Jose Luis Barrios
Si pudiéramos sintetizar en tres palabras la reflexión filosófica del siglo XX,
sin duda ellas serían: cuerpo, otro y tiempo. Los problemas de género,
de multiculturalismos, de deconstrucción, de globalización,
neotribalismo, y tantos otros, son variables muy importantes de estos
conceptos. Pensar la cultura y la sociedad contemporánea desde ellos,
significa asumir un descentramiento del sujeto y de la conciencia como
génesis de organización del mundo. Descentramiento que no tiene que ver
con las lecturas posmodernas del fin de la historia y de la muerte del
arte. Sencillamente tiene que ver con la posibilidad de asumir el
problema de la diferencia como el problema de nuestra época.
En este contexto, los estudios de la fenomenología y la hermenéutica
francesa ocupan un lugar imprescindible, sobre todo aquella noción de la
diferencia que se alberga en la corporeidad. Para esta tradición el
dato fenomenológico irreductible de la originalidad insustituible del
sujeto y del otro es el cuerpo. Si algo caracteriza el pensamiento
fenomenológico francés, es la importancia que tiene la sensibilidad, el
sujeto encarnado en la construcción del sentido del mundo. En esta
tradición fenomenológico-hermenéutica se ubica, en primer lugar, este
trabajo.
Pero también se contextualiza en la estética de lo grotesco del arte del siglo XX.
Estética que está definida y si no cuando menos orientada, desde la
concepción que relaciona lo grotesco con el erotismo y la subversión. Me
refiero particularmente a las estéticas de la transgresión que
remontándose al Marqués de Sade, nos llegan a través de los poetas
malditos y sobre todo de la obra de Georges Bataille. A tendiendo pues a
la fenomenología y la estética descrita, este ensayo aborda la
construcción del valor de lo grotesco a través de las variaciones
emotivas y sensibles del asco y el morbo en el contexto de la cultura
contemporánea.
Para
hacerlo echaré mano del fenómeno artístico del cine. La invención de
este lenguaje, no sólo para la historia del arte, sino para la cultura
en su totalidad, significó un cambio en el paradigma narrativo de la
humanidad. El cine introduce el tiempo objetivo como condición de
construcción del sentido en la textualidad. Tiene un enorme poder de
convocatoria y funciona como un mediador social incuestionable en el
mundo actual. En un sentido más preciso, el cine cambió el modo de
construir la trama en la cultura: introdujo, como lo piensa Deleuze (L’image-temps; Cinéma Les Editions de Minuit, París,
1985, p.165), el poder del "como si fuera verdad" en el arte y con ello
introdujo un sentido de la vivencia estética inédito en la historia.
En síntesis, este ensayo es un ejercicio de reducción fenomenológica
del asco y el morbo a través del análisis de dos películas –Saló y los ciento veinte días de Sodoma de Pier Paolo Pasolini (1975) y Crash. Extraños placeres
de David Cronenberg (1996)– que intenta mostrar la manera en que estas
dos vivencias responden a dimensiones muy específicas del sentido del
cuerpo, del otro y del tiempo de la cultura contemporánea.
John Currin. Rotterdam, 2006. Oil on canvas. 28 x 36 inches (71.1 x 91.4 cm).
La premisa
En
la tradición del pensamiento estético es prácticamente inexistente la
reflexión sobre el asco y el morbo. Lo que existe lo contextualiza
dentro de la estética de lo feo y de lo cómico y como una variable de lo
grotesco.
Esto
se debe a dos cosas. Primero, la producción artística que pudiera
ponderar estos dos valores los relaciona más bien con sentidos
edificantes del arte y con los usos político-sátiros de subgéneros de la
comedia; segundo, la emancipación, real o supuesta, de estos valores
funciona en el contexto de lo que se ha dado por llamar posmodernidad y
que yo prefiero simplemente nombrar como cultura contemporánea. En
cualquier caso, algo se pone en evidencia a la hora de reflexionar al
respecto: los usos del asco y el morbo, más allá de los contextos
axiológicos de lo sublime y lo cómico y de los sentidos históricos en
los que funcionan, son un fenómeno que se desarrolla dentro del arte
contemporáneo. Si bien podemos reconocer importantes antecedentes en el
culto a la reliquias en el medioevo o en buena parte de las
manifestaciones de la pintura religiosa del barroco donde están
asignados al infierno, e inclusive en la literatura del siglo XVII de Quevedo, o siendo aún más radicales en la literatura francesa del siglo XVIII con las obras del Marques de Sade; estos "valores" se asumen como condición "legítima" del arte hasta el siglo XX.
