La producción cultural promovida por Alfonso X (1252-1284), que
comprende un vasto programa de conocimientos y de textos, desde la magia
y la astronomía hasta el derecho y la historia, ha tenido un destino
paradójico, que se inaugura con la misma muerte del rey. Tal destino se
cifra en la desarticulación de su programa cultural y en la eliminación o
el abandono de una parte del mismo, aquel que por sus pretensiones
científicas, filosóficas o universalistas resultaba más incómodo o menos
directamente reutilizable en otros contextos. Tal destino es paralelo
al retrato que del rey ofrecen numerosos textos posteriores, desde la
Edad Media hasta nuestros días, que fluctúa entre el elogio de quien
llevó a cabo recopilaciones legales como las Partidas, creando
con ello las bases del Estado moderno, y la crítica de un individuo
supuestamente alejado de la realidad, poco práctico, que, como escribió a
comienzos del siglo XVII Juan de Mariana, contemplando las estrellas
habría perdido su propio reino.
Dividida así entre la imagen astrológica, que muestra a un personaje
preocupado por saberes impertinentes y, en última instancia, proscritos
(Alfonso fue llamado rex astrologus), y la imagen del rey que
impulsó el castellano, la ley y la historia, la obra literaria y
cultural alfonsí se ha mostrado hasta nuestros días escindida entre
estos polos, y ha propiciado un interés mayoritario por la parte
legitimada dentro de la tradición hispánica. Solo hoy comienza a
rescatarse con decisión y amplitud la vertiente más universal de la
producción de Alfonso X, y reciben renovada atención sus textos
astrológicos, mágicos y científicos, muchos de los cuales, sin embargo,
carecen todavía de una edición moderna o se encuentran rigurosamente
inéditos.
La misma escisión de la que hablo se muestra a veces dentro de esa
producción que sí ha gozado de una recepción más amplia, y afecta a la
obra aquí reseñada. En el ámbito de la escritura histórica, Alfonso X
ideó dos proyectos paralelos y complementarios, dedicado uno al pasado
peninsular, que se concretó en la Estoria de España, y otro al pasado universal, que dio lugar a la General estoria.
Pues bien, como era de esperar, la primera de estas obras no solo fue
la que tuvo una mayor repercusión en la Edad Media, sino que ha sido la
más estudiada por los especialistas de los siglos XIX y XX, y la que ha
conocido más esfuerzos editoriales, aunque irónicamente no poseemos
todavía una buena edición de este texto. Estudiada por su conexión con
las tradiciones literarias castellanas, por las concepciones políticas
que proporciona o por su enorme influencia, que se extiende mucho más
allá de la Edad Media, la Estoria de España goza de una posición privilegiada dentro de la cultura hispánica.
Por el contrario, la General estoria ha permanecido hasta hoy
en un discreto segundo plano, alimentado por ese desinterés por la
vertiente más universal de la producción alfonsí. Sin duda, la
publicación íntegra de esta obra, en buena medida totalmente inédita,
marca un antes y un después en la valoración cultural de Alfonso X y,
con ella, de la propia cultura medieval en España.
Erwin Panofsky proporcionó el modelo clásico sobre el recurrente mito
del renacer cultural en Europa, al distinguir «Renacimiento» y
«renacimientos», reservando el primero de estos conceptos al movimiento
surgido en Italia y extendido al resto de Europa a finales del siglo XV.
Identificaba con ello un paradigma cultural que aflora en diversos
momentos de la historia europea (en la época de Carlomagno, en el siglo
XII) fundado sobre la renovación del conocimiento, cuya expresión
definitiva tiene lugar en la Italia de los humanistas. La idea del
renacimiento, latente en todo devenir cultural, que se funda sobre la
corrección del presente y la renovación de saberes olvidados o
maltrechos, es uno de los motores esenciales también del proyecto
cultural de Alfonso X y se encuentra en la base de un mecenazgo sin
precedentes por el que el rey trató de crear una serie de materiales
destinados a refundar la cultura hispánica en todos los ámbitos, desde
la astronomía hasta la poesía.
