JACQUES RANCIÈRE Y LA ESTÉTICA DE LA
IGUALDAD
Brian Holmes
" Nous ne sommes pas en trop,
nous
sommes en plus ” (No estamos de más, somos algo más):
este lema aparecía en las manifestaciones del movimiento de
personas sin empleo en Francia a mediados de los años 90, en
periódicos, pancartas, folletos editados por el grupo de arte
político Ne pas plier . Unificaba en una sola frase
la fuerza crítica y las aspiraciones subjetivas del
movimiento. "Estar
de más” (dejado de lado, sobrante) significaba ser reducido
al silencio en una sociedad que en efecto sustrae de los
asuntos públicos
a las gentes sin empleo, convirtiéndolas en una especie de
residuo:
invisibles, inconcebibles si no es mediante la figura de una
estadística
bajo un signo negativo. Excluidos, en suma: expulsados de un
sistema
que se sostiene sobre el estatuto del trabajador asalariado.
Hasta
que al fin se unieron para dar la vuelta a las cosas, invertir
los
signos y exigir un nuevo nombre en el nuevo escenario que
habían
creado, ocupando oficinas de empleo en el marco de una
protesta a escala
nacional durante el invierno de 1997-98. Quienes nada tenían
irrumpieron en la escena pública. "Somos algo más”, dijeron,
introduciéndose a través de las cámaras de televisión
en las salas de estar de todo el país. Lo que también
quería decir: "Beberemos champán en Navidad”.
Una forma de aprehender el
lenguaje
estético de los movimientos sociales franceses en los 90 –así
como
de los movimientos transnacionales que ahora emergen– es la obra
de Jacques
Rancière y sus escritos sobre las políticas de igualdad.
En La Mésentente ( El desacuerdo ), oponía
la filosofía de la gobernabilidad al escándalo de la política. La
gobernabilidad responde a un ideal de orden cuando administra,
gestiona
e intenta responder por completo a los intereses de una
población;
pero su realidad es la policía.demos ,
el pueblo. Pero es una exigencia cuya verdad desnuda no es
suficiente,
ha de ser puesta a prueba, públicamente verificada. Es por ello
que lo político siempre adquiere la forma de una demostración:
una prueba lógica que se enfrenta a toda lógica prevalente
y la presencia móvil de una multitud frente a los marcos
estables
de una institución.
La descripción de Rancière
estaba sincronizada con su tiempo. Anticipaba la huelga general
de funcionarios
de Estado en Francia que tuvo lugar en diciembre de 1995,
apoyada masivamente
por la población, que en última instancia trajo de la mano
las posteriores revueltas de las gentes sin hogar, sin empleo,
sin papeles:
el "movimiento de los sin” que se levantó para exigir una nueva
división y una nueva partición social, más allá de
los sistemas de cálculo del Estado industrial. Pero también
nos ofreció una llave para volver a abrir los compartimentos
estancos
que separan lo estético de lo político.
En un ensayo escrito
inmediatamente
después de El desacuerdo , Rancière explicaba
que lo político siempre implica una desidentificación con
algún aspecto de la comunidad; por ejemplo, con el Estado
policial
que expulsa a las gentes sin empleo o sin papeles. Al mismo
tiempo, requiere
una identificación imposible con "la causa del otro”. Esta
identificación imposible sugiere una nueva figura subjetiva del
compromiso político. Su paradigma en Francia es la
identificación
de toda una generación de la izquierda con los manifestantes a
favor de la liberación de Argelia que fueron brutalmente
lanzados
al Sena por la policía en 1961. Identificarse con los argelinos
asesinados no era hablar por ellos –una idea que resultaría
absurda,
dado que los compañeros de estos argelinos estaban librando por
sus propios medios una revolución en su país–, sino continuar
en su lugar, continuar con la oposición a una institución
nacional que excluía a ciertos ciudadanos (aquéllos provenientes
de las antiguas colonias) mientras que incluía a otros (los de
la metrópoli). La identificación imposible regresaría
con la afirmación transnacional y transhistórica de los
estudiantes en Mayo del 68: "Todos somos judíos alemanes”. Y de
nuevo en el contexto legal y político específico de finales
de los 90, con las acciones públicas, en muchos casos celebradas
en teatros, que consistían en apadrinar o "adoptar” a una
persona
sin papeles, lo que significaba adquirir hacia ella una
responsabilidad
cuasi familiar, cuasi legal.