Es pues el cuerpo el punto de partida fenomenológico. La carnalidad es
el analogado vital y principio trascendental de la construcción del
sentido de las artes visuales y cinéticas. El cuerpo articula modos
fundamentales de intencionalidad motriz que determinan en buena medida
los usos estéticos y simbólicos del arte. Son básicamente cuatro las
articulaciones con las que el cuerpo intenciona el mundo: lo
vertical-horizontal, lo interior-exterior el arriba-abajo, y un lado y
el otro. Intencionalidades motrices que a la vez se relacionan
estructuralmente con el movimiento y la organicidad corporal. Es
evidente que estas estructuras fenomenológico-trascendentales están en
una relación indisoluble, sin embargo hay ciertas constantes que dominan
a la hora de construir valores estéticos determinados.
Visto así, es fácil adivinar la estructura fenomenológico trascendental
a partir de donde se configura el sentido estético de lo grotesco en
sus determinaciones específicas del asco y el morbo: la relación
interiror/exterior. Las mediaciones simbólicas presentes en el morbo y
el asco, como formas de lo grotesco, responden a vivencias corporales
que ponen en peligro la interioridad orgánica y la integridad motriz de
la corporeidad. En otras palabras, el asco y el morbo abren la dimensión
vital de lo inmediato en la ambivalencia del sentimiento de
horror-fascinación como la posibilidad del acontecimiento metafísico de
la muerte en "carne propia". Además en esta ambivalencia se pone en
juego la disolución y fragmentación del sentido motriz y orgánico del
cuerpo y el miedo originario de ser dañado por el otro o por lo otro.
Esto explica también las tipologías básicas sobre las que se levantan
las mediaciones simbólicas del miedo y la atracción como reacciones
propias del asco y el morbo. Hablo de las simbolizaciones que nacen de
la interioridad orgánica y que se vinculan
corrupción/destrucción/fragmentación y, de las simbolizaciones de la
alteridad del otro como lo monstruoso y lo contagioso.
La
desintegración corporal, como vivencia fenomenológica del tiempo
mortal, se relaciona con las formas de mutación, exhibición y
transgresión de los límites. Como lo anota José Miguel Cortés:
El
foco de todo simbolismo de la contaminación es el cuerpo, asimismo el
último problema al que induce la perspectiva de la contaminación es la
desintegración corporal. El simbolismo corporal adquiere unas
connotaciones altamente emotivas, todo lo que sea un desperdicio
corporal es sinónimo de peligro. Todo aquello que hace referencia a los
límites del cuerpo, que atraviesa sus fronteras (cualesquiera de sus
orificios), que signifique restos corporales (de piel, uñas, pelo...),
que brote de él (esputos, sangre, leche, semen, excrementos...), tiene
el calificativo de altamente peligroso, de impuro. Siendo la
contaminación más peligrosa la que ‘se produce cuando algo que ha
emergido del cuerpo vuelve a entrar en él. (Orden y Caos. Un estudio sobre lo monstruoso en el arte, Anagrama, Barcelona, 1970, p. 37)
En este contexto la alteridad se percibe como aquello que pone en
crisis el orden de la sociedad y la vida, la otredad como lo feo, lo
monstruoso lo siniestro: "... la sociedad –continúa Cortés– tiene miedo
de todo aquello que parece extraño y raro, de lo que se escapa de la
norma. Existe una profunda tendencia a parangonar lo feo y/o lo distinto
con lo anormal y lo monstruoso. El sujeto ante lo informe, desordenado y
caótico percibe un peligro que se cierne sobre su integridad, que pone
en duda su seguridad y no puede soportarlo. Por ello necesita separar de
su lado todo aquello que es diferente". Aunque esto que separa provoque
al mismo tiempo el sentimiento de atracción como sentimiento de
destrucción de eso que nos horroriza.
Mirar y sentir
A diferencia de los otros sistemas artísticos, el cine no construye su
sentido a través de la ficción, sino por medio de la falsedad. Falsedad
que como piensa Deleuze es "...la respuesta de Borges a Leibniz: la
línea recta como fuerza del tiempo, como laberinto del tiempo, es
también la línea que bifurca y no deja de bifurcar, pasando por los presentes incomposibles [sic], regresando sobre los pasados no necesariamente verdaderos".
