Hacia una postulación del texto y la palabra impresa como códigos heredados de representación, en el marco de lo "intermediático"
Alejandro Espinoza
Edouard Manet: Mallarme
La palabra, el texto, la letra impresa, como objetos en sí mismos,
como entes representados que conducen a una determinada condición
perceptiva, situada en aquellas tensiones entre aquello que se lee y
aquello que se percibe en un sentido que, para efectos de lo que se
quiere decir en este ensayo, denominaré como sentido estético, nunca ha
tenido un recinto sagrado.
La palabra como inscripción simbólica y nominal, es la huella que
sirve como testimonio tanto de la imaginación humana como de la
necesidad de hacer asequible un posible orden dentro del caos, dada esa
condición finita de la que hablaba Kant y que, transferida en el plano
humano del deseo, se convierte en el motor que impulsa una
experimentación más estructurada de la realidad; sin embargo, en el
proceso, tanto las condiciones que dieron pie a la transgresión de los
recursos representacionales, como las condiciones de historicidad que
dieron pie tanto a la autoconciencia y a nociones de progreso, que
aceleraron las tecnologías mnemotécnicas, se convirtieron en la
plataforma para que el ser humano lograse una experiencia visual con
respecto a la lectura de un texto, que en cierto sentido, dista mucho de
ser la correspondiente a la labor decodificadora que fue
sistematizándose con el paso de los siglos, experiencia exacerbada
cuando el arte incluye a la palabra, al texto, a la letra impresa, como
recurso representacional.
Antes de continuar con el desarrollo de este tema, debo aclarar los
siguientes puntos, ya que los considero imprescindibles para identificar
el rumbo de las reflexiones. Primero, aclaro que nos estaremos
refiriendo a condiciones de lectura, decodificación, percepción e
interpretación que pertenecen -aunque en la actualidad no se puede
afirmar que de manera exclusiva- al orden occidental de percepción de la
realidad; segundo, que dichas referencias aluden a un campo
"intermediático” en las artes, y con esto me refiero a aquellas obras,
que son el resultado de una hibridación de los lenguajes representativos
propios de dos o más disciplinas, en donde encontramos relaciones
entre, por ejemplo, lo visual y lo sonoro, lo performativo en sus
distintos órdenes -danza, teatro-, y en el caso que nos compete, la
relación entre lo visual y lo textual. Cuando me refiero a la palabra
como objeto, me refiero a la palabra, texto, letra impresa, que está
siendo utilizada para privilegiar no sólo su cualidad hermenéutica, sino
también para poner en evidencia su cualidad visual. El objetivo, será
el de identificar exactamente cómo funciona este proceso de utilizar al
texto como imagen, como recurso representacional, y de dar luz a los
factores que contribuyen a su posibilidad, de modo que podamos
identificar a la palabra impresa como un código heredado de doble orden,
que podemos encontrar como un elemento transgresor de los recursos
representacionales, asimismo heredados.
Considero necesario citar aquéllos tipos de obras que debemos tener
en mente, al momento de pensar en el planteamiento del ensayo. Nos
referiremos, en una primera instancia, a aquellas obras que dieron una
de las primeras evidencias -en la modernidad- de la visualidad del
texto: primero, el poema visual, particularmente el Coup de Dès de
Mallarmè, y los Calligrammes de Apollinaire, y segundo, el trabajo que
indirectamente devino de estos ejercicios "intermediáticos” anteriores, y
que encontramos en el ejercicio del collage; en una segunda instancia,
nos referiremos a los trabajos que nacieron de la proliferación de los
recursos disparada por las vanguardias históricas, que en cierta medida
aprovecharon las tecnologías mnemotécnicas a su disposición para
lograrlo, y que culminaron tanto con la muerte de la vanguardia
histórica como ideal utópico, como con la llegada del postmodernismo,
que confabula una suerte de tensiones iniciadas por los vínculos entre
arte y publicidad, así como los de arte y cultura de masas; por último,
se discutirán las obras de arte conceptual, en particular aquéllas que
nacieron dentro del movimiento llamado Lettrisme, así como el arte
basado en lenguaje y en narración. Estos tres momentos, serán la base
para contestar la pregunta que nos concierne: ¿En qué sentido una teoría
de la representación en las artes exige el desarrollo de una teoría de
lo impresentable?
