Scott Lash Traducción de Marcelo Expósito, revisada por Joaquín Barriendos
Hacia una
Constitución no moderna
Bruno Latour
defiende que los objetos tienen derechos. Es el portavoz del "Parlamento de las
cosas”. Afirma que la modernidad ha rechazado sistemáticamente tomar en
consideración los derechos del objeto, en parte por su continua propensión a
pensar mediante el dualismo sujeto/objeto. Latour sostiene que, sólo si caemos
en la cuenta de que el modo de clasificación moderno nunca se ha correspondido
con lo que realmente sucede en el pensamiento y en la práctica y aceptamos que
nunca ha reconocido las consecuencias de tales prácticas de clasificación,
podemos llegar a reconocer los derechos, la autonomía y la agencia [agency,
la capacidad de acción] del objeto. Latour afirma que la "modernidad” no fue
otra cosa que un modo de clasificación, un modo de tipificación o, mejor aún,
una ideología que justificaba cómo clasificábamos y tipificábamos. Argumenta
que debemos romper con la consagrada cronología sociológica de acuerdo con la
cual la pensée sauvage de las clasificaciones primitivas es desplazada
por el dualístico pensée moderne, por un modo dualista moderno de
clasificación; por otro lado, asevera que debemos hacernos cargo del que es
nuestro propio modo de clasificación no moderno, reconociendo al mismo tiempo
que nunca fuimos modernos[1].
Sólo entonces se habrán garantizado y serán exigidos los derechos y la
representación del objeto, su derecho a hablar y a ser representado.
Latour entiende
la modernidad, así como su predecesor premoderno y su sucesor no moderno, como
"constituciones” diferentes. Estas constituciones son marcos jurídicos que, con
frecuencia, no se corresponden con prácticas de facto. Es importante
apuntar que Latour habla aquí de "Constitución” en lugar de "modo de
clasificación”. Ello se debe a que estos marcos no tratan sólo de clasificación
y epistemología, sino también de representación política. Latour
sostiene que esta distinción entre representación política y representación
epistemológica es una de las dicotomías tendenciosas de la Constitución
moderna. Sin embargo, Latour no fue el primero en hacer este comentario. En su
clásico artículo "Can the Subaltern Speak?” Gayatri Spivak nos recuerda la
naturaleza ideológica de esta dicotomía, la cual, en efecto, tiende a limitar
las oportunidades del discurso subalterno[2].
Al igual que Spivak, Latour sostiene que los falsos dualismos de la modernidad
están enraizados en la bifurcación de estas dos formas de "representación” y
"delegación”, esto es, de representación política en los parlamentos y el
Estado, por un lado, y de representación epistemológica (o clasificatoria) y
delegación en las ciencias, por otro.
Latour habla de
las constituciones moderna y no moderna, cada una de las cuales contiene cuatro
"garantías”. Existe también una noción implícita de Constitución premoderna,
aunque sus convenciones, menos codificadas, no llegan a ser garantías. Cada una
de las constituciones de Latour trata, por así decir, de cuatro esferas
ontológicas: el sujeto, el objeto, el lenguaje y el ser. La esfera del sujeto
es también la de la sociedad, las comunidades, la cultura y el Estado; la
esfera del objeto es la de las cosas, las tecnologías, los hechos y la
naturaleza; la esfera del lenguaje incluye las prácticas del discurso, la
mediación, la traducción, la delegación y la representación; y, finalmente, la
esfera del ser incluye a Dios y los dioses, los seres inmortales, los ancestros
totemizados, e incluye cuestiones relativas a la existencia. Para Latour, la
Constitución de cada época debe tener convenciones y garantías en estas cuatro
esferas ontológicas.
