Mag. Guillermo Yáñez T. - Universidad de Chile
Resumen Este
artículo se propone una revisión de los conceptos elaborados por Walter
Benjamin en relación a la imagen técnica, la situación del objeto y su
representación. Un revisión que se establece como necesaria para
vislumbrar las continuidades y descontinuidades en un mundo que se
profundiza como espectáculo, en tanto enajenación definitiva de la
superficie representacional en cuanto exceso de imágenes del mundo y
sus objetos.
El
objeto representado en la imagen técnica.
En
el despliegue de la imagen técnica veía Benjamín
una aproximación del objeto hacia las masas y de éstas
hacia él. Intuía que "la
extracción del objeto fuera de su cobertura”1
aurática hacía de éste una cercanía que
permitía apropiarse del mismo en la exhibición. La
fractura definitiva de la unicidad
abría el "sentido
para lo homogéneo en el mundo”2,
sin embargo, el análisis no logra ver en
dicha estrategia el afán de la modernidad por desembarazarse
de ella misma; quiere ésta alcanzar con la imagen técnica
el punto sin retorno, establecerse en la postmodernidad, en una
estética de la superficie autosuficiente ontológicamente.
En este sentido ha de verse la reflexión de Benjamin como la
descripción del modo en que, al interior de la
reproductibilidad técnica, el objeto es capturado, hecho
cercanía, pero como parte de una estrategia que busca hacer de
tal cercanía que la alienación del objeto en el exceso
de representación. La cercanía del objeto hacia las
masas se hace más exactamente en la saturación
representacional de una superficie-imagen que se interpone, en cuanto
saturación, a la distancia categorial de la subjetividad
moderna. La representación de la experiencia del mundo hace en
la imagen técnica una elaboración ontológica
alienada del objeto moderno: "La
especialización de las imágenes del mundo puede
reconocerse, realizada, en el mundo de la imagen autónoma, en
donde el mentiroso se engaña a sí mismo”3.
La reproductibilidad técnica de la representación en,
lo que podríamos denominar, la primera imagen técnica
(fotografía-cine) ha sido acelerada en su producción,
se ha hiper-reproducido en la tercera imagen técnica
(dispositivo digital). En la segunda imagen técnica (video) se
abre el paso para su circulación: su distribución
electrónica. En dicha aceleración de la
superficie-imagen en el soporte digital el objeto busca ser retraído
sobre la superficie misma que lo constituye en cuanto representación;
se busca instalar en el objeto hiper-representado la articulación
de una autosuficiencia ontológica por medio de su
actualización en tiempo
real.
La imagen hace un mundo autosuficiente ontológicamente en la
superficie de su representación: "
"Acercarse a las cosas” es una demanda tan apasionada de las
masas contemporáneas como la que está en su tendencia a
ir por encima de la unicidad de cada suceso mediante la recepción
de la reproducción del mismo”4.
El objeto es inserto en su representación en cuanto objeto
alienado ontológicamente respecto del objeto en la modernidad.
Nada del objeto queda fuera de su representación técnica:
hay en la acumulación de objetos representados una
readecuación ontológica de la superficie como autonomía
que "suspende”
la distancia de lo representado.
La
inserción del objeto en la representación técnica
opera como "la
necesidad de apoderarse del objeto en su más próxima
cercanía, pero en imagen, y más aún en copia, en
reproducción”5;
necesidad que se establece en la lógica de hacer de la
representación un mapa que sea el territorio. Superficie que
establezca la cercanía por la enajenación de lo
representado: "En
adelante será el mapa el que preceda al territorio –PRECESIÓN
DE LOS SIMULACROS- es el mapa el que engendra el territorio...”6.
Lo próximo del objeto ha de darse en la alienación de
su representación, en el exceso de superficies-imagen que haga
del mundo un archivo que nada tenga que ver precisamente con ese
mundo representado en la ontología de la modernidad.
