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19.31
LA RESISTENCIA ELECTRONICA. PODER NOMADA Y RESISTENCIA CULTURAL
Critical Art Ensemble
El término que mejor describe la presente condición social es "delicuescencia". Los otrora incuestionables índices de estabilidad,
como Dios o Naturaleza, han sido absorbidos por el agujero negro del
escepticismo, y la demarcación de las categorías de sujeto y objeto se
ha difuminado. La significación fluye simultáneamente a través de
procesos de proliferación y de condensación, a la deriva, resbalando,
acelerando hacia los opuestos apocalipsis y utopía. El poder -y la
resistencia- yacen en una zona ambigua y sin fronteras. No podría ser de
otro modo, ya que los restos de poder fluyen entre la dinámica nómada y
las estructuras sedentarias, entre la hipervelocidad y la hiperinercia.
Quizás resulte utópico empezar afirmando que la resistencia comienza
(¿y acaba?) con la liberación nietzscheana del yugo de la catatonia
inspirada por la condición posmoderna. Sin embargo, la naturaleza
transgresora de la conciencia no nos deja otra opción.
Chapotear en el charco del poder líquido no es necesariamente un signo
de conformismo o complicidad. A pesar de la difícil posición que ocupan,
el activista político y el activista cultural (aún llamado
anacrónicamente "artista") todavía pueden perturbar. Aunque tales
acciones puedan parecerse más a los gestos del que se está ahogando, y
aunque no se sepa muy bien qué es lo que se está perturbando, en la
presente situación los dados de la posmodernidad deciden a favor de la
acción perturbadora. Después de todo, ¿qué otra salida nos queda? Es por
ello por lo que las antiguas estrategias de "subversión" (palabra casi
tan vacía de significado dentro del lenguaje crítico como la palabra
"comunidad") o de ataque camuflado están bajo la sombra de la sospecha.
Al saber lo que se ha de subvertir, asumimos que las fuerzas de opresión
son estables, que se pueden identificar y separar: una presunción
ilusoria en la era de la dialéctica en ruinas. Saber cómo subvertir
supone un conocimiento de la oposición que se sitúa en el terreno de la
certeza, o (por lo menos) de las altas probabilidades de acertar. La
rapidez con la que el poder se apropia de las estrategias de subversión
nos revela que subestimamos la adaptabilidad de éste. Sin embargo,
debemos reconocer el mérito de los que resisten, ya que el acto o el
producto subversivo no se recicla para su integración al veloz ritmo que
dictaría la estética burguesa de la eficacia.
El peculiar entramado de lo cínico con lo utópico dentro del concepto de
perturbación como apuesta necesaria resultará irreverente para aquellos
fieles todavía a las narrativas novecentistas, en las que los
mecanismos y la(s) clase(s) de opresión, así como las tácticas
necesarias para la superarla, están claramente identificados. Después de
todo, la apuesta está profundamente ligada a los intentos conservadores
de disculpar el cristianismo y de absorber la retórica y los modelos
racionalistas para persuadir a los descarriados a que vuelvan a la
escatología tradicional. Pascal, que renunció al Cartesianismo y
Dostoievski, que renunció a la revolución, ejemplifican este uso. Pero
es necesario darnos cuenta de que la promesa de un futuro mejor, ya sea
secular o espiritual, siempre presupone la economía de la apuesta. Al
mirar hacia atrás y ver el rastro de despojos políticos y culturales que
han dejado las revoluciones, consumadas o no, la relación entre
historia y necesidad aparece como un chiste cínico. Las revoluciones en
Francia desde 1789 a 1968 nunca lograron contener la marea obscena de la
mercancía (más bien contribuyeron a abrirle camino), mientras que la
revolución rusa y la cubana sólo reemplazaron la mercancía por el
anacronismo totalizador de la burocracia. El imbatible poder nómada en
combinación con la visión retrospectiva de la revolución en ruinas casi
ha hecho enmudecer a las voces contestatarias. Habitualmente, en épocas
de desencanto, comienzan a dominar las estrategias de retirada. Para el
productor cultural, el paisaje de la resistencia está poblado de
numerosos ejemplos de participación cínica. Esto nos recuerda el caso de
Baudelaire. Durante la revolución de 1848 en París, luchó en las
barricadas guiado por la idea de que "la propiedad es un robo", sólo
para convertirse al nihilismo cínico en cuanto fracasó la revolución.
