Todo coleccionista fabrica discursos alrededor de sus estrategias
de apropiación para legitimar la praxis de
acumulación sistemática que tiene como objetivo
la construcción de universos paralelos en los que
su voluntad, gustos y obsesiones son los ejes dominantes.
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ANA GARDUÑO
• HISTORIADORA DEL ARTE
Investigadora del Cenidiap
xihuitl2@yahoo.com.mx
Coleccionar es una enfermedad hereditaria, yo me siento incurable
Sir Augustus Wollaston Francks, 1883
En México, durante buena parte del siglo XX, las políticas
hegemónicas que visualizaban la participación estatal en materia de
acopio, resguardo y exhibición del arte nacional como indispensable e
inhibían las incursiones en esos territorios por parte de los
particulares, a título colectivo o individual, hicieron que los
coleccionistas vivieran como una necesidad la justificación de sus
prácticas de posesión y apropiación. Esto fue particularmente
manifiesto en uno de los más destacados: Alvar Carrillo Gil
(1898-1974).
La táctica defensiva que eligió no fue novedosa, ya que
muchos de sus antecesores la habían
esgrimido: relacionar el coleccionismo con un
padecimiento crónico. Aquí quiero destacar el hecho de que Carrillo Gil
fuera médico de profesión con una importante declaración que hiciera
en 1954: "He padecido esa ‘enfermedad incurable’ y fatídica del
coleccionismo: tengo una colección importante de obras de Orozco, de
Siqueiros, de Rivera y cosas aisladas de casi todos los artistas
mexicanos de ahora”.(1)
La equiparación cobra otro sentido al ser pronunciada por quien debía
conocer a profundidad la definición clínica de enfermedad, de trastorno
definitivo de la salud, de intoxicación.(2)
Si la compulsión de poseer es un tormento, una
tribulación, el remedio es el consumo: "¿Qué otra medicina existe que
tenga un poder tan milagroso?” fue la contundente respuesta de uno de
los coleccionistas emblemáticos de la Europa de la segunda mitad del
siglo XX, especializado en el arte de la segunda posguerra
internacional, Giuseppe Panza di Biumo.(3)
Por supuesto, el concepto enfermedad no ha sido usado sólo
como metáfora para el coleccionismo objetual y fetichista,
sean piezas de arte, antigüedades, artes aplicadas, artes
populares, bienes culturales, etcétera, sino también
en el universo de la curiosidad intelectual, de la pasión
por los viajes, de la afición por poseer espacios a través
del despliegue de la mirada; es en este sentido que Wolfgang
von Goethe declaró que por largo tiempo se obsesionó con
recorrer Italia, país al que finalmente viajó en
1786: "Estos últimos años llegó a
ser en mí una especie de enfermedad de la que únicamente
podía curarme la vista y la presencia”.(4)
El objetivo era apropiarse del paisaje sólo por el hecho
de recorrerlo, de habitarlo aunque fuera por breve lapso.
Un eje interpretativo fue caracterizado por Michel
Foucault: "La enfermedad es, a la vez, el desorden, la peligrosa
alteridad en el cuerpo humano que llega hasta el corazón mismo de la
vida, pero también un fenómeno natural que tiene sus regularidades, sus
semejanzas y sus tipos”.(5) La tensión entre enajenación y razón es perceptible en un alto índice de antologías:
[...] si coleccionar es
una acción motivada por la pasión y está comprobado que los
coleccionistas se ‘enamoran’ de los objetos y se obsesionan por
poseerlos desde el momento mismo en que los descubren, al lograr
adquirirlos, éstos tienen garantizada la protección y devoción de su
propietario; al mismo tiempo, la racionalidad se evidencia desde que
los coleccionistas buscan equilibrar precio con calidad, valores
plásticos o rareza y, sin duda, en el territorio de lo racional se
ubica la pretensión perenne de obtención de las mayores ganancias
posibles en alguna transacción de venta o de concretar una menor
inversión financiera en una negociación de compra.(6)
En el caso de Alvar Carrillo Gil, su apasionamiento por comprar
objetos artísticos corría paralela al control que
le implicaba el riguroso proceso de selección al que sometía
a las obras. Es evidente que los síntomas del urgente
deseo de posesión, a pesar de constituirse en un poderoso
motor de consumo, a fuerza de repetirse en innumerables ocasiones
y durante décadas, implantarían cierto grado de
normalidad en su vida.