Para poder lograr una visualización -quizá un poco determinista- de
los propósitos de este trabajo, me serviré de utilizar éste y el
siguiente párrafo, como una demostración de los efectos, de orden
perceptivo, del posible sentido estético que produce la lectura de un
texto.
Para poder lograr una visualización -quizá un poco determinista- de
los propósitos de este trabajo, me serviré de utilizar el presente
párrafo, como una demostración de los efectos, de orden perceptivo, del
posible sentido estético que produce la lectura de un texto.
En los límites del lenguaje escrito, o por lo menos en aquél sitio
donde podemos encontrar los límites expresivos y representacionales del
lenguaje mismo, podemos encontrar la obra del autor estadounidense Doug
Rice. En su libro, titulado Skin Prayer , Rice trata de situar al lector
en una suerte de "dimensión” entre la experiencia de lectura y la
experiencia de percepción de lo que se lee, en la cual las palabras
cobran vida, como entes aislados que aluden a su sola presencia (y es
aquí donde nos situamos en una imposibilidad), donde las palabras
adquieren su propia organicidad, y que de alguna manera reflejan, por
ejemplo, el deseo al interior de la palabra "piel”, la posibilidad de
ver respirar la palabra "respirar”, así como el carácter "físico” que
puede adquirir una cita, proveniente de textos literarios de diversos
autores, tales como Faulkner, Joyce, Goytisolo, el Bataille de La
Historia del Ojo, las vidas de los santos, las letras de canciones de
rock (Patti Smith en particular), William Burroughs, entre otros,
incluyendo al mismo autor, cuando alude a sus propios textos anteriores.
Todo esto se produce en una suerte de plegaria, una oración que nos
remite al sentimiento de contemplación de los santos, donde las imágenes
y no las palabras, donde los signos y los recursos representacionales,
buscaban conmover la subjetividad, un momento de tensión en el cual el
sujeto, en su propia subjetividad, se proyectaba hacia el ámbito de lo
místico.
¿Puede acaso la palabra escrita, la letra impresa, convertirse en ese
signo transformador? ¿No es acaso traicionada en el proceso, por las
condiciones que hemos establecido, en cuanto a nuestra relación con la
lectura, al sistema que hemos optado usar en occidente, para darle
unicidad a la experiencia de lectura, que a su vez se convierte en la
unicidad que nos ayuda a comprender el mundo?
Aludo a este primer autor como el ejemplo más extremo de la idea, o
mejor dicho, de la posibilidad de entender al texto, a la palabra, a la
letra impresa, como un objeto representable sólo por su visualidad,
sabiendo de antemano que sólo podemos concebirlo como una posibilidad;
sin embargo, dicha posibilidad nos permite, en cierto modo, concebir la
visualidad misma del texto como recurso representacional. En este
sentido, tal como se plantea al principio del ensayo, la palabra como
objeto no posee un recinto sagrado, similar al que encontraríamos en los
códigos heredados, que dieron pie a su transgresión, a la historicidad
que produjo la autoconciencia del ser moderno. No posee un recinto
sagrado, como objeto visual, ya que, en cierta medida, las condiciones
que produjeron al lenguaje escrito en occidente, tienden más hacia una
visualización quizá pragmática, de denominación y de ordenamiento de la
realidad, a partir de un sistema que hace posible la utilización de la
escritura como ejercicio de calibración entre el caos del entorno y la
ilusión de proponer un ordenamiento determinado. A diferencia de la
escritura en oriente, la escritura occidental tiende a normar no sólo el
proceso mismo de lectura (de izquierda a derecha y de arriba hacia
abajo) sino que también influye en los procesos cognitivos, que devienen
en un entendimiento particular de la realidad. Esta noción utilitaria
de la escritura, totalmente desprovista de referentes visuales que
aludan al objeto que denomina, es la que ha mantenido a la escritura en
occidente alejada de cualquier carácter o "recinto” sagrado: la
escritura en occidente jamás podría haber sido el soporte visual de
nuestras iglesias, vendría siendo sólo el "anclaje” que permitía una
mayor facilidad de acceso al mensaje iconográfico.
