Rui Chafes
GLENNZ IMAGES
Quería comenzar por dos citas. La primera es de Pier Paolo Pasolini y se aproxima a aquello que pienso que es mi trabajo:
"Yo soy una fuerza del pasado”1
Esta afirmación evoca la idea del artista que se asume, en el
emprendimiento de su trabajo, como una permanente continuación de la
fuerza del pasado.
En una contradictoria época de relecturas, Pasolini asumió radicalmente
su vocación y provocación de poeta, optando por ser inactual. Muy
coherentemente, presenta ese pasado de la única forma posible: el pasado
apenas deberá ser soñado.
La segunda cita, del gran escultor sueco Döderhultarn, contiene una noción de libertad y de extrema individualidad:
"Hay cien millones de niños en la miseria en la India, pero solamente hay un Döderhultarn”.
…y solo un Caravaggio, un Tilman Riemenschneider, un Jacopo Della
Quercia, un Caspar David Friedrich, un Philipp Otto Runge, un Karl
Blossfeldt, un Samuel Beckett, un Jean Genet, un Fernando Pessoa, un
Gottfried Benn, un Robert Musil, un Ezra Pound, un Alberto Giacometti,
un Pier Paolo Pasolini, un Robert Bresson, un Carl Theodor Dreyer, un
Jacques Tati, un Andréi Tarkowski, un Jean-Marie Straub, un Pedro Costa,
un Rainer Werner Fassbinder, un Ingmar Bergman, un Sony Rollins, un
John Coltrane, un Miles Davis, un Chet Baker, un Johann Sebastian Bach,
un Wolfgang Amadeus Mozart, un Frédéric Chopin, un Gustav Mahler, un
Antonio Vivaldi, un Alban Berg, un Anton Webern, un Friedrich Nietzsche,
un Georg Büchner, un Heinrich von Kleist, un Novalis, un Rui Chafes.
¿Qué pretendo decir? Qué mi relación con el tiempo y con mi trabajo es
como la de cualquiera de vosotros: me siento completamente solo,
aislado, en soledad. Estoy sentado en un monte de huesos; esos huesos
son mis padres. Todos los nombres que evoqué, partiendo de las palabras
de Döderhultarn, son mis padres, las personas, los artistas y las
referencias artísticas que me interesan cuando lanzo la vista a mi
alrededor y veo mi relación con el pasado. Considero que quien no tiene
pasado no tiene futuro. Todos los modelos o grandes ejemplos de trabajo,
que me hacen crecer, son artistas, escritores, poetas, músicos,
cineastas o arquitectos que forman parte de nuestra memoria y de nuestra
construcción cultural. Forman nuestro pasado en cuanto occidentales. Mi
posición es de extrema soledad, sentado sobre esos huesos que
constituyen el pasado y la memoria. Pero estoy convencido de que la
única manera de que un artista pueda avanzar en su camino es
protegiendo, ferozmente, su bien más precioso: su soledad. Creo que eso
es lo que se debe enseñar a los niños: la soledad y la tristeza no son
estados negativos sino fuerzas que tenemos que proteger si queremos
avanzar como artistas y como personas. Ese crecimiento se gana también
con la edad y, como ya dije otras veces, pienso que un escultor no puede
ser joven, eso es una verdadera imposibilidad. Un escultor precisa
mucho tiempo, tal vez solo a partir de los ochenta años comience a
percibir lo que hizo, lo que consiguió construir. El tiempo es mi único
amigo.
La idea de Jean Genet, cuando escribe sobre Alberto Giacometti, de que
"el arte no es para los vivos pero sí, para el inmenso pueblo de los
muertos” ha sido igualmente importante para mí. El arte no solo habla de
cómo es la muerte para el inmenso pueblo de los muertos. No es para los
contemporáneos, ni para las nuevas generaciones, ni para el futuro.
Para Jean Genet esta es una actividad para el pasado. Y, por eso, tiene
que tener sus aristas bien afiladas para perforar las densas paredes del
reino de los muertos. Es por eso que no me gusta el arte blando,
pegajoso, gelatinoso. Para mí, el arte tiene que ser agudo, poseer
esquinas afiladas y certeras.
