Por Paula Viturro
Fotografía: Diane Arbus
Cualquier producción o reflexión artística que refiera a la
transgeneridad, la transexualidad o la materialidad de los cuerpos
sexuados, sólo podrá ser comprendida si tomamos en consideración los
complejos debates teórico-políticos contemporáneos en torno a la
categoría del género, sin descuidar su vinculación con la historia del
arte feminista.
"La persona humana contemporánea es una cuerda tendida
entre el mono y la persona trans”. F. Nietzsche,
tuneado/intervenido/trans-sitado por Marlene Wayar (1).
1.
Al ser consultada respecto de su obra Passage (2), la artista británica Jenny Saville (3) afirmó:
"Buscaba un cuerpo que estuviera entre los géneros. Había explorado un poco esa idea en Matrix.
La idea de un género flotante que no está fijo. La travesti con la que
trabajé tenía un pene natural y pechos falsos de silicona. Treinta o
cuarenta años atrás este cuerpo no podría haber existido y yo estaba
buscando una especie de arquitectura contemporánea del cuerpo. Quería
pintar un pasaje visual a través del género —una suerte de paisaje.”
Cinco años antes, en la referida obra Matrix (4), Saville había pintado desnudo al artista visual trans Del Lagrace Volcano (5).
Este último, en un ensayo en el que desarrolló sus reflexiones acerca
de esa experiencia, afirmó que temió que el trabajo de Saville
dislocara y/o disminuyera su masculinidad transgénero (6).
Obras como la de Saville o Volcano, ¿indican la emergencia de un
tipo de arte con particularidades específicas? ¿La industria editorial
del arte editará en un futuro volúmenes sobre algo que dará en llamar
Arte Trans? ¿Hay algo en común entre Rrose Sélavy (7), las fotos de Del Lagrace Volcano, los mulitos de Marcos Luczkow (8), la video-performance En el baño (9) de Cristina Coll, las pinturas de Helena Tabbita (10) o el Museo Travesti del Perú de Giuseppe Campuzano? ¿Podemos trazar una genealogía entre el Origen del mundo de Courbet, el Cunt Art (11)
y Saville? ¿El prefijo "trans” alcanza su paroxismo en el arte cuando
es asociado a los cuerpos sexuados? ¿Lo trans como utopía, distopía o
tecnotopía (12) ?
2.
Cualquier intento de acercamiento a la cuestión trans en el arte
debe comenzar por analizar sus conexiones teóricas, políticas y
estéticas con la historia del concepto de género y con el arte
feminista.
Seguramente para quien no esté familiarizado con la temática,
términos como sexo, género, masculinidad, femineidad, travestismo,
transexualidad, transgeneridad (13),
sexualidad, identidad de género, hombre, mujer, hembra, macho,
travesti, orientación sexual, heterosexualidad, homosexualidad —entre
muchos otros—, parecen formar parte de un mismo universo discursivo.
Sin embargo, todos y cada uno de ellos, tienen orígenes
teórico-políticos diversos, y contextos de uso específicos que hacen
imposible su homogeneización. De allí que no dará lo mismo hablar de
arte y transexualidad que de arte y "transgeneridad”.
La clave para comprender este complejo entramado y sus
implicancias es el concepto de género. Éste no es unívoco sino que ha
sido y es objeto de importantes disputas teóricas, de hecho hay quien
se arriesgó a afirmar que probablemente las tres categorías más
discutidas durante el siglo XX fueron las de poder, ideología y género.
Si bien se suele asociar el concepto de género con la categoría
de mujer, hace tiempo que esa asociación entró en crisis por los
cuestionamientos que las feministas negras y lesbianas (14) —y más contemporáneamente del activismo queer (15), trans e intersex (16), entre otros—, plantearon a las concepciones de los estudios tradicionales de género.
Podríamos resumir esas críticas, del siguiente modo: si treinta
años atrás la discriminación por género podía tal vez ingenuamente
remitir a la discriminación de "las mujeres”, hoy en día dicha
asociación tácita sólo se sostiene por la invisibilización de la
violencia que implica el presupuesto normativo según el cual el género
no sería más que los atributos culturales asociados a los sexos. Así,
al asumir como fundamento de la representación una definición de género
que deja en suspenso preguntas referidas a cómo se asignan los sexos,
se instauró la diferencia sexual como un dato natural irreductible.
3.
Para comprender cómo se llegó a este estado de la cuestión y a la
emergencia de una pluralidad de sujetos que impugnan la naturalización
del par varón/mujer, debemos hacer un recorrido por la historia de la
categoría género.