Lo anterior es, de alguna manera quizá, exacerbado por ciertas
condiciones que son el resultado de la modernidad. Primero que nada, la
preponderancia occidental por una cultura visual, que en el desarrollo
de dicha modernidad, enmarcada en la noción del progreso y la
"linealidad” que deviene de esto, tiende a ser el componente que
estimula tanto a los procesos creativos-artísticos como a la tecnología
mnemotécnica como a la idea de la historia como serie de acontecimientos
recuperables, pero que a la vez, con el paso del tiempo, dan lugar a
una concepción imbricada del pasado, al tiempo que se construye y
reconstruye un futuro. Se construye una narratividad que es la herencia
del orden visual particular que le dimos a la escritura.
En la obra Consideraciones intempestivas, Nietzche plantea lo
siguiente: "[El hombre moderno] se hace preparar por sus artistas de la
historia la fiesta de una exposición universal; se ha convertido en un
espectador itinerante y dispuesto al goce [...] Aún no ha acabado la
guerra cuando ya se convierte ésta en papel impreso en cien mil
ejemplares y se la presenta como novísimo estímulo del paladar extenuado
de los ávidos de historia”. Podríamos considerar como factor relevante
no sólo la condición que postula Nietzche, sino también la consecuencia
del enfrentamiento constante que el ser moderno tiene con ese "papel
impreso”, mismo que posee rasgos definidos en cuanto a su estructura y
el proceso de codificación y decodificación de sus contenidos, y que a
su vez se "presenta” ante el lector bajo condiciones de visualidad que
en algún momento pasará a ser una experiencia independiente de la que se
propone como primaria.
El lenguaje adquiere una mayor visualidad conforme los recursos que
se tienen para reproducir textos se masifican. Para fines del siglo XIX,
la imprenta juega un papel que, en cierta medida, independiza a la
letra escrita, otorgándole un carácter tipográfico que ya no está ligado
a los mismos parámetros utilizados en el pasado. Faltaba poco para que
alguien llegara y aludiera precisamente a la visualidad que adquiría la
escritura al momento de ser impresa, ecuación que se hizo consciente a
la vez en el campo de la poesía como en el de las artes visuales.
En el prefacio a Un Coup de dés. . ., Stephane Mallarmé convirtió a
la página en marco, en espacio en blanco, donde las palabras podían
servir propósitos plásticos, visuales. No obstante se trata de un
ejercicio cuyo propósito era brindarle cierta musicalidad a la lectura
oral del poema, Mallarmé se sirvió de elementos tales como esparcir y
pegar palabras, extenderlas a lo largo de dos páginas, el poner ciertas
palabras con tipografías más grandes que las otras, el dejar espacios
entre las letras de una misma palabra, de tal manera que, por primera
vez se tiene conciencia de la página como superficie, como un espacio en
blanco. Independientemente de sus propósitos originales, Mallarmé
detectó la posible independencia de la letra impresa, con respecto a los
efectos visuales que posee su lectura:
"The paper intervenes each time an image on its own, ceases or
retires within the page, accepting the succession of the others, and it
is not a question, unlike the usual state of affairs, of regular sound
effects or verses -rather of prismatic subdivisions of the idea, the
instant when they appear and during which their cooperation lasts, in
some exact mental setting.”