Las cuatro
garantías de la Constitución moderna son para Latour: (a) que la naturaleza
(esto es, las cosas, los objetos) es "trascendente”, universal en el tiempo y
el espacio; (b) que la sociedad (el sujeto, el Estado) es "inmanente”, esto es,
que es construida continua y "artificialmente” por parte de los ciudadanos y
los sujetos; (c) que los "sistemas de traducción” entre estas dos primeras
esferas están "prohibidos”, esto es, la "separación de poderes” entre estas dos
esferas está "asegurada”; (d) que un "Dios tachado” actúa como "árbitro” de
este dualismo[3]. Ahora bien,
a diferencia de la ley, lo que este dualismo constitucional permite y fomenta
es la invención e innovación de una multitud, de una proliferación de
cuasi-objetos, de híbridos que violan totalmente las categorías y garantías de
la modernidad. Nosotros los modernos cerramos nuestros ojos ante la hibridez de
las máquinas, las tecnologías y otros cuasi-objetos, de los "monstruos” que se
producen de esta manera. Nosotros los modernos tendemos a clasificarlos con las
categorías dualistas convencionales. Y sin embargo producimos estos híbridos y
estos monstruos a una escala nunca antes imaginada. Más aún, nuestras
categorías dualistas (antihíbridas) han facilitado la producción e innovación
de estos cuasi-objetos proliferantes. Pero hemos llegado a un punto, dice
Latour, en el que estos cuasi-objetos, estos monstruos (como son las
tecnologías genéticas, las máquinas pensantes y las capas de ozono) se han
hecho tan omnipresentes que ya no podemos negar su existencia. Debemos
reconocer, por lo tanto, que no somos modernos y que nunca lo hemos sido.
El hecho es,
paradójicamente, que es precisamente este dualismo lo que ha permitido la
proliferación de híbridos que violan sus principios. Investiguémoslo. El
dualismo central de la modernidad supone que la naturaleza es trascendente
mientras que la sociedad y el sujeto son inmanentes. Ser trascendente significa
no ser construido, significa ser universal en el tiempo y en el espacio; de
alguna manera, significa ser real de acuerdo con un realismo sociocientífico:
ser objetivamente verdadero. En este sentido, la Constitución de la modernidad
sostiene la trascendencia de la naturaleza, los hechos científicos, las
tecnologías u otros objetos y cosas. Empero, la sociología de la ciencia, por
ejemplo, ha demostrado el carácter mítico de esta idea al demostrar la
inmanencia de la naturaleza, al mostrar cómo los propios hechos y las teorías
son también construidos. La naturaleza no es completamente trascendente sino
también en parte inmanente, en el sentido de una universalidad espaciotemporal.
Las teorías y los hechos científicos sólo tienen una cierta duración en el
tiempo y sólo alcanzan una cierta escala en el espacio. La Constitución
sostiene que la sociedad y el sujeto son inmanentes en el sentido de estar
construidos. Que los sujetos individuales y colectivos son artificiales y, por
tanto, frágiles; sólo duran un momento, el momento de su construcción. La
verdad, reivindica Latour, es otra. La sociedad es en parte trascendente: tales
colectividades de seres humanos son largamente duraderas en el tiempo por la
participación de un número cada vez mayor de no humanos[4],
esto es, mediante la participación de la naturaleza, de los objetos, de las
cosas y las tecnologías. Así, lo que parecen ser objetos trascendentales para
la modernidad (y la naturaleza) son en realidad una mezcla no moderna de
trascendencia e inmanencia; en efecto, no son objetos en toda regla sino lo que
Michel Serres llama "cuasi-objetos”. Lo que para la modernidad parecen ser
sujetos (y sociedades) inmanentes, exclusivamente "aquí y ahora”, son en parte
trascendentes por su propia duración extendida en el tiempo y su alcance en el
espacio: no son objetos en toda regla ni son inmanentes, sino "cuasi-objetos”
en parte trascendentes.
La Constitución
moderna legisla así mediante sendas garantías de estas dos esferas separadas de
sujetos y objetos; la esfera de la sociedad y la de la naturaleza. Consideremos
ahora la tercera garantía constitucional, la que se refiere al lenguaje o al
discurso. Esta garantía "prohíbe” la existencia de "sistemas de traducción”. Lo
que esto significa es que el lenguaje o las prácticas representativas o
significantes se dedican tan sólo a un "trabajo de purificación”, a excluir el
"trabajo de mediación”. Esta garantía ha dejado también sitio para su propia
violación. Así, aun negando el "trabajo de mediación” anterior, "el trabajo
oficial de purificación” permite "el trabajo de mediación (lingüística y de
representación) no oficial”. Las asunciones de la Constitución moderna sobre el
"carácter extrahumano de la ciencia y la tecnología” ocultan en efecto el
trabajo no oficial y reprimido que multiplica los "intermediarios” que no son
ni completamente humanos ni no humanos[5].
El tipo de discurso que se requiere, argumenta Latour, es una "antropología
simétrica”, un conjunto de prácticas que refute la asimetría tanto del realismo
como del constructivismo. El positivismo y el realismo sólo miran la causalidad
del objeto trascendente, mientras que el constructivismo —lo que incluye a la
mayor parte del trabajo de los estudios antropológicos y científicos— sólo mira
la construcción de los sujetos inmanentes. Ambos reproducen la separación de
esferas. La antropología simétrica de Latour dejará sitio para la agencia
causal tanto de los sujetos como de los objetos o, más bien, tanto de los
"cuasi-sujetos” como de los "cuasi-objetos”.