Podríamos animarnos a afirmar que todas las corrientes y
desarrollos del feminismo occidental moderno, acerca del concepto de
género, a pesar su diversidad, surgen de la conocida afirmación de
Simone de Beauvoir "no se nace mujer, se llega a ser”.
En el nuevo orden moderno estructurado en torno al dualismo
naturaleza/cultura, la creencia en el progreso entronizó a la ciencia
como el discurso legitimante por excelencia. Como consecuencia, la
subversión del orden jerárquico de los sexos establecido por las
ciencias biológicas, no era imaginable hasta la publicación del Segundo Sexo (17).
Beauvoir al mostrar el peso de la cultura en la construcción de
la subjetividad de varones y mujeres, debilita la fatalidad a la que
condenaban las ciencias a los cuerpos que catalogaban como naturalmente
inferiores (y aquí la suerte de las mujeres no era diferente de la de
las poblaciones "racializadas”) y habilita su procesamiento político.
De allí surgirá lo que posteriormente será conocido como sistema
sexo/género, según el cual el orden biológico de los sexos
(naturaleza) se integra con un orden social que asigna roles sociales
en función del mismo (cultura). Tal como señala Donna Haraway:
"En todas sus versiones, las teorías feministas sobre el género
tratan de articular la especificidad de la opresión de las mujeres en
el contexto de culturas que distinguen entre sexo y género. Esta
distinción depende de un sistema relacionado de significados agrupados
en torno a una familia de pares binarios: naturaleza/cultura,
naturaleza/historia, natural/humano, recurso/producto. Esta
interdependencia en un terreno político-filosófico occidental clave de
oposiciones binarias —ya se entienda éste desde los puntos de vista
funcional, dialéctico, estructural o psicoanalítico— problematiza los
intentos de aplicabilidad universal de los conceptos en torno al sexo y
al género” (18).
Si bien dentro de las tradiciones feministas modernas, el género
se desarrolló como un concepto destinado a impugnar la naturalización
de la diferencia sexual, a partir de los años sesenta del siglo XX la
cuestión tomará un giro inesperado.
Las formulaciones políticas del género (en especial en los
Estados Unidos) se dará en un contexto marcado por la construcción de
tecnologías del sexo en las ciencias biológicas (tales como la
psicología, el psicoanálisis, la medicina, la biología y la
socio-biología).
Así, los conceptos y las tecnologías de lo que a partir de ese
momento se llamaría "identidad de género” se desarrollaron a partir de
una mezcla de elementos provenientes de la somática sexual y la
psicopatología de sexólogos del siglo XIX como Krafft-Ebing (19); de la endocrinología surgida en los años ’20; y de las primeras operaciones de cambio de sexo producidas en los años sesenta (20).
Como consecuencia las discusiones feministas de esos años se
dieron en el marco de los cambios discursivos del paradigma científico
de la identidad de género, que resultaría una especie de versión
bio-tecnológica y esencializante de la frase de Beauvoir. Ahora la
ciencia se encargaría de "hacer hombres y mujeres”. Para el sentido
común, éstos serán una muestra del poderío científico y una
reafirmación de la noción de naturaleza como orden fundante o primario
(ya que la copia aspira a la verosimilitud del modelo considerado
natural).
En la práctica, el nuevo paradigma opera del siguiente modo. A partir de las tesis del psico-endocrinológo John Money (21),
la asignación de sexo será el producto de un diagnóstico médico. Un
recién nacido poseedor de un pene considerado de tamaño normal según el
nuevo paradigma, será hombre.
Quienes no lo posean serán mujeres y quienes posean un pene
considerado no óptimo serán hechas mujeres. Las nuevas técnicas
quirúrgicas y hormonales utilizadas conforme el protocolo de Money (que
es el protocolo de asignación de sexo vigente en Occidente) serán las
herramientas médicas para asegurar ese resultado.
Tal como señala Anne Fausto-Sterlin, estos científicos que
pretendían demostrar que la naturaleza apenas contaba, nunca
cuestionaron la asunción fundamental de que sólo hay dos sexos. Para
Money, los niños a los que se diagnostica como intersexuales son el
resultado de procesos biológicos anormales. Sus pacientes requerían
tratamiento médico porque deberían, a su criterio, haber nacido varones
o mujeres (22).
La misma lógica se aplicará como consecuencia a las personas que
viven en un género diferente al que se les asignara al nacer, y como
consecuencia se les patologizará como transexuales o poseedores de
disforia de género (23).
Recién en la década del noventa con la publicación del El Género en Disputa de Judith Butler comenzarán a tener mayor difusión las posturas anti-esencialistas.