El poema fue publicado por primera vez en 1895, año en que se presenta
por primera vez el cinematógrafo, en una época en la que se establecían
las bases para la conformación de una idea del arte como ejercicio que
pone en prueba al sujeto, mismo que encuentra en la trangresión de los
recursos representacionales surgidos hasta el momento, no una serie de
categorías estilísticas a repetir o consolidar en estilos determinados
-eso vendría después- sino en un ejercicio en donde se enfrenta a su
propia condición de sujeto -autoconciente, historizado a la vez que
historizador- y a la condición de la obra de arte como plataforma
problemática y campo de batalla para la producción de intentos, diálogos
con el yo creador que poco a poco se encamina hacia la muerte del arte
en sí. De aquí en adelante, todo se remite al ámbito del work in
progress. Nada sería definitivo, nada estaría terminado. Todo se
encamina hacia una línea de la cual nunca vemos su final.
Pero este es precisamente el camino que sentó las bases para la
utilización del texto, de la palabra o letra impresa, como recurso
representacional.
En busca de un camino más consciente de los atributos plásticos del
texto desplazado en el espacio página en blanco, Guillaume Apollinaire
utilizó las propuestas de sus coetáneos en el campo de la pintura (un
caso concreto sería Picasso), propuestas que se hallaban inmersas en las
posibilidades de fragmentación de la realidad que encontraron en el uso
de los principios del montaje, -lenguaje alegórico que puso en
evidencia el desarrollo de la cinematografía- y se dispuso a integrarlas
al ejercicio de creación poética. Los "Caligramas” de Apollinaire
(1913-1916). En esta serie de poemas, integra referencias directas de
recursos encontrados por los pintores con los que tenía contacto
-principalmente cubistas, como Picasso y Braque- convirtiéndose en uno
de los primeros creadores "intermediáticos”: inmerso en una disciplina
en particular -la poesía- utilizó los recursos representacionales que
fueron la parte fundacional de una determinada vanguardia, como un
sistema con códigos propios, para fines que no necesariamente son los
que determina el ejercicio poético. ¿Cómo puede entenderse una
escritura "caligramática”?
"Con independencia de sus elementos meramente tipográficos, la
polémica que habría de desatar [el uso de la escritura caligramática]
pondría en claro que se trataba de la sustitución de una ‘lógica
discursiva’ por un vehículo ‘sintético ideográfico’, como señaló G.
Arbouin, y ni siquiera el abundante repertorio de usos próximos -no
similares- por parte de Apolonio de Rodas, Teócrito, Calímaco, Rabelais,
Barzun, Herbert, Thomas, Carroll, Panard, Mallarmé y tantos otros, o el
de los jeroglíficos, enmascara la originalidad sistemática de la
práctica de una escritura lírica basada en la visualidad.
Los caligramas han sido definidos como "un objeto simultáneamente
icónico y lingüístico” , perteneciente a la categoría de los
morfemogramas, un signo gráfico que denota una unidad lingüística
significante, cuya lectura puede incluso presentarse como meramente
visual, sin embargo, no exenta de posibles apreciaciones de carácter
semántico. Son el punto de partida de una infinidad de exploraciones
tanto en el campo de la poesía como en el de la pintura, sitios en donde
el ejercicio intermediático ha encontrado las plataformas más ávidas de
exploración. No obstante, debemos señalar que, asimismo, son a la vez
la marca de una relación distinta que guardamos con respecto a la
visualidad de la palabra escrita, en el sentido de que, a partir de su
presentación como recurso plástico, dentro de una producción artística
que busca y encuentra y dialoga con distintos modos de romper o
transgredir los códigos heredados de representación, la palabra escrita
entra al ámbito de lo "presentable”, ya no sólo como lenguaje escrito,
sino como un signo cuyas particularidades aluden a algo más que sus
puros significados o significantes, una suerte de "intersemiosis” en la
que colinda, precisamente, el sentido de percepción que el ser humano
tiene con respecto a la escritura en general.