En este lenguaje los acontecimientos y los hechos se viven como si
fueran verdad, en tanto el tiempo es una bifurcación del cualquier
presente posible, lo que supondría un sentido del pasado que también se
bifurca en cualquier pasado posible. La imagen movimiento, introduce en
el lenguaje del arte la posibilidad de integrar la totalidad de lo real a
través de la simultaneidad de presentes/presencias del presente, de
presentes/presencias del pasado y presencias/presentes del futuro en el
movimiento mismo de la cámara, donde finalmente la presencia de los
personajes y de la narración de una historia son parte de esta
bifurcación como texto y representación. En este contexto, el sustrato
óntico del cine tiene que ver con la objetividad de la toma como
temporalidad. Donde objetividad significa, sobre todo, la relación entre
tiempo-movimiento y referencia. La toma es entonces la unidad de
sentido mínima de la cinematografía. Dependerá del tipo de toma el modo
en que se genera la estructura básica de la intencionalidad en el cine.
Pier Paolo Pasolini, Saló o los ciento veinte días de Sodoma
El
cine de Pasolini se explica por medio de la estética que él mismo llama
"cine de poesía". Contextualizado en la tradición de la semiótica
italiana, a este director le interesó crear un lenguaje donde la imagen
fuera en sí misma la máxima concentración de sentido. En el im-signo,
como él define la imagen cinematográfica; "los arquetipos lingüísticos
[...] son las imágenes de la memoria y del sueño o sea imágenes de
comunicación con nosotros mismos" (Pier Paolo Pasolini, Cine de Poesía,
Cuadernos Anagrama, Barcelona, 1970, p. 19). Éste no se concibe como
mimetismo y naturalismo. La toma sobrepasa la referencia objetiva, en
ella siempre está en juego el punto de vista del artista, la toma es
ante todo la posición del que mira. Se trata, en palabras del mismo
Pasolini, de la "subjetividad libre indirecta" donde la imagen análoga
el sentido en términos de cuerpo y no de lenguaje. En Pasolini el cine
no es lingüístico sino estilístico. La intención se construye por el
modo en que la imagen cinematográfica articula un punto de vista no
narrativo, sino evocativo. La imagen cinematográfica es movimiento hacia
la interioridad del sujeto. Nacida de lo mirado, la condición
prejudicativa de la imagen cinematográfica, abre una dimensión donde el
límite entre el exterior de lo mirado y el interior del que mira, se
disuelve en la el tiempo mismo de la evocación. Es sorprendente el modo
en que Pasolini construye el sentido de sus imágenes a través de la toma
fija y a media distancia. Este recurso permite, según Pasolini,
introducir al espectador en el sentido del sueño, pero además impide que
el tiempo cinematográfico se identifique con la acción o la trama.
El
cine es pues, una construcción perceptual donde importa más la densidad
y concentración del sentido que el deslizamiento de un posible
significado a través del discurso lingüístico. El cine como lo piensa
Ingarden, facilita a través de la ampliación, la alteración, la sucesión
y la fusión, la aparición de "...eventos en su desarrollo total concreto temporalmente extendidos" (Roman Ingarden, La ontología de la obra literaria,
Taurus/UIA, México, 1998, p. 378). En el caso de Pasolini los eventos
cinematográficos son análogos al sueño y la imagen cinematográfica: La
imagen cinematográfica, afirma el director, "...es, de momento, un
lenguaje artístico no filosófico. Puede ser parábola, nunca expresión
conceptual directa. He aquí por consiguiente, un tercer modo de afirmar
la prevalente artisticidad del cine, su violencia expresiva, su
corporeidad onírica: o sea, su fundamental metaforicidad". El lenguaje
cinematográfico es poético, se construye por la toma a distancia, el
encuadre y la suma de instantes; lo que en otras palabras significa que
no es discursivo. En el cine de este director, las imágenes son juegos
hipnóticos, donde la acción o el suceso acontecen por la distensión
interna de la toma. Recordemos por un momento la secuencia del círculo
de la mierda en Saló o los 120 días de Sodoma que sirve de
preámbulo o prólogo a todo este circulo: en ella, la cámara siempre está
a distancia. Esto permite dos cosas: hace soportable la secuencia y al
mismo tiempo la acción se da en tiempo real. Esta escena es
paradigmática de la poética de Pasolini. Así pues, la construcción de
las tomas a partir de la estética del distanciamiento, estructuran una
intencionalidad donde el tiempo tiene que ver con la distensión de la
acción a través de una cámara casi fija y donde la acción acontece a
cierta distancia del espectador, lo que supone un aletargamiento del
espectador, y hace evidente la noción de lo onírico con la que Pasolini
explica el recurso visual de su poética cinematográfica. En ella todos
los elementos irracionales y oníricos están filmados en primer cuadro,
lo que significa traerlos a la conciencia del espectador. El poder
hipnótico de la toma permite que se liberen los niveles inconscientes y
generalmente reprimidos por el espectador. De ahí que en el im-signo
"...los arquetipos son las imágenes de la memoria y el sueño [...]