Examinemos la
Constitución de la no modernidad de Latour con el fin de comprender que las
garantías de la tercera y cuarta esferas, la discursiva y la existencial
—garantías en las esferas del lenguaje y de Dios y la religión— son tan
importantes como las garantías relativas a los sujetos y a los objetos, a las
sociedades y a la naturaleza. Así, las garantías de la Constitución no moderna
en las esferas primera y segunda son las de la "inseparabilidad de los
cuasi-objetos y los cuasi-sujetos”: las garantías de que puedan poblar un
"tercer reino” cuyo lugar está entre lo trascendente y lo inmanente. En este
reino "la naturaleza y la sociedad son una y la misma producción de sucesivos
estados de sociedades-naturalezas, de colectivos”. Aquí, toda institución que
interfiriese en el "continuo despliegue de tales colectivos y su
experimentación con híbridos se estimaría perniciosa”. Ahora el "trabajo de
mediación” ya no se marginaliza, sino que tiene lugar "en el mismo centro”. Ahora
los sistemas (de cuasi-sujetos y cuasi-objetos) "dejan de estar escondidos”[6].
La esfera del
lenguaje es igualmente importante. El discurso moderno implica purificar el
lenguaje, mientras que el discurso no moderno comprende prácticas de mediación.
La clave para el uso del lenguaje no moderno es destruir la prohibición
impuesta sobre los sistemas de traducción, poner fin a la prohibición sobre nuestra
"libertad” de "combinar asociaciones”. La garantía constitucional moderna de
que el lenguaje pueda encargarse del trabajo de purificación también "proscribe
lo arcaico”: legisla el olvido de la historia. La Constitución no moderna
permitirá al lenguaje recuperar la historia en un conjunto de nuevas
asociaciones que combinan lo arcaico y lo nuevo. En términos de la existencia,
la Constitución moderna separó a Dios, finalmente, para recluirlo en una esfera
puramente sagrada, mientras que las otras tres esferas eran situadas a buen
seguro en lo profano. En su cuarta garantía, la no modernidad contrarrestará al
sujeto fáustico de la modernidad devolviendo los dioses a la esfera de lo
profano. La Constitución no moderna devuelve a Dios, la religión, el ser, lo
existencial, justamente a este reino intermedio de cuasi-objetos y
cuasi-sujetos, de híbridos y sistemas. Estas medidas de recuperación de la
historia y el ser, así como el reconocimiento de la durabilidad espaciotemporal
y la naturaleza en parte trascendente del reino intermedio, contrarrestarán la
sobreproducción "salvaje e incontrolable” de híbridos; conducirán a "una
democracia ampliada que regula y ralentiza la cadencia”. De ahí que en la
condición no moderna el anterior sujeto fáustico será reconstituido con una
nueva modestia, una nueva finitud.
La Constitución
no moderna de Latour está compuesta de "actantes”. La noción de actante
proviene de la teoría de la narrativa de Benveniste[7].
Aquí, los humanos y los no humanos juegan un papel en tales narrativas. En la
medida que juegan estos papeles son "actantes” en la narrativa. Los
cuasi-objetos y cuasi-sujetos no modernos de Latour e incluso sus discursos
figuran como tales actantes. "Los discursos son una población de actantes que
se mezclan tanto con cosas como con sociedades”. Todos estos actantes —estos
monstruos, estos híbridos que pueblan el reino intermedio— traducen, median y
extienden los sistemas, "trazan sistemas”: construyen los "sistemas actuantes”.
En ciertos momentos Latour habla de varios tipos de actantes: cuasi-sujetos,
cuasi-objetos, discursos e incluso actantes "existenciales”. Pero a un nivel
más fundamental los actantes no modernos (al igual que los premodernos) constan
de cuatro tipos de "propiedades”, cuatro tipos de "sustancia ontológica”. Cada
uno de estos monstruos, cada uno de estos actantes, está compuesto de
propiedades de sujeto, propiedades de objeto (o naturaleza), propiedades de
discurso y propiedades existenciales. A estos monstruos los componen, además,
diferentes medidas de cada una de las anteriores propiedades. Así, las máquinas
son híbridos con propiedades acentuadas de cuasi-objeto; los poemas en tanto
que actantes tienen más pronunciadas sus propiedades lingüísticas y
existenciales. En la modernidad, cada una de estas propiedades ocupaba una
esfera separada. Durante la Reforma (y en la Contrarreforma) Dios estuvo "tachado”
del mundo y fue completamente trascendente: para entonces, Dios estaba ya
completamente diferenciado de lo social, de la naturaleza y del lenguaje. El
sujeto y el objeto adquirieron su autonomía, al igual que lo hizo el lenguaje,
tal y como observamos en las varias teorías semióticas —de Saussure a Peirce,
hasta incluso en Barthes— que asumen la autonomía del significante. Esto vino a
continuación de una Constitución premoderna mucho menos diferenciada en la que
los "indígenas” "saturaban de conceptos los mixtos de divino, humano y natural”[8].