No puede afirmarse con certeza si los Caligramas de Apolinaire
devinieron los primeros collages, o viceversa, o si ambos fueron
producto de lo que el cine venía propiciando. Lo que sí podemos afirmar
es que tanto los caligramas -y posteriormente la poesía concreta y la
poesía visual- como el collage, ponen en evidencia esa independencia que
estuvo logrando la palabra escrita desde principios del siglo XX, como
signo "representable”, como recurso plástico en sí mismo.
A propósito de lo que Peter Bürger, en el libro Teoría de la
vanguardia, dice con respecto al collage, cabría hacernos una pregunta:
si Bürger alude a esa "incorporación de fragmentos de la realidad” que
rompe con la unidad de la obra como resultado de la subjetividad del
artista, ¿exactamente qué "fragmentos de la realidad” son los que han
sido, por decirlo de algún modo, expuestos en este rompimiento? Si
tomamos el ejemplo que señala Bürger, en donde la representación de un
cesto es reemplazada por el material mismo de que está fabricado el
cesto, ¿qué sucede cuando se incorporan, por ejemplo, fragmentos de una
tipografía hallada en un trozo de periódico o revista? ¿Sufre acaso la
misma suerte, en el sentido de que el lector del cuadro sitúa esta
fragmentación de signos en la misma escala u horizonte de percepción que
el resto de las imágenes fragmentadas? Puede parecer un tanto inútil
detenerse en esta observación; incluso, podríamos pensar que las
interrogantes pueden responderse por vía de otro tipo de consideraciones
teóricas, relacionadas con el campo de la semiótica o de las artes
gráficas. Sin embargo, debemos considerar que, en cualquiera de sus
manifestaciones, una obra de arte sugiere un marco determinado desde el
cual "sucede el acontecimiento”: llamémosle el marco espacial desde el
cual ocurre una pintura, pero también una pieza musical, una escultura,
una pieza de performance, una pieza de arte-instalación. Al tomar en
cuenta este factor, entonces tenemos que el lector de aquello que se
encuentra inserto en la experiencia visual de ese marco, entra a su vez
en un horizonte de experiencia, en el cual todo signo incluido es sujeto
de escrutinio y dilucidación. Por otro lado, el creador de la obra, a
su vez, alude a los recursos representacionales que desea problematizar,
de manera que nada se encuentra exento de no ser considerado como parte
de dicho marco, no obstante hayan sido producto de decisiones
sistematizadas o producto del azar. Teniendo esto en cuenta, si un
individuo entra en un horizonte de experiencia, en el cual dilucida en
torno a, por ejemplo, la forma de una figura humana, la complejidad de
un árbol, la textura que proviene del material físico que fue colocado
en un cuadro collage, ¿qué sucede cuando tiene frente a sí una serie de
textos, de letras impresas o incluso pintadas y simulando una rotulación
determinada? Tenemos probablemente la misma situación planteada en los
caligramas: a la par con su condición lingüística, la presencia de estas
letras o textos son a la vez objetos icónicos, que aluden a la
representación misma de la palabra escrita.
Tenemos como elemento de análisis lo siguiente: dadas las condiciones
que dieron cauce a los propósitos de las vanguardias, se transgreden
los códigos estéticos y políticos de recepción, en la medida que son
códigos heredados. La obra se convierte en acontecimiento a partir de
que dichos códigos sirven como plataforma para responder a la
interrogante ¿qué es arte? de manera que toda obra se vuelve un intento
fallido que deviene intento logrado, a su vez presenta la condición
irresoluta del manejo y cuestionamiento de los recursos
representacionales. En este radio de acción, y a partir de factores de
carácter histórico, en particular el desarrollo de la técnica la
mnemotécnica, y en el caso que nos compete, el desarrollo y
proliferación del medio impreso, la letra, el texto, se convierten,
asimismo, en objetos representables. Esto lo podemos evidenciar en las
consideraciones estéticas que entran en juego, al momento de incluir un
trozo de texto, un fragmento de letra, una frase impresa o pintada, como
parte de una composición.