Otro asunto: mi trabajo está frecuentemente posicionado en relación a
la naturaleza, pero yo encuentro que la naturaleza no es natural, pienso
que no hay nada de natural en la naturaleza. En el día en que ella me
parezca natural, alguna cosa habrá terminado. O tal vez comience ahí una
nueva era de mi vida, de nuestra vida, no sé. Creo que la naturaleza es
una construcción cultural de imágenes, una memoria: cuando miro a la
naturaleza, me acuerdo de los lenguajes que la justifican, o sea,
entiendo que no existe naturaleza pura, solamente la memoria cultural le
confiere realidad. Existen las imágenes de los canyonsde John
Ford, los paisajes helados de Caspar Friedrich, pero no consigo
reconocer una naturaleza que no tenga existencia cultural. La pienso
como una construcción y eso me permite ver las cosas más allá de lo que
estoy viendo. Una hierba que nace en el campo no es solo botánica: tiene
que haber algo más allá. De la misma forma que un niño que nace no es
solo biología. Tiene que haber también un significado único y superior
por detrás del que nace. Eso me lleva a preguntarme, cuando veo el mar,
el cielo o las nubes, si estoy viendo apenas eso o una cosa más allá.
Creo que estoy viendo más allá, sino nada tiene sentido. No tiene
sentido que las cosas sean solamente aquello que parecen ser. La
naturaleza no es solo lo que se ve, tiene que ser mucho más que eso,
existe mucho más allá. De la misma forma, el objeto artístico no puede
ser solamente lo que se ve, hay mucho más allá.
Por otro lado, la naturaleza existe en el día a día pero, infelizmente,
en una gran metrópoli las personas se olvidan de que la naturaleza
existe. Sin embargo, la naturaleza es lo que nos hace aceptar el
envejecimiento y la muerte: si no conociéramos (o no aceptáramos) el
ciclo de la vida, solo veremos las arrugas que van cubriendo nuestra
piel y los cabellos que se vuelven blancos; nunca seremos capaces de
reconocer en ellos el tiempo y la historia de nuestra vida, el pasado y
su vivencia. Las personas que solo son capaces de mirarse a sí mismas y
no saben mirar bien fuera de sí, hacia el mundo, nunca comprenderán
nuestra semejanza con las flores que mueren. De la misma forma, el paso
de las cuatro estaciones hace que aceptemos nuestro envejecimiento:
aceptar la lluvia como se acepta el sol, el frio como el calor, el
tiempo que, a lo largo del año, transforma las plantas. Esa vivencia de
dicha naturaleza que considero no existente y paradójicamente, esencial
para que no muramos incultos: nuestra cultura tiene que pasar,
obligatoriamente, por la conciencia de nuestro lugar de nacimiento, de
nuestro espacio de vida, de la naturaleza que nos envuelve.
Aún, en relación a la naturaleza, hay un aspecto que me interesa,
relacionado con los antiguos, para los cuales todo en la naturaleza era
sagrado: para ellos, donde se posaba nuestra mirada se escondía un Dios,
cada nube era un Dios, cada hierba era un Dios, cada niño que nacía era
un Dios. No existía ningún pedazo de naturaleza que no estuviese
poseído por Dios. Cada nube, cada mar, cada árbol todo era apenas visión
y voz, otra voz: la naturaleza hablaba. Las hojas recorridas por el
soplo del viento, la espuma de las olas en el mar, el silencio y el
aroma de la hierba, las ramas de los árboles oscilando, todo era rastro
de su presencia sagrada, todo era su voz. Era un tiempo en el que los
rituales y los mitos eran tan naturales y concretos que integraban su
vida cotidiana, su significado diario. Para el hombre antiguo, la
emoción que sentía delante del silencio del cielo era la prueba de que
la realidad era perfecta. Esta vivencia de la naturaleza, en nuestro
mundo contemporáneo, nuestra civilización (hablo de civilización, no de
cultura) tiende a desaparecer. En esta época nuestra de disolución, la
gran mayoría de personas vive agarrada al enorme peso de la vida
material, la materialidad que impide liberarse y elevarse
espiritualmente. En una hipotética jerarquía espiritual de participación
en lo absoluto, la mayoría de las personas vive agarrada a la materia.