imágenes de comunicación con nosotros mismos". La construcción del
sentido descansa en el poder que tiene la imagen cinematográfica de
sumergirnos en un estado intermedio de percepción entre la conciencia y
el sueño, entro el yo y la alteración. Esto facilita la creación o
irrupción de un espacio libre de las pulsiones primarias de la
violencia, el erotismo y la perversión. En otras palabras, el recurso
mismo de la imagen como subjetividad libre indirecta significa abrir un
espacio incontrolable, donde se ponen en juego las formas primarias de
la subjetividad y donde, de alguna manera, se entra en el juego de la
fascinación-repulsión propia de estos impulsos fundamentales.
Las mediaciones simbólicas de Pasolini se explican por una constante:
el uso político de la sexualidad y sus perversiones. Uso que en el caso
de Saló o los ciento veinte días de Sodoma está definido por tres
niveles de referencialidad: el nivel de lo inmediato construido sobre
las expresiones del erotismo, la escatología y la muerte, el nivel de lo
mediato literario edificado por el cruce sintagmático/paradigmático con
las obras de Dante y el Marqués de Sade en lo narrativo del filme y en
la obra de Georges Bataille en lo conceptual y estético, y en el nivel
mediato también sintagmático/paradigmático de la iconografía en las
tipologías de los personajes y las topologías de los ambientes y
espacios. La resignificación visual de retratos de personajes históricos
del renacimiento y la resignificación topológica del ambiente a través
de las referencias visuales al arte de la vanguardia son muestra clara
de esto último.
Las distensión de la temporalidad a través del recurso cinematográfico
de la toma a distancia y semifija, unido a las mediaciones simbólicas y
vitales que el director construye, hacen que la concretización
temporal/vital del sentido, se resuelva en términos de estética de la
crueldad. En ella el director apuesta por la distensión emotiva del
tiempo del dolor y el placer a través de las formas vitales de la
perversión. En Pasolini, la perversión tiene que ver con la posibilidad
metafísica de la aniquilación del otro como gozo de sí mismo. Acaso por
ello, todas sus mediaciones producen un umbral de la conciencia en el
receptor que lo ancla en las fantasías. En este sentido, la crueldad
tiene una ambivalencia vital: pone al descubierto el grado de atracción
que esto ejerce en el espectador y al mismo tiempo rompe y transgrede el
orden moral y político del propio receptor. El asco entonces aquí
presenta una ambivalencia. El carácter temporal que abre, muestra al
mismo tiempo el rechazo moral del espectador hacia la crueldad y la
atracción por la pulsión de destrucción. En este sentido se da una
ambivalencia vital del sentimiento del asco y el morbo: atrae a
condición de objetivar al otro en lo inmediato del placer del yo. El
sentido ideológico y político que esto pueda tener en la obra de
Pasolini desborda el límite de este trabajo.
Las
secuencias en las que se basan estos análisis, dejan ver la complejidad
en la construcción de los elementos a los que se hizo referencia. La
distancia de las tomas, unida a la mediación expresiva que hace de la
coprofagia o de la tortura y de la mediación semántica de paradigmas
culturales y artísticos, tal como se observa en la ambientación
renacentista de la sala donde se reúnen los personajes para oír las
narraciones o en la significación que adquieren las pinturas de la
vanguardia europea de la primera mitad del siglo XX
en el salón desde donde se observa la tortura final del círculo de la
sangre, o finalmente, el cruce sintagmático que hace con el retrato de Federico de Montefeltro pintado
por Piero della Francesca hacia 1465, muestran el modo en que el
director introduce el acoso y la tortura como un dato
visual-fenomenológico y los sentidos ideológicos y discursivos que
adquieren estos valores en su cinematografía.