Esto es bien sabido a partir de las teorías clásicas de la modernización. Pero
Latour profundiza con una pregunta: ¿qué es lo que permite que este dualismo,
este dualismo híbrido proliferante, emerja en Occidente? Su respuesta a la
pregunta sobre la "Gran División” es que nosotros en Occidente somos la única
cultura "que moviliza la naturaleza. Movilizamos la naturaleza, no como signos,
sino tal y como es. Y movilizamos la naturaleza mediante la ciencia”[9].
Así, Lévi-Strauss escribe que el pensamiento salvaje "accede al mundo físico
por el desvío de la comunicación”, mientras que Occidente "llega al mundo de la
comunicación por el desvío de la física”[10].
El pensamiento salvaje "reconoce al mismo tiempo propiedades físicas y
semánticas” y "confunde las meras manifestaciones de determinismo físico con
mensajes”; "trata las propiedades sensibles del reino de los animales y del de
las plantas como si fueran los elementos de un mensaje”, descubre "firmas” y
por tanto "signos” en ellas[11].
Tejedores de
morfismos y rastreadores de objetos
Latour no es un
constructivista. El constructivismo está, para él, bajo la misma vieja
Constitución moderna que el realismo. Latour realiza dos desplazamientos que le
separan del constructivismo. Primero, no entiende tanto que los objetos hayan
sido causados por los sujetos, sino que más bien los ve como portadores de
ciertas propiedades que los sujetos poseen. Para él, por lo tanto, los objetos
tienen agencia: no una agencia causal como en el naturalismo, sino más bien el
mismo tipo de agencia que los sujetos. Tienen derechos, responsabilidades,
pueden juzgar y valorar, pueden mediar. Exactamente igual que los sujetos. Así,
los objetos de Latour no están causados en primer término por sujetos. Al
contrario, son semejantes a los sujetos. Segundo, Latour no es
exclusivamente un sociólogo de la ciencia. Es un sociólogo de la ciencia y
la tecnología. Cuando compara a Hobbes con Boyle, por ejemplo, sitúa su
enfoque no en la teoría de Boyle sino en la de la bomba de vacío, en la
tecnología que media con la teoría. Lo mismo ocurre con su trabajo sobre
Pasteur: el asunto en cuestión es en primer término el laboratorio, no los
hechos científicos. Michel Callon, por su parte, ha enfocado también de forma
similar los textos escritos sobre el experimento de Pasteur[12].
Ahora bien, las tecnologías
no han tenido nunca el estatus trascendental que la ciencia y los hechos
científicos han tenido.. Las tecnologías han sido siempre muy difíciles de
reducir a los polos de sujeto y objeto. Se han reducido previamente con
dificultad al papel de objeto, como, por ejemplo, en el "determinismo
tecnológico”. Pero con la creciente centralidad de las tecnologías genéticas y
de la información eso es cada vez menos posible. Las tecnologías se han vuelto
cada vez más híbridas: ni sujeto ni claramente objeto. Los sociólogos de la
ciencia podrían ser tentados por la opción constructivista. Latour, como
sociólogo de la ciencia y la tecnología, ya no puede ser
constructivista. Debe ser no moderno.