Nuestra vida cotidiana y nuestras conquistas materiales nos impiden
acceder a las instancias espirituales. Nos agarramos, cada vez más, a la
existencia rastrera de los valores materiales y nos olvidamos de
intentar una liberación espiritual: tenemos mucho peso en los pies. No
olvidemos que el consumismo en que vivimos, es una nueva forma
totalitaria y, como tal, alienante, represiva y degradante de la
naturaleza humana; su permisividad es absolutamente falsa, no pasa de
máscara de la peor represión. Creo que el arte puede tener la capacidad
de instituirse para convocar la elevación. Es por eso que, en este mundo
moderno, el arte se volvió hacia las élites: hacia una rara
aristocracia espiritual. Pero no debería ser así: todos los antiguos
conocían el verdadero nombre de las cosas, es a nosotros a quienes han
quitado esa capacidad.
Pueden considerarme conservador, regresivo o
reaccionario: soy reaccionario contra esta época y esta estética de
disolución, por lo que soy absolutamente revolucionario. Esta es la
única revolución posible para un mundo mejor, donde sepamos el nombre de
las cosas y donde consigamos ver más allá de lo que se ve. Es necesario
recuperar y seguir los antiguos valores de la tradición: "bravura,
nobleza y entrega”. No nos engañemos a nosotros mismos: los cobardes no
tienen acceso a la belleza.
En relación a mi trabajo artístico, me gustaría dejar claro que no creo
en vanguardias ni en la propia idea de vanguardia. El arte no es una
ciencia, no evoluciona. No pasa de un punto a otro, no es mejor de lo
que ya fue, no está más evolucionado
Por el contrario, el arte avanza y
retrocede, anda en círculos, parte y regresa, involucina. Igual
que Andréi Tarkowski, pienso que la idea de vanguardia en el arte, que
es una adquisición reciente de principios del siglo XX, no tiene ningún
sentido. ¡Aceptar la vanguardia significa aceptar el progreso en el
arte! Pero ¿cómo podrá alguien, en arte, estar más evolucionado de lo
que lo está otro? Creo que el arte es un continuumy, por eso, mi gran maestro es el escultor alemán gótico tardío Tilman Riemenschneider. Mi trabajo es contra:
contra el mundo moderno, contra el modernismo, contra las vanguardias y
la lógica de las vanguardias. Es un trabajo arcaico, de y para hombres
antiguos, un trabajo gótico. Es contra esta velocidad digital. Mi
trabajo es crear puntos sin brillo, mates, de resistencia. Es un trabajo
de resistencia, de parada, de desaceleración.
Mirando la historia del arte del siglo XX, y, particularmente, la
historia de la escultura, observo que, desde el Modernismo, Marcel
Duchamp, el cubismo y todos los movimientos que aparecieron en el siglo
XX, se consideró la idea de que el arte tiene que continuar en una
sucesión de fases y estilos (como la fase de Picasso) y que eso
significa progreso. A mí me interesa otra cuestión: la
desmaterialización del objeto artístico. Si lanzo mi mirada hacia la
escultura del siglo XX, y llego a los años cincuenta y sesenta, consigo
pensar en dos tendencias opuestas. Una representada por Richard Serra,
Carl André, Donald Judd, Robert Morris (y, por ejemplo, John Cage en
música), en que los procesos del ninimalismo y el post-minimalismo
americanos presentan el objeto en cuanto instancia material cuyo ámbito
se agota en la ordenación de su propia materialidad ("Lo que ves es lo
que tienes”) y de sus respectivos procesos. Otra dirección es la
protagonizada por Alberto Giacometti, un escultor que me interesa mucho
más, trabajando en la desmaterialización del objeto y su presentación en
cuanto imposibilidad. Estas dos líneas, dos caminos radicales,
podrían, de una forma muy generalizada, ser referidas como "materia que
quiere parecer solo espíritu y espíritu que quiere parecer solo
materia”.
(...) artículo completo en DARDO 18. A la venta en DARDOstore Tomado de: http://dardonews.com/dardonews/articulos/involuci-n
|