Entender
el desplazamiento de la imagen en su sobresaturación es
entenderla en su exceso ecológico. No hay en ella residuos
posible de mundo alguno porque ella se ofrece como una
autosuficiencia que permite la praxis vital alienada en la actividad
de usuario conectado nodalmente. No se trata de una manipulación
de lo representado, sino de una disposición abierta por un
dispositivo en el que el mundo, en cuanto distancia referencial, ya
no es necesario para ser constituido. El dispositivo digital se
trastoca en cuanto Red de conexiones en dispositivo-ciberespacio
(d-c) articulado desde cada nodo; "un
ordenador cuyo centro está en todas partes y la circunferencia
en ninguna parte, un ordenador hipertextual, disperso, viviente,
abundante, inacabado, virtual; un ordenador de Babel: el mismísimo
ciberespacio.”7
La alienación de la superficie y el objeto, puesto en
disposición de hiper-representación, no es otra cosa
que la culminación efectiva de la estrategia por abandonar la
distancia categorial moderna. "En
el espectáculo, una parte del mundo se representa ante el
mundo, apareciendo como algo superior al mundo”8,
pero ese espectáculo pasivo vislumbrado por Debord necesita
ser completado en la inmersión, culminado en el simulacro de
la actividad interactiva sobre la superficie digital. La objetividad
del objeto únicamente es posible de ser desplegada, en el
artilugio postmoderno, como abandono de la distancia en el exceso
representacional que es la única manera de arrancar al objeto
de su cobertura, de enajenarlo de una vez por todas de la distante e
incierta irregularidad del mundo pensado categorialmente por la
modernidad.
El
objeto arrancado de su cobertura es un objeto-representación
que se actualiza cada vez que es requerido por lo que se hace un
objeto que es
en
su representación: disposición ontológica
autosuficiente de la superficie. El programa global del d-c hace de
la representación la única posibilidad de navegar
el mundo. Imaginar el mundo no es otra cosa que, al interior del d-c,
constituirlo en la imagen actualizada que necesariamente oblitera el
tiempo. Cuando la imagen del objeto del mundo está dispuesta
en cualquier punto nodal de la Red, es posible alienar también
la velocidad porque ya no se requiere el desplazamiento espacial para
recuperar al objeto, nos basta con la experiencia de su
representación ya no sólo hiper-reproducida sino que
disponible en su actualidad. Si la representación del mundo,
su exceso, hace de ésta un mundo autoreferente, lo ontológico
se constituiría en la superficie misma, en su profundidad como
distancia alienada. Cuando la hiper-reproducción alcanza la
hiper-representación -"Al
multiplicar sus reproducciones, pone, en lugar de su aparición
única, su aparición masiva. Y al permitir que la
reproducción se aproxime al receptor en su situación
singular actualiza lo reproducido.”9-
la alienación es completada: nada de lo representado, en
cuanto distancia moderna, es posible de trascender a la superficie
postmoderna.
Es
solamente con la imagen en el dispositivo digital en donde aquella
articula una superficie autónoma ontológicamente
respecto del objeto en el exceso de su representación. La
imagen digital olvida al referente para abrirse como manifestación
(fenómeno) de su propio sustento (ser): el database. Un acceso
que determina culturalmente el desplazamiento de lo estético:
"En
cuanto forma cultural, la base de datos hace del mundo una lista de
ítemes que lo representa y se niega a ordenarla.”10
Lo representado es ubicuidad del usuario en una superficie inmersiva
en la interacción por lo que el objeto representado termina
por acercarse y constituirse ontológicamente en la posibilidad
de actualizarse; esa cercanía elimina la velocidad y con ello
el espacio. Lo representado en la superficie digital no es más
que su misma autosuficiencia de ser recuperada cuando se quiera desde
el data-base pensado algorítmicamente. El objeto ha sido
arrancado de su cobertura; no es necesario en la representación
digital sino como superficie autosuficiente. El mundo ya no es
melancolía, está dispuesto en la base de datos y se
recupera desde el simulacro de inmersión. La distancia se ha
perdido en la corrección óptica sustentada
informáticamente. Cuando todo es posible de ser digitalizado,
nada queda en la lejanía sino que posible de ser alcanzado
en cualquier nodo de la red en el d-c. La ubicuidad dada por la
inmersión interactiva ha hecho de la Historia un recuento
in-imaginable porque ha sido representado en la totalidad de lo
archivado y con ello el fin de la Historia concuerda como un perpetuo
presente que no deja de repetirse en la representación de sí
mismo. Lo histórico en la modernidad únicamente era
posible en su lejanía, en la distancia. La posmodernidad,
artilugio de la subjetividad moderna, ha hecho del tiempo
suspendido una
superficie que se recupera una y otra vez como telón de fondo
del capitalismo tardío.
