SIEGFRIED KRACAUER
Metrópolis,Fritz Lang
Fritz Lang me
relató que, en 1930, antes de
que M entrara en
producción, apareció en la
prensa un breve anuncio del
título provisional de su nuevo
film Mörder unter uns (Los
asesinos están entre nosotros).
Pronto recibió numerosas cartas
amenazadoras, y lo que es aún
peor, se le negó rotundamente el
permiso para usar los estudios de
Staaken para hacer esta
película. "Pero, ¿por qué
esta incomprensible conspiración
contra una película acerca de
Kürten, el asesino de niños de
Düsseldorf?", preguntó
desesperadamente al director de
los estudios. "Ach!
Ya veo", dijo el director.
Suspiró como aliviado e
inmediatamente le dio las llaves
del estudio de Staaken. Lang
también comprendió; mientras
discutía con el hombre, lo
había agarrado de las solapas y
visto la insignia nazi en su
revés. Los asesinos están
entre nosotros: lo que
sucedía era que el Partido
temía comprometerse. "Ese
día", agrega Lang,
"alcancé la mayoría de
edad política".
M se inicia
con el caso de Elsie, una escolar
que desaparece y a quien poco
después se encuentra asesinada
en un bosque. Puesto que su
asesinato ha sido precedido y
seguido por crímenes similares,
la ciudad vive aterrada bajo una
verdadera pesadilla. La policía
trabaja febrilmente para atrapar
al asesino de niños, pero con
sus detenciones sólo logra
perturbar los bajos fondos. Los
principales criminales de la
ciudad hacen una asamblea y
deciden cazar ellos mismos al
monstruo para recuperar la
tranquilidad. Por una vez, sus
intereses coinciden con los de la
ley. Aquí, Thea von Harbou tomó
un motivo de la Dreigroschenoper
(La ópera de tres peniques),
de Brecht: la banda de criminales
consigue la ayuda de una
organización de mendigos,
convirtiendo a sus miembros en
una red de secretos espías.
Aunque la policía, mientras
tanto, identifica a un viejo
internado de un manicomio como el
asesino, los maleantes
organizados, con la ayuda de un
mendigo ciego, ganan por la mano
a los detectives. Por la noche
irrumpen en el edificio de
oficinas donde se ha refugiado el
fugitivo, lo sacan de un desván
y luego lo arrastran a una
fábrica desierta, donde
improvisan una especie de
tribunal que finalmente pronuncia
su sentencia de muerte. La
policía aparece a tiempo para
llevarlo ante las autoridades.
Presentada en 1931,
esta producción Nero encontró
un eco entusiasta en todas
partes. No sólo fue el primer
film sonoro de Lang sino su
primer film importante después
de las presuntuosas
insignificancias que había hecho
durante el periodo de
estabilización. M alcanza
el nivel de sus primeros films, Der
müde Tod (Las tres luces) y Die
Nibelungen (Los Nibelungos),
y además los sobrepasa en
virtuosismo. Para aumentar el
valor documental de la película
se insertan reportajes visuales
de los procedimientos corrientes
de la policía, de manera tan
hábil, que parecen parte de la
acción. Un montaje ingenioso
entrelaza los ambientes de la
policía y los bajos fondos:
mientras los cabecillas de la
banda discuten sus planes,
expertos de la policía también
se sientan a conferenciar, y
estas dos reuniones se comparan
mediante rápidos y constantes
cambios de escena que se unifican
por una sutil asociación. El
toque cómico implícito en la
cooperación entre lo ilegal y la
ley se materializa en varias
ocasiones. Los testigos rehusan
ponerse de acuerdo sobre los
detalles más simples; inocentes
ciudadanos se acusan
encarnizadamente unos a otros.
Contrapuestos a estos alegres
interludios, los episodios que se
concentran en los asesinatos
aparecen aún más horripilantes.
El imaginativo uso
del sonido que hace Lang para
intensificar el miedo y el terror
no tiene paralelo en la historia
del cine sonoro. La madre de
Elsie, después de haber esperado
muchas horas, sale de su
departamento y, desesperadamente,
grita el nombre de la criatura.
Mientras resuenan sus gritos:
"¡Elsie!", las escenas
siguientes pasan por la pantalla:
el vacío foso de la escalera, la
vacía buhardilla, el plato sin
usar de Elsie sobre la mesa de la
cocina, un lejano fragmento de
césped donde está su pelota, su
globo en los alambres
telegráficos, el mismo globo que
el asesino había comprado al
mendigo ciego para ganarse la
confianza de la chiquilla. Como
punto de apoyo, el grito
"¡Elsie!" subraya
estas tomas, de otra manera
inconexas, uniéndolas en una
siniestra narración. Cada vez
que el asesino se ve poseído por
la lujuria del crimen silba unos
compases de una melodía de
Grieg. El silbido se adelanta
como un nefasto presagio de su
aparición mortal. Se ve a una
niña caminando: mientras ella se
detiene frente al escaparate de
un comercio, la horripilante
melodía de Grieg se le aproxima
y, repentinamente, la calle
luminosa se oscurece con sombras
amenazadoras. Más tarde el
silbido alcanza al mendigo ciego
por segunda vez y, de esta
manera, permite el
aprisionamiento y la condena del
asesino. Otro sonido fatal es el
producido por su vano esfuerzo en
arrancar con su cortaplumas la
cerradura de la puerta que se ha
cerrado detrás de él, en el
desván. Cuando los criminales
recorren el piso superior del
edificio de oficinas, este ruido
chirriante que semeja el roer de
una rata delata su presencia.
