragmento móvil» contiene toda las posibilidades
expresivas y estéticas del cuadro crítico y más, concretamente
una capacidad de señalar más allá de sí misma
hacia una historia en movimiento. Del mismo modo que el fotomontaje -que
es él mismo una variante del ready-made- es la fuente histórica
del cuadro crítico , así el antecedente del fragmento móvil
es el tecno-optimismo del cine de vanguardia, y ambas formas son el reflejo
del fracaso del proyecto de vanguardia de disolver el arte en la vida.
Me gustaría mostrar la conexión entre la imagen estática,
conservada para la contemplación, y la imagen en movimiento con
un fotograma de la nueva película de Nick Gómez «Laws
of Gravity». Esta película, que es básicamente un remake
de «Mean Streets» de Scorssese, sigue las vidas de unos pequeños
gamberros hasta su inevitable conclusión semitrágica. En
un picnic en un parque urbano, la cámara simula la perspectiva de
uno de los protagonistas en sus evoluciones, captando fragmentos de voces
y gestos. Alguien dispara una polaroid y la foto aparece momentáneamente
en el objetivo de la cámara. Lo que quiero señalar es el
alto grado de tensión que se da entre la imagen fija y la imagen
en movimiento como escape de la melancolía y clausura conceptual
del cuadro critico.
La obra de Jeff Wall realmente contiene esa posibilidad, aunque en
un estado embrionario. «Mimic» es una instantánea cuidadosamente
construida. En esta obra el motivo del movimiento se hace histórico
gracias a la articulación de dos elementos: la profunda perspectiva
de una calle moderna, traída a la vida histórica mediante
una referencia directa a los famosos paisajes urbanos de Callebotte, y
la presencia de asiáticos entre la población de Vancouver.
La «captura» del movimiento físico en la imagen tiene
en realidad menos relevancia que la forma en que la imagen se mueve realmente
más allá de sí misma por la vía de sugerir
otro tipo de movimiento. No se limita a mostrar «verdades»
de tipo social, que todos conocemos ya, sino que apunta hacia un mundo
emergente.
Quizás Ken Lum tenga una intuición más espontánea
del potencial del fragmento móvil . Una obra como «Felicia
McGuire moves again» guarda de hecho una relación implícita
con «Mimic». La foto se hizo en la misma calle, pero en dirección
contraria, y el trabajo debe sin duda ser considerado en el marco de un
diálogo crítico con la obra de Jeff Wall. Pero donde Lum
ha insertado de forma más efectiva el fragmento es en el diálogo
implícito que se introduce en la obra. Esto puede considerarse como
otra escala menor de movimiento que también ayuda a introducir la
imagen en su contexto en movimiento.
Aun cuando las imágenes sean silenciosas, existe un diálogo implícito
siempre que la gente interactúa. A este propósito
nos parecen relevantes los conceptos de «discurso de doble
dirección» y de «diálogo oculto»
de Bakhtin:«imaginémonos el diálogo de dos
personas en el cual las declaraciones del segundo hablante están
omitidas, pero en forma tal que no se viola en absoluto el sentido
general. El segundo hablante está presente de forma invisible,
sus palabras no están ahí, pero profundas huellas
dejadas por ellas tienen una influencia determinante sobre las
palabras presentes y visibles del primer hablante. Percibimos
que esto es una conversación, aun cuando sólo
hable una persona, y es una conversación de las más
intensas, porque cada una de las palabras presentes responde
y reacciona absolutamente al hablante invisible, apunta a algo
fuera de sí misma, más allá de sus propios
límites, hacia las palabras no dichas de otra persona»5.
Cuando Lum utiliza un texto literal para hacer hablar a sus figuras,
estos textos apuntan hacia aquello que no está siendo dicho, animando
la presencia de otras voces silenciosas a las cuales están respondiendo
(«Don´t be Silly, You´re not Ugly»). Estas ideas
son incluso válidas para piezas que no son aparentemente «dialógicas».