Esto viene a exacerbarse una vez más, con la creciente proliferación
de los medios impresos, con la sofisticación del lenguaje publicitario,
con el desarrollo de una academia del arte especializada, que parte de
nociones posteriores al dilema del "fin del arte”, y que llega a un
grado de suma sofisticación -en términos de su capacidad por arribar a
niveles de abstracción sumamente profundos- cuando se hace arte con la
teoría, esto es, cuando la obra es, en sí misma, puro texto.
No quisiera detenerme en una discusión sobre el papel que juega el
desarrollo del lenguaje publicitario en el futuro que tuvo el arte de la
posguerra. Ya que no nos encontramos en el ámbito del lenguaje plástico
puro de la abstracción, dejaremos a un lado esa problemática también
(aunque podemos afirmar que, en cierto sentido, la abstracción más
expresionista tiene cierta impronta caligráfica, si pensamos, por
ejemplo, en Jackson Pollock.) Para poder encontrar las líneas de
correspondencia entre lo planteado en los últimos párrafos, y lo que
señalaré posteriormente, debemos identificar, por un lado, que se trata
de encontrar las relaciones entre lo visual y lo textual, y de cómo en
esta relación, encontramos una cierta independencia del texto como
imagen, como representación de sí misma. Al mismo tiempo, se trata de
identificar posibles pistas que nos ayuden a descubrir cómo la
preeminencia de la visualidad del texto, deviene una transfiguración de
la lectura que tenemos del mundo y que, precisamente, ya que la
simultaneidad de sus propiedades (como signo lingüístico y como signo
icónico) lo permiten. Fue en el campo de las artes donde por primera vez
se manifestó dicha transfiguración.
El campo del arte produce una academia especializada que convierte a
la teoría en posible recurso representacional. Las academias de arte
surgen, mayoritariamente, como escuelas dedicadas a impartir enseñanzas
de orden técnico. Esta enseñanza, en un primer nivel, es impartida por
artistas que pueden transmitir las características de una técnica
determinada, muy a la manera de la transmisión que se ha dado en las
artes desde sus inicios. Sin embargo, en una etapa posterior, las
academias reemplazan al maestro "hacedor” o puramente "artista”, por un
maestro especializado en la actividad docente -no artística- y éste a su
vez reemplazado por subsecuentes generaciones de artistas que nacieron,
precisamente, en la academia. Este aspecto adquiere suma importancia,
cuando consideramos el papel que jugó el conocimiento teórico y el
ejercicio de una dialéctica con respecto a las bases de postulados
teóricos, acumulados en poco tiempo (pensemos: ¿cuánto tardó la academia
en absorber a su campo el estudio de las vanguardias históricas?) y que
permitieron convertir a la teoría en una posibilidad de representación.
¿Es la teoría del arte un recurso representacional en sí misma? El
arribo del arte conceptual, se establece como una apuesta por conjugar
la dialéctica que se discute en la academia, con el ideal utópico que
provenía de las vanguardias históricas, reflejadas en la academia como
una tradición o, por lo menos, como una serie de postulados que se
analizaron en la academia desde cierta coherencia en su concepción. Las
propuestas significativas que surgieron nos llevan a distintos caminos.
Las disciplinas tradicionales de las artes visuales se modifican en su
forma y fondo, y los recursos representacionales entran en un proceso de
aun mayor negación que lo que las vanguardias históricas. El arte
conceptual que comenzó a producirse en la década de los sesenta, tenía
antecedentes en las vanguardias históricas, y ninguna de las propuestas o
caminos que tomó esta noción de hacer de la obra un postulado teórico,
una suerte de "puesta en acción” de ideas sobre el campo de las artes,
que nació de la academia y la teorización del ejercicio artístico,
podían desligarse de lo que los antecedentes proponían como rutas de
transgresión. Uno de estos caminos tomados fue el del uso de texto como
recurso de representación. Y su primer antecedente, en el sentido de
conformarse al interior de un campo definido de arte, fue el movimiento
de los Letristas, a mediados de los años cuarenta.
