Nuestro tiempo, no 659.
El Muro de Berlín fue mucho más que una frontera geográfica. A uno y
otro lado se consolidaron dos modos de entender la política, la cultura,
las ideologías, la humanidad misma. El 9 de noviembre de 1989, cuando
se derrumbó de forma pacífica, el este europeo tuvo que reinventarse, y
occidente descubrió que no todo era un gulag al otro lado del telón de
acero. Las ruinas del muro forman hoy una cicatriz que tiene algo de
símbolo: es la herida que han dejado en la historia los principales
totalitarismos del siglo XX.
MUNDO
ANTES: Un orden internacional acartonado
La guerra fría, a pesar de su amenaza, tenía una nítida sencillez.
Bipolaridad entre Washington y Moscú, Tercer Mundo debatiéndose por un
difícil no alineamiento, puesta en marcha de la integración europea,
equilibrio del terror en la escalada armamentista y en las alianzas
poliédricas; OTAN, SEATO, Pacto de Varsovia, proliferación de
organizaciones internacionales bajo el paraguas onusiano, estabilidad y
tensión en un escenario de riesgos calculados. Conflictos periféricos
como Corea, Cuba, Vietnam, África Subsahariana y las dialécticas entre
dictaduras y revoluciones en la América hispana dibujaban un tinglado no
fácil de embridar que el temor al estallido de una III Guerra Mundial
siempre lograba desactivar, como se vio en la crisis de los misiles, en
Berlín, en Hungría, en Suez o en la Primavera de Praga. La
descolonización fue el otro cambio histórico estelar del periodo y el
nacimiento de un centenar de estados que transformaron la estructura de
los actores, medios y factores del sistema. Oriente Medio y en su centro
las guerras arabe-israelíes de 1948, 1956, 1967 y 1973 constituyó el
espacio más peligroso, que ha transferido su problemática al periodo
posterior a la Guerra Fría.
La coexistencia a partir de los años sesenta dio acartonamiento y
resignación a un orden internacional que parecía llamado a perdurar
secularmente y que a la vez ofrecía un cierto respiro a unas sociedades
occidentales cada vez más desarrolladas, democráticas y pujantes. Es una
época que vive asombrosos progresos en todos los campos científicos y
tecnológicos, del microcosmos al macrocosmos, como ilustra la carrera
espacial, desde el primer satélite ruso en 1957 a la llegada a la Luna
de los americanos en 1969, símbolo emblemático de un mundo partido en
dos, ante la mirada inquieta de los demás actores que expresaban su
deseo de policentrismo.
Pedro Lozano Bartolozzi Profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Navarra
DESPUÉS: Multipolarismo y globalización
El primer dato incuestionable es la globalización del sistema
internacional. Sin embargo, este mundo interconectado por las redes de
la telemática, ofrece injusticias, y contrastes no menos patentes. Es un
sistema asimétrico. El número de actores se modifica. Solamente de la
exURSS y la exYugoslavia han surgido veinte estados. Los miembros de la
ONU pasan de 159 en 1985 a 192 en 2009. El fin de la Bipolaridad en la
década finisecular abrió un esperanzador horizonte optimista bajo el
hegemonismo norteamericano que hizo a Fukuyama plantear el Fin de la Historia.
Tras el espectacular atentado del 11-S en 2001 la seguridad saltó por los aires y Huntington
sugiere el choque de Civilizaciones. El tsunami conflictivo vuelve a
sacudir el horizonte con el terrorismo internacional, las guerras de
Afganistan e Irak, la involución en el contencioso israelí-palestino,
los etnonacionalismos yugoslavos, los Estados fallidos, las mafias de
delincuencia organizada. El complejo entramado de actores no estatales
contrasta con la afirmación de potencias emergentes como China, India o
Brasil, el resurgir de Rusia o el rediseño de la Europa de Lisboa con 27
miembros. La gestión multilateral de crisis, y la formación de los
grupos G como el G-8 o el G-20 ilustran la deriva hacia el
multipolarismo e incluso se habla de un mundo postamericano. La
degradación del medio ambiente, las pandemias, las migraciones, el
desgaste de las ideologías y los desajustes Norte-Sur y Este-Oeste
dibujan el perfil de un siglo xxi complejo y tal vez turbulento, que
necesita urgentemente encauzar su dinámica para lograr un mundo más
libre, menos pobre y más seguro. P. L. B.
EUROPA
ANTES: De la protesta al cambio
A fines de la década de los ochenta eran muy pocos los que presentían
que las dictaduras comunistas del bloque soviético y de los regímenes
de Yugoslavia y Albania iban a derribarse con la rapidez que sucedió.
