Marcelo Expósito
El arte revolucionario ruso-soviético
producido entre las décadas de 1910 y 1930 sigue ejerciendo un influjo poderoso
sobre numerosos aspectos de nuestros modelos culturales. Sin embargo, a la hora
de evocarlo se ha oscilado históricamente entre la fetichización de sus
invenciones formales y la exaltación o denigración de su idealismo, mostrado
como un voluntarismo imposible de cumplir dentro de una quimera más general
(«la» revolución, representada a imagen y semejanza de un monstruo mitológico
que siempre acaba —supuestamente— por devorar a sus hijos). Ciertas visiones
dominantes sobre las vanguardias ruso-soviéticas han sofocado, asimismo, su
carácter de acontecimiento, la
potencia de su irrupción como una singularidad y una diferencia
irreconciliables con el devenir estable tanto de la historia del arte como de
la política de masas. De la misma forma, con frecuencia se ha obviado la fuerte
resonancia que dicho acontecimiento ha tenido mucho más allá de su acotación
histórica, en muchas de aquellas experiencias que han acometido, en décadas
posteriores, la exploración de una politicidad del arte en el deseo de abrazar
procesos de transformación social profundos.
Frente a todo lo anterior, el
monográfico de la revista transversal
que este texto prologa[1]
plantea con toda claridad la pregunta sobre la actualidad
de dicho acontecimiento, siempre y cuando entendamos esa pregunta en
un doble sentido —un doble sentido foucaultiano, si se quiere—: una exploración
de cuáles son los aspectos de las prácticas del presente en los que ese
acontecimiento reverbera, esto es, las formas en las que ese acontecimiento es
—de manera manifiesta o velada— constitutivo del momento presente; así como una
interrogación por las condiciones bajo las cuales la potencia del
acontecimiento originario pudiera ser reactivada. En este orden de cosas, lo
que aquí proponemos es un triple acercamiento a esa experiencia histórica. En
primer lugar, se trataba de articular una genealogía;
en segundo lugar, de aplicar una lectura crítica;
y en tercer lugar, de rastrear las pistas de la actualidad
de dos de los ejes más importantes a través de los cuales discurrió el
antedicho proceso de radicalización política y artística de la vanguardia
ruso-soviética: el productivismo y
la factografía.
Resulta imprescindible comenzar
reconociendo el trabajo de recuperación crítica de la vanguardia ruso-soviética
acometido por el historiador germano-estadounidense Benjamin H.D. Buchloh a
comienzos de la década de 1980. La tarea de Buchloh, con toda seguridad, ha
posibilitado que las investigaciones posteriores más amplias de historiadores y
críticos del arte —entre los que se cuentan algunos de los participantes en
este número de transversal— hayan
podido desarrollarse en las condiciones de complejidad actuales.
Inevitablemente, el trabajo originario de Buchloh es una precondición de este
proyecto editorial[2]. Es sin duda
específico el marco de discusión en el que Buchloh eligió inyectar un ácido
cuestionamiento: se podría decir, en pocas palabras, que impugnaba con
contundencia la manera en que Alfred Barr, el fundador material e ideológico
del Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York, hizo lo posible por negar o
relativizar historiográficamente la virulencia política en la que se
precipitaron algunos sectores del constructivismo —proceso que él mismo pudo
constatar durante su visita a la Unión Soviética en 1927— con el fin de
instaurar y exportar un discurso internacionalista despolitizado sobre el arte
moderno, que más tarde resultó funcional al modelo liberal de sociedad en las
luchas por la hegemonía cultural en el seno de la Guerra Fría. Pero más allá de
los condicionantes de ese marco de discusión historiográfico, lo que los textos
originales de Buchloh evidenciaban es cómo esa virulencia política adoptada
sobre todo a través de las hipótesis productivista y factográfica iba de la
mano de un desbordamiento de los marcos establecidos heredados de la
institución artística. Desbordamiento que, al contrario de lo que el sentido
común —académico, historiográfico, artístico e incluso político— ha venido
dictaminando, no suponía un abandono sino, bien al contrario, una
profundización de la fase autónoma de las vanguardias plásticas, literarias y
teatrales. Dicho de una manera brusca, aunque necesariamente directa: lo que
las experiencias productivistas y factográficas muestran es que la politización
del arte y su desbordamiento hacia la producción o el activismo social no es
óbice para la complejización de las hipótesis y herramientas técnicas y
formales del arte. Sin espacio, en esta breve introducción, para la exégesis de
los argumentos de Buchloh, proponemos un sencillo ejercicio de lectura. Tomemos
sus dos textos publicados en 1984, «From Faktura to Factography» y «Since Realism
there was... (On the current conditions of factographic art)»[3].