En
la fotografía -primera imagen técnica- el objeto aún
es melancolía de su distancia, de lo indexado; es registro de
esa lejanía que se acerca pero que no termina de extraer al
objeto de su cobertura. La cuestión de la fotografía es
que está sujeta a lo representado en su distancia, en su
pensarse como apertura. La fotografía necesariamente indica
el tiempo y el espacio de una lejanía perdida definitivamente,
muerta. La cercanía de lo representado en la fotografía
se aleja en la indagación de lo referido en ella; lo
fotográfico siempre se despliega históricamente como
pasado. La disposición estética de la fotografía
es técnica también, pero imposible de ser pensada en
coincidencia en el ser/aparecer
porque en ella el tiempo fragmentado nunca se actualiza. El
dispositivo fotográfico del ojo-mecánico da una
reflexión que opera en el complejo óptico-químico
que se interpone entre la distancia del sujeto moderno con el mundo,
pero al interponerse no elimina la separación, más bien
la hace poesía en la operación mecánica de
indexar los objetos. La
imagen de la fotografía, como cualquier imagen, siempre
refiere a un mundo, no importa lo que éste sea. Ese mundo al
que refiere nada tiene que ver con lo que entendemos como realidad.
Es precisamente la manera que entendemos la realidad consecuencia del
sentido abierto por nosotros y en el cual insertamos el mundo para
ser leído.
Cuando
la fotografía desaparece como objeto es cuando empieza a ser
imagen para alguien que es capaz de imaginarla, entonces ahí,
precisamente, comienza a ser fotografía. De esta manera la
fotografía no es lo que parece por el simple hecho de
constituirse como objeto-fotografía,
es necesario entenderla al interior del sentido que se le da en la
cultura en la cual surge como tal. Es necesaria su desaparición,
como cualquier imagen, para que podamos decir que la fotografía
se constituye como tal frente a nosotros. Así la
fotografía es una huella que "no
puede ser, en el fondo, más que singular,
tan singular como su referente mismo”11
y
ésta es su disposición; la disposición abierta
por el dispositivo fotográfico responde a un programa
"fundamentalmente
epistémico,
una verdadera categoría de pensamiento”12
que establece una apertura de sentido por medio del cual se imagina
el mundo; la imagen fotográfica aparece precisamente en cuanto
tal por el programa que los constituye desde la disposición
abierta desde el dispositivo como imagen de mundo: la imagen técnica
fotográfica es el index de lo histórico, de una lejanía
en la subjetividad moderna.
La
alienación del objeto como ontología de la superficie.La
cuestión de qué es aquello que se entiende como
ontología de la imagen técnica, especialmente la
generada por el d-c, ha de situarse en la relación que
establece el objeto de representación y la superficie que lo
representa. En la primera imagen técnica (la fotografía)
aquello indicado por la superficie tenía una relación
-su comprensión- residual con lo fotografiado. La
reproductibilidad técnica de la imagen, sin seguimos a
Benjamin, hace que "al
multiplicar sus reproducciones”
se reemplace su aparición única por "su
aparición masiva”
y que lo reproducido "se
aproxime al receptor en su situación singular”
para actualizar lo reproducido. Pero dicho modo de aparecer de la
imagen técnica, en su primera etapa, aún adolece de
recepción de lo representado en cuanto distancia excedida de
lo fotográfico. La imagen en la superficie fotográfica
no ha logrado hacer del objeto un objeto fuera de su cobertura. Para
lograr una superficie autónoma efectiva además de
eficaz, se necesita hacer de la pantalla una superficie que pueda
enajenar definitivamente el objeto de la suspensión categorial
de la subjetividad moderna. La cuestión ontológica de
la subjetividad postmoderna se juega en la autonomía de la
superficie por medio de su alienación. Pensar la alienación
del objeto representado se hace al interior de una estrategia que
busca abandonar el mundo económico por medio de su
representación en cuanto consumo infinito: la superficie como
espectáculo de un tiempo que busca ser articulado para dar
continuidad trans-histórica al capitalismo tardío.