A partir de la II Guerra Mundial se habían registrado varios ciclos de crisis al otro lado del Telón de Acero. La muerte de Stalin en 1953 y la tamizada condena del estalinismo en 1956 llevada a cabo por Kruschov
propiciaron las primeras reacciones de protesta en los países del
bloque soviético, que adquirieron carácter cíclico: en 1953 en Alemania
oriental, la revolución popular de octubre-noviembre de 1956 en
Budapest, la primavera del comunismo reformista de 1968 en Praga, la
revolución obrera en Polonia y el sindicato Solidarnosc polaco en 1980.
Pero, hasta 1981, la pasividad de los mudos testigos del Occidente hizo
posible que la Unión Soviética y sus aliados pudieran ahogar las
protestas con ayuda de la policía y los militares.
Cada intervención implicaba una importante pérdida de prestigio
político para la izquierda europea, en especial para los partidos
comunistas de Europa Occidental. En 1975 la URSS había ya renunciado a
extender la revolución en los países de Europa Occidental y estaba
intensificando sus esfuerzos por convertir el Telón de Acero (resultado
del armisticio de 1945, al que no siguió ningún tratado de paz con
Alemania) en una frontera definitiva. Pero en octubre de 1978 el
Cardenal de Cracovia fue elegido Papa y en 1980/81 una protesta laboral
condujo a la fundación de un sindicato no comunista en Polonia. Entonces
la URSS no podía permitirse una nueva intervención militar contra un
sindicato de diez millones de personas. La solución de compromiso fue un
pseudo golpe de estado de un general comunista polaco en 1981. Cinco
años mas tarde (en 1985) el nuevo secretario general del Partido
Comunista soviético Mijail Gorbachev ponía en boga la "política de la perestroika” (reestructuración) y de la "glasnost”
(transparencia): lo que al principio parecía sólo un eslogan
propagandístico se convirtió en un sinónimo de liberalización para todos
los aliados. Los polacos fueron los primeros en cambiar de régimen: las
elecciones parlamentarias semilibres de junio de 1989 pusieron el
Gobierno polaco prácticamente en manos de Solidarnosc antes de que
empezara la huida en masa de alemanes orientales desde Hungría a Austria
meses antes de que cayera el Muro de Berlín.
Ricardo Estarriol Corresponsal de La Vanguardia en el Este de Europa hasta 2002
DESPUÉS: Transiciones a distinto ritmo
En 1989 nadie disponía de manuales que explicaran cómo tenía que
hacerse el paso del comunismo a la democracia. Los cambios políticos
fueron posibles en el momento en que quedaron anulados los tratados de
los aliados de la II Guerra Mundial sobre la división de Europa en
esferas de influencia, es decir, los acuerdos de Teherán de
noviembre-diciembre de 1943, de Moscú en octubre de 1944, de Yalta
(febrero de 1945: sólo tres meses antes de la capitulación alemana) y de
Potsdam (agosto de 1945: dos meses y medio después de la capitulación
alemana). Esto fue posible cuando se derrumbó el bloque comunista
soviético, primero con la disolución del Pacto de Varsovia y del Comecón
y después con la desintegración de la propia URSS en numerosos estados
independientes.
A pesar de que en todos estos países se produjo inicialmente un
fenómeno de cohesión anticomunista semejante, no todos los caminos hacia
la democracia fueron iguales. El elemento común fue de poca duración
(como lo fue en la España del posfranquismo): los respectivos frentes,
bloques y foros que se habían puesto inicialmente al frente de la
reforma duraron por lo general poco tiempo o se convirtieron en uno de
tantos partidos dentro de la lucha electoral.
Pero también hubo divergencias en cuanto al origen de la transición.
Mientras que en Polonia fue evidentemente la oposición no comunista la
que se puso al frente del movimiento de democratización, no fue así en
todos los países. En la Unión Soviética fue el nacionalismo ruso la
plataforma que ha permitido un traspaso del poder a una oligarquía de ex
policías y oligarcas de la privatización. Un caso muy especial fue el
de Rumanía, donde nada menos que la cúpula de la policía política (la
omnipotente Securitate) puso la espoleta que condujo a una
revolución popular que muy pronto pasó a ser controlada por expertos en
administrar el poder, como el ex presidente Ion Iliescu.
En Bulgaria fue el propio Partido el que inició las depuraciones
primero dentro del Partido Comunista y después dentro del Gobierno. En
ambos países una buena parte de la antigua nomenclatura reapareció con
nuevos trajes. Las transiciones más civiles se registraron en
Checoslovquia y en Hungría. El campeón de la llamada "revolución de
terciopelo” en Checoslovaquia fue el disidente y posterior presidente Vaclav Havel.
En Hungría hoy día todavía los ex comunistas o comunistas convertidos a
la democracia intentan atribuir los méritos de la transición magiar a
la perspicacia de los comunistas reformistas.