En los párrafos preliminares de ambos ensayos, al ofrecerse una caracterización
sumaria del clima de época de la Rusia soviética en los inicios de los años
veinte, unas pocas líneas se repiten: «Existía la conciencia general entre
artistas y teóricos culturales de estar participando en una transformación
final de la estética moderna de vanguardia, dado que se estaban transformando,
de manera irrevocable, aquellas condiciones de la producción y de la recepción
artística heredadas de la sociedad burguesa y sus instituciones.»
Esta intersección de ambos ensayos
constituye la síntesis de un programa artístico y político que ha buscado
periódicamente ser reiniciado a lo largo del último siglo, y que consideramos
también nuestro en este trabajo editorial: consiste en efectuar desbordamientos
de la institución artística, a partir del análisis de las modificaciones que en
esas instituciones se operan como resultado de dinámicas más generales de transformación
de la composición material, técnica y política de nuestras sociedades. Que esos
desbordamientos se efectúen coadyuvando a orientar los cambios hacia procesos
de emancipación colectiva, o bien contribuyendo a reproducir y perfeccionar la
sofisticación de los dispositivos de sujeción social, depende en gran medida de
con qué voluntad política se decida actuar, no tanto en el sector específico
del «arte» o la «cultura» entendidos como campos escindidos y separados de la
actividad social, sino más bien —y esta es sin duda otra de las grandes
lecciones históricas de las tendencias factográficas y productivistas— en el
interior de la máquina social que Marx denominara general intellect, el dominio de la intelectualidad de masas. El
lector o lectora habrá captado la evocación: reactivar la memoria del
productivismo y la factografía en el presente es una manera de actualizar
también la interpelación insoslayable que contienen dos ensayos fundacionales
de Walter Benjamin, escritos en los años treinta a modo de hipótesis de
intervención teórica en las tensiones de entreguerras: «La obra de arte en la
época de su reproductibilidad técnica » y «El autor como productor». Las tesis
de Benjamin que se alojan en esa pareja de ensayos sobrevuelan el conjunto de esta
edición. Constituyen sin duda uno de los principales telones de fondo
teórico-críticos frente al que se miden los ensayos a los que este breve texto
sirve de introducción, y en los que vamos a detenernos a pensar de inmediato.
La organización de contenidos de este
número de transversal busca dinamitar
el sentido común académico que impone una clásica tripartición entre discurso
historiográfico, práctica artística y ejercicio de la crítica. Si bien ensayos
como los de Christina Kiaer y Devin Fore[4]
están a la altura de sus importantes investigaciones historiográficas de años
recientes —investigaciones que inspiran el trabajo más reciente de Jaime Vindel[5]—,
sus hipótesis de lectura de aspectos concretos de la experiencia de
radicalización de la vanguardia ruso-soviética se sustentan en herramientas de
interpretación compartidas con lo que podríamos llamar el «giro teórico» de
ciertas prácticas artísticas de las últimas décadas. En reciprocidad, no menos
historiográficas resultan las aportaciones de Dmitry Vilensky, Hito Steyerl,
Marko Peljhan y Doug Ashford[6]
inspiradas en su propia práctica artística. Y la necesidad de establecer
articulaciones complejas entre los diferentes campos que resultan de esa
tripartición parece una propuesta programática de las contribuciones de Brian
Holmes y Gerald Raunig[7],
desde una concepción de la crítica y la teoría del arte que parece estar
orientada tanto por la herencia filosófica de la teoría crítica como por la
actualidad política de la actividad militante.
