A mediados de los años 60, los teóricos
preferidos en nuestro departamento de literatura eran "los nuevos
críticos". Solían convocar a sus estudiantes a no ensuciarse las manos
con la prosa de Jean Paul Sartre y su dudosa banda de "filósofos
continentales". En cierto modo, creían que la influencia europea no
podía más que corromper a los estudios literarios y transformarlos en
esa "mezcla maligna denunciada por Ulises al comienzo de Troilo y Créssida.
En realidad, este aislacionismo intelectual ya estaba perdiendo
prestigio. Mientras más sobrevivían los viejos tabúes, el deseo de
trasgredirlos se intensificaba. En esos mismos años, el joven Jacques
Derrida publicaba en París los ensayos que poco tiempo después se
convertirían en la Biblia de los deconstructores estadounidenses.
Derrida transformó a la aproximación posestructuralista de la
lingüística saussuriana en una herramienta para la deconstrucción de
todo lenguaje. Desde Heidegger mismo, al que
Derrida consideraba el filósofo supremo a ser
deconstruido, todas las doctrinas sobre la verdad habían sido
desacreditadas, y el nihilismo radical se había establecido sobre bases
firmes.
En Francia, el éxito de Derrida era todavía
un tema parisino más que universitario, la última sensación en la
historia de la vanguardia. Los académicos franceses, por otro lado,
tenían demasiada experiencia con los caprichos radicales como para no
cerrar filas contra tales fanatismos. Mantuvieron a la deconstrucción
fuera de las universidades. Fue su última victoria justamente antes de
la explosión de 1968.
En Estados Unidos, la deconstrucción sólo
podía ser una moda académica, y vaya que lo fue, comenzando en 1966 con
la conferencia de Derrida en el así llamado "Simposio estructuralista"
de la Universidad John Hopkins. Fue tan exitoso, que en poco tiempo los
"nuevos críticos" pasaron al olvido. Hasta los más jurados enemigos de
la deconstrucción nunca llamaron a Derrida un "filósofo continental". El
periodo transicional fue amablemente relajado y ecléctico.
Desafortunadamente, no duró mucho. De manera súbita, la deconstrucción
descendió sobre nosotros no como el caos previsto por los conservadores
sino como un nuevo orden rígido, acaso una nueva época glacial, más
larga y más fría que sus predecesoras.
En manos de sus practicantes académicos, la
deconstrucción perdió rápidamente su encanto inicial y empezó a
excomulgar a los infieles. Esto no impidió que la sagrada escritura
extendiera su influencia incluso más allá de las humanidades.
Treinta años más tarde, cuando miramos en
nuestro derredor, ¡oh! sorpresa, encontramos que la deconstrucción se ha
ido. Las mismas revistas que hace pocos años citaban más a Derrida que a
toda la literatura universal junta, raramente lo mencionan. Esta
indiferencia se extiende de manera sorprendente hacia la deconstrucción
misma. La defunción de la deconstrucción debería al menos tener impacto
sobre sí misma, pero curiosamente nadie parece notarla. Si uno alude al
tema entre los colegas, prefieren mirar hacia otro lado.
Esta indiferencia es menos misteriosa de lo
que parece. Es la segunda gran moda crítica de cuya desaparición he
sido testigo, y en muchos aspectos se parece a la primera. La misma
existencia de modas en nuestro medio contradice la imagen que solemos
celebrar de nosotros, una imagen que los de afuera insisten en
atribuirnos, y que obviamente no nos merecemos: la del individualismo
extremo.
Si fuéramos individualistas, nuestros
juicios intelectuales y estéticos dependerían exclusivamente de nuestro
gusto personal. Pero el papel que juegan entre nosotros los caprichos de
intolerancia contradicen este ideal. Como todo capricho, los caprichos
intelectuales consisten en epidemias de imitación. Todos queremos
sentirnos parte de la vanguardia y la moda. Mientras más dudamos sobre
el futuro, menos estamos dispuestos a revelar nuestras preferencias.
Hasta que los árbitros futuros de lo sublime y lo ridículo se hayan
entronizado, el único curso prudente es el silencio.