La transición más sangrienta tuvo lugar en la ex Yugoslavia. Todavía
es demasiado pronto para analizar todo aquello, pero ya ahora la mayor
parte de los que han observado la desintegración de Yugoslavia coinciden
en que la intervención de la Comunidad Europea (defendiendo la unidad
estatal de un estado que había dejado de existir de hecho) tuvo
catastróficas consecuencias. R E.
BERLÍN
ANTES: Esquizofrenia cotidiana
La vida en el berlín comunista fue hasta la caída del Muro una
permanente aproximación a la esquizofrenia colectiva. Se vivía en las
penurias constantes del sistema estalinista, comprando lo que fuera
aunque no se necesitase cuando se encontraba, porque en la penuria
cualquier cosa podía ser canjeada oportunamente.
Y al mismo tiempo, se sabía que desde el punto de vista de
suministros de todo tipo se vivía en la capital de la RDA infinitamente
mejor que en el resto de la República Democrática Alemana. Pero en
cuanto llegaba gente del otro Berlín o la RFA, se veía que al otro lado
del Muro existía una opulencia casi insultante.
Se veía y se palpaba. Porque no sólo había un visiteo intenso y
constante de alemanes occidentales, sino que muchos trabajadores
extranjeros del Berlín Occidental se habían montado un tinglado de
dormir en la parte oriental a precios orientales en casas particulares y
traían así divisas alemanas occidentales que se cambiaban 4 a 1 en el
mercado negro.
Este mercado secundario con una moneda superfuerte les evidenciaba a
los berlineses orientales las deficiencias económicas del sistema de una
forma rayana en lo ofensivo.
Por lo demás, el Estado-policía era idéntico en todo el país y
sumamente parecido al imperante en todo el bloque comunista desde que se
acabó la II Guerra Mundial.
Valentín Popescu Corresponsal de la Vanguardia en Alemania durante los últimos 25 años del siglo XX
DESPUÉS: Un regalo de la historia
Fue sólo un segundo, pero marcó sin duda la vida de los ciudadanos de
la antigua República Democrática Alemana. Fue el que iba de las 23.59
horas del día 2 de octubre a las 0.00 horas del 3 de octubre de 1990,
día de la unificación. En ese momento, desaparecieron todas las
referencias de un país, su país: la bandera, insignias, himno, su
identidad.
No hay que olvidar que fueron ellos los que pidieron una rápida
unificación al grito de "Wir sind ein Volk” (Somos un pueblo) que
sustituyó al de "Wir sind das Volk” (Somos el pueblo) de la caída del
Muro. Pero lo que sobre el papel puede funcionar perfectamente puede
tener también un elevado coste humano. La unificación alemana no iba a
ser menos. Los "paisajes florecientes” que prometiera el ex canciller Helmut Kohl sólo
han llegado a determinadas áreas. El paro es el doble en el Este, más
de un millón de personas ha abandonado esa parte del país. Pero también
hay muchos, sobre todo jóvenes, que han sabido "triunfar
profesionalmente”.
El Muro de Berlín desapareció físicamente con extraordinaria rapidez y
con eficiencia alemana, pero fue creciendo otro en la cabeza y el
corazón de los alemanes. Cuarenta años de socialización distinta habían
dado como resultado mentalidades diferentes. Los del Este se sienten
ciudadanos de segunda y consideran a los del Oeste arrogantes,
superficiales y peseteros. Estos describen a los orientales como
desconfiados y holgazanes y se muestran hartos por los costes de la
unificación.
Será necesaria al menos todavía una generación para hablar realmente
de la nueva Alemania que se viene levantando "piedra a piedra”. La tarea
de la unificación era ingente. El proceso está muy avanzado. Una de sus
múltiples pruebas es la naturalidad con la que se aceptó a Angela Merkel, una mujer del Este, como la primera canciller de la historia de Alemania.
Pero, ante todo, los alemanes deberían tener siempre muy presente el
regalo que la historia les hizo, a los de uno y otro lado, aquella
inolvidable noche del 9 de noviembre de 1989.
Pilar Requena Periodista de TVE que cubrió la caída del Muro de Berlín
IDEOLOGÍA
ANTES: La agonía del comunismo
La caída del muro de Berlín, hace ahora veinte años, fue resultado de
un largo proceso de agotamiento del comunismo en la Unión Soviética y
en los países de la Europa del Este. Estuvo precedido por la perestroika,
estrategia muy frecuentada históricamente en Rusia, con la cual se
pretendía dar un giro que dejara descolocados a los adversarios
políticos. A Gorbachov se le fue la mano, porque no se
percató de que una Unión Soviética económicamente agotada, y
militarmente puesta contra las cuerdas por la "guerra de las galaxias”
estadounidense, no estaba para giros de ningún tipo.
