Hay hombres venerados que sospechamos sin embargo inferiores a la obra
que cumplieron», escribió Jorge Luis Borges en 1939. «Otros, en cambio,
dejan obras que no pasan de sombras y proyecciones –notoriamente
deformadas e infieles– de su mente riquísima. Es el caso de Coleridge»,
sostuvo. Sin embargo, es probable que el autor de El Aleph se equivocara en este punto, puesto que la Biographia literaria de
Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) es una de las reflexiones más
importantes que existen acerca de la literatura y está plagada de ideas
que, como la de la «voluntaria y momentánea suspensión de la increencia»
(p. 388), atraviesan el pensamiento crítico hasta la actualidad.
Coleridge dictó su obra a John Morgan en 1815, y algo del tono ligero y
digresivo de la conversación culta tal y como era entendida en la época
permea sus páginas. También una cierta amargura, ya que por entonces
Coleridge estaba enfermo, llevaba años sin publicar un libro y subsistía
únicamente mediante la publicación de literatura de circunstancias en
la prensa. Que un autor al que buena parte de sus contemporáneos
consideraba un fracasado se atreviese a formular una teoría de la
inspiración poética que corregía y ampliaba las de autores como
Alexander Pope, John Milton y Francis Bacon, y que manifestaba un
entusiasmo crítico no exento de reproches –«la supresión de menos de
cien versos habría evitado nueve décimas partes de las críticas que
recibió» (p. 154)– por la poesía de William Wordsworth, que era su amigo
y el poeta inglés más popular de su época, pudo parecer a sus
contemporáneos una excentricidad, y tal vez esa excentricidad contribuyó
a la polémica en que se vio envuelta la obra tras su publicación en
1817. Otra razón pudo haber sido la apropiación por parte de Coleridge
de la obra de otros autores. En Biographia literaria, el
escritor inglés se adueña de pasajes completos de filósofos como
Friedrich Wilhelm Joseph von Schelling, August Wilhelm Schegel, Johann
Gebhard Maaß e Inmanuel Kant sin mencionar sus fuentes, un procedimiento
que, por lo demás, no era tan infrecuente en su época.
Además de trazar una biografía cuyo énfasis recayese tanto en los hechos
de su vida como en sus opiniones, Coleridge se propuso completar con su
Biographia literaria la revolución en la lírica inglesa iniciada junto a Wordsworth con las Lyrical Ballads (1798),
corrigiendo las que creía que eran desviaciones en su concepción de la
poesía: «Mi amigo ha dibujado un magistral esbozo de las ramas y su
fruto poético. Yo quisiera añadir el tronco, e incluso las
raíces, en cuanto se yerguen desde el suelo y se hacen visibles al ojo
de nuestra percepción común» (p. 174), sostiene en la obra. Para ello,
Coleridge traza primero unos «principios de la crítica moderna»
(capítulo 3) y a continuación destina los capítulos 4 y 14 a 22 a
desentrañar la obra de Wordsworth, estableciendo en primera instancia
una definición «filosófica» de poema y poesía, que ejemplifica mediante
un análisis de Venus y Adonis y Lucrecia, de William Shakespeare
(capítulo 15), para proceder a continuación a rechazar la idea de
Wordsworth de que la poesía sólo diferiría de la prosa en la
versificación y en la composición métrica. En el medio (capítulos 5 a
13), todo un ensayo filosófico y psicológico de inspiración kantiana
sobre las diferencias entre fantasía e imaginación, una refutación de la
obra del filósofo inglés David Hartley y una teoría de la percepción y
de su plasmación poética de discutible autoría.
«Con este cambio de orientación –el interés por Alemania, en vez de la
tradicional curiosidad por lo francés– Coleridge se convertía en el gran
mediador o introductor del pensamiento alemán en Inglaterra, a la
espera de figuras como Carlyle, Julius Hare o Thomas de Quincey» (p.