(Baudelaire nunca se pudo rendir por completo. Su uso del plagio como
estrategia colonial invertida nos recuerda, por fuerza, que la propiedad
es un robo.) El proyecto surrealista original de André Breton, que
sintetizaba la liberación del deseo y la liberación del obrero, se
desmoronó con la llegada del fascismo. (También debemos tener en cuenta
las disputas personales entre Breton y Louis Aragon sobre el papel del
artista como agente revolucionario. Breton nunca pudo abandonar la
concepción del ser poético como narrativa privilegiada.) Durante la
década de los treinta, Breton se volcó con creciente intensidad en el
misticismo y acabó por refugiarse por completo en el transcendentalismo.
La tendencia del trabajador cultural desencantado a refugiarse en la
introspección y eludir la pregunta planteada por la Ilustración: "Qué se
debe hacer con la situación social en vista del sadismo del poder?" es
la representación de la vida a través de la negación. No es que la
liberación interior no sea deseable o que sea innecesaria, sino que no
debe ser singular ni privilegiada. Dar la espalda a la revolución en lo
cotidiano, y concentrar la resistencia cultural bajo la autoridad del
ser poético ha llevado siempre a la producción cultural, la más fácil de
mercantilizar y burocratizar.
Desde el punto de vista del posmodernismo americano, la categoría
novecentista de ?ser poético? (tal como lo definieron los decadentistas,
los simbolistas y la Escuela de Nabis, etc.) en su expresión más pura
se ha convertido en sinónimo de complicidad y conformismo. La cultura de
la apropiación ha eliminado por completo esta opción tomada por sí
sola, aunque todavía puede ser válida en algunos casos como punto de
intersección. Por ejemplo, Bell Hooks la utiliza como punto de partida
para desarrollar otros modelos de pensamiento. Aunque necesita ser
revisado, el lema modernista de Asger Jorn "¡La vanguardia nunca se
rinde!" aún sigue vigente. La revolución en ruinas y el laberinto de
apropiación han borrado la reconfortante certidumbre de la dialéctica.
El momento cumbre del marxismo, en el que las formas de represión
estuvieron claramente identificadas y el camino de la resistencia fue de
una sola dirección, ha desaparecido en el vacío del escepticismo. Esto,
sin embargo no es razón suficiente para rendirse. Georges Bataille,
surrealista condenado al ostracismo, planteó una opción que todavía no
se ha explorado exhaustivamente y que consiste en atacar en lo cotidiano
desde la retaguardia, con la economía no racional del sacrificio y de
lo perverso, en vez de hacer frente a la estética utilitaria. Tal
estrategia nos ofrece la posibilidad de lograr un punto de intersección
entre la perturbación interna y la externa.
La importancia del movimiento del desencanto, de Baudelaire a Artaud,
radica en que los que lo practicaron imaginaron una economía del
sacrificio. Sin embargo su concepción era aplicable tan sólo a un teatro
trágico elitista y quedaba reducida a un recurso para explotación
"artística". Para complicar aún más las cosas, la presentación artística
de lo perverso era siempre tan solemne, que las posibilidades de
aplicación acababan pasándose por alto. Artaud, hizo el impresionante
descubrimiento de la aparición del cuerpo sin órganos, aunque al parecer
sin saber exactamente qué podía ser ese cuerpo. Sin embargo, su
descubrimiento quedó limitado sólo a la tragedia y el apocalipsis. Las
señas y los rastros que deja el cuerpo sin órganos se manifiestan en la
experiencia mundana. El cuerpo sin órganos es Ronald McDonald, no una
estética esotérica; después de todo, siempre hay un lugar crítico para
el humor y la comedia como formas de resistencia. Quizás ésta sea la
mayor contribución de la Internacional Situacionista a la estética
posmoderna. El Nietzsche bailarín aun vive.
Además de la renuncia estetizada los románticos que aún resisten se
sienten atraídos por otra variedad, más sociológica, una versión de la
desaparición nómada: la retirada a areas fijas libres de vigilancia.
Habitualmente, la retirada se efectúa a las areas rurales más reticentes
a la cultura, o a los barrios urbanos desterritorializados. El
principio básico es ocultarse de la autoridad social y así conseguir
autonomía. Por lo general, lo único que se consigue con estas rupturas
es una estructura para evocar una visión nostálgica de la reconstrucción
de algunos instantes autonomía temporal.