Los caprichos revelan nuestra incertidumbre
básica. Constantemente tratamos de estabilizar nuestro mundo y nunca lo
logramos. Nuestro siguiente capricho podrá ser tan ocurrente y elegante
como fue la deconstrucción, pero será igual de insustancial. Al
principio, un diluvio de artículos y libros le daría la bienvenida.
Después de algunos años, o algunas décadas como máximo, el silencio, que
ahora envuelve a la deconstrucción, lo alcanzaría. Pero esta imagen
sería demasiado sombría si fuera la imagen total; afortunadamente es
incompleta. Tan sólo es la verdad social. En las cimas más altas de la
cultura, sólo las excepciones importan, no el promedio.
***
Durante muchos años, el dominio de la
deconstrucción fue tal que toda la resistencia visible contra él se
desvaneció. Sin embargo, en años recientes han empezado a reaparecer
excepciones y la más entrañable reside muy cerca de mi. Es un miembro de
la facultad de mi antiguo departamento y es muy popular. Es el profesor
Hans Ulrich Gumbrecht, alias Sepp, nuestro más excelso colega en
literatura comparada y francés en Stanford. En los últimos años se ha
decepcionado con la deconstrucción y, cada día más y más, nos ha
explicado porqué.
En 2003 , Sepp publicó un pequeño libro que
revela la naturaleza subversiva de su contenido incluso antes de que lo
abramos. El título lo dice todo: Los poderes de la filología (The Powers of Philology, University of Illinois, 2003.)
La filología es la escuela de los estudios
literarios a la cual le debemos mucho de lo que sabemos sobre
literatura. Floreció en el siglo XIX y a principios del siglo XX,
primero en Alemania y después por todo Europa y Estados Unidos, hasta
que el triunfo del nihilismo de vanguardia la hizo aparecer como
anticuada y demasiado simple. Si hace 10 o 20 años algún crítico
obstinado hubiera intentado defender la filología, de inmediato lo
habrían castigado con el poderoso brazo de la moda reinante. Algunas
cuantas sonrisas condescendientes habrían destruido su reputación. Esto
ya no es así hoy. Sepp es ampliamente leído y aplaudido.
Los estudiosos resurrectos en Los poderes de la filología no
son cualquier colección insignificante de historiadores literarios. Son
los creadores alemanes del campo académico de Sepp, la filología
romance. Sus obras han sido siempre cuidadosamente leídas, incluso
durante las épocas recientes. Los miembros mejor conocidos del grupo
son: Ernst Robert Curtius, Erich Auerbach y Leo Spitzer. Sepp los llama
modestos, y vaya que fueron modestos, comparados con nuestras certezas
recientes; modestos en su rechazo a elevarse a sí mismos por encima de
los escritores que estudiaban; por encima de la tradición cultural que
supuestamente queremos perpetuar, no destruir.
Estos filólogos fueron maestros
inspiradores así como originales investigadores. Sepp es demasado joven,
sin duda, para haber estudiado bajo su guía personal, pero seguramente
convivió con algunos de sus estudiantes, muchos de los cuales fueron
igual de brillantes. Yo mismo estudié en la École des Chartes
durante e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. La
filología medieval que yo aprendí ahí debía su espíritu y sus métodos a
la revolución romántica que se inició a principios del siglo XIX. En principio, no era muy diferente a su contraparte alemana.
Cuando los nazis en Alemania forzaron a
varios de los más conocidos filólogos al exilio, algunos buscaron y
obtuvieron puestos de docencia en Estados Unidos. Después de la guerra,
Erich Auerbach impartió cátedra en Yale, y su famoso libro Mimesis tuvo una amplia acogida en nuestros departamentos de literatura.
En los primeros años de mi vida académica
tuve la suerte de tener algunos acercamientos personales a uno de los
famosos sobrevivientes de la escuela alemana ya hacia el fin de su
carrera en Estados Unidos, en el departamento de lenguas romances en la
Universidad de Hopkins. Mi oficina quedaba cerca de la que ocupaba Leo
Spitzer, que ya se había retirado aunque seguía siendo muy productivo.