David Cronenberg, Crash. Extraños placeres
A diferencia de Pasolini, la cinematografía de David Cronenberg se
construye a través del montaje. Éste se caracteriza por la
esquematización del tiempo por medio de tomas fragmentarias y
preestablecidas de la acción. Se trata de la construcción de la trama a
través de instantes privilegiados y previamente determinados por el
guión y la dirección. Desde luego esto en el cine de Cronenberg se
explica por la relación que él mismo entabla con la tradición de los serial killers
norteamericanos, con el cine negro y con cierta estética de la ironía y
la fragmentación que se relaciona con William Burroughs. En su lenguaje
cinematográfico existe una estrecha relación entre el manejo de las
tomas de acción y la construcción de la trama. Lo que en otras palabras
significa que hay un esquema preestablecido de la acción, a partir del
cual se introducen el resto de los elementos: los personajes, las
situaciones, los ambientes, etcétera. A este recurso habría que añadir
el manejo que hace Cronenberg de la cámara. De movimientos más rápidos y
en desplazamientos interiores y exteriores, la toma se introduce en la
acción a tal grado de superponer los puntos de vista del director, los
personajes y del espectador mismo. Esto desde luego redunda en una
construcción de la acción más dinámica, cuando menos en lo que se
refiere al sentido de la imagen-movimiento como elemento estructural del
tiempo como representación. En este sentido, el cine de este director
no aporta mayores elementos a la estética propiamente cinematográfica,
sin embargo la importancia de estos recursos se explica en relación con
el modo en que logran involucrar al espectador en la violencia propia de
su obra. Los acercamientos, los cambios de punto de vista y la rapidez
de la acción permiten, a diferencia del cine de Pasolini, que el
espectador quede atrapado en cierto estado de embriaguez visual. Además,
la estética de Cronenberg se orienta hacia el lado subjetivo y
psicológico del asco, el morbo y la violencia.
En este sentido las mediaciones simbólicas de las que echa mano este
director entran en relación con un contexto más regional. Regionalismo
psicológico, cultural e histórico. En Cronenberg la mediación simbólica
descansa en dos elementos: la relación que establece con los imaginarios
construidos por la sociedad posindustrial norteamericana y la mediación
simbólica de la disolución posmoderna de la identidad del sujeto a
cambio de una estructura paranoide del individuo perseguido y acosado
por la máquina.
La
mediación simbólica de los imaginarios posindustriales, se leen a
través del paradigma de los espacios marginales de las ciudades. En
Cronenberg los espacios fronterizos de la ciudad funcionan como bordes
simbólicos de lo horroroso y lo fascinante y como lugares del deseo y el
erotismo. Las acciones en sus películas, escribe Miguel Cortés,
"...tienen lugar en un barrio, en la parte industrial, en parte
portuario, desierto y lleno de charcos donde la noche es interminable.
Un alucinante descenso a los infierno plagado de referencias siniestras y
cercano a la locura, una atmósfera opresiva y sórdida donde los
diálogos poco abundantes y un ambiente sonoro ininterrumpido crean una
situación de absurda irrealidad".
Esto además se vuelve más interesante cuando el director de Crash
introduce el uso del automóvil como condición indispensable de la
perversión erótica de la vida urbana. El maquinismo automovilístico
funciona como mediación del movimiento y el peligro y es el detonador
del erotismo y la seducción. Su lenguaje cinematográfico integra el
sentido del movimiento y la velocidad como una variable determinante de
la configuración de lo urbano en la cultura contemporánea. A esto habrá
que añadir los usos semióticos propios de los materiales industriales:
sonidos metálicos, chatarra, desperdicio no degradable que crean las
atmósferas de esta película.
La
fascinación que siente Cronenberg por lo industrial y los espacios
vitales que el desarrollo tecnológico produce en la sociedad
contemporánea, lo llevan a configurar un sentido del deseo del cuerpo
femenino maquínico y con ello a construir una mediación simbólica donde
el asco y el morbo son producto de esta ambivalencia corporal.
Los avances de la ingeniería y la informática médica han abierto un
nuevo imaginario corporal en nuestra sociedad, el que tiene que ver con
el sentido interior del cuerpo y con la reconstrucción de la organicidad
y la vitalidad a través de la máquina. Esto Cronenberg lo lleva al
extremo de hacer de las máquinas las formas mismas del deseo y la
perversión: ya sea el espacio erótico y erotizable del coche donde se
realizan buena parte de los actos sexuales en esta película, hasta la
maquinización del cuerpo en uno de los personajes femeninos, cuyos
miembros son una gran prótesis mecánica. El maquinismo en este director
significa la exhibición del estado interno de
destrucción/corrupción/infección del deseo y la sexualidad.