Kiaer aplica su lente al trayecto
seguido por el grupo constructivista de Moscú, en lo que toca principalmente al
progresivo abandono de los espacios de la institución artística para abrazar la
producción industrial de masas. Una lectura de sesgo feminista permite a Kiaer
diferenciar entre el modelo aparentemente «duro» de productivismo, de acuerdo
con el cual el objetivo a perseguir por el artista debería ser la disolución de
su práctica en la producción fabril, reforzándose así el imaginario
masculinista del proletariado que ha sido hegemónico en el movimiento obrero de
masas del siglo pasado; y aquel otro modelo «suave», según el cual las
experimentaciones constructivistas en el dominio de la percepción y la
modelación constructiva de imágenes y objetos podría expandirse hacia la
producción masiva de artefactos útiles, los cuales permitirían una
transformación del dominio de la vida cotidiana al promover una nueva relación
que podríamos calificar de «no capitalista» entre el sujeto y las cosas. Me
atrevería a decir que, de acuerdo con la interpretación retrospectiva de Kiaer,
aniquilar la cosificación mercantil del sujeto y de la vida social, tal y como
buscaba el productivismo no masculinista, consistiría no tanto en establecer un
nuevo tipo de relación transparente y directa del sujeto con las cosas —una
idea controvertida que sin duda entraría en contradicción con la base
psicoanalítica que sostiene el método de lectura feminista de Kiaer—, sino más
bien en entender este otro proyecto productivista como una búsqueda de nuevas
formas de subjetivación individual y colectiva que, teniendo por horizonte la
construcción del socialismo, pasarían por una gestión colectiva del deseo y las
pulsiones diferente de la instaurada durante la modernidad capitalista y
profundizada en las sociedades de consumo de masas.
Si bien en una parte importante de la
obra de Dziga Vértov pesa el imaginario que ha sido hegemónico en la
conformación de la identidad proletaria clásica, la lectura que del film Entusiasmo (1931) ofrece Devin Fore prefiere
incidir en cómo el proyecto vertoviano consistía en realidad no tanto en
utilizar el cine como un «espejo de la realidad», sino más bien en plantear la
hipótesis de la práctica cinematográfica como un agenciamiento maquínico entre
sujeto y técnica. Ese agenciamiento se proyectaría (literalmente, dado que de
práctica fílmica hablamos) en la conformación de dispositivos, en el seno de
los cuales el espectador atravesaría una experiencia de resubjetivación en
relación íntima con el desarrollo técnico. El cinematógrafo resultaría ser, por
tanto, el lugar privilegiado donde mostrar el estado de la producción social
poniendo en práctica al mismo tiempo una tecnología de producción de la
subjetividad socialista. (Esta tesis, recogida literalmente por Benjamin en su
ensayo sobre la reproductibilidad técnica de la obra de arte, es exactamente la
misma que Gerald Raunig resalta en los proyectos de Sergei Tretiakov para la
literatura y de Gustav Klucis para la producción de fotomontajes y carteles de
propaganda; y cuya actualización en otro momento y lugar —el arte de vanguardia
en la Argentina de la década de 1960— explora Jaime Vindel.) Ese tipo de
agenciamiento maquínico imaginado y practicado por Vértov es sin duda más
complejo, en lo que respecta a la articulación del sujeto y el objeto por
mediación de la técnica, que la mera relación de solidaridad o camaradería del
individuo con los objetos socialistas que proponía Ródchenko. Pero sin duda no
se encuentra tan alejado del modus operandi deseado
por este para su Club Obrero construido en París en 1925, proyecto en el que
intersecan los ensayos de Kiaer y Dmitry Vilensky. El Club Obrero no buscaría
ser otra cosa que una máquina de subjetivación política. De la lectura que
aplica el texto de Vilensky se deduce asimismo otro aspecto crucial a la hora
de atajar el sentido común historiográfico sobre las relaciones entre el arte y
la política en el área de las vanguardias ruso-soviéticas. Lo que este y otros
ensayos incluidos en esta edición muestran es que la función política del arte
planteada por los modelos productivista y factográfico no consiste meramente en
la agitación y la inducción a la toma de conciencia, sino más bien —y sobre
todo— en la producción de mecanismos y dispositivos de
subjetivación política que no necesariamente coinciden con la
figura clásica de la «obra» de arte como objeto de contornos definidos o
portador de una condición estética esencial y reconocible. El agenciamiento
maquínico del cinematógrafo vertoviano, el Club Obrero de Ródchenko y el
Pabellón de Pressa coordinado por El Lissitzky muestran, todos ellos, más allá
de sus diferencias formales y técnicas, las antedichas cualidades. Los
dispositivos colaborativos de producción simultáneamente política y artística
orquestados por Vilensky y el grupo al que pertenece, Chto delat?, tanto como
las diferentes versiones del proyecto Makrolab promovido por Marko Peljhan,
traslucen una comprensión precisa y constituyen una actualización sofisticada
de aquellos históricos artefactos experimentales[8].