Al productor cultural no le ha ido mucho mejor. Mallarmé introdujo el
concepto de apuesta en Una Tirada de Dados, y quizás sin quererlo liberó
la invención del bunker transcendentalista que él mismo creía defender,
y asimismo liberó al artista del mito del ser poético. Sería razonable
sugerir que de Sade ya había llevado a cabo estas tareas en una fecha
mucho más temprana. Tanto Duchamp (el ataque al esencialismo) como
Cabaret Voltaire (la metodología de la producción aleatoria), y el Dadá
berlinés (la disolución del arte en la acción política) agitaron las
aguas de la cultura y, sin embargo, abrieron uno de los pasajes
culturales que llevaron al resurgimiento del trascendentalismo en el
surrealismo tardío. Como reacción a los tres movimientos anteriores se
abrió también una vía para el dominio del formalismo (que todavía
constituye el demonio de la cultura-texto) que encerró la cultura-objeto
en el lujoso mercado del capitalismo tardío. Sin embargo, la apuesta de
estos antecesores de la perturbación volvió a inyectar la anfetamina de
la esperanza al sueño de la autonomía, dotando así a los productores
culturales y a los activistas contemporáneos de la energía necesaria
para acercarse a la mesa de juego electrónica y arrojar los dados una
vez más
En Las Guerras Médicas, Herodoto describe a los escitas, un pueblo
temido muy diferente de los imperios sedentarios que formaban "la cuna
de la civilización", ya que mantenía una sistema social nómada y basado
en la horticultura. Procedían del norte del Mar Negro, una tierra
extremadamente inhóspita debido tanto al clima como a sus
características geográficas, pero su resistencia a ser colonizados no se
debía tanto a estos obstáculos naturales como a la ausencia total de
medios militares y económicos para subyugarles. Al no contar con
ciudades o territorios estables, esta "horda errante" nunca podía ser
localizada con precisión. Por tanto, tampoco se les podía atacar o
conquistar. Los escitas mantenían su autonomía gracias a su movilidad,
que hacía pensar a los otros pueblos que estaban siempre al acecho y
dispuestos para atacar, incluso cuando, en realidad, se encontraban
ausentes. El temor que inspiraban estaba bastante justificado, ya que a
menudo realizaban ofensivas militares que nadie sabía hacía dónde se
dirigirían hasta el instante en que se producían, o hasta que se
descubrían rastros de su poder. Aunque mantenían una frontera
fluctuante, el poder para los escitas no estaba relacionado con la
ocupación de territorios. Vagaban y se hacían con los territorios y
tributos necesarios en el área en la que se encontraban en cada momento.
Por este método fueron construyendo un imperio que dominó "Asia"
durante veintisiete años y que, por el sur, se extendía hasta Egipto.
Estos territorios no formaban un imperio factible, ya que no eran de
utilidad o de valor alguno para los escitas, al ser éstos nómadas (de
hecho, no dejaban destacamentos en los territorios conquistados).
Disfrutaban de libertad para vagar, ya que sus adversarios pronto se
dieron cuenta de que, incluso en los casos en que la victoria parecía
probable, era mejor no entablar combate con ellos, pues resultaba más
efectivo concentrar sus esfuerzos militares y económicos en otras
sociedades sedentarias, cuya infraestructura podían localizar y
destruir. Esta política se veía reforzada por el hecho de que, para
entablar combate con los escitas, los atacantes debían esperar a que
ellos los encontraran. Era extremadamente difíciles atraparles en una
posición defensiva, ya que si las condiciones en que se entablaba el
contacto no eran satisfactorias para ellos, siempre podían optar por
permanecer invisibles y así evitar que el enemigo construyese un teatro
de operaciones.
La élite del poder del capitalismo tardío ha reinventado este modelo
arcaico de distribución de poder y estrategia depredadora con más o
menos los mismos fines. Su reinvención se basa en el acceso abierto por
la tecnología al ciberespacio, donde velocidad y ausencia, inercia y
presencia chocan en la hiperrealidad. El modelo arcaico de poder nómada
que, en otro tiempo, fue la herramienta para crear un imperio inestable,
ha evolucionado hasta convertirse en un método fiable de dominación. En
un estado de dobles significados, la sociedad contemporánea de nómadas
es, a la vez, un campo de poder difuso y sin localización y un aparato
visual fijo que se nos aparece como espectáculo. La primera ventaja del
estado de ambigüedad, el poder difuso, hace posible la aparición de una
economía global, mientras que la segunda hace las veces de destacamento
en varios territorios, manteniendo el orden de la propiedad mediante una
ideología apropiada para cada zona.
En las sociedades tipo banda cuya cultura es intocable porque no se
puede encontrar, la libertad aumenta para los que participan en el
proyecto. Pero, al contrario que estas sociedades que surgieron en un
territorio determinado, las comunidades transplantadas siempre son
susceptibles de contagiarse del espectáculo, del lenguaje y de la
nostalgia de sus antiguos ámbitos, rituales y hábitos. Estas comunidades
son inestables por naturaleza (lo que no es necesariamente negativo).