Algo curioso de recordar es que los comunistas de las naciones
occidentales no se habían hecho a la idea del posible colapso de los
países centralizadamente dirigidos por una ideología marxista. Y también
es digno de evocar el hecho de que –por ejemplo, en España– se ha
abandonado el marxismo de manera masiva sin que hubiera ningún tipo de
autocrítica por parte de sus seguidores, que todavía seguían siendo
bastante numerosos en los años setenta y comienzos de los ochenta. Y,
por supuesto, no se han oído apenas condenas de las matanzas masivas de Stalin y del propio Lenin.
Aunque el marxismo político ha pasado a ser una ideología residual,
el materialismo histórico está presente en otros campos de la sociedad y
de la cultura: teología de la liberación, ideología de género,
feminismo radical, freudomarxismo, movimientos de signo bolivariano en
Latinoamérica, grupos antisistema y antiglobalización, etcétera. El
marxismo de inspiración soviética ha desaparecido, pero las sociedades
occidentales han aceptado en buena medida la revolución sexual y la
revolución cultural que se produjeron a raíz de la rebelión estudiantil
en torno a 1968. A propósito de la presunta muerte del marxismo, habría
que decir con don Juan Tenorio: "Los muertos que vos matáis gozan de
buena salud”.
Alejandro Llano Catedrático de Metafísica de la Universidad de Navarra
DESPUÉS: Decadencia cultural
Se podría decir que el Muro de Berlín cayó hacia ambos lados. Hacia
el Este, puso en evidencia el vacío ideológico de una situación
artificial, mantenida por unos regímenes policiacos. Hacia el Oeste,
descubrió la falta de convicciones éticas en las sociedades de la
abundancia, de las cuales pudo decir Vaclav Havel: "Vivimos en una ficción, y esa ficción se ha tornado inhabitable”.
Occidente tuvo poco que ofrecer a los países del Este, que
inicialmente se consideraron liberados, y que pronto se darían cuenta de
que el materialismo de los países llamados "libres” era más sofisticado
y laxo, pero no menos radical que el materialismo del Este. En los
países de la Europa occidental se comenzó a decir: "Contra el comunismo
estábamos mejor”. Se empezó a hablar –conviene recordar a Fukuyama–
del "fin de la historia” y del triunfo definitivo del liberalismo
económico. Pero, visto desde la actual crisis, ese éxito, como diría Leonardo Polo, fue prematuro.
El aniversario de la caída del Muro es una buena ocasión para
reflexionar acerca de las convicciones cívicas y de los recursos
culturales. Los occidentales –seguidos ahora por los habitantes del
Este– creen cada vez en menos cosas. El confort y el consumismo son casi
los únicos fines que se persiguen de manera generalizada. Por eso,
también estamos asistiendo a un proceso de decadencia, que tiene una
raíz más ética y cultural que económica. La caída de la natalidad es un
signo de que la vitalidad es escasa, y constituye un anuncio del declive
económico que se está comenzando a atisbar. Los países emergentes se
encuentran fuera de Europa y de América del Norte. Son asiáticos y
latinoamericanos: China, India, Brasil y México. El primero de ellos es
el único gran país del mundo que todavía se declara marxista. Pero su
comunismo es más nacionalista que revolucionario, y su rápido
enriquecimiento económico le está aproximando cada vez más a los usos y
costumbres de las naciones acaudaladas, aunque semejante cambio sólo
afecte a los sectores privilegiados de su población. A. Ll.
CINE
ANTES: De la lucha de clases a Wim Wenders
El cine en alemania tiene una larga tradición de compromiso con la
política. Los nazis lo pusieron al servicio de su régimen, pero también
entonces hubo dos mil personas relacionadas con el mundo del cine que
optaron por el exilio. A partir de 1946, las autoridades soviéticas de
la República Democrática Alemana (RDA) reactivaron la producción
cinematográfica aprovechando el retorno de algunos exiliados. Como antes
había sucedido con Hitler, el cine se convirtió para
ellos en un poderoso elemento de propaganda ideológica. El Estado, en
consecuencia, se reservó el monopolio de la producción a través de la
Deutsche Film Akiengesellschaft (DEFA), que desarrolló obras de corte
antifascista, sobre todo hasta 1950. Se glorificaba el proletariado, se
ilustraba la lucha de clases o se profundizaba en los traumas de la II
Guerra Mundial. Un ejemplo elocuente de esto último lo constituyó el
famoso Die Mörder sind unter uns (Los asesinos están entre nosotros), de Wolfgang Staute, rodado
en 1946 en las ruinas casi humeantes de Berlín. Todos estos temas
terminaron por fatigar al público, y el cine se vio obligado a buscar
otras escapatorias. Desde la década de los cincuenta, se situó en la
línea del "realismo socialista” impuesto por la ideología del Partido
Comunista.