Lejos de ser indiferente a su entorno, este gran erudito era plenamente
conciente incluso de sus más insignificantes colegas, y mantenía la
curiosidad sobre sus trabajos literarios. En 1960, después de que acabé
mi primer libro Mesonge romantique et vérité romanesque,
Spitzer se ofreció muy amablemente para leerlo; le llevé el manuscrito
no sin sentirme algo impactado. Días después me lo regresó no sin
algunos brillantes comentarios. El más significativo acaso trataba de la
relación de mis ideas con las del famoso ensayo de Max Scheler, Resentimiento.
Como resultado de las observaciones de Spitzer, el nombre de Scheler
aparece en el volumen publicado; desafortunadamente, no aparece el
nombre de Spitzer; ni siquiera en un pequeño pie de página se reconoce
mi deuda. Mientras más envejezco, más imperdonable me parece esta
ingratitud juvenil.
Los poderes de la filología se
erige en un claro contraste a mis propias malas maneras. Antes que nada,
el libro es un tributo que transformó a Sepp en un extraordinario
experto en todas las habilidades lingüísticas, históricas y literarias
que son distintivas de su campo. Pero el ensayo va más allá. Se atreve a
sugerir que para enriquecer nuestras humanidades en vez de nuestras
interminables e inefectivas revoluciones contra todo y contra todos, en
vez de nuestros clichés vanguardistas eternamente reiterados, lo que
necesitamos es un retorno a una interpretación de la literatura que
capitalice las destrezas cultivadas por los filólogos. Éstas necesitan
ser urgentemente revividas si queremos que los estudiantes del mañana
sepan de algún modo algo.
El libro implica un repudio a la
deconstrucción monomaniaca, aunque este aspecto permanece de alguna
manera en silencio si lo comparamos con su papel en un ensayo más
reciente, Producción de presencia. Lo que el significado no puede transmitir (UIA, 2006). Aquí también el título es subversivo, incluso de una manera más flagrante que en el caso de Los poderes de la filología . Para un deconstructivista ortodoxo, "presencia" es la palabra prohibida por excelencia; el bugaboo
metafísico que la deconstrucción quiere abolir de una vez por todas.
Presencia es algo de lo que estamos y debemos quedar despojados para
siempre. Para acabar con esta ilusión necesitamos recurrir
interminablemente a las prácticas ascéticas de la deconstrucción
derridiana.
El temperamento de Sepp es obviamente
incompatible con esta autoflagelación. En sus trabajos recientes, es
cada vez más evidente que, en algún momento de su carrera, hizo
virtuosos esfuerzos para convertirse en un deconstructor ortodoxo.
Durante varios años pensó que lo había logrado. Pero a medida que pasó
el tiempo se hizo de tal manera conciente que se rebeló contra ello. Hoy
se siente obligado a formular su propia empresa en oposición explícita a
su pasado.
En literatura y arte, el anhelar la
presencia, lejos de ser el desastre final sugerido por Derrida, es la
esencia de la inspiración poética. Estar avergonzado de esto es el peor
de los sinsentidos para el escritor; sería como resistir a su propio
deseo. Hoy Sepp lo admite fehacientemente.
A lo largo de Producción de presencia ,
Sepp desata en sí mismo fuerzas que la deconstrución había frustrado en
su juventud. En vez de la presencia huidiza, se transforma en una
bandera personal que se ondea en señal de reto a todos los que llegan.
En otros momentos, se envuelve a sí mismo en ella tan cómodamente como
Diderot en su vieille robe de chambre. En este proceso, el autor deviene totalmente un escritor.
Ese ensayo es demasiado pródigo para que yo
le haga justicia en unas cuantas páginas. Sólo me ocuparé del aspecto
que define directamente mi propósito aquí, la crítica explícita de la
deconstrucción.