Así, los objetos
de Latour no sólo son construidos. En tanto que son construidos, ellos mismos
construyen. Construyen por "mediación” y "delegación”. ¿Cómo entiende esto
Latour? Entiende las prácticas sociales humanas (en la ciencia y en la vida
cotidiana) en términos de proceso de "tipificación”. Es una reminiscencia de
Durkheim, así como de la comprensión que Mauss y Bourdieu tenían de los seres
humanos como "animales clasificadores”. Nos hace recordar la tercera crítica de
Kant, en la cual el juicio determinado es una (importante) variedad del juicio
reflexivo. El juicio determinado es especialmente importante en la Constitución
moderna de Latour, cuyo "trabajo de purificación” implica "civilizar los
híbridos”, "tipificarlos”, situándolos a la fuerza o en la sociedad o en la
naturaleza. Latour insiste en que nosotros vemos esta forma de mediación
dualista sólo como una forma de mediación, y en que el ser humano o "antropos”
debe dejar de ser definido como un sujeto con juicio puro determinado frente al
"práctico-inerte” sartreano, puesto que el humanismo tiene que ver al contrario
con nuestro trabajo no moderno de mediación. Los humanos, dice Latour, son
"máquinas de analogía”. El humano es un "tejedor de morfismos”: no sólo de
antropomorfismos, sino también de "zoomorfismos, teomorfismos, tecnomorfismos e
ideomorfismos”. No sólo nosotros usamos no humanos y representaciones o
análogos, sino que también los no humanos se vuelven máquinas de analogía,
devienen ellos mismos tejedores de morfismos. El humanismo clásico ha
desposeído a las cosas de sus poderes, escindiéndolas como "delegaciones y
remitentes”. El humanismo no moderno, en cambio, "se compartirá a sí mismo” con
estos "otros mandatos” mediante la "redistribución de la acción entre todos
estos mediadores”. "Lo humano”, continua Latour, "está en la misma delegación,
en el pase, en el envío, en el intercambio continuo de las formas”. "La
naturaleza humana es el conjunto de sus delegados y sus representantes, de sus
figuras y sus mensajeros[13].
Ésta es, me
parece, la clave de la teoría y del libro de Latour. Lo que nos dice es
entonces que los propios objetos son jueces; los propios objetos tienen juicio
reflexivo, tejen morfismos. Tejer un morfismo es más que sencillamente
representar: es también "pasar”, "enviar”. Es —en la jerga de los artistas
digitales— "to morph something”[14],
esto es, crear tu morfismo y comunicarlo. Esto es, tejer una red o un sistema
por medio de esta comunicación. El juicio es, para Latour, siempre y al mismo
tiempo comunicación de ese juicio. No es nunca representación pura. O hecho
puro. Es una afirmación y su envío. En sus efectos se asemeja más a un acto de
habla que a una mera expresión predicativa. Es la parole entendida no
como habla sino como mensaje: siempre incluye su envío. Y el envío teje una red,
ayuda a construir un sistema. Aquí, los cuasi-objetos se encuentran entre los
más importantes de estos "mediadores”. La propia mediación, por supuesto,
significa mucho más que mera representación. La representación implica el tipo
de prácticas que tienen lugar en la escultura, la pintura, la novela, el poema.
Incluso el cine es más un asunto de representación que de mediación. Pero de
forma característica la formas tardomodernas de cultura rompen con la lógica de
la representación. O, más bien, tal cultura tardomoderna, con bastante acierto
llamada "los media”, nunca puede representar sin enviar, sin transmitir o
comunicar. En efecto, "las economías de signos y espacios” contemporáneas,
especialmente en su calidad de información, tienen mucho más que ver con la
transmisión que con la representación. Esto es, en la cultura contemporánea la
primacía de la transmisión ha desplazado la primacía de la representación. La
cultura contemporánea es por tanto una cultura del movimiento. Una cultura de
(cuasi) objetos en movimiento.
Y es aquí donde
Latour puede verse atrapado en una contradicción. Aunque en su utopía no
moderna llegamos a entender que nosotros y los no humanos somos máquinas de
analogía, entidades dotadas de juicio reflexivo, no es esto lo que sugiere que
hagamos como científicos sociales. En este sentido, pienso que su propia teoría
es insuficientemente reflexiva, esto es, no puede ser aplicada a sí misma sin
contradicción. Lo que Latour nos pide hacer como científicos sociales en la no
modernidad no es juzgar y enviar reflexivamente, sino más bien "rastrear
objetos”. Lo que estoy argumentando es que las actividades culturales del
juicio analógico son ellas mismas típicas no de la no modernidad, sino de la
modernidad. Latour lo reconoce pero dice a continuación que lo cubramos con
una ideología dualista del juicio (lógico) determinado. Sin embargo, según nos
adentramos en la hibridez proliferada del orden global informacional debemos de
estar implicados en un conjunto totalmente diferente de prácticas culturales: nos
implicamos en el "rastreo de objetos[15].
Así, habiendo establecido que los actantes son simultáneamente reales, sociales
y discursivos, Latour nos anima a "seguir a los cuasi-objetos hasta el final”.