La
ontología de la superficie postmoderna únicamente puede
ser pensada en su materialidad debordiana: "El
espectáculo no es un conjunto de imágenes sino una
relación social entre las personas mediatizadas por las
imágenes.”13
El objeto alienado en la superficie del artilugio postmoderno,
estrategia anclada en el proyecto moderno de auto-suspensión
categorial en el capitalismo tardío, no es otra cosa que la
materialidad de la hiper-representación en la
hiper-reproductibilidad técnica propia del d-c. La falsa
experiencia del espectáculo, en cuanto "movimiento
autónomo de lo no vivo”14,
no es otra cosa que enfundar en la representación lo
experimentado en la vida en tanto sentido abierto por la disposición
ontológica del dispositivo desde el cual se opera. La
alienación del objeto en la representación del
artilugio postmoderno se ha de entender más como alienación
del aparato categorial moderno que como la alienación en la
superficie. Esto permite analizar la superficie postmoderna como una
disposición que se pone en juego en la cuestión
ontológica de lo representado. Además de la cuestión
ontológica como una estetización de la superficie que
permite comprender que la verdad
y lo falso
del mundo desde el aparato categorial moderno resulta inoperante en
la superficie articulada por el d-c.
Intentar
una analítica de la superficie en el aparato categorial
postmoderno es imposible de hacer desde el distanciamiento categorial
moderno porque la superficie alienada es una superficie de la
cercanía hiper-reproducida. Como la postmodernidad busca
alienar el aparato categorial moderno no puede sino hacerlo en una
superficie que reclame para sí una autonomía
ontológica. Por eso se hace necesaria una aproximación
a la manera en que se construye la lectura en la superficie de la
imagen técnica. En este sentido el aparato categorial
ontológico de la filosofía moderna se hace insuficiente
en cuanto disposición crítica. Es en ese aparato
categorial en donde se construyó
la estética moderna producto no de un descubrimiento sino como
un instrumento de lectura sobre un objeto que se situaba en una
autonomía operacional: la obra de arte. La ontología,
entonces, ha de situarse como la disposición abierta por el
dispositivo que la hace posible. Lo que es,
en la medida que ésto responde a un proyecto, es una ontología
política, una ontología que busca controlar el sentido
que se abre en la pantalla categorial desde el cual una imagen se
constituye como tal.
Pensar
la ontología de la superficie hoy se hace en la necesidad de
pensarla no tanto en lo que pueda ser
sino como aquello que es
por hacerse posible, en tanto que visualidad, de articularse en la
superficie-imagen. Una ontología de la superficie en el
artilugio de la posmodernidad requiere establecer los mecanismos del
dispositivo que hacen posible entender el objeto de lo
representación fuera de la cobertura en que los instaló
la modernidad por medio de la distancia categorial. Una ontología
política es una ontología de los procesos que se
instalan para hacer de lo visual una relación entre las
imágenes y lo que ella representan. Lo que en una imagen es
sencillamente refiere a las operaciones abiertas por el dispositivo. El
objeto alienado no es un objeto que se pierde en lo falso
de la representación sino en el objeto alienado respecto del
dispositivo categorial moderno, como ya se dijo. La estrategia de la
posmodernidad en el capitalismo tardío quiere hacer del mundo
no algo irreal
sino que busca establecer su realidad
abierta en el exceso representacional del d-c. La representación
es el campo estratégico que siempre el poder
busca controlar y para ello articula dispositivos categoriales que
abran una disposición ontológica posible de ser
imaginada en la superficie de la representación. La mercancía
necesita hacer del parecer debordiano una fijación ontológica
que se perciba como una superficie representacional que se constituya
transparente
en cuanto posibilidad de ser ocupada
en su realidad. La
suspensión del sujeto moderno como motor del simulacro: a modo
de conclusión.Benjamin,
al referirse a la recepción de la obra no constituida
técnicamente, define el aura como "un
entretejido muy especial de espacio y tiempo: aparecimiento único
de una lejanía, por más cercana que pueda estar”15.
