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22.05
LA FANFARRIA

por José Alberto López
Lápiz. Revista Internacional de Arte nº 253, Mayo 2009



Estamos asistiendo a un nuevo fenómeno en la publicitación de las actividades desplegadas por los museos y los centros de arte públicos y privados; una nueva corriente inspirada por el marketing más ramplón se está instalando en nuestras instituciones artísticas y culturales. La cultura y el arte reinterpretados como servicio público amenazan con perder su trascendencia y acabar subordinados a la vulgaridad utilitaria de las estrategias de masificación de, por ejemplo, los museos. De esta forma, estamos contemplando un verdadero despliegue de recursos públicos y privados que aspira exclusivamente a aumentar el número de visitantes a los museos y centros en aras de conseguir algo de notoriedad. Se trata de explotar la rentabilidad simbólica del arte para asentar una "imagen de marca" institucional.
No es extraño, en estas circunstancias, que muchos museos contraten espacios publicitarios en los grandes medios de masas siguiendo estrategias de propaganda comercial más apropiadas para anunciar un gran concierto de rock o el último best-seller. Se pretende anunciar las exposiciones como quien anuncia el más innovador mp3 y, consecuentemente, los encargados de mercadeo de los museos y centros utilizan palabras como "fidelización", "target", "posicionamiento estratégico" y otras voces utilizadas por los profesionales de la publicidad para hablar de los "clientes objetivos" de un coche o de un perfume.
Este es tan solo otro aspecto de la masificación de la cultura, otro rasgo de la gran confusión de las instituciones artísticas con respecto a su papel en la sociedad. Hoy estas quieren absurdamente competir con los estadios y los centros comerciales; convierten así, en consecuencia, el objeto artístico en una simple carnaza que seduzca a la avidez consumista de las hordas sonámbulas que ya infestan monumentos y museos de arte clásico. Ciegas ante el hecho de que el arte plástico no es, ni tiene visos de llegar a ser, a diferencia del cine o de la música, una "industria cultural", esas instituciones artísticas insisten en gritar en los medios de masas un mensaje que, indefectiblemente, solo a unos cuantos interesa oír, los mismos que, como nuestros lectores, buscan en la calma y el rigor de las revistas especializadas el reflejo de sus intereses.
Como ejemplo cabal de ese fenómeno extraño de masificación histérica del arte se erige, sin que haya quien le haga sombra, la figura del artista japonés Takashi Murakami, cuya exposición en el Museo Guggenheim Bilbao ha estado rodeada de todo el ruido y la pompa vacua que otras instituciones culturales comienzan a emular, incluyendo anuncios televisivos y radiofónicos sencillamente enigmáticos para la audiencia común, a veces incluso para nosotros, tal es su divorcio de lo que pretenden publicitar, tal es su profunda incapacidad para comprender y transmitir lo que es el arte hoy.

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