Al comienzo hablábamos de un triple
acercamiento a la experiencia histórica propuesta, y hasta ahora se ha hecho
hincapié en la construcción de su genealogía
y en varias experiencias de su actualización.
Aplicar una lectura crítica al proceso
de las vanguardias ruso-soviéticas resulta irrenunciable para evitar el
ensimismamiento de una apología idealizadora o la inutilidad de un revival descontextualizado. En este sentido,
nuestro proyecto editorial no puede sino contener tantas preguntas como
certezas se han expresado hasta ahora. ¿Cuál puede ser la actualidad de un arte
de la producción cuando está en curso una revolución del modo de producción
capitalista que extiende la explotación del trabajo al dominio de la
subjetividad y al conjunto de la vida cotidiana? ¿Cuál sería, en consecuencia,
el «programa posfordista» de un arte de la producción actualizado? ¿Cómo se
puede poner en práctica una articulación de arte y producción que no contribuya
a las formas estetizadas de la política o el consumo de masas?
Frente a la
pregunta: ¿qué sentido tiene ahora un arte dedicado al registro de los hechos,
qué función cumple la utopía documental —producir un lenguaje universal que dé
cuenta de todos y cada uno de los momentos de la vida cotidiana— en el seno de
las sociedades de control?, la respuesta ofrecida por Hito Steyerl es bien
sencilla: la función de la documentalidad en las sociedades de control es,
precisamente, controlar. Steyerl es contundente a la hora de plantear cuán
siniestra resulta la dimensión totalitaria en la que confluyeron históricamente
el proyecto de planificación absoluta de la subjetividad y la utopía de una
tecnología aplicada al registro completo de la vida cotidiana. Tanto como Doug
Ashford lo es cuando nos advierte del peligro de aceptar el dogma del realismo
como modo de expresión privilegiado del activismo artístico, en cuanto lenguaje
de comunicación directa y transparente, por así decir; sobre todo cuando las
formas realistas cooptadas —o instaladas en el naturalismo— sirven al proyecto de anclar los
significados en el interior de estructuras e instituciones sociales —artísticas
y no artísticas— donde la función del arte debería ser desestructurar los
significados antes que reproducir la estabilidad de los signos. Quizá también
en ese sentido Brian Holmes propone que la fidelidad al proyecto histórico de
la vanguardia ruso-soviética radicalizada pasa en algunos aspectos por invertir
sus términos, en este momento en el que, dadas las condiciones del modo de
producción capitalista, lo que necesitamos es subvertir y escapar precisamente
del dominio totalitario de la producción sobre el sujeto.
Puede que
la perspectiva del proyecto de articulación entre arte y política heredado de
la experiencia de ciertas vanguardias históricas haya dejado de ser la
construcción del socialismo. Pero basta con dirigir la mirada al actual estado
de las cosas y de la subjetividad social para entender que el horizonte de esa
articulación no puede sino seguir siendo el de contribuir al proceso de una
emancipación colectiva.