En la República Federal alemana (RFA), las preocupaciones eran
diferentes. Se difundieron algunos documentales sobre los campos de
concentración y la actualidad anglo-americana, pero al público de un
país en ruinas le interesaban mucho más las películas americanas. En
1962 sólo se produjeron en la RFA 63 películas.
En el Oeste, ya en los años setenta y ochenta, se abrieron paso nombres comos los de Wim Wenders, Werner Herzog, Rainer Werner Fassbinder, Volker Schlöndorff o Reinhardt Hauff. Eran en cierto modo los herederos del Manifiesto de Oberhaussen,
firmado en 1962 por 26 cineastas que buscaban inspiración en la "nueva
ola francesa” y que anunciaron el nacimiento de un "Nuevo cine alemán”. Der Himmel liber Berlin (1987), de Wim Wenders, triunfó fuera de las fronteras. Schlöndorff obtuvo la Palma de Oro en Cannes por Die Blechtrommel (El tambor) en 1979. El propio Wenders se hizo con el mismo galardón en 1984 por Paris-Texas, rodada en USA. Fue quizá Das Boot (El barco), de Wolfgang Petersen, la
que en 1981 dio al cine germano su primer éxito internacional. Contaba
la odisea de un submarino alemán durante la II Guerra Mundial.
Jorge Collar Crítico de cine de Nuestro Tiempo
DESPUÉS: Una comprensión nostálgica del pasado
A caída del muro no produjo un cambio inmediato en el panorama
cinematográfico alemán, si se exceptúa el desmantelamiento del monopolio
estatal del Este. El cine siguió enfrentado al problema de una
culpabilización difusa, pero desde una nueva perspectiva: la
colaboración con el régimen comunista de la RDA. Hubo unos años
sombríos, pero hoy se puede hablar de una nueva generación de autores
alemanes, de entre 30 y 45 años, que ha irrumpido con fuerza en la
primera década de este siglo. La producción ha pasado de 87 películas en
1995 a 174 en 2006.
El boom comenzó en 2003 con Good bye, Lenin! de Wolfgang Becker,
que relata la historia de una mujer que pierde la memoria el día de la
caída del Muro y a la que su hijo, siguiendo el consejo de los médicos,
hace creer que sigue viviendo en la RDA. La crítica de la Alemania del
Este es evidente pero no hay ningún matiz de revancha, sino una
comprensión nostálgica de un mundo desaparecido. Más duro es el juicio
de Florian Henkel von Donnersmarck en Das Leben der anderen (La vida de los otros)
(2006), que comporta ya una crítica en regla del sistema comunista: es
la historia de un agente de la policía secreta que ha instalado
micrófonos en la casa de unos artistas, pero que traiciona a sus
superiores para proteger a los espiados. Otras películas se abren sobre
la historia, como la obra capital sobre los últimos días de Hitler –Der Untergang (El hundimiento)–, rodada en 2005 por Olivier Hirchbiegel con el impresionante trabajo de Bruno Ganz en el papel de Hitler, o como la evocación de los años de plomo en The Bander Baader Meinhof Complex, de Edel Uli
(2008), sin olvidar la recuperación de la Rosa blanca, movimiento de
jóvenes contra el nazismo, abordado con una sobriedad ejemplar en Sophie Scholl, de Marc Rothemund (2006). La lista podría alargarse con las películas de Tom Tykwer (Lola Rennt), Fatih Akin (Auf der anderen Seite, Head-On) o de Stefan Ruzowitzky, que ganó el Oscar al mejor filme extranjero en 2008 por Die Fälscher. Todas ellas han sido éxitos notables en Alemania y han triunfado además en el ámbito internacional. J. C.
ARQUITECTURA
ANTES: Dos modos de entender la ciudad
Los arquitectos que viven y trabajan en el nuevo estado occidental
resurgido como República Federal Alemana en 1948 intentan en su ingente
labor de reconstrucción del país retomar los caminos de vanguardia y
experimentación de la fase "heroica” del movimiento moderno que tuvo su
principal escenario en la Alemania de la República de Weimar. Acabada
por el ascenso del nacionalsocialismo en 1933, en ella las principales
figuras se alineaban en la tendencia Expresionista o en la Racionalista
partidaria de la "Nueva Objetividad” (Neue Sachlichkeit).