En 1954 escribió sobre el dúo enfermedad-manía;
pareciera que con ello emitió un mensaje negativo sobre
su afición, aunque aclaró que también la
vivía
como tormento gozoso.(7) No
obstante, la ambigüedad de su razonamiento fue persistente,
ya que hacia el final de su vida regresó al binomio
enfermedad-locura, explicado ya no en términos del presente,
sino como proyección futura, con la pretensión
de evitar que sus descendientes se contagiaran por el frecuente
contacto con el arte: "No quiero que mis hijos ni mis
nietos hagan ningún afán de coleccionismo porque
es una enfermedad grave en el sentido moral; se carga uno de
montones de necesidades y responsabilidades. Yo empecé a
coleccionar en 1930 y me volví loco, siempre quería
tener más y más”.(8)
Carrillo no alude a su gusto sino a su obligación de
coleccionar, lo que le exigió responsabilizarse de un
enorme conjunto de piezas: de su conservación, restauración,
difusión
y exposición. Esta declaración fue formulada en
el contexto de la campaña instrumentada para que la elite
político-cultural en el poder le comprara su acervo
y fundara un recinto para garantizar su exhibición permanente.
Impedir la transmisión del padecimiento era equivalente,
según esta estrategia, a sustraer la colección
del universo de lo privado y reubicarla definitivamente en el ámbito
público. Por supuesto, la táctica también
pretendía ofrecer una visión un tanto lastimera,
que sensibilizara y moviera a la adhesión a aquellos
que podían mediar para el logro de sus objetivos.
En buena medida es por ello que reduce su práctica coleccionística
como onerosa tortura e irremediable manía,(9) adquirida
en el continente que mayor prestigio había acumulado en
materia de arte: "Coleccionar es un vicio. Un vicio que
yo no tenía. Traje la iniciativa para crearlo de Europa,
a donde necesariamente fui a estudiar un año, especializándome
en pediatría. Allí tuve la oportunidad de ver
unas exposiciones de Daumier y Delacroix”.(10)
Es
común que un coleccionista equipare coleccionar con
una adicción; los adictos buscan consuelo a través
de la reiteración de una actividad ritualizada. Si ser
adicto se considera una condición negativa, se legitima
y acepta cuando a la compulsión se le coloca la etiqueta
de coleccionismo. Algunos estudios han demostrado que las sensaciones
que experimenta el coleccionista son parecidos a la euforia y
depresión causada por algunas sustancias adictivas, tales
como las estimulantes, las depresoras y las alucinógenas.
Carrillo Gil reconoció poco que su afición le
había
suministrado alegrías, satisfacciones y lo había
colocado en una posición de poder en el círculo
del arte mexicano. De los matices positivos de su coleccionismo
raramente se ocupó: si bien son pocas las referencias
que hizo a su coleccionismo en tanto placer personal y goce íntimo,
tampoco abundan las quejas o el énfasis en una connotación
negativa. Es en sus exhibiciones públicas donde externa
su orgullo por el acervo formado. También Sigmund Freud
igualó su coleccionismo con su "adicción” a
fumar los puros; esta segunda afición le provocó cáncer
de mandíbula, ya que la perpetró de manera incesante
y por muchos años, con el argumento de que le proporcionaba
la concentración necesaria para escribir.(11)
Es factible que para la construcción de tal discurso
por parte del médico
yucateco hayan influido poderosamente las experiencias negativas
de muchos años, a través de las cuales pudo constatar
el predominio de recelos y desconfianzas, arbitrarias e injustas
en algunas ocasiones, hacia los coleccionistas privados de arte
a mediados del siglo XX; se trataba, a su juicio, de una valoración
homogeneizadora y discriminadora.