Así, el maquinismo es el recurso simbólico a través del cual introduce
la forma del deseo como peligro y fascinación ante la muerte. La máquina
no es una recuperación de la vida, sino una exhibición del estado
interno de corrupción del cuerpo. En este sentido, existe una diferencia
fundamental con Pasolini. En el italiano la ambivalencia del asco y el
morbo funciona como una subversión ideológica donde el espectador queda
atrapado en la equivocidad de la estética del torturador/torturado, lo
cual tiene que ver con un uso ético del asco a través de la exhibición
de la propia perversión de la que el espectador es víctima. En cambio en
Cronenberg, la construcción del asco y el morbo funcionan como apertura
de la obscenidad y la promiscuidad del deseo que se objetiva en las
formas de lo maquínico. Es decir, en este director el asco es un
desdoblamiento de la propia estructura de perversión del sujeto moderno.
Cronenberg disuelve la identidad del sujeto a través de la estética del
cuerpo mutilado y expuesto. Esto no es más que la otra cara de la
conciencia moralista de las clases medias norteamericanas y el
desenmascaramiento del discurso sexual de poder de la cultura
occidental, donde el deseo y el erotismo son el lugar de lo monstruoso.
Se trata de una mediación simbólica del horror que pone en evidencia el
doble discurso de la cultura de la higiene tan querida de la sociedad
contemporánea.
En Cronenberg el asco que producen sus películas, se contextualiza en
el acoso de las fantasías y las perversiones de una sociedad temerosa de
todo lo que trasciende los límites simbólicos de su pertenencia e
identidad sexual, racial y nacional. En este sentido, la exhibición del
erotismo a través de la sangre y las cicatrices pone en evidencia las
formas de perversión que una sociedad no asume como propias. Así pues en
Cronenberg hay una doble construcción corporal del sentido del asco: la
que tiene que ver con la perversión y el delirio de un sujeto en estado
de fragmentación y el modo en que este estado signa y se asigna al otro
como el extraño, lo monstruoso y lo perverso. La fenomenología de la
temporalidad del asco y el morbo.
El cuerpo, el tiempo y el otro
En la primera parte de este ensayo hablé de las estructuras
trascendental-fenomenológicas del cuerpo. También afirmé que de éstas la
que le correspondía a la estética de lo grotesco era la relación
interior-exterior del cuerpo. La interioridad orgánica introduce las
funciones y los órganos como un elan vital sobre los que se construye, en su nivel trascendental fenoménico, las vivencias estéticas del asco y el morbo.
Ahora bien, el orden estético fenomenológico del asco y el morbo habrá
que ubicarlo, en principio y por cierto derecho de tradición dentro de
la axiología de lo grotesco y en principio dentro del género de lo
cómico. Ubicación que de alguna manera he venido sugiriendo a lo largo
de este trabajo.
A propósito de lo cómico, Aristóteles afirma en su Poética:
"La comedia es como hemos dicho, imitación de hombre inferiores, pero
no en toda la extensión del vicio, sino que lo risible es parte de lo
feo. Pues lo risible es un defecto y una fealdad que no causa dolor ni
ruina; así, sin ir más lejos, la máscara cómica es algo feo y
contrahecho sin dolor".
Desde la perspectiva fenomenológico-hermenéutica supuesta a lo largo de
estas páginas, la idea aristotélica de lo risible como lo "defectuoso
sin dolor" se convierte en una orientación importante para llevar a cabo
el análisis de esta última parte del trabajo. De la negación del dolor y
su relación con la risa cómica (reírse con y la alegría de la vida)
puede desprenderse una primera consideración en torno a la definición de
lo grotesco, el asco y el morbo. Lo feo y lo monstruoso en la estética
de lo cómico se relaciona con cierto sentido de solidaridad vital
implícito en la risa, en lo grotesco, en cambio se relaciona con la
ambivalencia del placer y el dolor ante la reducción a la animalidad del
cuerpo y el peligro de fragmentación del sujeto. Un primer dato vital
se pone en juego en lo grotesco: la posibilidad de ser dañado, de ahí
que la risa grotesca tenga que ver con la crueldad como forma vital de
supervivencia del sujeto. Inclusive cuando Aristóteles se refiere a la
relación que la comedia tiene con los cantos fálicos como génesis de
este género (&5, 1449b) supone cierta vinculación de lo cómico y lo
grotesco con formas de la conducta animal. En este contexto, el asco y
el morbo son dos manifestaciones vitales de estas conductas primarias,
son un dato fenomenológico emocional que nos permite explorar su
funcionamiento y sentido temporal. Éstas tienen que ver con la
liberación de las pulsiones sexuales y escatológicas en su estado
animal, de ahí se desprenden la construcciones semánticas e
iconográficas y se explica la liberación de gestos "irracionales" y de
estados orgánicos de corrupción y descomposición de la materia. La
ambivalencia del asco y el morbo es un modo de identificación
"catártica" donde el sujeto receptor reconoce sus estados de perversión o
abyección en la objetivación del otro y la excitación de sí mismo. "Lo
auténticamente monstruoso –nos dice Cortés– es descubrir la bestia en el
seno del ser humano y, con ello, destruir toda la seguridad en la
identidad del hombre."