Aunque la mayoría de estos grandes maestros del periodo fundacional había ya desaparecido: Behrens, Poelzig, Taut o emigrado: Mendelshonn, Breuer, Gropius y Mies,
su influencia en la arquitectura de posguerra siguió vigente sobre todo
la de los dos últimos, que habiendo adquirido la posición de maestros
indiscutibles pueden ser considerados como fundadores del estilo
internacional que será la tendencia dominante de la Alemania occidental.
De los arquitectos notables que permanecieron en el país y
sobrevivieron, primero al ostracismo nazi y luego a la propia guerra
destaca Hans Schaorun, expresionista como Mendelshonn y Taut,
que creará uno de los edificios más relevantes del periodo, la
Filarmónica situada en el Kulturforum de Berlín, compartiendo
localización con el gran maestro racionalista Ludwig Mies Van der Rohe,
que en una puntual vuelta proyectual a su país de origen construye la
Nueva Galería Nacional, otra pieza de referencia emblemática en la
década de los años sesenta.
Entre tanto al Este, los arquitectos de la República Democrática
Alemana huyen ideológicamente de la búsqueda de la autoría individual
(no existe el arquitecto como profesión liberal privada) y trabajan en
colectivos vinculados con las organizaciones del régimen comunista,
produciendo una arquitectura oficial de subsistencia, de muy baja
calidad formal y constructiva que recurre en sus aspectos
representativos a los catálogos más rancios del imaginario del realismo
socialista.
Una intervención urbana de gran escala en Berlín que sintetiza el
contraste con las tendencias imperantes en Occidente será la Avenida
Stalin (StalinAllee) comenzada en 1949, posteriormente Avenida Karl Marx
(Karl Marx Allee), que, con el objetivo de dignificar la vivienda
urbana para las clases trabajadoras, recrea una monumental avenida con
alineación de ciudad tradicional enfáticamente flanqueada por altos
edificios de lenguaje neoclásico. Esta propuesta provoca una reacción
crítica en Berlín Oeste que toma forma en la Interbau Hansaviertel
(1957): un conjunto de viviendas en torre diseminadas entre amplias
zonas verdes diseñadas por las principales figuras del panorama
arquitectónico internacional. Es una exposición de edificios construidos
en la que se manifiesta claramente el contraste entre dos modos de
entender la arquitectura y la ciudad.
Luis Tena Arquitecto, profesor de Urbanismo en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra
DESPUÉS: Una década de furor constructivo
La reunificación de alemania tras la caída del Muro supone en
realidad la absorción de la antigua república oriental que da origen a
un verdadero "boom” de la construcción en los antiguos territorios del
Este. Para la arquitectura trae consigo la generalización del sistema
liberal de la profesión y la adopción de los modos de proyectar y
construir vigentes en todo el continente con sus ventajas e
inconvenientes. Entre las primeras la mejora de las condiciones de
habitabilidad y la solución de las carencias dotacionales, y como
defecto la banalización de la calidad cultural de la arquitectura.
La renovada capitalidad de Berlín da comienzo a un programa de
construcción de nuevos edificios públicos dotados de una gran carga
simbólica y política en la vieja ciudad herida por la división de su
centro. El Reichstag remodelado por Foster o el Museo Judío de Libeskind
aparecen como ejemplos polémicos y extremos de una nueva versión de la
tradicional confrontación estilística de la arquitectura germana.
Además entran en escena como promotores de la rehabilitación y
recosido de los grandes ámbitos centrales vacantes las grandes
corporaciones industriales, como la iniciativa de la Daimler en
Potsdamer Platz, convirtiendo a Berlín en el más extenso solar en
edificación, en perpetuo debate sobre la idea de ciudad y en el
escaparate de las arquitecturas más cosmopolitas y ambiciosas.
Aunque la actual crisis económica ha ralentizado el "furor
constructivo” de la pasada década, Alemania sigue siendo la referencia
europea en cuanto a calidad de la construcción, de la ingeniería y de la
obra pública con una arquitectura a veces desigual pero siempre objeto
de interés y polémica. L. T.
LITERATURA
ANTES: Literatura y 'perestroika'
A mediados de los años ochenta en la Unión Soviética empezó un nuevo periodo político bautizado como perestroika.
En la vida literaria este proceso significó la dulcificación y la
subsiguiente supresión de la censura. El lector soviético tuvo de
repente acceso a la cultura europea; a su propia literatura, que a
partir de los años cincuenta fue denominada samizdat y coexistía de un modo latente con el realismo socialista oficial; y también a la literatura de la emigración rusa (tamizdat).
El periodo comprendido entre 1986 (la publicación de las obras de Nicolay Gumilev y Andrey Platónov)
y 1990 es la época en la que en la URSS se produce una especie de
explosión cultural, y una gran cantidad de textos literarios hasta
entonces desconocidos se pone al alcance del lector.