El verdadero núcleo
de la película es el propio
asesino. Peter Lorre lo encarna
incomparablemente, como un
pequeño burgués algo infantil
que come manzanas en la calle y
que, aparentemente, no es capaz
de matar una mosca. Su casera, al
ser interrogada por la policía,
describe a este inquilino suyo
como una persona tranquila y
correcta. Es gordo y parece más
afeminado que resuelto. Un hábil
recurso visual sirve para
caracterizar sus tendencias
morbosas. En tres ocasiones
diferentes multitud de objetos
inanimados, mucho más intrusos
que en Der blaue Engel (El
ángel azul) rodea al
asesino; parecen estar a punto de
ahogarlo. Parado frente a una
cuchillería, es fotografiado de
tal manera que su cara aparece
dentro de un reflejo romboidal de
brillantes cuchillos. Sentado en
la terraza de un café, detrás
de un enrejado cubierto de
hiedra, con sólo sus mejillas
visibles a través del follaje,
sugiere una bestia de presa que
acecha en la selva. Finalmente,
atrapado en el desván, apenas se
lo puede distinguir, entre los
mezclados escombros, cuando trata
de evadir a sus capturadores.
Puesto que en muchos filmes
alemanes el predominio de objetos
mudos simboliza el ascendiente de
los poderes irracionales, estas
tres tomas pueden considerarse un
recurso para definir al asesino
como prisionero de instintos
incontrolables. Las fuerzas del
mal lo abruman exactamente en la
misma medida en que los múltiple
objetos se ciernen sobre su
imagen en la pantalla.
Esto es corroborado
por su propio testimonio ante el
tribunal de criminales y
mendigos, episodio que se inicia
con un par de tomas que traducen
perfectamente el choque que
experimenta en ese momento. Tres
criminales, insensibles a las
frenéticas protestas del
asesino, lo empujan, lo arrastran
y lo patean hacia delante. Cae al
suelo. Mientras comienza a mira a
su alrededor, al primer plano de
su cara –una cara
distorsionada por el furor y el
miedo- sucede abruptamente una
toma que examina el grupo de
criminales, mendigos y mujeres de
la calle, ubicados frente a él.
La impresión de choque resulta
del terrible contraste entre el
maltrecho individuo sobre el piso
y este inmóvil grupo, compuesto
en el mejor estilo monumental de
Lang, que lo observa en pesado
silencio. Es como si el asesino
hubiera chocado inesperadamente
contra un muro humano. Entonces,
en una tentativa de
justificación, explica sus
crímenes de esta manera:
"Me siento obligado a
caminar a lo largo de las calles
y siempre va detrás de mí
alguien. Soy yo. A veces me
siento a mí mismo detrás mío y
sin embargo no puedo
escapar…quiero huir; debo
huir. Los espectros me persiguen
siempre, a menos que lo haga. Y
después, parado frente a un
cartelón, leo lo que he hecho.
¿He hecho yo eso? Pero yo no sé
nada de eso. Lo detesto…yo
debo abominarlo…debo…ya
no puedo más….".
Junto con las
deducciones del contexto visual,
esta confesión aclara que el
asesino pertenece a una vieja
familia de la cinematografía
alemana. Se asemeja al Baldwin de
Der Student von Prag (El
estudiante de Praga), que
también sucumbe al hechizo de su
otro yo demoníaco; y es
descendiente directo del
sonámbulo Cesare. Como Cesare,
vive bajo la obligación de
matar. Pero mientras el
sonámbulo se rinde
incondicionalmente al poder de la
voluntad superior del Dr.
Caligari, el asesino de niños se
somete a sus propios impulsos
patológicos y, además, se
percata totalmente de su
sometimiento forzado. La manera
en que él lo reconoce revela su
afinidad con todos esos
personajes, cuyo antepasado es el
filisteo de Die Strasse.
El asesino es el eslabón entre
dos familias cinematográficas.
No es simplemente un compuesto
fortuito del asesino habitual y
el sumiso pequeño burgués; de
acuerdo con su confesión, este
Cesare modernizado es un asesino
a causa de su sumisión al
imaginario Caligari que hay
dentro de sí. Su apariencia
física sustenta la impresión de
su completa falta de madurez, una
falta de madurez que también
explica la hipertrofia
desenfrenada de sus instintos
criminales. En su análisis de
este personaje, que no es tanto
un rebelde reaccionario como un
producto de la represión, M
confirma la moraleja de Der
blaue Engel: en el comienzo
de la regresión las terribles
explosiones del sadismo son
inevitables. Ambas películas
tratan de la situación
psicológica de esos años
cruciales, y ambas anticipan lo
que iba a suceder a gran escala,
a menos que la gente pudiera
liberarse de los espectros que la
perseguían. El molde
preestablecido aún no se había
abandonado. En las escenas de las
calles de M los símbolos
familiares, tales como la espiral
giratoria de un negocio de
óptica y el policía guiando a
la criatura a través de la
calle, resucitaban otra vez. La
combinación de estos motivos con
el del títere, que salta
incesantemente arriba y abajo,
revela el titubeo del film entre
las nociones de anarquía y
autoridad.
Del libro "De Caligari a
Hitler", Siegfried Kracauer
(Paidós, Barcelona 1995)
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