El asco y el morbo, si bien no necesariamente se relacionan con la
risa, están muy cerca del sentido de lo ridículo de ésta. Como lo afirma
Jauss: "La propiedad estético-afectiva de lo cómico sería, pues, algo
así como un filtro capaz de convertir la simple negatividad y la
suficiencia ética de la risa en algo positivo." (Experiencia estética y hermenéutica literaria,
Taurus, Madrid, 1986, p. 202) Mientras que lo ridículo se vincula con
lo cotidiano y la exhibición de la torpeza ante situaciones sociales de
estandarización de los individuos, la risa cómica tiene que ver con la
distancia que el espectador guarda con el personaje o la situación. Lo
ridículo involucra la crueldad donde el espectador es juez o víctima de
la situación. En este sentido, lo grotesco está más cerca de lo ridículo
que de lo cómico, con la variable que en lo grotesco se involucran no
sólo transgresiones de la vida social, sino transgresiones de las
estructuras vitales y orgánicas básicas. Entre la broma y la crueldad,
el elemento que está en juego es o la alegría de vivir o la exhibición
del daño al otro o a uno mismo. La burla establece una relación directa
con lo grotesco y tendría una forma específica en la crueldad y por ello
sus salidas a través del asco, la tortura y el morbo.
Si bien lo grotesco tradicionalmente se relaciona con lo risible, sin
embargo puede devenir en formas trágicas. En este sentido, lo grotesco
es un valor intermedio entre la compasión trágica y la simpatía cómica.
Mientras que para Jauss, lo ridículo conserva su fuerza negativa en
tanto forma de conservación del orden social establecido, desde la
perspectiva de este trabajo, una de las derivaciones de lo grotesco y su
diferencia fundamental con lo ridículo, se define por la ambivalencia
de sentimiento. Es decir, la identificación no funciona como restitución
del orden a través de la risa de exclusión, sino con la identificación
de las perversiones del receptor lo que está muy lejos de un sentido de
restitución del orden social o político.
Así por ejemplo, la organización social de seres monstruosos o marginales en la comedia funcionan como un sympathos,
donde los personajes y las situaciones provocan la "alegría de la
vida", hacen del sentido de la expectativa de la acción el deseo. En
cambio, en la construcción grotesca estos seres monstruosos exhiben la
tendencia destructiva y corruptora de la organicidad vital y social, de
ahí que se lleva a cabo la subversión de las normas y el fenómeno de
atracción-rechazo en la recepción de este valor.
Estas aproximaciones a lo grotesco, y su especificidad en el asco y el
morbo, dibujan las condiciones fundamentales de su estructura temporal.
Si como lo afirma Ricoeur en Tiempo y narración, en última
instancia lo que está en juego en la recepción de una trama es una
vivencia temporal, la de lo grotesco es una refiguración del tiempo como
vivencia emotiva de la degradación de la vida o de la vulnerabilidad
ante lo otro.
Lo
grotesco, en su ambivalencia de asqueroso y morboso, no temporaliza la
voluntad de poder sino la voluntad de destrucción y de muerte. De ahí
que los modos en que se simboliza lo grotesco se relacionan con
estructuras subversivas del orden personal, social y biológico, por ello
las mediaciones simbólicas de lo grotesco son configuraciones que
expresan los aspectos corruptibles y transgresores de las sensaciones y
emociones corporales y psicológicas primarias del ser humano. Esto
explica también por qué las mediaciones simbólicas ponen en crisis los
órdenes normativos de la sociedad y la cultura. Espacios marginales,
lenguaje prosaico, gestos animales, transgresiones sexuales y
escatológicas, son los modos en que se semantiza la temporalidad en los
signos culturales que utiliza esta estética de lo grotesco de lo morboso
y lo asqueroso.