Nos anima a comenzar desde el reino intermedio de los monstruos e híbridos y
rastrearlos para ver cómo son hipostasiados como inmanentes o trascendentes. Si
rastreamos el objeto descubrimos el sistema. Aprueba el dictum de Michel
Callon según el cual nos situamos "en el punto medio desde el cual podemos
seguir atribuyendo propiedades humanas y no humanas”[16].
Es así como realizamos nuestro trabajo de mediación, de hacer que los cuasi-objetos
se estabilicen como sujeto y objeto. Dice que deberíamos "seguir el trabajo de
proliferación de híbridos” y "cubrir al cuasi-objeto o a los sistemas”.
"Cubrir” o
"rastrear” suenan más como el trabajo de un detective que como el trabajo de un
juez. Y quizá es esto en lo que estamos en la cultura global informacional.
Nosotros los no modernos somos quizá no "jueces” de ninguna manera, sino
"rastreadores”. Nos conciernen menos las representaciones que el envío, la
señal. Ya no somos premodernos de lo simbólico, ni icónicos como los modernos,
sino que nos hemos mudado a un orden indicial de no representación. En
el que seguimos al objeto. En el que no sólo los científicos sociales, sino
todos nosotros, somos rastreadores de objetos. Sea surfeando por internet o por
500 canales, descubriendo el hipertexto o abriendo las puertas y ventanas de un
gráfico interactivo en CD-Rom. En todos esos casos, no se trata tanto de la
representación o de lo simbólico, sino de información y envío. Rastreamos el
sistema a través de los sitios web. No hay ni auralidad (lo simbólico) ni
visión (lo icónico), sino tactilidad e indicialidad en el corazón de la
economía de los signos y de la información[17].
No sólo rastreamos los objetos, examinamos los sistemas. Pero como vimos en
nuestra discusión con Virilio[18]
los objetos pueden rastrearnos a nosotros. Los sistemas pueden ser nuestras
prisiones. En nuestra discusión con Benjamin[19]
vimos cómo el rastreo de objetos puede ser una práctica alegórica y metonímica
si extraemos reflexivamente objetos de la cultura contemporánea para después
reinsertarlos en nuestro propio orden alegórico, un orden que es no narrativo y
posnarrativo. Un orden de rastreo que no tiene tanto que ver con la
representación de una narrativa lineal o incluso ni siquiera con la
problematización de la representación mediante la narrativa no lineal. Tiene
que ver en cambio con la irrelevancia de la representación: la
irrelevancia de la narrativa. Tiene que ver con lo que Lefebvre llama un
"sendero”, un sendero material, un sendero indicial y táctil que rastreamos y
que después abandonamos y con el que volvemos a conectar. Quizá sea ésta la
forma en que producimos sentido y significado en la cultura contemporánea. Y
fijémonos en que una buena parte del tiempo producimos sentido mediante
prácticas de orientación que no implican producir significado. Nosotros
los no modernos no somos mediadores sino "rastreadores” materialistas,
buscadores de senderos. No encontramos reglas kantianas, sino "senderos”. No
creamos nuestros híbridos mediando como máquinas de analogía, sino como
rastreadores, como alegoristas.
Este texto ha sido
publicado anteriormente en inglés como un capítulo del libro de Scott Lash Another Modernity, A Different Rationality,
Blackwell, Oxford, 1999, pp. 312-338. Aparece aquí por cortesía del editor.
[1] Bruno Latour, Nunca fuimos modernos.
Ensayo de antropología simétrica, traducción de Víctor Goldstein, Siglo
XXI, Buenos Aires, 2007. La "sociología (y antropología) de las cosas” tiene un
pedigrí considerable. Está, por supuesto, la yuxtaposición de Marx entre valor
de uso y valor de cambio. Hay un algo irreductiblemente cósico en el "hecho
social” de Durkheim, que es tanto una cosa como una estructura. El don
de Mauss proveyó de alguna manera los fundamentos más firmes para esta
analítica de las cosas. La oposición de Marx valor de uso versus valor
de cambio permanece en gran medida en el marco kantiano de finalidad versus
instrumentalidad. Al igual, en efecto, que la contemporánea antropología de las
cosas de Appadurai y Kopytoff en su yuxtaposición de "singularidad” versus
"mercancía”. Véase Arjun Appadurai, "Commodities and the politics of value”, en
Arjun Appadurai (ed.), The Social Life of Things: Commodities in Cultural
Perspective, Cambridge University Press, Cambridge, 1986; e Igor Kopytoff,
"The cultural biography of things: commoditization as process”, en ibídem.
