Publicado por ARTSTUDIO MAGAZINE el
Lunes 17 Mayo 2010Por Mario Rodríguez Guerras
El arte de la
pintura (Alegoría de la pintura), Johannes Vermeer (1666)
Partiendo de la comprensión de la obra de Schopenhauer "El mundo como
voluntad y representación” nosotros hemos concebido el arte
como voluntad y representación del artista.
El arte como voluntad significa que la obra de arte,
cuando es una obra de arte y no un sucedáneo, es la expresión del
sentimiento del hombre, por lo tanto, contiene su voluntad y, si la
buscamos, la encontraremos. El arte como representación
significa que consideramos la imagen que ofrece el arte un objeto del
mundo, por lo que puede ser estudiado con los principios de razón, tal y
como hemos hecho con las vanguardias.
Aparentemente existe una dificultad para aplicar la causalidad a la
representación que realiza la obra de arte, es decir, puede pensarse que
existe una imposibilidad de considerar la representación artística como
representación, como objetivación de la voluntad.
La obra principal de Schopenhauer se ocupa del mundo. La obra de arte
constituye un objeto del mundo cuando se percibe solo su construcción
material olvidando la representación artística que nos ofrece.
En su obra, con el ejemplo de la bola de billar que golpea a la
segunda bola, se aprecia con suficiente claridad el sentido de "el mundo
como representación” así como la validez de los principios de razón y
de la ley de la causalidad.
Cuando un bólido viaja por el espacio y colisiona contra la tierra
entendemos que un cuerpo que recorre libremente el espacio puede llegar a
encontrarse en algún momento con otro cuerpo y colisionar con él. En
este supuesto basta aplicar la ley de la causalidad para entender lo que
ha ocurrido. Pero en el caso del juego del billar es el jugador el que
busca la forma de que la bola siga una determinada trayectoria para
provocar una colisión y además busca que, después de ella, las bolas
sigan una trayectoria conveniente para acabar parándose en un lugar
preciso. Cuando un jugador realiza esta operación adecuadamente puede
conseguir que las tres bolas acaben juntas en un lugar de la mesa.
Entonces, el espectador observa que las tres bolas, formadas por una
materia, aparentan una unidad, aparentan formar otro cuerpo, un objeto,
cuya forma, por ejemplo, un triángulo, es consecuencia de la cuidada
elección de las trayectorias de las bolas que se ha realizado de forma
intuitiva pero, que no por ello, deja de ser resultado de la utilización
de una técnica cuya aplicación ha estado condicionada por la motivación
del jugador.
Con el arte ocurre lo mismo. La acumulación de materia en un lienzo
se explica por la causalidad y los principios de razón, pero la
representación que aparece se percibe como un objeto distinto del
meramente material del soporte cuyas causas y fundamentos no serán ya la
simple acción mecánica, el choque o la elasticidad, sino las leyes de
la representación y de la percepción. Es decir, se realizan cambios en
la materia acumulando elementos sobre una superficie persiguiendo que
esa acumulación adquiera una determinada forma que al ser percibida por
un espectador semeje la percepción de un objeto del mundo real, la cual
tampoco proporciona el conocimiento completo ni objetivo del objeto y
solo proporciona la percepción que se tiene desde una determinada
posición de observación. Esta información, parcial luego también falsa,
que ofrece la percepción real es la que permite identificar una
construcción artística con un objeto real.
A la construcción artística se le impone, en primer lugar, las
conocidas leyes de los cambios de la materia, por ejemplo, la de
adherencia del óleo al lienzo. En segundo lugar, la aplicación de los
pigmentos debe cumplir las leyes de la perspectiva desarrolladas por el
conocimiento humano para lograr la deseada percepción figurativa. Cuando
se nos dice que un cuadro es, antes que una batalla o una figura, una
superficie cubierta de pintura se nos está ofreciendo una interpretación
parcial de la obra, por lo tanto, falsa. Confundir esa descripción con
una definición impide distinguir un cuadro de una pared pintada. Pero,
visto con nuestra perspectiva, tal vez fuera esa la pretensión de tal
expresión, la cual no hubiera sido concebida cien años antes. Si, como
ya sabemos, las vanguardias descompusieron la obra en sus elementos, era
necesario restar valor al conjunto para poder justificar la
presentación independiente de las partes. Entonces, era necesario
resaltar la materialidad de la obra, era necesario hacer olvidar la
existencia del otro valor inmaterial. Si el científico puede reducir un
hombre a huesos, músculos y órganos, el artista puede reducir la obra a
materia, técnica y figura. Pero ambos técnicos se han olvidado de lo
esencial en cada caso, de lo que da sentido al hombre y al cuadro, de
la vida y de la idea.
Obviamente, admitir que un cuadro es algo más que una superficie
cubierta de colores es una falsedad, y esta es la falsedad del arte de
la que ya nos hablaban los sabios de Grecia, y junto a la cama real del
carpintero y la cama ideal de dios, nos presentaban la falsificación de
la cama del artista. En la falsificación del pintor colabora
necesariamente nuestra imaginación al aceptar que aquellas manchas sobre
una tela son una cama. Por convenio, aceptamos la existencia de un
objeto representado mediante una técnica artística como si se tratara de
un objeto real cuando en realidad no existe: La representación no es
más que una falsa interpretación de la percepción que recibimos pero, a
pesar de todo, decidimos aceptar esa percepción como un objeto. Si se
nos intentara imponer que la representación no es un objeto, lo
admitiríamos, siempre y cuando se admitiera que no existe la obra de
arte y que, al mirar un cuadro o una escultura, no se puede percibir
ninguna figura y únicamente una materia, devolviéndonos a la realidad
pero negando la existencia del arte.
En caso contrario, debemos admitir que el pintor ha construido una
cama y que ese objeto queda sometido a unos principios artísticos aunque
como principios sean tan falsos o tan artificiales como el objeto
representado pero debemos, para colmo, darles también validez si
queremos lograr el efecto de la percepción artística.
La representación del arte es una falsificación del objeto pero,
mientras no neguemos el arte, no podremos el objeto y dentro de la obra
de arte seguiremos viendo una parte del mundo que se habrá generado de
alguna forma y, dado que todo tiene una causa, todo tiene una
explicación, y esta solo nos la pueden ofrecer los principios de razón.