[1] Este número monográfico de transversal
es una versión ampliada del libro que con el título Los nuevos productivismos ha sido publicado conjuntamente por el
Museo d'Art Contemporani de Barcelona (MACBA) y el Servei de Publicacions de la
Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) en 2010 (con textos de Marcelo
Expósito, Christina Kiaer, Devin Fore, Dmitry Vilensky, Hito Steyerl, Doug
Ashford y Brian Holmes; a los que hemos añadido, para esta nueva edición de transversal, los de Gerald Raunig y Jaime
Vindel). El origen del libro se encuentra en el seminario que tuvo lugar los
días 27 y 28 de marzo de 2009 en el MACBA (http://marceloexposito.net/pdf/exposito_nuevosproductivismos_es.pdf). Ligado a los cursos Imaginación
política que han tenido lugar en el Programa de Estudios
Independientes (PEI) del MACBA desde el año 2006 (ver http://marceloexposito.net/pdf/exposito_pei1.pdf
y http://marceloexposito.net/pdf/exposito_pei3.pdf), en relación
asimismo con una exposición de gran envergadura celebrada pocas semanas antes
en el mismo museo, Archivo universal. La condición del
documento y la utopía fotográfica moderna (ver la
entrevista a Jorge Ribalta realizada por Miguel López, «Ver la modernidad desde
la fotografía es como entrar a la historia por la puerta de servicio», en ramona,
nº 88, marzo de 2009, http://www.ramona.org.ar/node/25193), el seminario Los
nuevos productivismos formaba parte, por tanto, de una
constelación de actividades que observaban el proceso de radicalización simultáneamente
política y artística de algunos sectores de las vanguardias
ruso-soviéticas como un momento fundacional del tipo de desbordamientos de la
institución artística que han generado articulaciones complejas entre el arte,
la política, el activismo y la comunicación de masas a lo largo ya de un siglo.
Agradecemos a Madeline Carey, Marta García y Clara
Plasencia (respectivamente, del Programa de Estudios Independientes, del
Departamento de Programas Públicos y del Servicio de Publicaciones del MACBA)
los permisos y su dedicación a las gestiones imprescindibles para que el libro
original haya podido convertirse en esta nueva edición de textos.
[2] Voy a
enumerar también algunos aspectos de aquellas investigaciones historiográficas
que, junto al trabajo de Buchloh, han inspirado y orientado este proyecto
editorial. El reconocimiento de la importancia que tuvo la tendencia
productivista del constructivismo que ofrece Christina Lodder en Russian
Constructivism. New Haven: Yale University Press, 1983 (edición en
castellano: El constructivismo ruso. Madrid: Alianza, 1988). La función
que cumplió la fotografía en la superación de la fase autónoma de la vanguardia
y en la masificación de sus artefactos e hipótesis experimentales, tal y como
explica Margarita Tupitsyn en The Soviet Photograph, 1924-1937. New
Haven: Yale University Press, 1996. El concienzudo desmenuzamiento de la
diversidad interna del proceso productivista que Maria Gough aplica en The
Artist as Producer. Russian Constructivism in Revolution. Berkeley:
University of California Press, 2005. La luz que arroja Christina Kiaer sobre
las prácticas extraartísticas de producción de objetos para la transformación
de la vida cotidiana tras la superación del constructivismo, en Imagine no
Possessions. The Socialist Objects of Russian Constructivism. Cambridge,
Mass.: The MIT Press, 2005. Los ensayos de Devin Fore, acompañados de la
edición en inglés de los textos de Serguéi Tretiakov donde se definen los
principios de una escritura factográfica (véase «The Operative Word in Soviet
Factography», October, nº 118 [invierno de 2006]). La articulación de
los modelos de radicalización de la vanguardia ruso-soviética con otros
momentos de concatenamiento del arte y la política, especialmente con
experiencias contemporáneas de las dos últimas décadas, que propone Gerald
Raunig en Art and Revolution. Transversal Activism in the Long Twentieth
Century. Los Ángeles: Semiotext(e), 2007; y Tausend Maschinen. Eine
kleine Philosophie der Maschine als sozialer Bewegung. Viena: Turia+Kant,
2008 (edición en castellano: Mil máquinas. Breve filosofía de las máquinas
como movimiento social. Madrid: Traficantes de Sueños, 2008). Finalmente,
el libro editado por Jorge Ribalta, que parte precisamente del lugar donde
desemboca la narración de Buchloh, los primeros pabellones de propaganda que
por encargo del gobierno soviético realizó El Lissitzky: Espacios
fotográficos públicos. Exposiciones de propaganda, de Pressa a The
Family of Man, 1928-1955. Barcelona: Museu d’Art Contemporani de
Barcelona, 2009).