En cualquier caso lo que interesa mostrar, en última instancia, es el
carácter temporal que se revela en el cine de Pasolini y Cronenberg a
través del asco y el morbo. Ya sea por la exhibición maquínica del
cuerpo o tan sólo por las funciones orgánicas que muestran los desechos y
los excesos del cuerpo, la organicidad vital tiene una primera relación
con el asco en cuanto que evidencia el tránsito de la vida a la muerte a
través de la descomposición. En ella se pone en juego el sentido del
tiempo como corrupción, fragmentación y destrucción. La interioridad
orgánico-vital significa la apertura del sentido metafísico de la espera
como temor y disolución. De ahí que Bataille considere que el asco en
el fondo es el temor mismo.
Esas
materias movientes, fétidas y tibias, cuyo aspecto es horroroso, en las
que la vida fermenta, esas materias en las que bullen los huevos, los
gérmenes y los gusanos están en el origen de esas reacciones que
llamamos náusea, repugnancia, asco. Más allá del aniquilamiento
por venir, que dejará sentir todo su peso sobre el ser que soy, que
espera ser aún, cuyo sentido propio, más que ser es esperar ser (como si
no fuera la presencia que soy, sino el porvenir que espero, que
sin embargo no soy), la muerte anunciará mi retorno a la purulencia de
la vida. Así puedo presentir –y vivir en la espera de– esa purulencia
multiplicada que por anticipado celebra en mí el triunfo de la náusea. (El erotismo, Tusquets, México, 1997, p. 80).
Temor
que significa la irrupción del tiempo como finitud echa de carne y
hueso. En este sentido la reducción fenomenológica de la temporalidad
del asco y el morbo, se refiere a la posibilidad de la muerte como
angustia ante la vivencia humana de la temporalidad. Ya Emmanuel Levinas
lo veía en el sufrimiento de Job:
La
angustia es al aguijón del mal. Enfermedad, mal de carne viva,
senescente, corruptible, perecimiento y podredura: estas serían las
modalidades de la angustia misma; por ellas y en ellas, el morir es en
alguna manera vivido, y la verdad de esta muerte resulta inolvidable,
irrecusable, irremisible; en la imposibilidad de disimularse uno mismo
su propio morirse estriba la indisimulación misma y quizá el
desvelamiento y la verdad por excelencia, lo de por sí abierto, el
insomnio originario del ser: roedura de la identidad humana que no es un
espíritu inviolable abrumado por un cuerpo perecedero, sino la
encarnación, con toda la gravedad de una identidad que en sí misma se
altera ("Trascendencia y mal" en Phillipe Némo, Job y el exceso del mal, Caparrós, 1995, pág. 155)
La estructura temporal del asco y el morbo son un colapso en tiempo. El
instante del asco y el morbo demuestran el límite de una espera: el de
la vida que se anuda entre el deseo y el temor.
¿Qué se pone pues en juego a través de la cinematografía de estos dos
directores? Sin duda una construcción del sentido del asco a través del
juego analógico del "cuerpo". Éste contempla y al mismo tiempo se
introduce en la acción a través de la toma. El cine es un lenguaje que
acorta, de manera casi absoluta, la distancia entre la narración y el
tiempo. La estructura óntica que define el lenguaje cinematográfico, en
última instancia tiene que ver con una fenomenología del cuerpo en
movimiento. El como si fuera verdad, es entonces la construcción del
sentido a través de la intencionalidad corporal que el cine asume como
condición perceptual trascendental de su lenguaje. En el cine las
fronteras entre el interior y le exterior de la experiencia estética
quedan prácticamente disueltas. La motricidad corporal hipostasiada en
el "ojo" del director, permite hacer del movimiento el elemento mínimo
de sentido en el cine. Pienso que sólo así se puede explicar por qué el
espectador se involucra a tal grado en la vivencia estética de este
arte. Acaso también por ello, se explica por qué el asco y el morbo
tienen que ver con la coincidencia de la mirada con la acción, de la
acción con la emoción del espectador y de la emoción del espectador con
el tiempo como vivencia cuasi-verdadera de un evento en su desarrollo
concreto. Visto así, la primera condición de construcción del asco y el
morbo se define por la manera en que los usos cinematográficos permiten
la construcción del sentido a través de un soporte pre-judicativo y
expresivo del tiempo en términos, no de ficción, sino de falsedad. En el
cine la diferencia entre verdad y falsedad, entre ficción y realidad es
tan endeble que permite pensar que este arte ha abierto un campo aún
por explorar: el del arte como tiempo puro.
jlbarrios@prodigy.net.mx http://mxfractal.org/F16barri.html
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