Aun está por ver si estas comunidades pueden pasar de ser albergues para
los desencantados y para los derrotados (como en la América de los 60 y
principios de los 70) a centros eficaces de resistencia. Debemos
preguntarnos, sin embargo, si un centro efectivo de resistencia de
carácter sedentario no sería rápidamente localizado y atacado, sin durar
lo suficiente para ser eficaz.
Otra narrativa decimonónica que persiste más allá de lo razonable es la
del movimiento obrero, esto es, la creencia en que la clave para una
resistencia eficaz radica en que un grupo organizado de trabajadores
detenga la producción. Como la revolución, la idea de sindicato ha
quedado reducida a añicos y quizás nunca existió en la vida cotidiana.
La ubicuidad de las huelgas desarticuladas, de las devoluciones y de los
despidos demuestra que lo que llamamos sindicato no es más que la
burocracia del trabajo. La fragmentación del mundo en naciones,
regiones, primer y tercer mundo, etc. como estrategia disciplinaria del
poder nómada ha convertido los sindicatos nacionales en movimientos
anacrónicos. Los lugares de producción son unidades demasiado móviles y
las técnicas de dirección son demasiado flexibles para que la acción
obrera sea efectiva. Si la mano de obra se resiste a las demandas de la
corporación en seguida se encuentra mano de obra alternativa. El
traslado de las plantas de producción de Dupont y General Motors a
México, por ejemplo, atestigua esta habilidad nómada. Al no aplicarse en
México, como colonia laboral, los "niveles salariales mínimos" y las
condiciones laborales del primer mundo, también se hace posible reducir
los gastos por unidad. El tamaño de la población trabajadora del tercer
mundo y su desesperación, unidos a los sistemas políticos cómplices en
esta situación, despoja a las organizaciones de trabajadores de una base
desde la que negociar.
Los situacionistas intentaron combatir el problema negando el valor
tanto del capital como de la mano de obra. Todo el mundo debe abandonar
el trabajo, proletarios, burócratas, trabajadores del sector de
servicios: todos. Aunque es fácil simpatizar con esta idea, presupone
una unión impracticable. El concepto de huelga general era demasiado
limitado; quedó atrapado en las luchas nacionales internas y nunca
avanzó más allá de París, dañando poco la maquinaria global. Por esta
misma razón, la esperanza de que una huelga más elitista se manifestase
en el movimiento de ocupación era una estrategia muerta antes de nacer.
El deleite que muestran los situacionistas ante la ocupación es de
interés en cuanto a que se trata de una inversión del derecho
aristocrático a la propiedad, aunque es precisamente por ello por lo que
que es un concepto sospechoso desde su concepción, ya que las
estrategias modernas no deben limitarse a invertir las instituciones
feudales. Los revolucionarios de la primera revolución francesa se
apropiaron de la relación entre ocupación y propiedad según la conciben
las corrientes de pensamiento social conservadoras. La liberación y toma
de la Bastilla resulta significativa, no tanto por los pocos presos que
se beneficiaron de ella, sino porque es indicativa de que la obtención
de propiedad a través de la ocupación es un arma de doble filo. Esta
inversión de términos, por ejemplo, convirtió la idea de propiedad en
una justificación para el genocidio válida desde el punto de vista
conservador. Cuando los terratenientes ingleses se dieron cuenta de que
les resultaba más rentable utilizar sus fincas en Irlanda para la cría
de ganado que mantener a los arrendatarios que habitualmente las
ocupaban, se desencadenó el genocidio de la década de 1840. Cuando la
crisis de la patata hizo estragos y arruinó las cosechas de los
agricultores, que no podían pagar las rentas, los propietarios vieron
las puertas abiertas para llevar a cabo un desalojo masivo. Los
terratenientes ingleses solicitaron ayuda militar de Londres, que les
fue concedida, para expulsar a los agricultores e impedir que volvieran a
ocupar la tierra. Por supuesto, los campesinos creían tener derecho a
la tierra que habían ocupado durante tanto tiempo, a pesar de no poder
pagar la renta. Por desgracia, se convirtieron en un mero exceso de
población, ya que no se les reconoció el derecho de propiedad por
ocupación. Se aprobaron leyes que prohibían a los irlandeses emigrar a
Inglaterra, lo que dejó a miles de personas sin comida ni cobijo durante
el invierno irlandés. Algunos consiguieron emigrar a los EE. UU. y
salvar su vida, pero sólo como despreciables refugiados. Entretanto, en
los propios EE.UU el genocidio de los nativos del continente ya estaba
muy avanzado, justificado en parte por la creencia de que, al no poseer
la tierra las tribus nativas, todos los territorios estaban libres y,
una vez ocupados (e investidos de valores sedentarios) era lícito
"defenderlos". La teoría de la ocupación ha adquirido tintes más amargos
que heroicos.