Otro argumento fundamental dentro de su estrategia de
autoconstrucción de una imagen pública fue participar en las redes
productivas del poder. Para ello emprendió la indispensable acumulación
de conocimientos que lo autorizarían a guiar a otros agentes
culturales —en áreas como la gestión y la promoción, la selección y la
crítica de arte— y, de esa manera, coadyuvar en la definición de los
derroteros plásticos del México de su época.
Además, quiero recordar que Carrillo ubica su iniciación
artística en el París que fungía como la
capital del arte del mundo occidental en los albores del siglo
XX. En realidad, esto representa un guiño a un hábito
cultural de antigua raigambre en México de becar a artistas
en ciernes para proseguir su educación precisamente a
esa ciudad; al participar en dicha tradición, el yucateco
se introdujo dentro de la esfera cultural mexicana con derecho
propio. El periodista Alfredo Cardona, en una entrevista que
le concedió en 1947, escribió:
En Francia, en los pocos ratos libres,
no hacía más que visitar el museo de Luxemburgo.
Tenía un cuarto cerca del boulevard San Michel, y de
allí salía para la casa de arte. Recibió directamente
la visión de uno de los movimientos estéticos
más importantes de nuestra época: el impresionismo.
Cézanne, Degas, Renoir, Pizarro, Seurat, allí,
en lienzos, en colores, en misterios, le conmovieron en forma
tan honda que al regresar a México, donde se había
operado un movimiento pictórico de igual densidad, se
hizo el propósito de reunir las obras cimeras del arte
nacional.(12)
Más aún, Carrillo Gil aplicó el término francés amateur(13)
para definir sus emociones en relación con las manifestaciones
estéticas. Ser un amante, un apasionado de las artes plásticas indica
poseer la sensibilidad y "espiritualidad” necesarias para gozarlas y
sentirlas, disfrute que no necesariamente implica la formación de una
colección. Al autoafirmarse como amateur, como amante y aficionado, Carrillo estaba aludiendo al aspecto lúdico y placentero de su afición.
No obstante, por su obsesión de intervenir en el desarrollo del arte local, Carrillo se reveló preferentemente como un connaisseur, un experto en artes plásticas. La diferencia radica en que, mientras del amateur se sabe que hace ostentación de su pasión, y con ello de su subjetividad, se pide al connaisseur que sea la razón la que prevalezca por sobre su gusto y emotividad:
Existe un anhelo apasionado por
vivir en el mundo del arte, que incita a querer penetrar en las obras.
Este anhelo se expresa intensa y claramente, por ejemplo, en Diderot: la
pintura que ama le provoca un anhelo por penetrar en el espacio que el
cuadro crea. Actitud enteramente diferente a la del connaisseur:
éste se encuentra tan apegado a la calidad técnica de la obra que
sueña sobre el arte y el artista, pero no sobre la cosa misma. ‘Se
mantiene siempre fuera de la escena, nunca se incorpora a ella’.
Diderot, en cambio, quiere meterse dentro.(14)
En este sentido, Carrillo es, al mismo tiempo, un amateur y
un connaisseur. Queda claro que desde 1938, en simultáneo
construía su colección y se forjaba a sí mismo.
Con una ilimitada curiosidad intelectual, acometió de
manera autodidacta un intenso periodo de investigación
sobre historia y crítica del arte; cabe recordar que para
ello no fue (ni es) necesario obtener una formación profesional
a través del sistema escolarizado; por supuesto, los
conocimientos así procurados se completarían con
sistemáticas interlocuciones con creadores, galeristas,
funcionarios de museos y demás agentes culturales que
participaban en la atmósfera artística de esa época.