Aún así, el argumento antropológico rompe en gran medida con las asunciones
trascendentales y universalistas del marxismo y de Kant y observa los valores
simbólicos en culturas específicas. Eso se puede entender del "análisis de la
cultura material” de Daniel Miller en sus varios libros; véase por ejemplo A
Theory of Shopping, Polity Press, Cambridge, 1998. La lógica del presente
texto rompe radicalmente con cualquier tipo de yuxtaposición aporética de este
tipo, incluso con la aporía "sociedad de don versus sociedad de
intercambio”. Su inspiración proviene en parte de Baudrillard. No de la
nostalgia de Baudrillard por el intercambio simbólico maussiano, sino de su
teoría del objeto. Y especialmente de su idea del objeto que no es conocible
por el sujeto, y por tanto no una instrumentalidad; pero se trata de un objeto
que es también y enfáticamente no una finalidad. De ahí la importancia
que tiene la idea de "reversibilidad” para Baudrillard. Lo que para él no es
una finalidad es reversible. El objeto de Baudrillard seduce. Las finalidades
no seducen. Son sublimes o bellas pero no seducen. Hablar de lo sublime es
hablar todavía el lenguaje de las aporías. Lo sublime forma parte integral de
la segunda modernidad, no de la cultura global de la información. El
"valor-signo” seduce. El valor-signo no tiene nada que ver con el estatuto
asociado al consumo. La cultura del consumo de Baudrillard es una cultura de la
seducción. No es una cultura de la mercantilización. Baudrillard rechazará los
análisis que la teoría crítica hace de la sociedad de masas basándose en la
contraposición de mercancía y valor de uso, o de alienación y autenticidad. Los
cuasi-objetos en los sistemas-actuantes de Latour claramente tampoco son finalidades.
Y también no instrumentalidades. Transmiten, juzgan, hablan. Véase Jean
Baudrillard, De la seducción, Cátedra, Madrid, 1989; y "Dead symbols”,
entrevista con Jean Baudrillard, en Theory, Culture and Society, nº
12/4, 1995.
[2] "Can the
Subaltern Speak?” de Gayatri Spivak apareció originalmente en Cary Nelson and
Lawrence Grossberg (eds.), Marxism and the Interpretation of Culture,
University of Illinois Press, Champaign-Urbana, 1988, págs. 271-313, y fue
reimpreso en una versión modificada en Gayatri Spivak, A Critique of
Postcolonial Reason: Towards a History of the Vanishing Present, Harvard
University Press, Cambridge y Londres, 1999 [de próxima aparición en castellano
en la colección Cuestiones de Antagonismo, Akal, Madrid, 2008].
[3] Bruno Latour, Nunca
fuimos modernos, op. cit. [véase "Las garantías constitucionales de
los modernos” y "La cuarta garantía: la del Dios tachado”, págs. 55-62].
[4] Véase también
Donna Haraway, Modest Witness@Second_Millennium.FemaleMan©_Meets_OncomouseTM,
Routledge, Londres, 1997. En su enfoque sobre los microbios, las unidades de
información genética y similares, Haraway, a diferencia de Latour, anuda su "no
humanismo” a una periodización sistemática de lo que efectivamente son marcos
de conocimiento. Su fase contemporánea, que se deriva de su pensamiento sobre la
microbiología, la inmunología y la ingeniería genética, equivale a una
formulación sistemática de una episteme, una que es claramente posterior a la
episteme moderna de Foucault. Desde la filosofía se tiende a pensar en términos
de trascendental y universal tanto espacial como temporalmente. Desde la
antropología se tiende a pensar en términos de universales temporalmente. Es en
este sentido que Latour piensa muy antropológicamente, argumentando que nunca
hemos sido modernos, pero pensábamos que lo éramos. Y, en efecto, como somos
ahora es como siempre hemos sido. Haraway piensa en términos de diferencia
temporal en su periodización. Se trata de un modo de análisis muy sociológico.
El único problema es que desde la sociología, y este análisis no es una excepción,
se tiende con frecuencia a perder de vista la diferencia espacial. Se tiende a
pensar temporalmente pero universalizando una suerte de modelo occidental que
atraviesa las culturas.
[5] Bruno Latour, Nunca
fuimos modernos, op. cit. [véase "De los intermediarios a los
mediadores”, págs. 118-122].
[6] Ibídem [véase "¿Cómo poner fin a
la asimetría?” y "El principio de simetría generalizado”, págs. 137-144].
[7] Véase Émile
Beneviste, Problemas de lingüística general, vols. I y II (1969 y 1974),
Siglo XXI, México, 1997.