Esta definición servirá para situar también la
condición del sujeto moderno; cuestión que permite
comprender el problema de la distancia
como algo que instala categorialmente la modernidad y de lo cual
busca constantemente desembarazarse. En
dicha definición también lo importante es la distancia;
el fenómeno como contenedor de una distancia imposible, pero
necesaria para que lo entregado al sujeto se sostenga en un más
allá hipotético y estructurador. La distancia que se
establece
filosóficamente a partir de Descartes es la distancia respecto
de la posibilidad de pensar en un mundo que, sostenido
independientemente de nuestro aparato categorial, pueda ser
conocido, rodeado, aproximado por la única estrategia posible:
el despliegue del cogito
. La peculiaridad del sujeto moderno es la de suspender
el juicio de verdad respecto de aquello que nos es dado por el
aparecer fenoménico. Una suspensión que encuentra su
sustento en la condición de cosa
pensante que somos: algo que piensa, algo que media aquello
que ha afectado
nuestro armazón sensorial y termina por dar cuenta de ello,
por darle forma. En otras palabras, únicamente al pensar lo
que sentimos nos ubicamos auto-reflexivamente. Lo dado por los
sentidos no es otra cosa que el mundo pensado por alguien (cogito)
para constituirse en la autoconciencia. El ser
se despliega para el sujeto moderno en el espectáculo
fenoménico pensado en la distancia. Sin embargo, se piensa a
este mundo en la distancia, en lo aurático que se nos presenta
el mundo ontológicamente. Es el mundo como aparecimiento
único de una lejanía.
Pero el sujeto moderno sabe de su aislamiento; sitúa en la
lejanía la posibilidad de un mundo-en-si
. Lo sitúa trascendentalmente. La fractura del ser
y el aparecer
es una cuestión moderna: todo lo que aparece requiere ser de
alguna forma aquello que representa, sin embargo es siempre en la
distancia de dicha representación. Esta distancia, sin
embargo, no es una cuestión espacial sino más bien
ontológica. La ontología de ese Real
lacaniano que siempre se nos escapa, que nunca lo alcanzamos en su
distancia porque o nos pasamos o nos quedamos en el contenido de una
definición que lo envuelva. El
ser dado al sujeto moderno es el que se constituye en su distancia
aurática. Es un ser por cierto que se nos da en la única
manera en que puede aparecer para el sujeto: como un ser que no
puede desvincularse de su aparición pero que tampoco logra
coincidir en ella. Pensar el mundo es articular un sentido que abra
la trama significante en busca de ese Real inscrito en su
imposibilidad de inscribirse. Lo Otro simbólico es siempre un
sentido reconstituyéndose en torno a lo Real imposible. Todo
sentido articulado para abrir lo (re)presentado es una dirección
que busca siempre atravesar la separación que suponemos aleja
de nosotros toda certeza de dar en el blanco del ser, más
allá, en la lejanía aurática del ser. La
representación que nos hacemos del mundo es su sentido
abierto, una apertura aguda que busca penetrar nuestra condición
de sujetos en la búsqueda de la autosuficiencia de lo Real;
"Es
precisamente en el cuerpo vicario de la "representación”
que el significado y el sentido penetran la materialidad de lo
contingente.”16
La representación que se hace el sujeto moderno es siempre una
falla, un darse contra lo Real para siempre saber que no llegaremos a
nada que no sea un sentido articulado destinado al error. El mundo
representado contiene un vacío que es descubierto al final del
sentido que dio cuerpo a la representación. El vacío al
final del sentido no es otra cosa que la forma del sujeto que
constantemente busca ser repletada con la carga simbólica
vacía de lo Real, pero como una respuesta a ello. Lo
importante aquí es que la distancia se establece como una
cuestión a superar. El capitalismo tardío ha encontrado
la fórmula: suspender la referencia externa de la
representación en el exceso, "como
una inmensa acumulación de espectáculos”17,
y con ello la disposición categorial del sujeto. La idea no
es suplantar
una realidad por otra, sino alienar
la representación por un desborde de realidad fijado en la
imagen técnica dispuesta por el d-c. Establezcamos, primero
que nada, la disposición abierta por el
dispositivo-ciberespacio. La superficie digital, dada su estructura
constitutiva, permite un control calculado sobre lo representado que
abre a la imagen como una inmersión interactiva. La
información se despliega algorítmicamente para dotar de
coherencia ontológica autosuficiente a la representación.
La distancia moderna se suspende:
el objeto en sí moderno se disuelve por la cercanía. La
superficie desplegada por el dispositivo-ciberespacio articula su
autosuficiencia en este exceso de realidad
que teje la trama ser(información)-aparecer(imagen digital).
En otras palabras, la realidad abierta por el dispositivo es una
realidad que en su exceso —la información es
la imagen— autorreferencial se fija como un mundo sin fractura, sin
la necesidad de un sujeto categorial que haga posible un cierto tipo
de certeza al conservar críticamente la distancia respecto del
mundo aparecido.