Con cierto sarcasmo, la antropóloga estadunidense Sally
Price describe al conocedor arquetípico como
La imagen de un caballero impecable, bien
nacido, bien educado y bien vestido, de conducta discreta,
confiado y de juicios mesurados y, por sobre todo, de un hombre
de supremo buen gusto […] Sería legítimo aducir
que algunos de los atributos citados no deben incluirse, en
rigor, en una definición mínima del conocedor
[…] Teóricamente es posible que haya un conocedor
del arte mal vestido, pero esa imagen rebasa la tolerancia
de nuestra imaginación, y de hecho hay relativamente
pocas personas que se consideren a sí mismas "conocedores” auténticos
[…]
y que no usen trajes a la medida o viajen en primera clase.(15)
Es un hecho que para el atesoramiento de
experiencias y conocimientos es requisito inexcusable la inversión
de tiempo. El capital económico que acumuló Carrillo
lo tradujo en autonomía que invirtió en la selección
de plástica contemporánea. En tanto "nuevo
rico”, al yucateco el contacto con el arte le permitió
autoforjarse una imagen pública diferente, no desligada
del todo de su ejercicio empresarial. Decidió que su carta
de presentación
en sociedad fuera su colección de arte:
La identidad social es la apuesta
de una lucha en la cual el individuo […] en tanto que es un objeto
potencial de categorización, no puede responder a la percepción parcial
que lo encierra en una de sus propiedades mas que poniendo delante,
para definirse, la mejor de ellos y, más generalmente, luchando por
imponer el sistema de enclasamiento más favorable a sus propiedades o
incluso para dar al sistema de enclasamiento dominante el contenido más
adecuado para poner en valor lo que es y lo que tiene.(16)
Coleccionar arte era un privilegio de su nueva clase social,
y él optó por practicarla. Así, sus posesiones
fueron las insignias a través de las cuales proclamaba
y certificaba su agigantado patrimonio económico; fue
el símbolo de su cambio de estatus económico tanto
como un dispositivo útil para su legitimación social.
Al embarcarse en una práctica cultural prestigiada,
en este caso coleccionar, Carrillo buscaba que su origen social
se olvidara o al menos relegara. La manera que seleccionó para
tomar distancia de sus antiguas necesidades económicas
fue comprometerse con actividades clasificadas como "puras” y "desinteresadas”,
de entre las cuales sobresale el arte. Esto le proporcionó mayor enclasamiento y,
al mismo tiempo, le permitió distinguirse del resto de
la burguesía; esto es, le facultó para acceder
de mejor manera a la clase dominante y le garantizó, además,
su distinción dentro de ella. Quiero enfatizar
que estos comportamientos de consumo no sólo se emplean
para dividir sino que, al compartirse, funcionan como instrumentos
de diferenciación.(17) Es
decir, los demás tienen que estar al corriente del significado
sociocultural de lo que, en este caso, acumula Carrillo, para
reconocer valor tanto a los objetos como al coleccionista. Esto
explica, al menos en parte, la vocación pública
de la colección Carrillo Gil.
Insisto, el yucateco resolvió no anexarse como uno más
a las diferentes camarillas que estructuran la clase dominante,
prefiriendo forjarse una imagen pública ligada emblemáticamente
a sus intereses artísticos, y complementándola
con una meticulosa "estilización de la vida” cotidiana:
residencia construida por un reconocido arquitecto yucateco,
Jorge Rubio; jardines diseñados por uno de los arquitectos
más encumbrados de la época, Luis Barragán;
numerosos automóviles
de lujo, importante indicador de riqueza; calzado y vestido
refinados, etcétera.
De esta manera, a través de su praxis es posible
percibir que Carrillo Gil combinó su aspiración
de integrarse al afortunado sector de nuevos ricos y su empeño
en distinguirse de ellos: por un lado, participó en la
moda de contratar al más prestigiado arquitecto de la época
para la realización, si no de la casa
al menos de los jardines; por otro lado, decidió no construir
su elegante y moderna residencia en una de las zonas preferidas
por los "recién llegados”, las Lomas de Chapultepec,
y escogió el sur de la ciudad, Tlacopac, cerca de San Ángel,
con lo que evidenció su distancia, no sólo espacial,
con los demás miembros de su nueva clase social. Es así como
no renunció a adquirir objetos que sólo el dinero
podía darle, sino que el énfasis de su personalidad
pública lo colocó en el terreno de la "espiritualidad”.