Esta ficción teatral, como la
poética que encerraba el lema del 68, apunta al aspecto
específicamente
artístico del compromiso político, esbozado en algunas
páginas de El desacuerdo . Rancière comienza por
oponerse al punto de vista de Habermas, según el cual la
sorpresa
que provoca la experiencia estética y la apertura al mundo que
supone una metáfora deben distinguirse de las normas de la
acción
comunicativa. Por el contrario, Rancière afirma que la incierta
realidad del arte, el desplazamiento o el transporte de
significado que
ejecuta la metáfora, es una parte inherente a la legitimidad o
incluso a la realidad de uno de los elementos fundamentales que
configuran
el desacuerdo (sus lugares, sus objetos, sus sujetos). La acción
mediante la cual la metáfora provoca un desplazamiento de lugar
–de
una cosa o persona a otra– es lo que permite la creación o
extensión
de una comunidad de sujetos con voz; y esta potencial extensión
de una comunidad es lo que se requiere para cualquier discusión
sobre la igualdad. Es por esto que las formas modernas de
agrupación –o
de subjetivación– política están unidas históricamente
a la emergencia de una dimensión estética autónoma
escindida de cualquier manipulación práctica de objetos útiles:
un ámbito impredecible, extensible hasta el infinito que define
"un
mundo de una comunidad virtual –una aspiración de comunidad– que
se sobrepone al mundo de los órdenes y de las particiones que
imponen un uso a cada cosa”.
Las metáforas son los
jeroglíficos
de un lenguaje desconocido, la aspiración de una comunidad a la
que no se escucha. Cuando el grupo Ne pas plier , en
colaboración
con la asociación de personas sin empleo Apeis
(Asociación
para el empleo, información y solidaridad), elevó retratos
de rostros anónimos realizados por Marc Pataut por encima de la
multitud en 1994 –rostros individuales sobre un mar de seres
humanos
manifestándose–, lo importante no era tanto si estas fotografías
de un metro de altura, sostenidas en el aire con un listón de
madera, representaban de verdad a personas sin empleo
identificables:
la cuestión era más bien si un asunto social podría
extenderse más allá de los casos individuales, para llegar
a exigir una reconfiguración general de toda la sociedad; si
cada
rostro anónimo era potencialmente el rostro de gentes sin empleo
exigiendo su derecho a hablar; y si los expresivos debates que
tenían
lugar en la Plaza de la República podían ser equiparados
a los que tenían lugar en la Asamblea Nacional [el Parlamento
francés]. Una incertidumbre visual, una posibilidad metafórica
del "uno-por-otro”, entrelazada con la discusión política
acerca de los nombres propios o impropios, de las adecuadas o
inadecuadas
divisiones y reparticiones de los recursos, de los roles, de la
realidad
sensible. En lugar de apuntar a una respuesta, la pregunta lo
hacía
a un posible futuro, un futuro que tan sólo es posible abrir por
medio de una lógica argumentativa inseparable de una metáfora
artística.
Un cambio de
régimen
Rancière formuló su pensamiento
acerca de lo político durante la prolongada caída de Francia
en la recesión económica y el racismo, cuando el estatuto
del trabajador asalariado se hacía jirones a la vez que los
sistemas
de protección social del Estado de Bienestar, cuando a los
inmigrantes
se les colocaba fuera de la ley de acuerdo con criterios de
trabajo y
las personas sin empleo devenían un sujeto político imposible.
Y sin embargo, la amenaza del régimen de producción y de
trabajo flexible, transnacional, interconectado, el llamado
"horror económico”,
dio lugar a formas originales de protesta y debate. Se reabrió
una
brecha, que en el campo de la filosofía política vino marcada
por la obra de André Gorz Misère du present, richesses
du possible ( Miseria del presente, riquezas de lo
posible),
que dio la vuelta a las incertidumbres relativas al trabajo
flexible
y el desempleo para dirigirlas al propio sistema, con el fin de
explorar
cuáles son las razones para mantener políticas de escasez
en una sociedad de producción automatizada.
Esa brecha parece cerrada hoy. El
desacuerdo había mostrado ya cómo ciertas formas
de consenso político operan con la finalidad de congelar las
identidades sociales, eliminando las emergentes aspiraciones
de igualdad.
Tenemos por una parte la concepción del Estado de Bienestar
de la sociedad como interrelación de "compañeros” (sindicatos,
empresas, servicios públicos); por otra, la idea neoliberal
de que la sociedad no existe, sólo existen individuos con
deseos
emprendedores; finalmente, tenemos la visión multicultural de
una serie de comunidades separadas, balcanizadas, cada una de
ellas
cohesionada en torno a sus propias creencias. Todas estas
perspectivas
excluyen el tipo de conflicto político que anteriormente
canalizaba
el sujeto llamado "proletariado”, el nombre más reciente que
ha recibido el antiguo demos o el pueblo
revolucionario.