Aunque tanto el campo de poder difuso como el aparato visual están
integrados por medio de la tecnología y son componentes necesarios del
imperio global, la realización plena del mito de los escitas viene dada
en el campo de poder difuso. El cambio del espacio arcaico a la red
electrónica ofrece el complemento perfecto a las ventajas del poder
nómada: Los nómadas militarizados están siempre a la ofensiva. La
obscenidad del espectáculo y el terror de la velocidad son sus fieles
acompañantes. En la mayoría de los casos, las poblaciones sedentarias se
rinden ante la obscenidad del espectáculo y se resignan a pagar el
tributo que se les exige ya sea en forma de mano de obra, material o
ganancia. Primer mundo, tercer mundo, nación o tribu, todos deben rendir
tributo. Las clases, las razas, los sexos y las naciones jerárquicas y
diferenciadas de la sociedad moderna sedentaria se funden bajo el
dominio nómada y desempeñan el papel de siervos trabajadores, de
porteros de la ciber-élite. Esta separación, en la que media el
espectáculo, ofrece tácticas que van más allá del modelo nómada arcaico.
En vez de perpetrarse un ataque de lleno contra el adversario, se lleva
a cabo un pillaje amistoso dirigido seductora y extáticamente contra
los pasivos. La hostilidad de los oprimidos se canaliza hacia la
burocracia, que aleja el antagonismo del campo de poder nómada. La
retirada a la invisibilidad de lo ilocalizable evita que los que se
encuentran atrapados en el encierro espacial del panopticon definan un
lugar de resistencia (un teatro de operaciones). En vez de eso, se
encuentran atrapados en el histórico círculo vicioso de la resistencia
frente a los monumentos del capital extinto. (¿Derecho al aborto?
Manifestación en la escalinata de entrada al Tribunal Supremo. Para la
liberalización de los fármacos que retardan los síntomas del VIH: Tomar
por asalto la Seguridad Social.) La gran fortaleza de los nómadas radica
en que no necesitan ponerse a la defensiva.
A medida que las bases de información electrónica se desbordan con
archivos de gentes electrónicas (los que se han transformado en
historiales de crédito, en tipos, tendencias y hábitos de consumo,
etc.), investigación electrónica, dinero electrónico y otras
caracterizaciones del poder de la información, el nómada vaga libremente
por la red, atraviesa las fronteras entre países casi sin trabas por
parte de la administración local. El territorio privilegiado del espacio
electrónico controla la logística de producción, ya que la salida de
las materias primas y los productos manufacturados precisa de aprobación
y dirección electrónica. Este poder se debe ceder al reino cibernético,
a fin de que la eficacia (y por tanto la rentabilidad) de los complejos
patrones de fabricación, distribución y consumo no se pierda en un
vacío de comunicación. Lo mismo es aplicable al ámbito militar: las
ciberélites controlan los recursos de información y su dispersión. Sin
dirección ni control, el sector militar se ve inmovilizado, o, a lo
sumo, limitado a una dispersión caótica dentro de un espacio localizado.
De esta manera, todas las estructuras sedentarias se dedican al
servicio de los nómadas.
La propia élite nómada es un grupo difícil de identificar, lo que
resulta frustrante. Ya en 1956, cuando C. Wright Mills escribió The
Power Elite, estaba claro que la élite sedentaria ya comprendía la
importancia de la invisiblidad. (Un cambio bastante radical con respecto
a las amenazadoras señales de poder utilizadas por la aristocracia
feudal.) Mills no logró conseguir ninguna información directa sobre la
élite, y sólo pudo contar con especulaciones derivadas de categorías
empíricas cuestionables, como el registro social. A medida que la élite
contemporánea se desplaza desde las áreas urbanas centralizadas al
ciberespacio descentralizado y desubicado, el dilema de Mill se acentúa
¿Cómo puede llevarse a cabo el análisis critico de un sujeto que no
puede localizarse, estudiarse ni ser visto jamás? El análisis del
sistema de clases llega a un punto muerto. Desde el punto de vista
subjetivo percibimos una sensación de opresión y, sin embargo, resulta
difícil localizar, y más difícil todavía asumir la existencia de un
opresor. Casi con toda seguridad se puede afirmar que no se trata de una
clase social, es decir, de un grupo de personas con intereses
económicos y políticos comunes, sino de un despliegue elitista de
conciencia militar. La ciberélite existe actualmente como entidad
trascendental que sólo puede imaginarse. No se sabe si sus miembros
tienen un programa de motivos integrado. Es posible, aunque también es
posible que sus acciones depredadoras fragmenten la solidaridad entre
ellos y que las pasajes electrónicos y las reservas de información que
comparten constituyan la única base de su unidad. La paranoia de la
imaginación es el fundamento de miles de teorías de la conspiración,
todas ellas son verdaderas. Tiremos los dados.