Así, coleccionar arte proporcionó singularidad y visibilidad
social, de suma utilidad para la construcción
de la imagen oficial de Carrillo Gil. No obstante, el coleccionista
elaboró un discurso lo más alejado posible de tales
consideraciones. En este sentido, quiero concluir este breve
texto con un diálogo que sostuvo durante una entrevista:
[Periodista] Dr. Carrillo, ¿quiere usted decirme qué
es un coleccionista? Pero señorita —me contesta— hay muchos tipos de
coleccionistas […]
[Periodista] Dr. Carrillo, yo quiero saber qué es un
coleccionista por usted, yo quiero saber qué es usted exactamente
[Carrillo Gil] Bueno […] Es […] una psicosis.
[Periodista] ¿De dónde proviene esa psicosis?
[Carrillo Gil] No sé decirle.(18)
NOTAS
1. En "Nota explicativa” al Catálogo de sus pinturas. 1950-1954,
México, 1954, sin número de páginas. Carrillo Gil seguramente conocía
la frase del coleccionista inglés Francks (1826-1897) —quien legara sus
acervos de arte y antigüedades al British Museum— citada en el
epígrafe de este texto.
2. Carrillo sostuvo que se sintió "realmente
intoxicado” con los primeros dibujos que compró de
José Clemente Orozco. En entrevista a Carrillo Gil, sin
datos, realizada por una mujer no identificada, ca. 1967,
20 páginas mecanografiadas; Archivo Familia Carrillo Gil (AFCG).
3. Giuseppe Panza di Biumo, "Las motivaciones
del coleccionismo”, en Francisco Calvo Serraller (comp.), Los
espectáculos del arte. Instituciones y funciones del arte
contemporáneo, Barcelona, Tusquets, 1993, pp. 91-92.
4. Citado por Vicenç Furió, Sociología del arte, Cátedra, Madrid, 2000, pp. 379-380.
5. Michel Foucault, Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas,
México, Siglo XXI,1996, p. 9.
6. Brenda Danet y Tamar Katriel, "No Two
Alike: Play and Aesthetics in Collecting”, en Interpreting Objects
and Collections,
Susan M. Pearce (comp.), Londres-Nueva York, Routledge, 1994,
p. 222.
7. Si bien escribió que coleccionar es
una manía "que padezco tan placenteramente”, lo que domina en el ensayo
es una visión negativa sobre su afición. En "Nota explicativa” al Catálogo de sus pinturas. 1950-1954, op. cit.
8. Entrevista a Carrillo Gil, op. cit.
9."Nunca me imaginé que al adquirir
estas dos pequeñas cosas del artista [Orozco] comenzaría
a sufrir las torturas del coleccionismo en obras de arte, una
de las más costosas manías que se puede sufrir,
sobre todo tratándose de obras de alta calidad y precio
relativamente elevado”, Obras de José Clemente
Orozco en la colección Carrillo Gil, complemento,
notas y edición de Alvar Carrillo Gil, 1953, vol. 2,
p. 185.
10. Entrevista a Carrillo Gil, op. cit.
11. Enrica Davies, "Un mundo de ensueño:
la colección de antigüedades de Sigmund Freud”,
en Sigmund Freud. Coleccionista, México, Antiguo
Colegio de San Ildefonso, 2000, p. 36.
12. Alfredo Cardona Peña, "Figuras: ACG”, revista sin datos, último trimestre de 1947. AFCG.
13. Alvar Carrillo Gil, "Nota explicativa” al Catálogo de sus pinturas. 1950-1954, op. cit.
14. Jean Galard, "Estetización de la vida: ¿abolición o generalización del arte?”, en La abolición del arte. Memorias del XXI Coloquio Internacional de Historia del Arte, México, UNAM-IIE, 1998, p. 640.
15. Sally Price, Arte primitivo en tierra civilizada, México, Siglo XXI, 1993, p. 23.
16. Pierre Bourdieu, La distinción. Criterios
y bases sociales del gusto, Madrid, Taurus, 1998, p.
52.
17. Néstor García Canclini acepta el concepto de diferencia de Pierre Bourdieu, pero lo complementa con el de compartir. Néstor García Canclini, Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización, México, Grijalbo, 1995, p. 45.
18. Entrevista a Carrillo Gil, op. cit. Tomado de: http://discursovisual.cenart.gob.mx/dvweb14/agora/agoana.htm
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