Después de haber integrado una parte importante del racismo
del Frente Nacional, el Partido Socialista francés ha
encontrado
ahora una mezcla original de las dos primeras formas de
consenso arriba
citadas: intensifican el programa neoliberal de relaciones
laborales
transnacionales flexibles, mientras mantienen la esperanza de
poder
retornar al tipo de trabajo asalariado en el que se basó el
contrato social del Estado-nación de la posguerra! Como si los
retos y cuestionamientos planteados por el "movimiento de los
sin” nunca
hubieran existido.
Pero lo que está sucediendo
actualmente,
mucho más allá de Francia, es que se expanden movimientos
similares, proliferan en su intento de enfrentarse a sus
adversarios
en otro escenario: el escenario dispuesto por las empresas
transnacionales.
Esta proliferación implica una identificación con la causa
del otro imposible y distante, el campesino maya, el trabajador
autoempleado
brasileño, el miembro de una tribu nigeriana, el campesino
hindú.
Pero si queremos explorar el papel que desempeña el arte en
estos
movimientos, quizá nos conviene comenzar con algo que tenemos
mucho más cerca de casa: la máquina lingüística
que aglutina al sistema transnacional y el tipo de trabajo que
con ella
se realiza.
La izquierda ha entendido
correctamente
que Internet provee la infraestructura para el llamado
"capitalismo digital”. Pero
lo que los analistas de izquierda olvidan –y uno se pregunta por
qué– es
que su aplicación más sencilla, el correo electrónico,
ha ofrecido una oportunidad extraordinaria para lo que Rancière
llama "el animal literario”. El acceso a la educación de amplias
masas de las clases trabajadoras vino de la mano de su rechazo
de la
disciplina industrial y, distanciándose de su anterior posición
en la jerarquía social, se convirtieron en "trabajadores
inmateriales” que
habrían de enfrentarse a los dilemas de las nuevas condiciones
de flexibilidad laboral, pero
que también
poseían una nueva herramienta de escritura. Y mientras aprendían
a utilizarla e inventaban nuevas aplicaciones cada día, ¿qué
afirmaron,
frente a toda lógica prevalente? Que aquí, todo el mundo
es igual. Las realidades virtuales de los 90 vieron el retorno
de una
utopía cuya emergencia Rancière nos había narrado
en sus recensiones acerca de la autoeducación de las clases
artesanas
a comienzos del siglo XIX: "De esta forma cada cual puede soñar
con una sociedad de individuos emancipados que podría ser una
sociedad de artistas. Tal sociedad podría eliminar la división
entre quienes saben y quienes no saben, entre quienes están en
posesión de la inteligencia y quienes no lo están. Comprendería
solamente mentes activas: seres humanos que actúan, que hablan
por sus propios actos y de esta forma transforman todo su
trabajo en
maneras de indicar la existencia de la condición humana en sí
mismos
y en cada uno de los demás”.
Ese sueño se dirigía a
contrarrestar lo que Rancière ha llamado "la sociedad del
desdén”,
que a finales del siglo XX se configura mediante una
expropiación
del lenguaje popular, reemplazándolo por simulacros manipulados.
Y aún así, aunque el dominio de Internet por parte de las
esferas comerciales y financieras se fue haciendo más claro,
aunque
la figura del accionista emergió como el único individuo
con derecho a participar políticamente en la nueva economía,
el activismo político dio un nuevo giro, y nuevos tipos de
subversión
irrumpieron en la fábrica del lenguaje corporativo y
gubernamental.
Desde 1993, el grupo anónimo ®TMark
ha
venido lanzando parodias ideológicas: consultoría y financiación
para el sabotaje del consumismo, en la estela de las acciones
del infame Barbie
Liberation Organization ; campañas de envíos de correos
electrónicos promoviendo la subversión, como el Call-in
Sick Day of May 1 st [Llamada para que todo el mundo se
ponga enfermo
el 1 de mayo], día no festivo en los países anglosajones;
sitios de Internet pseudo oficiales como <www.gwbust.com>,
<www.voteauction.com> o <gatt.org>.