La pregunta ya no será acerca de los alcances del sexo y el
género, sino que se cuestionará el dualismo naturaleza/cultura sobre el
que se monta el sistema binario de sexo/género.
Así, Butler planteará una pregunta tan simple como radical: ¿nos
hacemos a la idea de que algo (en este caso la naturaleza) es dado?;
¿por qué creemos en la preexistencia natural de dos sexos a partir de
los cuáles se asignarán culturalmente dos géneros?
Su propuesta re-significará el concepto de género, el cual ya no
será un atributo de las personas sino un acto performativo, que
requiere de una actuación repetida, ritualizada, de un conjunto de
significados ya establecidos socialmente acerca de la femineidad y la
masculinidad. En palabras de Butler:
"si los atributos y actos de género, las diversas maneras
en que un cuerpo se muestra o produce su significación cultural, son
performativos, entonces no hay una identidad preexistente con la que
pueda medirse un acto o un atributo; no habría actos de género
verdaderos o falsos, ni reales o distorsionados, y la postulación de una
identidad de género verdadera se revelaría como una ficción
reglamentadora" (24).
La obra de Butler teoriza a partir de una importante escena
social que se venía desarrollando desde el activismo socio-sexual y los
espacios contra-culturales de socialización de los colectivos que lo
integraban, en especial la escena Drag King/Drag Queen.
Se inaugura de esa forma una fuerte corriente anti-esencialista,
que impugna la patologización de las identidades de género disidentes
(es decir, las clasificaciones bio-médicas de transexualismo,
hermafroditismo, pseudo-hermafroditismo, disforia de género, etc.) y la
creencia en dos géneros puros u originarios.
4.
En virtud del breve relato precedente, podemos afirmar que
cualquier producción o reflexión artística que refiera a la
transgeneridad, la transexualidad, la materialidad de los cuerpos
sexuados, etc., sólo podrá ser comprendida si tomamos en consideración
los complejos debates teórico-políticos contemporáneos entorno de la
categoría del género.
Así deberán ser tenidos en cuenta debates aún vigentes y que
fueran introducidos por artistas feministas o interpelados por el
mismo, tales como:
- La posición del sujeto de enunciación y la cuestión del
esencialismo. Recordemos la vieja disputa entre el arte de mujeres y el
arte feminista y la pregunta acerca de la posibilidad de existencia de
una estética feminista.
- El lugar en términos de representación, en especial de
aquellos que sufren múltiples variables de opresión. Aquí las
intervenciones de las Guerrilla Girls (25),
tal vez, sean el ejemplo más conocido y, más contemporáneamente, las
discusiones en torno a la Documenta XI. Sin embargo, bastante tiempo
antes se había dado entre las propias feministas un fuerte debate a
raíz del etnocentrismo y racismo que parecen haber marcado la
selección del canon de mujeres homenajeadas por la obra The Dinner Party, de Judy Chicago (26).
- La distribución de roles y el acceso a los medios de
producción en la sociedad, en general, y en el mundo del arte, en
particular (The Woman House Project) (27).
- La relación entre el acceso a los materiales y/o técnicas y
los roles de género; los límites entre lo considerado arte y lo
considerado artesanía.
- La violencia sexual o de género tanto física como simbólica (Rape Scene (28) de Ana Mendieta, Genital Panic
(29) de Valie Export, Your Body is a Battle Ground (30) de Barbara Kruger).
- La desnaturalización y des-idealización de los roles reproductivos y nutricios asociados a las mujeres (Post-Partum Document (31) de Mary Kelly).
- Los estereotipos de género (Centerfolds (32) de Cindy Sherman).
- La performance y el cuerpo como obra de arte.
A partir de esta historia podemos volver sobre el creciente interés en el mundo del arte (33)
por la cuestión trans. Quien indague en estas cuestiones no se
encontrará con un objeto definido ni monolítico, sino qué se enfrentará
a un campo discursivo complejo, contradictorio, integrado por
cuestiones, sujetos e intereses diversos.
En especial se encontrará con una realidad existente hace ya
mucho tiempo, con subjetividades que se reivindican como la primera
obra de arte a construir, a partir de contextos situados (34), y que ponen en jaque las fantasías futuristas emancipatorias o tecnotopías ajenas.
Las referencias 2-6, 8, 18, 20, 22, 24, 33 y 34 son las propuestas por la autora.
Bibliografía
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Tomado de: CIBERTRONIC
http://www.untref.edu.ar/cibertronic/menu.htm
http://www.untref.edu.ar/cibertronic/lo_trans/nota02/index.html