El texto de«Felicia McGuire», por ejemplo, aunque dicho por
el «autor» de la obra, repite los propios pensamientos de Felicia,
que oídos dialogicalmente de este modo revelan, a través
del distanciamiento irónico, tonos de frustración e incluso
desesperación.
Tengo que reconocer aquí que, bajo la influencia de Bakhtin, también
Jeff Wall intentó darle dialogicidad a su trabajo, especialmente
en la pieza «Diatribe». Pese a ello, la pieza falla,
no obtenemos una idea del objeto de conversación de la
mujer, ni sentimos la presencia de la mujer silenciosa en el
discurso de la otra6.
Como un artista orientado a lo alegórico, a lo emblemático
y monumental, Wall tiene poca sensibilidad para lo psicológico,
de manera que su trabajo se mantiene monológico, hablando
al espectador con una sola voz. Pero esto puede apuntar también
a una limitación de los recursos de la fotografía.
Quizás la fotografía silenciosa necesita un texto
dentro para hablar con más de una voz. El uso del lenguaje
en Lum consigue que sus fragmentos móviles recapturen
las constelaciones de texto e imagen de los fotomontajes originales;
esto demuestra nuevamente la naturaleza más abierta de
esta forma frente al cuadro crítico . De cualquier forma,
si la fotografía es, así, limitada, la pintura
no lo es.
Jeff Wall
Para las dos formas fotográficas que he descrito, la tradición
histórica de la pintura sigue siendo una referencia importante,
pese a que las tradiciones vanguardistas de las que surgen son originalmente
formuladas como críticas de la pintura y pretenden su superación.
No pretendo desarrollar aquí una defensa general de la pintura,
pero basta con señalar que la pintura sigue aquí con nosotros
-y no sólo como un profundo depósito de una memoria cultural
frente a sus fotoantagonistas. Me gustaría sugerir que la pintura
de hecho posee propiedades especiales que garantizan que no se ha quedado
obsoleta frente a la cámara en movimiento, y que es más capaz
de diálogo.
La pintura es lenta. Nunca puede rastrear el mundo con la velocidad
y completud de la cámara, y necesariamente entonces todo cuadro
pintado es una construcción. Esto siempre ha sido así, y
es por ésto que el cuadro crítico proviene directamente de
la pintura histórica, y por lo que da a menudo la impresión
de que lo que hace es ofrecer pintura en otra forma. Pero en tanto la temporalidad
es tan fuertemente sentida en la pintura, también ella se abre a
las modernas poéticas del movimiento.
Podría argumentarse que los procedimientos de deformación,
distorsión y fragmentación de la superficie pictórica
desarrollados por el periodo modernismo son una mimesis del movimiento
histórico representado en el cuerpo de la imagen, poniendo a la
propia pintura en movimiento. Desde este punto de vista, el énfasis
en la pincelada de los impresionistas, Cezánne o el cubismo, son
recursos importantes y llenos todavía de potencialidad para los
pintores. La descomposición de la superficie pictórica en
pinceladas le da a la pintura una posibilidad de construcción racional
de la imagen en un grado que la fotografía nunca podrá igualar,
por lo menos hasta el desarrollo de los procesos computerizados de digitalización.
En ese sentido, la pintura moderna puede fácilmente reconocer el
cuadro crítico , pero la misma capacidad de análisis y construcción
puede también permitir a la pintura expresar el tiempo de formación
de la misma imagen. En esto es alcanzada por el cine, pero va muy por delante
de la fotografía.
Mi punto de vista es crítico hacia el organicismo corporalista
de la pintura expresionista. También rechazo la teleología
de la abstracción, que afirma la expresividad de la pintura proporcionalmente
a la expulsión de toda imaginería. Por el contrario, mantengo
que el potencial de producir cuadros de la pintura moderna es todavía
vital y profundo. No es que abogue por un retorno al impresionismo, pero
pienso que la pintura puede representar un mundo emergente, en movimiento;
y que la construcción de imágenes a partir de fragmentos
discretos, más o menos independientes, es un recurso no agotado
para este proyecto. Esto es lo que persigo en mis paisajes, pintados en
exteriores alejados de la vida.