Esos textos, muy distintos desde el punto de vista cronológico y
estilístico, pueden dividirse en los siguientes grupos. Por una parte,
están las obras de escritores de tres generaciones (oleadas) de la
emigración, tales como Vladimir Nabókov, Vladislav Jodasévich, Georguiy Ivánov, Nina Berbérova, Iósif Brodsky, Serguey Dovlatov, Vladímir Voynovich, Vasiliy Aksénov. Un
segundo grupo lo forman los textos de autores soviéticos escritos hace
tiempo y que no fueron publicados antes por motivos de censura. Entre
los más conocidos están La Casa Púshkin, de Andrey Bitov; Moscú-Petushki, de Venedikt Eroféev; Escuela de tontos, de Sasha Sokolov; Hijos de Arbat, de Anatoliy Rybakov,
es decir, los libros que son la base del posmodernismo ruso. Al mismo
tiempo vieron la luz los textos de los clásicos soviéticos prohibidos en
la URSS o publicados con muchos cortes, tales como Nosotros, de Evgueniy Zamiátin; El Maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov y la prosa de Andrey Platónov.
Y al tercer apartado pertenecen las obras de escritores contemporáneos
de varias generaciones que representan diferentes tendencias y
corrientes, pero pertenecientes todos ellos a la literatura a la que
diferentes críticos denominaron como "artística”, "actual”, "otra”. Sus
nombres son Andrey Bítov, Vladímir Makanin, Tatiana Tolstaya, Dmitriy Prigov, Timur Kibírov, Lev Rubinstein y muchs otros.
Diferentes estilos, lenguajes y géneros de escritores de varias
corrientes literarias fueron presentados al lector en las páginas de las
revistas literarias. Las famosas "revistas gruesas”: Novy mir, Neva, Junost, Avrora.
Como consecuencia de esta actividad editorial se desplazó el eje
cronológico de la literatura. En un breve momento histórico se concentró
todo un siglo.
Ana Kovrova Profesora de Literatura en la Universidad de San Petersburgo
DESPUÉS: El escritor ya no es director de conciencias
la unión de repúblicas Socialistas Soviéticas dejó de existir en
1991. En el ámbito de la literatura, el proceso que tenía lugar a
principos de los años noventa suele denominarse "literatura
postsoviética”, un término que claramente tiene un sentido más
ideológico que cronológico. Es decir, que surge o más bien cobra
conciencia una literatura que se considera en oposición a la ideología
soviética y que se interesa por la forma de expresión. Cambia el estatus
del escritor: de director de conciencias pasa a ser persona particular.
Se desarolla una estética modernista y más tarde posmodernista:
nuevos lenguajes y estilos, intertextualidad, transformación de los
géneros tradicionales, aparición de novelas-comentarios (El retro cercano de Andrey Bítov, Las aventuras de los músicos verdes de Evgueniy Popov),
percepción del mundo como texto y del texto como mundo, fragmentación
de la realidad, minimalismo, juego continuo y otros rasgos de la poética
del posmodernismo. Aparecen nuevos nombres: Victor Pelévin, Vladímir Sorókin, Olga Slávnikova y otros.
En este periodo desaparece la división entre literatura de Rusia y
literatura de la emigración, pero se establece una división diferente.
La literatura postsoviética pasa a ser muy heterogénea. Los dos extremos
opuestos hoy día son la literatura de masas y la literatura elitista.
Entre aquella destaca la novela policiaca de costumbres (Alexandra Marínina), histórica (Borís Akúnin) o política (Eduard Tópol), thriller
y literatura fantástica. En el otro extremo se sitúa una literatura de
neorrealismo, conceptualismo, "sots art” y neobarroco. Otro rasgo de
innovación es la aparición en los años noventa de los premios
literarios. El Booker ruso es el más conocido de todos.
Así pues, en la literatura postsoviética tiene lugar, en un primer
momento, la unión de diferentes vertientes literarias que conformaron la
nueva lieratura rusa y su posterior descomposición en diferentes grupos
y corrientes literarias. No obstante, la estética dominante sigue
siendo el posmodernismo. A. K.
ARTE
ANTES: El Este: más técnica y menos creatividad
Es muy conocida esa nota de prensa en clave jocosa que anunciaba que
la Orquesta Filarmónica de Moscú, después de una gira por Occidente,
había decidido cambiar su nombre: se llamaría en adelante Cuarteto
Soviético. Aunque exagerado, expresa muy bien no sólo la dificultad que
los artistas tenían al otro lado del Telón de Acero, sino también las
contradicciones de la historia del arte europeo antes y después de la
caída del Muro. Dos mundos aislados entre sí estaban produciendo un arte
diferente, a pesar de la unidad cultural común que había existido
durante milenios en estas tierras artificialmente separadas. En el Este,
predominaba un arte académico, técnicamente muy competitivo pero
creativamente limitado, como toda cultura que sobrevive en un clima de
imposición autoritaria. En Occidente, también por contraposición a lo
que ocurría en Oriente durante la Guerra Fría, un arte que ponía todo el
peso en la libertad sin límites, con la consiguiente pérdida de otros
aspectos, como es la maestría (el oficio heredado de generación en
generación) y la profundidad de los mensajes.