Este renacer cultural no corresponde solo a una calificación actual de
aquella época, sino que es uno de los ejes retóricos mediante los que el
rey justificó el enorme esfuerzo económico y simbólico que tal programa
requería. Casi todos los prólogos de sus obras aluden a ello, y ofrecen
los rasgos mediante los cuales se presentaba ante los contemporáneos
tal renacimiento: como una época de unidad, tras la disgregación que
había azotado a Hispania con la invasión musulmana; como una época de
paz, presidida por un rey sabio y misericordioso; y como una época de
luz, gobernada por el conocimiento y alejada de los engaños, después de
un período de confusión y decadencia. Los intelectuales del rey llegaron
a crear incluso una denominación específica para esta época, que había
de inaugurar un nuevo tiempo, tomado como -parámetro de los nuevos
cálculos astronómicos llevados a cabo en su corte, la «era alfonsí»: «E
nós vemos que en este nuestro tiempo acaesçió notable acaesçimiento e
honrado e de tanta estima […] y este es el reinado del señor rey don
Alfonso que sobrepujó en saber, seso y entendimiento, ley, bondad,
piedad e nobleza a todos los reyes sabios; e por esto tovimos por bien
de poner por -comienço de era el año en que començó a reinar este noble
rey».
El instrumento fundamental de dicho renacer es la recuperación de la
sabiduría antigua, tematizada mediante fábulas y ejemplos en diversos
textos alfonsíes. La propia General estoria muestra en diversos
momentos explícitamente este mismo designio, y en una de las secciones
publicadas por vez primera en la edición que aquí reseñamos, en el
prólogo a la sexta parte, puede leerse: «Yo, don -Alfonso [...] fiz
fazer este libro después que ove ayuntados todos los antiguos libros et
todas las crónicas et todas las estorias del latín et del hebraico
et del arávigo, que eran ya perdidas et caídas ya en olvido, así como
vos dixiemos en el comienço de las otras hedades». La recuperación del
saber, y la renovación del mismo, se erigen entonces como rasgos
característicos del proyecto alfonsí, que se propone como un instrumento
de mejora del reino, en consonancia con los avances territoriales del
momento y con la preeminencia de Castilla dentro de la península.
Tal renacimiento, que daba un valor coherente a todos los elementos de
la obra de Alfonso X, está circunscrito a su figura. Tras su muerte,
aunque algunos componentes del mismo continuaran teniendo desarrollo,
desapareció dicho ideal unificador.
UNA HISTORIA TOTAL La General estoria, en la que se pensaba
ofrecer un relato histórico desde la Creación hasta los tiempos de
Alfonso X, fue acometida hacia mediados de su reinado, en torno a 1270,
después de haber reunido los muchos y muy diversos materiales empleados
en la obra. A su cargo quedó un grupo de colaboradores del rey, que bajo
sus directrices más o menos directas o detalladas, acometió un plan
enormemente ambicioso que se proponía compendiar y sintetizar todo el
saber histórico de la época. Aunque la redacción de la obra parece
haberse mantenido hasta el final del reinado de Alfonso X (la cuarta
parte está fechada en 1280), no se llegó a completar el proyecto y el
texto de que disponemos termina justamente al comienzo de nuestra era,
cuando se debería narrar la vida de Cristo. Aun así, la enormidad de lo
que llegó a escribirse da cuenta de un proyecto -absolutamente singular
en su época, destinado a ofrecer todo el conocimiento del pasado.
La obra se apoya en dos patrones estructurales (las edades del mundo y
la cronología) y sobre ellos proporciona una guía no solo para dar
sentido a los materiales, organizándolos en un conjunto significativo,
sino también para que el lector (medieval y moderno) pueda navegar por
este fascinante océano de historias. Vagamente, la división de las
edades del mundo tiene un reflejo en la disposición material de los
textos, que en principio se proponía dedicar un códice a cada edad. Las
partes de la historia alfonsí (seis) han sido respetadas materialmente
en la edición aquí reseñada, que reserva dos volúmenes por cada una de
ellas (encuadernadas a su vez en un estuche), a excepción de las partes
quinta y sexta, que por la brevedad de esta última se han dispuesto en
un mismo estuche.
En la combinación de cronología y edades del mundo, Alfonso X siguió el
ejemplo de Isidoro de Sevilla, el primero en aplicar ambos patrones a la
escritura de la historia. Si las edades permitían dar un sentido
trascendente a la sucesión de los hechos, la cronología posibilitaba la
integración de la historia sagrada y la historia profana, que constituye
una de las características fundamentales del texto. Se reúne de este
modo toda la historia bíblica con los hitos centrales del pasado griego y
romano, donde los colaboradores alfonsíes incluyeron las más diversas
noticias relacionadas con la mitología (Júpiter, por ejemplo, planteado
como un modelo regio, o Hércules, uno de los reyes míticos de Hispania),
con la historia de Grecia (la guerra de Troya, el regreso de los héroes
después de la misma, la historia de Tebas o la vida de Alejandro Magno)
o con la historia de Roma, de la que se narran sus orígenes o a
propósito de la cual se incluye una traducción de la Farsalia.