En el periodo posmoderno del poder nómada, los movimientos obreros y de
ocupación no han sido relegados al desguace de despojos históricos, pero
tampoco despliegan el vigor que mostraron en el pasado. El poder de la
élite, habiéndose librado de sus centros nacionales y urbanos para vagar
ausente por los pasajes electrónicos, no puede alterarse por medio de
estrategias basadas en reacciones de las fuerzas sedentarias. Los
monumentos arquitectónicos del poder están huecos, vacíos, y hoy en día
actúan sólo como bunkers para sus cómplices y para quienes asienten. Son
lugares seguros que sólo revelan rastros de poder. Tal como sucede con
toda arquitectura monumental, estos bunkers silencian las expresiones de
resistencia y resentimiento emitiendo emitir señales de resolución,
continuidad, mercantilización y nostalgia. Son lugares que pueden ser
tomados, pero esto no perturbará el fluir nómada. Como mucho tal
ocupación puede llegar a constituir una alteración que la manipulación
de los medios de comunicación hará invisible. La maquinaria de guerra
posmoderna puede fácilmente recuperar una plaza particularmente
valorada, como la de la burocracia. Los bienes electrónicos que se
encuentran dentro de los bunkers, por supuesto, no puede ser tomados por
medios físicos.
La red que conecta los bunkers -las calles- tiene un valor tan ínfimo
para el poder nómada que ha quedado para las clases desposeídas. (Con
una excepción: el gran monumento a la máquina de guerra jamás
construido, el Sistema de Autopistas Interestatal, que, muy valorado y
bien defendido, no muestra casi síntomas de alteración.) Al dar a las la
calle a las clases más alienadas se garantiza que no se produzca en
ellas sino una profunda alienación. No sólo la policía, sino los
criminales, los drogadictos e incluso los sin techo están siendo
utilizados como elementos de alteración del espacio público. El propio
aspecto de las clases desposeídas, en combinación con el espectáculo de
los medios de comunicación, permite a las fuerzas del orden evocar la
imagen histérica de que las calles son lugares poco seguros, insalubres e
inútiles. La promesa de seguridad y familiaridad seduce a hordas de
ingenuos y les atrae a los espacios públicos privatizados, tales como
los centros comerciales, y pagan por esta protección renunciando a la
soberanía individual. Sólo la mercancía tiene derechos en el centro
comercial. Los espacios públicos en general y las calles en particular
están en ruinas. El poder nómada se comunica con sus seguidores a través
de su propia experiencia en los medios electrónicos. Cuanto menor es el
público, mayor es el orden.
La vanguardia nunca se rinde, y sin embargo, las limitaciones de los
modelos anticuados y los centros de resistencia tienden a impulsar la
resistencia hacia el vacío del desencanto. Es importante mantener los
bunkers bajo asedio, pero el lenguaje de la resistencia debe ampliarse
para incluir medios a fin de lograr alteración electrónica. Del mismo
modo en que, en otro tiempo, se hizo frente a las autoridades de la
calle con manifestaciones y barricadas, la autoridad que se encuentra en
el campo electrónico debe toparse con resistencia electrónica. Puede
que las estrategias espaciales no sean la clave para lograr estos
propósitos, pero son un apoyo necesario, al menos en el caso de
perturbaciones de amplio alcance. Además, las antiguas estrategias del
reto físico están mejor desarrolladas que las electrónicas. Ha llegado
el momento de prestar atención a la resistencia electrónica, tanto en
función del bunker como del campo nómada. El campo electrónico es un
área en la que poco se conoce; en una apuesta así, uno debe estar
preparado para afrontar los peligros ambiguos e impredecibles de una
resistencia aún sin experimentar.
La resistencia al poder nómada debe ejercerse en el ciberespacio, no en
el espacio físico. El jugador posmoderno es electrónico. Un grupo
pequeño pero bien articulado de operadores ilegales podrían introducir
virus, defectos y bombas electrónicos en los bancos de datos, programas y
redes de la autoridad y, probablemente, introducir la fuerza
destructiva de la inercia en el terreno nómada. Una inercia prolongada
es equivalente a la caída de la autoridad nómada a nivel mundial. Esta
estrategia no requiere una acción unitaria de las clases, o una acción
simultánea en muchas zonas geográficas. Los menos nihilistas podrían
rescatar la estrategia de ocupación utilizando información en lugar de
propiedad como rehén. La clave está en desestabilizar totalmente el
orden y control, sea cual sea el método utilizado para conseguirlo. En
estas condiciones, el capital inerte dentro de la simbiosis entre lo
militar y lo corporativo se convierte en parásito económico, y deja
tanto al material, como al equipamiento, como a la mano de obra sin un
medio para desarrollar su actividad. El capitalismo tardío se hundiría
bajo su propio exceso de peso.