Los Letristas, animados por el rompimiento de las formas
tradicionales, así como por una intención por fusionar los medios,
decidieron hacer de la letra y su representación impresa en un recurso
propio. La intención original fue la de unificar la música y la poesía
al enfatizar los sonidos, pero después se dedicaron a fusionar la poesía
con el arte visual, al pintar letras o unidades visuales. La obra
pictórica fue una mezcla de caligrafía, ideograma y marcas gestuales,
que proponen a la letra como elemento visual con características o
condiciones estéticas propias, una especia de letra estetizada que, al
colocarse en el marco de referencia de una obra, expresa por la pura
cualidad de la imagen del texto, no por su contenido, mensaje, sentido,
etc. Si bien es cierto que la producción de este movimiento tiene sus
mayores logros en el cine (en particular las películas de Guy Debord)
debe considerarse el antecedente de la obra pictórica como un
antecedente para lo que vino después.
La instalación del arte conceptual en el campo del arte, y dicha
instalación implica el acogimiento por la institución arte, esto es, su
inclusión en el marco de la academia, los museos y galerías, inicia
también la instalación de una producción artística que utiliza
específicamente las palabras como recurso de representación. Estas obras
tienen dos vertientes: aquéllas cuya obra específica establece un
contraste, un diálogo, para el espectador o para el artista mismo, entre
el texto y un contexto determinado de presentación (obras que combinan
la fotografía con el texto, obras que ponen el texto como referencia a
un proyecto específico de investigación etnográfica, por citar dos
ejemplos) y aquéllas obras cuya presentación de texto como imagen se
hace con un grado de consciencia con respecto a la condición estética de
la visualidad del texto.
Ambas vertientes tienen encuentros y desencuentros, nacidos de un
conflicto entre la postulación del texto como único elemento o recurso
de representación, y las consideraciones estéticas que se toman al
momento de usar al texto como único recurso. Si tomamos en cuenta que,
por ejemplo, hay obras de arte conceptual que consisten sólo en la
presentación de una idea, encaminada, por ejemplo, al cumplimiento de la
noción Duchampiana de delegar la representación a un ejercicio
puramente mental, no podemos negar que la mera presentación del texto
que servirá estos propósitos, se hace a partir de una consideración
estética, por más mínima que sea.
La conciencia de la visualidad del texto trae consigo la conciencia
de sus posibilidades representacionales, y del conflicto que nace de
esta doble semiótica que propicia la presentación de una obra de arte,
que utiliza al texto, a la letra impresa, como recurso representacional.
No puede desligarse ni la plasticidad de la letra ni la significación
que posee, precisamente por ser un signo.
En el marco de una teoría de la representación que busque, asimismo,
generar una teoría de lo impresentable, podemos entender la relación
texto-representación, visualidad-textualidad, como una manera de
encontrarse con los límites de la representación, pero al mismo tiempo,
como una manera de encontrarse con la imposibilidad de detener el
elemento de transgresión de dichos recursos, en el contexto de una
concepción moderna de arte que, en el transcurso de esta dialéctica,
genera propuestas que ponen en evidencia esta imposibilidad productora
de posibilidades.
En este sentido, la plasticidad del texto, de la visualidad de la
letra impresa, utilizada como recurso representacional en sí misma, es
una propuesta más por encontrarse con el paradigma presentado en el
párrafo anterior, que al mismo tiempo, produce una conciencia, con
respecto a la visualidad del texto, que en cierta medida, produce una
concepción distinta de la naturaleza del texto y sus propiedades. Los
adelantos en materia de tecnología mnemotécnica en los últimos veinte
años (especialmente con el hipertexto), ponen más en evidencia, las
posibilidades de encontrarnos con una percepción del texto, la palabra y
la letra impresa, que aluda a una fusión tanto de las condiciones de
significado como de la plasticidad o visualidad que poseen.
Tomado de: http://societarts.com
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