[8] [Claude Lévi-Strauss, El pensamiento
salvaje (1962), Fondo de Cultura Económica, México, 2005,] citado en Bruno Latour, Nunca fuimos modernos, op. cit.
[véase "Lo que la Constitución aclara y lo que oscurece”, págs. 68-72].
[9] Ibidem [véase: "El import-export de las dos Grandes Divisiones”,
págs. 144-148].
[10] [Claude Lévi-Strauss,
"Raza e historia” (1952), Antropología estructural 11, Siglo XXI,
México, 1983.]
[11] [Claude Lévi-Strauss, El pensamiento
salvaje, op. cit.]
[12] Véase Michel
Callon, "Techno-economic networks and irreversibility”, en J. Law (ed.), A
Sociology of Monsters, Routledge, Londres, 1991, págs. 132-164. Werner
Rammert nos ofrece elementos para una teoría sociológica general de la
tecnología. Rammert apunta que el rechazo del determinismo tecnológico ha
conducido a un olvido consciente de la tecnología (technik) en la
ciencia social. Como Heidegger, comienza con una idea de "technik” en
términos de la cuádruple naturaleza de la causación de Aristóteles. Rammert
rechaza entonces la definición de Heidegger de la esencia de la tecnología al
ocultar y al mismo tiempo traer a primer plano el significado del Ser. A
cambio, justifica sociológicamente la diferencia de la technik en
diferentes situaciones sociales. Aunque influenciado por Latour y la sociología
de la ciencia, aplica no obstante un constructivismo radical para elaborar una
noción pragmática de la tecnología. Es una idea de la tecnología deweyana,
fuertemente orientada a la práctica. Rammer apunta la progresión histórica que
se ha producido en el pensamiento occidental de las nociones sustanciales a
otras funcionales de la tecnología. No está de acuerdo con ninguna de ellas.
Reemplaza el enfoque funcionalista moderno del "concepto-fines-medios” por su
enfoque pragmático de la "relación-medio-forma”. La tecnología se convierte
aquí un mediador que no es necesariamente sólo un "medio” [a means, un
instrumento para obtener algo]. Es más bien un "medio” [a medium, un
canal de comunicación]. Y la diferencia entre diferentes medios es, en este
contexto, de la mayor importancia. Esto es válido especialmente para la
diferencia entre cuerpos biológicos, cosas físicas y signos simbólicos en las
sociedades de la información de hoy. Este modelo tiene un gran potencial
explicativo al distinguir la tecnología de la sociedad industrial de aquella de
la sociedad de la información y al analizar la biotecnología, la alta
tecnología y similares en lo que Rammert apunta que es nuestra "vida social
crecientemente mediada técnicamente”. Véase Werner Rammert, "Die Form der
Technik und die Differenz der Medien: auf dem Weg zu einer pragmatischen
Techniktheorie", en Werner Rammert (ed.), Technik und Sozialtheorie,
págs. 293-320, 293-296 y 318-320.
[13] Bruno Latour, Nunca fuimos modernos,
op. cit. [véase "El humanismo redistribuido”, págs. 199-202].
[14] Estoy en deuda
por mis conversaciones con Vivian Sobchack sobre este asunto. Véase Sobchack
(ed.), Cinema, Television and the Modern Event, Routledge, Nueva York,
1996.
[15] La antropología de las cosas, con sus
contrastes entre singularidad y mercancía, tiende a repetir la aporía kantiana.
El libro de Daniel Miller Modernity: an Ethnographic Approach, Dualism and
Mass Consumption in Trinidad (Berg, Oxford, 1994) comienza a poner en
cuestión este dualismo. El trabajo de Howard Morphy sobre el arte occidental y
africano abre radicalmente estas categorías, comprendiendo el objeto no sólo
como singularidad versus mercancía, sino también como artefacto, como
arte, etcétera. Véase Howard Morphy, Aboriginal Art, Phaidon, Londres,
1998.
[16] Bruno Latour, Nunca fuimos modernos,
op. cit., pág. 143.
[17] Sherry Turkle,
Life on the Screen, Weidenfeld and Nicholson, Londres, 1996.
[18] Véase Scott
Lash, "Bad Objects: Virilio”, Another Modernity, A Different Rationality,
Blackwell, Oxford, 1999, págs. 285-311.
[19] Véase Scott
Lash, "The Symbolic in Fragments: Walter Benjamin’s Talking Things", ibídem,
págs. 312-338
http://eipcp.net/transversal/0107/lash/es
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