Aunque lo que planteamos no es sino una situación hipotética digna de la
ciencia ficción, sí revela problemas que hay que afrontar. Lo más
evidente es que los involucrados en la ciber-realidad forman un grupo
apolitizado. Casi todas las infiltraciones en el ciberespacio han sido
expresiones de vandalismo juguetón (como el picaresco programa de Robert
Morris, o la serie de virus tipo Miguel Angel en los PC), ejemplos de
espionaje políticamente descaminado (como la intervención de Markus Hess
en los ordenadores del ejército, probablemente llevada a cabo en
beneficio del KGB) o producto de una venganza personal contra una fuente
de autoridad en particular. El código ético de los piratas informáticos
es contrario a acciones desestabilizadoras en el ciberespacio. Incluso
el grupo "Legión of Doom" (formado por jóvenes programadores que tienen
en vilo al Servicio Secreto) alegan no haber dañado jamás un sistema.
Sus actividades las motivaron únicamente la curiosidad por los sistemas
informáticos y la creencia en el libre acceso a información. Aparte de
estas preocupaciones específicas respecto a la información
descentralizada, la acción o el pensamiento políticos no han entrado
jamás en sus cálculos. Los encontronazos que han tenido con la ley (sólo
algunos miembros la violan) surgen del fraude con tarjetas de crédito o
la invasión electrónica del terreno privado. El problema que se plantea
es el mismo que surge al intentar politizar la labor de científicos que
contribuye al desarrollo armamentístico. ¿Cómo se puede pedir a este
sector que desestabilice o destruya su propio mundo? Para complicar más
las cosas, sólo algunas personas poseen los conocimientos técnicos
necesarios para llevar a cabo tal acción. La ciber-realidad profunda es
la menos democratizada de las fronteras. Como ya decíamos, los
ciber-trabajadores como clase profesional, no tienen que estar
totalmente unificados, pero ¿cómo reclutar el número suficiente de
miembros de esta clase para poder organizar una acción
desestabilizadora, en especial cuando la ciber-realidad está sometida a
una autovigilancia de tecnología punta?
Estos problemas han despertado en algunos artistas el interés por los
medios electrónicos, lo que ha provocado que muchas de las expresiones
artísticas en este tipo de soportes tengan una fuerte carga política. Ya
que es poco probable que los trabajadores científicos y técnicos
desarrollen una teoría de la desestabilización electrónica, los
artistas/activistas (entre otros grupos afectados) cargan con la
responsabilidad de ayudar a proporcionar un lenguaje crítico sobre los
riesgos que acarrea el desarrollo de esta nueva frontera. El productor
cultural puede contribuir a la lucha continua contra el autoritarismo al
apropiarse la autoridad legitimada que constituye la "creación
artística" y utilizarla para establecer un foro público abierto a la
especulación sobre un modelo de resistencia ideado para la naciente
tecno-cultura. Es más, las estrategias específicas de comunicación
imagen/texto que se han desarrollado con la tecnología que se ha
escurrido filtrada por las grietas de la maquinaria de guerra
capacitarán mejor a los interesados para diseñar material explosivo que
se pueda arrojar a los bunkers políticos y económicos. Las campañas que
utilizaban posters y panfletos, el teatro callejero, el arte público,
todos estos métodos han sido útiles en el pasado. Pero, como ya
mencionábamos: ¿dónde está el público?; ¿quién ocupa las calles? A
juzgar por la cantidad de horas de televisión que el ciudadano medio ve
al día parece que el público está ocupado con la electrónica. Sin
embargo, el mundo electrónico no está, ni mucho menos, completamente
establecido, y es necesario aprovechar su fluidez y ser inventivos
ahora, antes de que sólo nos quede como arma la crítica.
Ya hemos descrito los bunkers como espacios públicos privatizados que
cumplen funciones particularizadas, por ejemplo, asegurar la continuidad
del poder (oficinas del gobierno o monumentos nacionales), o como áreas
de consumo febril (los centros comerciales). Acorde con la mentalidad
tradicionalmente feudal de la fortaleza, el bunker garantiza
familiaridad y seguridad a cambio de la renuncia a la soberanía
individual. También puede actuar como agente seductor ofreciendo el
espejismo creíble de la posibilidad de elección de consumo y de paz
ideológica para el que se conforma, o como fuerza agresiva, exigiendo la
rendición de toda resistencia. El bunker absorbe casi todo hacia su
interior, excepto a los encargados de proteger las calles. Después de
todo, el poder nómada no nos ofrece la opción de no trabajar o de no
consumir. El bunker es una característica tan común de la vida diaria
que hasta la persona más reacia no siempre puede enfrentarse a ella
críticamente. La alienación, en parte, surge de su incontrolable
capacidad para atraparnos.