La síntesis entre estas dos líneas de la historia es especialmente
significativa, porque muestra cómo Alfonso X se proponía incardinar el
pasado hispánico no solo en la perspectiva bíblica, como se había hecho
en otras obras anteriores, sino también en la de Grecia y Roma, con una
visión del pasado que se interesa tanto por la dimensión trascendente o
redentora como por la dimensión contingente, que pone el acento en la
virtud política y en el esfuerzo de los individuos. El resultado de esta
síntesis es una relevancia equivalente de todos los hechos, con un
acento especialmente prominente para algunos individuos (Júpiter,
Hércules o Salomón), y que se resuelve en un interés genuino por todos
los pasos de la historia.
Pero lo decisivo de la General estoria es haber pretendido
ofrecer un relato cabal y completo del pasado. Es por ello por lo que,
desdeñando resúmenes o epítomes anteriores, se incorporó en su totalidad
al texto el relato sagrado, traduciendo todos los libros de la Biblia, y
completándolos incluso con las glosas medievales y con otros textos
como las Antigüedades judaicas de Flavio Josefo. Más que continuar una tradición (la de las Biblias historiales), la General estoria
supone una novedad, al haber acogido todo el relato bíblico dentro de
una nueva versión del pasado, entregándolo así a los laicos, novedad que
roza la heterodoxia y que pudo hacerse aún más evidente al llegar a la
vida de Cristo. Por otro lado, la integración de los contenidos paganos
reviste el mismo deseo de crear una historia total, autosuficiente, que
seleccione y reformule las narraciones anteriores en una síntesis
superior. La dificultad en esta sección era aún mayor que en la bíblica,
ya que aquí no se disponía de una fuente que pudiera ser tomada como
guía, sin contar con que los colaboradores alfonsíes manejaron una
amplia variedad de materiales, que sometieron a crítica y recrearon con
criterios certeros y con una notable habilidad literaria.
La General historia es, en efecto, una historia universal, pero
frente a otros ejemplos de esta tradición en la Edad Media (en España o
en el resto de Europa), tiende a identificarse con ese pasado mismo, al
integrarlo de forma casi exhaustiva dentro de la obra. Fluctúa entre la
biblioteca y el códice, y responde cabalmente a la imagen que hace del
libro un trasunto del mundo. Es, en suma, la historia de todas las
historias.
No ha de extrañar que así sea cuando la obra se abre con una cita del comienzo de la Metafísica
de Aristóteles: «Natural cosa es de cobdiciar los omnes saber los
fechos que acaecen en todos los tiempos». En esta cita se aúnan dos de
los principios fundamentales de la corte alfonsí: el saber y una visión
naturalista del mundo («natural cosa»), que está detrás de las búsquedas
científicas, pero también de una ideología que otorga a las personas un
protagonismo central, y todavía singular para su época, en la historia.
En cierta medida, podría decirse que el tema de la General estoria
es la humanidad en sí misma, el proceso civilizador, las relaciones
entre los pueblos, los cambios de poder y la relación con lo divino, en
una perspectiva que acaba por constituir también una definición o
indagación sobre lo humano. Y quizás ello esté en relación con esa
enunciación polifónica del saber, que no desdeña ni siquiera la exégesis
musulmana de la Biblia, y donde los componentes cristianos, judíos y
paganos conviven sin estridencias, como señala Pedro Sánchez-Prieto
Borja en su introducción al primer volumen.
EDITAR Para comprender el enorme esfuerzo y valor de
esta edición es preciso tener en cuenta no solo la complejidad y las
dimensiones de la obra alfonsí, sino también las condiciones de su
transmisión (se han conservado cuarenta y un manuscritos con diversas
secciones de la obra), que exigen una gran experiencia y especialización
en la edición de textos, todo lo cual ha provocado que hasta ahora un
resultado como el de la presente publicación pareciera casi utópico. Con
anterioridad, se habían publicado en formato impreso las dos primeras
partes de la obra (del total ya referido de seis), en un proyecto
editorial que se extendió durante más de treinta años (1930-1961).