No es por
azar que se citen en esta nota ensayos publicados exclusivamente durante las
últimas dos décadas: una de las hipótesis de las que partimos identifica en el
actual ciclo histórico de conflicto formas singulares de anudamiento
arte/política que pueden considerarse en parte una actualización de los modelos
de radicalización ruso-soviéticos. Investigaciones historiográficas como las
citadas y esas nuevas experiencias artístico-políticas han venido discurriendo
en paralelo durante los últimos veinte años, aunque casi nunca relacionadas
entre sí. Este proyecto editorial plantea explícitamente la necesidad de
efectuar articulaciones novedosas entre unas y otras, para superar la habitual
desconexión. Algunas de estas reflexiones están expresadas con algo más de
detalle en mis textos «Prácticas artísticas / de comunicación audiovisual y
transformaciones sociales» (http://marceloexposito.net/pdf/exposito_bogota.pdf) y «Walter Benjamin, productivista» (http://marceloexposito.net/pdf/exposito_benjaminproductivista.pdf).
[3] «From
Faktura to Factography» fue publicado en el número 30 de la revista October y
ha conocido varias reediciones (entre ellas, la versión castellana incluida en
el volumen de Buchloh: Formalismo e historicidad. Modelos y métodos en el
arte del siglo xx. Madrid: Akal, 2004), mientras que «Since Realism there
was... (On the current conditions of factographic art)» apareció en el catálogo
colectivo Art & Ideology, publicado con motivo de la exposición
homónima en The New Museum of Contemporary Art de Nueva York, con edición de
Marcia Tucker. Buchloh, en este segundo ensayo, va más allá de la narración
historiográfica, pasando a interpretar la práctica fotográfica contemporánea de
Allan Sekula y Fred Lonidier como una actualización del debate sobre el
realismo planteado por la factografía en los años veinte, mediante el uso de la
fotografía como un paradigma de oscilación entre tres vértices cuestionados,
cada uno a través de los otros: el arte de vanguardia, el positivismo
documental y el activismo social. Quisiera proponer que este planteamiento de
Buchloh podría constituir un punto de partida desde el que entender la
radicalización de esa hipótesis sobre las condiciones contemporáneas en que se
actualiza el modelo factográfico, tal y como dicha radicalización se hace
evidente en la proliferación del activismo artístico que desde finales de la
década de los ochenta ha echado mano no solo de la fotografía, sino también de
otras técnicas contemporáneas de representación visual y comunicación de masas.
Algunas de esas experiencias más cercanas de activismo artístico se presentan
en esta edición de textos que ahora estamos prologando.
[8] Marko Peljhan participó en el seminario celebrado en
el MACBA en 2009 (ver nota 1) pero su contribución no pudo ser incluida en esta
edición. Sugerimos consultar el texto de Brian Holmes: «Utopía codificada.
Makrolab o el arte de la transición» (versión castellana en la revista Brumaria, nº 7. Arte,
máquinas, trabajo inmaterial,
diciembre de 2006; online: http://marceloexposito.net/pdf/trad_holmes_makrolab.pdf), así como
la transcripción de la conferencia pronunciada por Peljhan en el programa 100 Days 100 Guests de documenta X (31 de agosto de 1997),
donde se explican aspectos técnicos del proyecto Makrolab a partir de la
influencia del poeta cubofuturista ruso Velimir Klebnikov. (Sobre Klebnikov y
el núcleo originario del cubofuturismo ruso, verdadero big bang de la
constelación de la vanguardia ruso-soviética, ver el clásico de Angelo Maria
Ripellino, Mayakovski y el teatro ruso de
vanguardia, Editorial Doble J, Sevilla, 2006; el cual constituye también
una referencia pertinente para este proyecto editorial en general.) Tomado de: http://eipcp.net/transversal/0910/exposito/es
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