He aquí la página que, desde mi punto de
vista, sobresale particularmente en el libro tanto por su aplomo teórico
como por su poder literario:
Lo que quiero decir de
este modo bastante coloquial, es que probablemente no hay manera de
acabar con el reinado exclusivo de la interpretación, de abandonar la
metafísica y la hermenéutica en las humanidades, sin usar conceptos que
potenciales oponentes intelectuales calificarían como
"substancialistas", es decir, conceptos tales como "sustancia",
"presencia" y, quizás, "realidad" y "Ser". Usar tales conceptos viene
siendo hace mucho un síntoma de repugnante mal gusto intelectual dentro
de las humanidades; por cierto, creer en la posibilidad de referirse al
mundo de otro modo que a través del significado, se ha vuelto sinónimo
de ser naïve intelectual del grado más extremo y, hasta hace
bien poco, escasos humanistas han sido suficientemente valientes como
para atraer crítica tan potencialmente devastadora y humillante sobre sí
mismos. Todos sabemos muy bien que decir lo que haga falta para refutar
el cargo de "substancialista", que se lanza a todo aquel que trate de
argumentar a favor de una relación con el mundo no exclusivamente basada
en el significado e incluso a aquellos que, mucho más modestamente,
tratan de argumentar a favor de la posibilidad de identificar y mantener
ciertos significados estables. Pese a todas sus pretensiones
revolucionarias, y a su confianza en que tiene el potencial requerido
para llevar a "la era del signo" a su "clausura", la deconstrucción ha
confiado en gran medida en un suave terror para defender el orden
establecido dentro de las humanidades. (pp. 64-65)
Esta página es una declaración clara y manifiesta de independencia con respecto a la deconstrucción de cara a un stablishment
académico demasiado inclinado "y hay que reconocer el hecho" a rendirse
mansamente ante los principios autoritarios, cuando el número de
adeptos se vuelve intimidante.
La deconstrución es una suerte de chantaje,
cuyo éxito siempre ha dependido del miedo tan bellamente descrito en la
página citada. La expresión "suave terror" es muy reciente, inseparable
de este mundo en el cual el otro tipo de terror, el que no necesita
ningún epíteto para hacerse comprensible, está constantemente en las
noticias. El "suave terror" es tan sólo una pálida imitación del "duro",
obviamente, y esto lo hace insignificante en un sentido y, no obstante,
estremecedor, en otro sentido; escandaloso, casi imperdonable en
dominios tales como la literatura y la filosofía.
El lenguaje de Sepp es preciso y, en rigor,
sobrio; y aún así sentimos su tensión interna, una vibración
imperceptible que genera su propia elocuencia subyugada. Todo el texto
se levanta casi imperceptiblemente hacia su conclusión, que es
inolvidable por la extraordinaria pertinencia de "suave terror".
El "suave terror" es un auténtico hallazgo polémico y literario une trouvaille .
Todo lo que se requiere, seamos sinceros, para reducirnos a nosotros
profesores de literatura al silencio es un poco de "suave terror".
Cuando leí estas líneas por primera vez, sentí el ligero estremecimiento
que nosotros los especialistas sentimos cuando nos vemos confrontados
con el verdadero talento literario. El "suave terror" me hizo entender
lo sediento que estaba de un poco de valentía.
Nada define tan bien nuestra era en las
humanidades como el rendirse a las diversas formas del "suave terror".
Esa página debería hacernos sentir a todos nosotros, los humanistas,
orgullosos de Sepp. Fue escrita no por la ironía de un extraño, sino por
un dedicado miembro de nuestra profesión; no por un desconocido, sino
por uno de nosotros. Nos sentimos avergonzados y orgullosos a un mismo
tiempo: orgullosos de pertenecer a la misma profesión que Sepp. Para mí,
el "suave terror" es una epifanía no una presencia "que afortunadamente
ya se ha ido" pero de una representación en el más alto sentido. Yo
hubiese querido escribir esta página. Mi excusa para ni siquiera haberlo
intentado es que jamás se me habría ocurrido algo tan bueno como "suave
terror". Cuando leo la página entera, entiendo que durante un cuarto de
siglo había estado esperando que algo así fuera finalmente escrito.
Decidí de inmediato convertir esta página en el corazón del presente
tributo a Sepp. Cuando el lenguaje logra ser contundente, no se trata
tan solo de un resultado del azar. Es algo más que el juego de la ruleta
entre el significante y el significado. Es el milagroso misterio de la
buena escritura. Si el lenguaje puede, en ciertos momentos privilegiados
de nuestra vida, hacer a esta experiencia posible, dedicarle la vida no
puede estar del todo equivocado.