En el caso concreto de la música es sorprendente que la gran
tradición de la música clásica haya dado frutos tan fecundos como los
cuatro grandes polacos (Lutoslawski, Penderecki, Goreski, Sikorsky)
o todos los innumerables genios musicales de la antigua URSS. La Europa
occidental no ha estado a la altura en la continuación de esta fecunda
tradición, si bien ha sido pionera en el pop y el tecno, aunque tampoco
en solitario, sino a la sombra siempre del gran imperio cultural US. La
exhibición "Antes de la Caída del Muro” (Vor dem Fall der Mauer)
recoge experiencias, escenas cotidianas y, a la vez, parte de la
historia contemporánea, de la división entre Este y Oeste. Se trata de
un proyecto que recopila y presenta fotos inéditas tomadas por los
guardias que custodiaban la barrera. Un recuerdo de la división que
evoca la inhumanidad del asunto. De hecho, la exhibición tiene lugar en
la Zwingli-Kirche –a pocos pasos del puente Oberbaumbrücke y la East
Side Gallery–, dos de los símbolos más intensos de la separación, y
tiene lugar entre dos fechas simbólicas: el 13 de agosto y el 9 de
noviembre, alfa-omega de la historia del Muro, levantamiento y caída.
Jorge Latorre Profesor de Fundamentos Culturales en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra
DESPUÉS: El Muro, un museo al aire libre
Lo más conocido hoy musicalmente de Berlín nació cuando cayó el Muro y
fue la revolución del tecno. Inmediatamente después del 9 de noviembre
de 1989, la reunificación se consumó en sótanos abandonados. Allí se
encontraron jóvenes de Occidente y del Este en un éxtasis de luces
estroboscópicas y ritmos electrónicos. Se estima que más de 25.000
viviendas, un tercio de los edificios de Berlín Oriental, estaban
deshabitadas. En un lapso de pocos años fueron ocupadas muchas de estas
casas y espacios desaprovechados en cuyos sótanos surgieron clubes y
bares provisionales. Unos años después, a través de grandes eventos como
el Loveparade y el festival Mayday, se pasó de la producción al consumo
y del underground al mainstream. Y algo similar está
ocurriendo con las artes plásticas. Del mundo bohemio propiciado por los
primeros años postmurales se ha pasado a una nueva institucionalización
que impide la frescura e intensidad del primer arte de la unificación. A
falta de espacio, se puede optar por el ejemplo actual del Muro de
Berlín y sus graffiti. Como es conocido, durante la separación alemana
el Muro fue objeto preferido de artistas grafiteros del Berlín
occidental y, al caer del régimen soviético, la parte oriental también
lo utilizó como soporte artístico. En 1990 un sector del Muro fue
transformado en la mayor galería al aire libre del mundo, la East Side
Gallery (en el barrio Friedrichshain, al lado de Mitte), declarada
monumento nacional 1991. Aquí estaban algunos de los más famosos
graffiti del Muro como por ejemplo el "Bruderkuss” (beso de hermanos)
entre Leónidas Breznev y Erich Honecker, jefe todopoderoso y gobernante de la RDA. Su autor, el ruso Dimitrij Vrubel,
agregó a su graffiti un poema escrito en ruso que quiere decir "Dios
mío, ayúdame a sobrevivir a este amor mortal”. Este artista ha sido uno
de los más reacios en colaborar a la labor de restauración propuesta por
las instituciones para celebrar la conmemoración de los veinte años de
la caída del muro. Entre otras cosas, porque no se trata de una
restauración sino de una recreación original, sobre un nuevo Muro
compactado y blanqueado. De nuevo, las contradicciones del arte
occidental hacen del Muro un símbolo de separación, esta vez entre los
118 artistas que pintaron en él, o los que aún siguen vivos. Entre estos
últimos, unos han tenido más éxito que otros, y piden ahora cobrar por
su trabajo. Esto es, cobrar como creador por un mero trabajo de copista
(aunque sea de la propia obra, en el mismo sitio en el que esta se
encontraba), trabajo que hicieron entonces desinteresada y
comprometidamente. Por lo menos siempre nos quedará una fotografía, y en
este caso todas las copias son originales. J. L. Tomado de:
http://www.unav.es/nuestrotiempo/es/temas/el-muro-que-cambio-la-historia
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