Los bunkers varían tanto en aspecto como en función. El bunker nómada,
resultado de "la aldea global", adquiere forma tanto electrónica como
arquitectónica. La forma electrónica la percibimos como los medios de
comunicación, y como tal, intenta colonizar el lugar de residencia. La
distracción informativa fluye en una riada imparable de ficciones
producidas en Hollywood, Madison Avenue, y la CNN. La economía del deseo
se puede ver sin riesgos a través de la familiar ventana del espacio
que es la pantalla. En la seguridad del bunker electrónico se puede
mantener una existencia de autoexperiencia alienada (la pérdida de lo
social) con un silencioso conformismo y profunda privación. La ideología
de la pantalla lleva al espectador al mundo, y el mundo al espectador:
una vida virtual en un mundo virtual.
Igual que el bunker electrónico, el arquitectónico es otro punto de
intersección entre la hipervelocidad y la hiperinercia. Estos bunkers no
están limitados por las fronteras entre las naciones, de hecho, se
extienden por todo el globo. Aunque no se pueden desplazar por el
espacio físico, aparentan estar en todas partes simultáneamente. La
arquitectura en sí puede variar, incluso entre ejemplos del mismo tipo,
sin embargo el emblema o tótem de cada tipo específico es universal,
como lo son sus productos. En general, es la repetición de estas
características lo que hace el bunker tan atractivo.
Esta clase de bunker es característica de los primeros intentos del
poder capitalista de convertirse en nómada. Durante la Contrarreforma
este tipo de bunker maduró, al darse cuenta la Iglesia Católica en el
Concilio de Trento (1545-63) de que la presencia universal era clave
para el poder en la era de la colonización. (Fue necesario que se
consumase el desarrollo del sistema capitalista para producir la
tecnología necesaria para volver al poder en ausencia). Aparecieron
representantes de la Iglesia en zonas fronterizas tanto al Este como al
Oeste, el rito se universalizó, se mantuvo un estilo relativamente
grandioso en la arquitectura, y el crucifijo se convirtió en emblema
ideológico, todo ello se alió para presentar un espacio que inspiraba
confianza y seguridad. Estuviera donde estuviera una persona, la patria
de la Iglesia siempre le estaría esperando
En el presente, los arcos góticos se han transformado en arcos dorados.
McDonalds es mundial. Dondequiera que se abre una nueva frontera
económica, también se abre un nuevo McDonalds. Vayas a donde vayas la
misma hamburguesa y la misma Coca-Cola te esperan. Como la columnata de
Bernini en San Pedro, los arcos dorados salen a recibir a sus clientes
-siempre y cuando consuman, acaben y se vayan. Mientras estás en el
bunker las fronteras entre países se convierten en cosa del pasado y te
sientes siempre como en casa. ¿Para qué viajar? Después de todo, vayas
donde vayas ya estás allí.
También hay bunkers sedentarios, claramente nacionalizados, los
preferidos de los gobiernos. Son los más antiguos que aparecieron con el
nacimiento de la sociedad compleja y alcanzaron su cima en la sociedad
moderna en la que los bunkers se esparcen en conglomerados por toda la
extensión urbana. Estos bunkers son, en algunos casos, el último
vestigio del poder nacional centralizado, como la Casa Blanca, y en
otros son los centros donde se fabrica una elite cultural cómplice
(universidad), o fábricas de continuidad (monumentos históricos). Estos
centros son los más vulnerables frente a la alteración electrónica, ya
que sus imágenes y mitologías son las más fáciles de apropiarse.
Los bunkers (junto con la geografía, el territorio y la ecología
correspondientes) son el lugar donde el productor cultural que resiste
puede conseguir llevar a cabo una acción desestabilizadora más
fácilmente. Disponemos de la suficiente tecnología de consumo para
reasignar al bunker una imagen y un lenguaje que revelen su intención
sacrificadora, así como la obscenidad de su estética utilitaria
burguesa. El poder nómada ha provocado el pánico en las calles con sus
mitologías de subversión social, deterioro económico e infección
biológica, que a su vez producen una ideología fortificada, y por tanto,
una necesidad de bunkers. Ahora es preciso introducir el pánico en el
bunker y así alterar la ilusión de seguridad y no dejar ni un solo
refugio. La apuesta posmoderna es provocar el miedo en todas partes.