"Suave terror" significa más o menos lo
mismo que "intimidación", pero no suena de la misma manera. Un escritor
menos talentoso habría sacrificado suave terror por una expresión más
banal y silenciosa en aras de no incendiar más las pasiones. Los
diplomáticos son frecuentemente incoloros, y por una buena razón. Se
dedican a tratar de arreglar viejas querellas, no a desatar nuevas. La
buena escritura les importa menos que la reconciliación de los enemigos,
y estamos agradecidos por ello. Pero también estamos agradecidos a Sepp
por su amor no sólo al alemán y a las lenguas romances, sino al inglés.
El Suave Terror es magnífico no a
pesar de sus desagradables implicaciones, sino debido a ellas. Algunas
personas objetarían que vincular la deconstrucción incluso al más suave
de los terrores imaginables es una burda exageración. Que todo el asunto
es una tempestad en un vaso de agua. Objetivamente, estas personas
tendrían un punto. El vaso de agua, sin embargo, es lo único que
tenemos, y si permitimos a los intempestuosos que lo derramen, perdemos
todo.
¿Se comportaría la academia de una manera
diferente si las probabilidades de ganar fueran mayores? ¿Combatiría más
vigorosamente? Todos esperamos que la respuesta sea sí. Cuando la vida
intelectual es prisionera del suave terror, se convierte en una farsa
siniestra; en cierto sentido, es peor aún que la censura oficial que
resulta casi imposible de disfrazar. Cuando el "suave terror" aparece, y
en vez de denunciarlo abiertamente sus víctimas pretenden no notarlo,
la mayoría de los que están afuera cesan de percibir lo que está
sucediendo debajo de sus narices. El problema con la intimidación
intelectual es que si nosotros, los académicos, pretendemos que no
existe, nos convertimos en sus víctimas y acercamos a nuestras
universidades a la insignificancia y, en última instancia, al
servilismo. No hubo víctimas reales; esa es la verdad: nadie fue
asesinado, ni siquiera herido por el suave terror de la deconstrucción;
lo único herido fueron las vanidades. ¿Es esto del todo cierto? No
precisamente. Algunos individuos, no muchos pero algunos, no lograron
obtener las promociones que merecían. Otros, no muchos pero algunos,
obtuvieron las promociones que no merecían.
¿Para qué exaltarnos ahora? Todo lo que
salió mal ya fue rectificado, y el "suave terror", hasta donde lo
podemos observar, ha dejado de ser una descripción acuciosa de nuestro
mundo. ¿Porqué preocuparnos de un problema que si existió alguna vez
parece haber desaparecido sin dejar huella alguna?
Precisamente: el suave terror no desparece
sin dejar huella. Debería ser denunciado y recordado activamente. Cuando
la literatura es buena estira el cuello para revelar verdades
desagradables y defender opiniones impopulares. Debemos felicitar a Sepp
por revelar lo que el resto de nosotros no pudo decir por timidez o
falta de talento: el suave terror de la deconstrucción.
La libertad académica es nuestro bien más
preciado y es especialmente frágil en las humanidades, el más débil de
todos los campos académicos, el más libre de reglas en su política, por
ello el más vulnerable a la presión externa, el más prescindible desde
un punto de vista utilitario. No pretendo decir que no somos libres.
Somos tan libres que todo lo que se requiere, incluso en este mismo
momento, para acabar con el "suave terror" de la deconstrucción es
hacerlo explícito, escribir la página de Sepp que les acabo de leer.
Pero debe haber al menos un individuo con suficiente visión y valentía
para hacerlo. Guardemos la esperanza de que siempre habrá por lo menos
un Sepp entre nosotros. Y recordemos también que si nuestra libertad
perdura, será gracias a aquellos como Sepp y no a la mayoría silenciosa
que nunca llama a una pala, pala.
***
Hacia el final del fragmento que cité en Producción de presencia,
Sepp anota un pie de página, el segundo de ese capítulo, el pie de
página número 2 . Ya que el fragmento contiene todo lo que yo quería
decir sobre él, escribí este ensayo sin verificar ese pie de página.