Enmascarados
tras una apariencia corporativa –logotipos deslucidos, gráficos
inexpresivos, lenguaje pomposo–, los websites del grupo ®TMark
comienzan
siempre siendo creíbles, más tarde nos parecen dudosos,
para finalmente mostrar una evidente denuncia. Otro movimiento, Kein
Mensh ist Illegal [ Ningún ser humano es ilegal]
recientemente adoptó la misma estrategia con su campaña
Deportation-Class : websites, un concurso de carteles, kits
de información,
viajes para super activistas... todo ello ofrece a los
accionistas de
Lutfhansa la oportunidad de descubrir cuánto les costaría
seguir haciendo deportaciones de inmigrantes para la policía.
Posteriormente, parodiando una supuesta alianza mundial de
aerolíneas,
surgió la Deportation-Alliance , con la colaboración
de ®TMark y muchos otros. Mientras tanto, un grupo de abogados
austriacos
de pocas luces se tropezaron con el website <www.gatt.org>
e invitaron
a Mike Moore de la Organización Mundial de Comercio a asistir
al encuentro que organizaban en Salzburgo. "Mike Moore” declinó
asistir,
pero envió a dos sustitutos, quienes una vez allí se dieron
a conocer como los "Yes Men” (los "Hombres Sí”) a la hora de
presentar
a un auditorio de inadvertidos abogados su amplio y asaz extraño
programa para la extensión del libre comercio en todo el mundo.
Hay documentación en vídeo de todo el proceso, un proceso
de " tactical embarashment ”, como gusta decir el
activista
Jordi Claramonte.
Mediante la imitación y la
imaginación,
grupos como ®TMark crean un cortocircuito entre la igualdad
anónima
y abstracta del trabajo inmaterial y la excepcionalidad
subjetiva del
arte. "El imitador añade al principio privado del
trabajo
un nivel público. Hace concurrir en un escenario común
todo aquello que debería determinar el confinamento de cada cual
en su lugar”, escribe Rancière en Le partage du sensible. Pero
este "escenario común” es la escena, no de una unidad sofocante,
sino del disenso: el imitador transmite "bloques de discurso que
circulan
sin un padre legitimador”, declaraciones literarias y políticas
que "agarran los cuerpos para desviarlos de su destino”, que
"contribuyen
a la formación de hablantes colectivos que cuestionan la
distribución
de roles, de territorios, de lenguajes: en resumen, sujetos
políticos
que trastornan la división establecida de lo sensible”.
®TMark o Deportation Class son
dos
formas en las que trabajadores inmateriales exigen tener voz,
una reparticipación
no mediada por la economía, frente al tipo de reglas mercantiles
que determinan una sociedad de accionistas. Son también vectores
de un nuevo tipo de colaboración o de reciprocidad
transnacional.
Muestran una forma posible de volver a conectar con los
movimientos de
acción directa, Art and Revolution , Attac ,
y docenas, por no decir centenares, de otras organizaciones: son
formas
recientes de un tipo de configuración de la estética y
la política que arranca de mucho más atrás, que
también llamamos democracia. Porque la duplicidad entre el arte
y el trabajo no comienza con Internet. Podríamos retrotraernos
a lo que Rancière llama el régimen estético de las
artes, que emergió, no por casualidad, al final del Antiguo
Régimen.
La estética es el nombre de una indistinción, donde los
hechos son inseparables de las ficciones, donde lo que está
abajo
puede situarse arriba y viceversa.
El
régimen estético de las artes provoca la ruina de un régimen
de representación anterior, con sus jerarquías, su decoro
y su separación estricta de géneros, pero también
con su distinción aristotélica entre la historia caótica
y accidental, y la ficción plausible, bien construida. Operando
en un principio mediante técnicas de imitación o testimoniales
–la
literatura o pintura realista, la fotografía o el cine–, el
nuevo
régimen determina la belleza paradójica del sujeto anónimo,
de cualquiera y de cualquier cosa: "Aquello que es ordinario
deviene
un hermosa huella de la verdad cuando lo arrancamos de lo obvio
para
convertirlo en un jeroglífico mitológico o fantasmagórico”. Antes
y más allá de cualquier programa "modernista” o "posmodernista”,
el régimen estético "hace del arte una forma de vida autónoma,
estableciendo al tiempo la autonomía del arte y su
identificación
con algún momento de un proceso de autorrealización de
la vida”. Una justa comprensión
del arte activista comienza aquí, con esta noción de la
vida en un proceso de autorrealización.
Futuros ficcionalizables
La originalidad del trabajo de
Rancière
sobre el régimen estético estriba en la claridad con que
nos muestra cómo el arte puede ser históricamente eficaz,
directamente político. El arte logra tal condición por
medio de la ficción: disponiendo signos inherentes a la
realidad,
haciendo que ésta sea legible para la persona que se mueve entre
tales disposiciones; como si la historia fuese un film
inacabado, una
ficción documental de la que somos al mismo tiempo los cámaras
y los actores.