La disposición en la que se encuentra el usuario
al interior del dispositivo-ciberespacio hace que la superficie se
haga líquida
y aquel operé efectivamente en un mundo autosuficiente. Este
operar en un (ciber)espacio coincidente antológicamente
consigo mismo provoca la emergencia del desierto
de lo real.
La saturación lleva a la ubicuidad y con ello la velocidad
desaparece; cuando el desplazamiento es imposible, el tiempo real se
excede en su continua anulación estética. El movimiento
se convierte en acceso;
los nodos de la Red son muchos y se ubican sin distancia por lo que
cualquier punto de ingreso es el sistema en su totalidad. Dicho
operar del dispositivo-ciberespacio suspende la estética de la
distancia pensada cartesianamente por lo que el cuerpo es reorientado
también en una inactividad que sujeta al usuario en un plano alienado en
donde sólo
opera el desear.
Sin embargo, dicho deseo se gatilla por el exceso, por lo tanto, en
un continuo desechar, en una permanente inestabilidad. La superficie
representacional del dispositivo se hace el territorio/mapa de una
disposición que se proyecta sobre los residuos de la
superficie moderna: esta alienación del deseo es la estrategia
de la posmodernidad. Es una cuestión ideológica. Esto
último en el sentido que el capitalismo tardío busca en
la suspensión
del sujeto categorial un control sobre el problema estético de
la distancia. La representación postmoderna no hace otra cosa
que detener la sospecha
situada en la representación de la modernidad; esto último
como estrategia para fijar un deseo que se multiplica en lo visual
inmersivo del dispositivo que permite readecuar el espacio
representacional al interior del cálculo y la repetición
como desborde de lo real moderno. Sólo cuando la imagen
técnica es llevada al cálculo (computador)
autorreferencial es cuando lo simbólico puede ser llevado a
una reiteración infinita para limitar significados (deseos)
que siempre resultan imposibles para el sujeto moderno. En el
dispositivo-ciberespacio lo simbólico se muestra como
operación efectiva y eficaz. Lo simbólico en el
dispositivo es precisado por la saturación y el desecho
representacional en lo real se muestra como autosuficiencia que hace
de la saturación una autonomía ontológica.
Guillermo Yáñez T. Docente e Investigador en
Teoría de la Imagen, Estética y Estudios Visuales. Magister en Artes,
mención en Teoría e Historia del Arte (c). Universidad de Chile.
Pos-título en Artes y Nuevas Tecnologías. Universidad de Chile.
Licenciatura en Fotografía. Universidad Academia de Humanismo Cristiano.
1 Benjamin,
Walter (2003): La obra de arte en la época de su
reproductibilidad técnica. México: Editorial Itaca:
p. 48.
2 Benjamin,
Walter (2003): p. 48.
3 Debord,
Guy (2005): La sociedad del espectáculo.
Valencia, España: Editorial Pre-Textos: p. 37.
4 Benjamin,
Walter (2003): p. 47.
5 Benjamin,
Walter (2003): p. 47.
6 Baudrillard,
Jean: La precesión de los simulacros.
En: Wallis, Brian ed. (2001): Arte después de la
modernidad:
Nuevos
planteamientos en torno a la representación.
Madrid, España: Editorial Akal: p. 253.
7 Lévy,
Pierre (1995): ¿Qué es lo virtual?
Barcelona, España: Editorial Paidós: p. 45.
8 Debord,
Guy (2005): pp. 48-49.
9 Benjamin,
Walter (2003): pp. 44-45.
10 Manovich, Lev
(2005): The
database. En: Kocur, Zoya, editor: Theory in contemporary Art
since 1985. United
Kingdom, Blackwell Publishing: p. 413. La traducción es mía. El original dice como sigue: "As
a cultural form, the database represents the
world as a list of items, and it refuses to order this
list.”
11 Dubois, Philippe
(1986): El
acto fotográfico: de la representación a la recepción. Barcelona, España: Editorial Paidós:
p. 54.
12 Dubois,
Philippe (1986): p. 65.
13 Debord,
Guy (2005): p. 38.
14 Debord,
Guy (2005): p. 38.
15 Benjamin,
Walter (2003): p. 47.
16 Rojas, Sergio
(2002): El
big bang de la cosa en sí. En: Revista de teoría del arte:
Nº7. Departamento de teorías de las
artes. Facultad de artes. Universidad de Chile.
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