Cuando decidí finalmente que debería leer el pie de página me dirigí al
final del libro y encontré lo siguiente:
Para un ensayo escrito bajo el hechizo de un similar suave terrorismo, véase Hans Ulrich Gumbrecht, " Who is Afraid of Deconstruction?", en Harro Müller, Jürgen Forman (eds.) Diskurstheorien und Literaturwissenschaf (Frankfurt a/M, 1987, pp. 95-114).
Este pie de página acabo de completar mi
alegría; no sólo porque la expresión "suave terror" se repite aquí en
una forma ligeramente diferente, "suave terrorismo", sino porque el
involucramiento de Sepp queda enfatizado notablemente.
Este pie de página nos dice que el mismo
Sepp al principio de su carrera se convirtió en una víctima ciega del
suave terrorismo. Muchos de nuestros colegas podrían escribir un pie de
página equivalente, pero muy pocos lo harán. Temerán ser vistos como
incapaces de pensar independientemente. Es obvio que nadie nace con la
facultad de pensar independientemente. A lo máximo nacemos con la capacidad
de pensar independientemente y, más tarde en la vida, esta capacidad se
desarrollará o no según nuestra habilidad para criticar (aunque no
necesariamente para rechazar) el sistema inicial del pensamiento que
absorbemos a través de la imitación inmediata como resultado de nuestra
primera educación.
Después de sus estudios filológicos, cuya
apertura básica coincide con su temperamento y sus inclinaciones
personales, Sepp se encontró a sí mismo en un mundo académico en el que
la única dirección que tenía sentido para un joven ambicioso y
talentoso, era adherirse a la teoría de moda llamada deconstrucción. En
aquél tiempo, había muchos jóvenes investigadores cuya experiencia era
cercanamente paralela a la del propio Sepp; la mayoría de ellos se
convirtieron en deconstructores, no como resultado de ambiciosos
cálculos sino porque, al ser aplaudidos por todos, la deconstrucción no
podía dejar de ser tan sólo una ola de futuro, como en realidad lo fue,
sino la verdad misma.
La mayoría de los contemporáneos de Sepp jamás escribirían lo que él escribió por miedo a ser denunciados como oportunistas, arrivistes ,
que sacrificaron sus auténticas visiones literarias al frío cálculo. Lo
que Sepp dice en realidad es completamente distinto. Su periodo
deconstructivista no fue el fruto del cálculo frío. Escribía, dice, bajo
el hechizo del suave terrorismo. Las modas tiránicas operan como un
hechizo porque no las poseemos, ellas nos poseen.
Toda vida intelectual comienza con la
imitación de los pensadores que admiramos, y como regla se trata de los
pensadores más populares del momento. ¿Cómo podría ser de otra manera?
Nos volvemos pensadores independientes cuando somos capaces de criticar
nuestra mimesis inicial.
Ésa es la única manera en que podemos
convertirnos en verdaderos pensadores. Lejos de ser algo vergonzoso que
nosotros, los críticos, deberíamos ocultar ante nuestros lectores,
estamos obligados a registrar esta experiencia; tanto porque es la
verdad como porque necesitamos un espíritu auténticamente crítico. La
autobiografía universitaria de Sepp habrá de impulsar nuestras prácticas
académicas hacía una mayor apertura, más libertad, más sensibilidad y,
porqué no, más regocijo. Es inevitable que la gente joven se vea medio
seducida y medio intimidada por las modas dominantes. Sepp no intenta
persuadirnos de que en los días cúspides de la deconstrucción era
intelectualmente capaz de pensar tan independientemente como lo hace
hoy.
Como muchos de sus contemporáneos, Sepp se
entregó al "suave terror" y, en vez de ocultar este hecho como la haría
la mayoría de nosotros en esta situación, centra su atención y la
nuestra sobre él. Este es tal vez el rasgo más admirable de Producción de Presencia , no sólo visto desde una perspectiva moral sino sobre todo intelectual.
Un burdo malentendido de esta lección sería
que, como resultado de todo ello, ahora viéramos a un joven colega que
abraza la deconstrucción no con la simpatía que merece, sino con el
mismo manto de hostilidad que produjo, hace algunos años, el rechazo a
adoptarla.
Traducción del inglés: Ilán Semo
Tomado de: http://www.fractal.com.mx/Fractal44Girard.html
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