Ésa sería una de las formas
posibles de describir el "Carnaval contra el capital”, puesto en
escena
por los diez mil actores de Reclaim the Streets en la City
,
el centro financiero de Londres, el 18 de junio de 1999. Portando
máscaras de cuatro colores diferentes, la multitud navegó a
través de ciertos recorridos convergentes por la City ,
mostrando signos, creando imágenes, entrelazando su música
y su lenguaje móvil con la realidad urbana: un mundo diferente
en movimiento para confundir al mundo gobernado por el capital
financiero
(y para confundir directamente a la policía). El 18J nos enseñó
cómo
leer una nueva historia en el centro del capitalismo financiero.
Pero
no hay un punto de vista privilegiado a la hora de realizar este
film,
imposible establecer una visión totalizadora de esta "obra de
arte”, reduciendo sus contradicciones: porque la idea ya había
atravesado no solamente Inglaterra sino todo el planeta,
difundiéndose
y avanzando como el fuego voraz de la igualdad. Mediante
folletos, imágenes,
Internet y el boca a boca, mediante la colaboración y la
reinvención
espontánea, la "desorganización” de Reclaim the Streets
y
la red People's Global Action (Acción Global de los
Pueblos) habían construido el mapa de un nuevo mundo, en el que
colectivos de más de 70 países diferentes protestarían
contra los mismos procesos abstractos del capitalismo
neoliberal, bajo
sus propias y muy diversas condiciones locales, pero en un mismo
día. ¿Acaso
el "film” de Seattle, Praga, etc., comenzó justamente aquí,
con este acontecimiento "artístico”? Pero ¿dónde
era "aquí”? Y ¿en qué consistía realmente
el "acontecimiento”?
Si manifestaciones anárquicas
y artísticas como la del 18J son políticas, esto es porque
implican un desacuerdo, una confrontación directa con las
particiones
de la realidad sensible actualmente existentes. Hacen visible el
"gobierno
invisible" de las instituciones financieras internacionales (es
decir, la nueva policía mundial). Pero si son estéticas,
esto es porque difuminan la distinción entre los sujetos, los
objetos y los lugares apropiados para el debate. Crean un nuevo
escenario
para la política: como hacen los manifestantes que abren una
boca
de riego en Londres para que un río largamente enterrado pueda
regresar simbólicamente a la superficie de la calle, con el fin
de recuperar esa corriente arrancándola de los procesos
abstractos
del capital. O como las fuerzas sociales en Porto Alegre, cuando
desplazaron
el invernal foro económico de Davos al caluroso verano del Sur,
invirtiendo no sólo la agenda sino también las propias
estaciones y periodizaciones de la globalización capitalista.
Es cierto que tales
confrontaciones
se han de hacer más precisas, más razonadas, más
explícitas, si es que la nueva exigencia de igualdad ha de tener
algún efecto sobre las actuales particiones del mundo. El "plus”
estético de
estas manifestaciones debe encontrar el modo de dirigirse hacia
cada
entorno local, hacia los marcos específicos que gobiernan la
vida
de las personas sin hogar, sin papeles, sin empleo. Éste es el
arriesgado gambito que la izquierda radical realiza a escala
mundial.
Pero ser explícito no es lo mismo que hablar el lenguaje del
oponente
(la economía neoclásica), lo que supondría jugar
siempre en situación desigual un juego en el que siempre tenemos
las de perder. Por el contrario, ser explícito significa
comprometerse
a poner en práctica un tipo de mímica inestable que busca
demostrar y manifestar su exigencia de igualdad en un escenario
público,
al mismo tiempo inventando nuevos signos, nuevos caminos para
atravesar
el mundo, nuevas subjetividades políticas.
N. de E.: Este texto ha sido publicado
en inglés como "Hieroglyphs of the Future. Jacques Rancière
and the Aesthetics of Equality” en … Traducción de Marcelo
Expósito.
Una información básica en castellano sobre algunos de los
grupos, prácticas y campañas a los que el autor se refiere
en este texto (Ne pas plier, ®TMark, Deportation Class, la
jornada
de acción global contra el capital del 18 de junio de 1999…)
puede
encontrarse en: Paloma Blanco, Jesús Carrillo, Jordi Claramonte,
Marcelo Expósito (eds.), Modos de hacer. Arte crítico,
esfera pública y acción directa , Ediciones Universidad
de Salamanca, Salamanca, 2001.
Tomado de: http://www.brumaria.net/textos/brianholmes.htm
|