En general, siento que las cuestiones de diálogo y movimiento
pueden interactuar dialecticamente con la construcción sensorial
de la pintura para al mismo tiempo profundizar la respuesta contemplativa
del espectador, para permitir a la historia entrar en la obra, y romper
así el actual reduccionismo modernista de conceptos de la estructura
pictórica como la planitud, superficialidad, trama y composición
all over . En « The Wedge», la joven está en un estado
de transición en su vida, se mueve de un tejido de relaciones a
otro enfatizado por el momento presente. Silenciosas réplicas y
diálogos escondidos se ponen en movimiento entre los tres personajes,
gracias a la composición.
El tema de «Keefer St.» es el mismo tipo de drama psicológico,
pero cruzado con el género de la foto de calle. La escena callejera
como género pictórico presentía el nacimiento de la
cámara, pero resultó fuertemente afectada por su nueva tecnología.
Mi pintura dialoga con la obra de los pintores que respondieron a la nueva
visión fotográfica, y con la de los fotógrafos actuales
que han aprendido de esta tradición pictórica. Se sitúa
entonces en una zona de intercambio entre fotografía y pintura,
en la que la frontera entre los dos medios es porosa; un buen lugar para
afirmar la propia capacidad de la pintura para ilustrar el movimiento.
El movimiento psicológico y el diálogo entran en las
pinturas a través de la relación de trabajo del pintor con
sus modelos. Dado que las emociones y expresiones faciales cambian en el
tiempo, puedo componerlas en mi cuadro, produciendo algo así como
una exposición múltiple del rostro. La condensación
del tiempo en el proceso de trabajo significa que las pinturas pueden poseer
una profundidad psicológica compartida por la secuencia cinematográfica,
pero rara vez por la instantánea. La interacción entre los
personajes activa sus expresiones faciales, que son difíciles de
fijar. Dependiendo de la atención del espectador a la escena, aparecen
los sentimientos de los personajes -y su diálogo secreto.
Me gustaría mencionar otro artista de Vancouver que ha acaparado
recientemente mucha atención y que trabaja bastante desde los presupuestos
que he estado exponiendo, Stan Douglas. Sus videos cortos y bucles cinematográficos
parecen intentar atrapar el fragmento móvil para darlo a la contemplación
-para darle parte del carácter de un cuadro crítico. Sus
"Monodramas" han sido calificados como interrupciones al estilo situacionista
de programas de TV normales. Escenas cortas de carácter banal y
toscamente agresivas que hielan de pronto el distraído flujo de
la conciencia del espectador de televisión. En otras obras Douglas
intenta adaptar el cine a la forma de visión de las galerías
de arte, a través de instalaciones de bucles cinematográficos.
Su obra puede ser entendida como justo lo contrario de lo que artistas
como Lum y yo mismo, independientes el uno del otro, estamos haciendo.
A la luz de esta reflexión, no necesito decir que creo que no es
una buena idea, porque combate el más poderoso recurso de la imagen
móvil: su movimiento.
Notas:
1 Peter Bürger, Theory of the avant-garde, Minnesota, 1984, pp.
73-78. Existe traducción al cast., Teoría de la vanguardia,
Ed. Península, Barcelona.
2 Ibid., pp. 68-72.
3 M. M. Bakhtin, ìForms of time and chronotope in the novelî,
en The dialogical Imagination, Univ. of Texas, 1981, pp. 124-125.
4 Ibid., p. 165.
5 M. M. Bakhtin, Problems of Dostoievskyís poetics, Univ. of
Minnesota, 1984, p. 197.
6 Una de las obras más recientes de Jeff Wall, ìDead
Troops Talkî es realmente otra historia; directamente inspirada en
la lectura del libro de Bakhtin sobre Dostoievsky, es una pintura ìdialógicaî
muy lograda; pero es muy compleja la forma en que se relaciona con la pintura
histórica, de manera que su análisis debería abordarse
en una discusión distinta.
Tomado de:
http://www.accpar.org/numero1/linsley.htm
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