Iniciado por Antonio G. Solalinde, formado en el Centro de Estudios
Históricos, la segunda parte fue publicada por sus discípulos del
seminario de estudios medievales de la Universidad de Madison. En esta
misma universidad se desarrolló después un proyecto de transcripción de
los manuscritos de Alfonso X, por el que fueron publicándose primero en
microfilme y luego en formato electrónico las partes cuarta, quinta y el
fragmento de la sexta. De forma independiente, otros investigadores
fueron trabajando sobre la parte tercera, que justamente no cubría
ninguna de las transcripciones de Madison.
No es difícil intuir que, al margen de su importancia y de su enorme
utilidad (por ejemplo, para los estudios lingüísticos), estas
transcripciones no cubrían la necesidad de una edición completa,
destinada a la lectura y que hiciera justicia al fundamental valor
literario de la obra. Tampoco se trataba de ediciones críticas, que
tuvieran en cuenta todos los testimonios de las diversas secciones, y
que trataran de ofrecer el texto más fiel al original de acuerdo con los
manuscritos conservados. Esto se ha conseguido solo ahora, con la
edición publicada dentro de la Biblioteca Castro, que resulta modélica
de acuerdo con los criterios filológicos más actuales. Además, cada una
de las partes viene precedida de un completo estudio que aborda todos
los aspectos relevantes de la obra, y muy en especial las cuestiones
textuales, y el tomo primero contiene una introducción general, a cargo
de Pedro Sánchez-Prieto Borja, que proporciona una excelente puerta de
entrada a la General estoria.
Este investigador, coordinador de la publicación y responsable de la
edición de las partes primera y tercera, e Inés Fernández-Ordóñez, que
se encarga del primer volumen de la cuarta parte, son no solo dos de los
máximos especialistas actuales en Alfonso X, sino también en la
historia de la lengua y en el arte de editar textos antiguos, y ello se
hace evidente a cada paso en esta edición, llevada a cabo con seguro
criterio y con una maestría fuera de lo común. Junto a ellos, Belén
Almeida –que se encarga de la segunda parte y del segundo volumen de la
quinta–, Elena Trujillo –que lo hace del primer volumen de la quinta– y
Raúl Orellana –que edita el segundo volumen de la cuarta– han
desarrollado esos mismos saberes que requería este trabajo y han
coronado una tarea que hasta hace muy poco parecía inalcanzable. Otros
investigadores (Bautista Horcajada Diezma, Carmen Fernández López y
Verónica Gómez Ortiz) colaboran con Sánchez-Prieto Borja en la edición
de la tercera parte, en la que se aprovechan trabajos monográficos
desarrollados por cada uno de ellos.
Hay sin duda una justicia poética en esta edición, y no solo por su
misma necesidad, que aquí se cumple con todas las excelencias. Y es que
se reúnen en ella los más granados conocimientos sobre crítica textual, y
parece perfectamente apropiado que así sea, teniendo en cuenta que la
edición de la primera parte de la General estoria llevada a
cabo por Solalinde en 1930 supuso uno de los primeros intentos de
edición crítica de un texto medieval en España. Y si una de las tareas
que definen el trabajo filológico es la de recuperar los textos del
pasado y ofrecerlos a los lectores de la forma más cuidada y correcta,
esta edición cumple con creces dicha tarea y constituye una magnífica
defensa de un saber tantas veces mirado en nuestros días con
condescendencia o con un vacuo -romanticismo.
LA GENERAL ESTORIA, HOY En su libro Signatura rerum, -Giorgio Agamben
ha recordado que la única manera de repensar el pasado consiste en
rescatar sus fuentes, sobre todo aquellas que han quedado oscurecidas
por la tradición o la ideología. Se trata de volver al lugar donde
se interrumpió una historia, donde se produjo una escisión que impide
una comprensión plena del presente. Y, como escribe el crítico italiano,
«más acá o más allá de la escisión, en el diluirse de las categorías
que determinan su representación, no hay otra cosa que la imprevista y
luminosa apertura de la emergencia, el revelarse del presente como lo
que no hemos podido vivir ni pensar». Si se tiene en cuenta el lugar
fundacional que ocupa la labor de Alfonso X en la cultura hispánica, en
la medida en que por su uso y desarrollo del castellano representa el
subtexto de esta tradición intelectual, no parecerá exagerado afirmar
que esta edición, que por primera vez pone a disposición de los lectores
el conjunto de la General estoria, ofrece la posibilidad de
volver a esa historia interrumpida y retomar nuevamente la vocación
universalista de dicha tradición, que tiene en Alfonso X un modelo
inigualable.