54), afirma Gabriel Insausti, traductor de la obra y autor de un
excelente prólogo. A este primer mérito de Biographia literaria
y de su autor debe sumarse el de haber fundado las bases del
Romanticismo en literatura al oponerse a la mímesis del lenguaje
coloquial, al recurso a una cierta verdad emanada de la naturaleza y a
la reproducción directa del discurso de los personajes. Otro mérito de
la obra es el de haber fundado la analogía entre el sujeto de la
creación poética y la divinidad, una idea que ha recorrido toda la
modernidad literaria y ha sido decisiva para la constitución de
vanguardias como el creacionismo de Vicente Huidobro. Un mérito añadido
se deriva del enorme talento de su autor para el epigrama, a veces no
exento de humor: «Incluso las señales de los caminos [...] atestiguan
que ha habido un Tiziano en el mundo» (p. 270), «de igual modo que la
locura de los hombres es la sabiduría de Dios, así también sus
iniquidades son instrumento de Su bondad» (p. 656), o «a menudo, al leer
tragedias francesas, en mi imaginación veía dos signos de exclamación
al final de cada verso como signo visible de la admiración del autor por
su propio ingenio» (p. 98).
Un mérito más de este libro proviene de la actualidad de su denuncia de
los aspectos más tristes y sórdidos del negocio literario. Muy pocos
saben ya quiénes fueron Thomas Wharton, Robert Southey, George Herbert,
Samuel Daniel y otros; para el caso, pocos pueden conocer ya los nombres
de Samuel Johnson, Abraham Cowley, Milton y el propio Wordsworth, pero
las guerras de papel que libraron, y de las que participó también
Coleridge, siguen siendo las mismas, y de ellas el autor de Biographia literaria
ofrece un diagnóstico que fue concebido hace más de dos siglos –en un
período histórico en el que, por lo demás, el carácter incipiente del
negocio literario todavía no había habituado a sus observadores y a sus
participantes a sus mayores excesos–, pero que podría haber sido
realizado hoy.
En ese sentido, la recopilación de los hechos de la ajetreada vida de su
autor, incluyendo sus estrepitosos fracasos como editor de las
publicaciones periódicas The Watchman y The Friend, no
sirven meramente a los fines del exhibicionismo, sino que pretenden
ejemplificar las pesadumbres y dificultades del escritor de la época y,
como tales, servir de ejemplo a otros, lo que Coleridge explicita al
sostener que «quisiera dirigir una afectuosa exhortación a los jóvenes
hombres de letras, basada en mi propia experiencia. Seré muy breve, pues
el planteamiento, el desarrollo y la conclusión concurren en un punto:
no perseguir la literatura como negocio», ya que «el dinero y la
reputación más inmediata constituyen sólo un fin arbitrario y accidental
de la labor literaria. La esperanza de aumentarlos mediante cualquier esfuerzo se mostrará como un estímulo para la laboriosidad, pero la necesidad de adquirirlos convertirá el estímulo [...] en un narcótico.
Los motivos, si llegan al exceso, revierten su propia naturaleza y en
vez de estimular, paralizan y desconciertan la mente» (p. 308, cursivas
del autor). A modo de solución al problema de qué hacer cuando, pese a
todo, se desea escribir y, como en su caso, se carece de una fortuna
para hacer viable económicamente esta actividad, Coleridge aconseja a
los jóvenes autores adquirir un oficio que les permita ejercer su
talento y dejar la literatura como una actividad secundaria para
ejercitar su genio; por razones prácticas, el autor aconseja la vida
eclesiástica como actividad pecuniaria, en el que probablemente sea el
menos adecuado de los consejos de Biographia literaria y, en general, el peor consejo que pueda dársele a una persona, ya desee convertirse en escritor o en astronauta.
Jorge Luis Borges concluyó su opinión sobre Coleridge sosteniendo, tras
desestimar su obra poética por considerarla «intratable, ilegible», que
«algo similar sucede con los muchos volúmenes de su prosa. Forman un
caos de intuiciones geniales, de platitudes, de sofismas, de moralidades
ingenuas, de inepcias y de plagios. De su obra capital, la Biographia literaria,
Arthur Symons ha dicho que es el más importante tratado crítico que hay
en inglés, y uno de los más fastidiosos que hay en idioma alguno». Una
vez más, sin embargo, Borges –y Symons– se equivocan. Aunque se presenta
escuetamente como la reunión de unos «esbozos biográficos de mi vida y
mis opiniones literarias» (p. 7), Biographia literaria es mucho
más que eso: es también un epistolario, un ensayo filosófico de largo
aliento, una colección de impresiones sobre estilística y métrica, una
antología comentada de la poesía inglesa de la época y una crítica y una
defensa de la obra de Wordsworth que –con placer– pueden leerse ahora
por fin en español en esta excelente edición –tan solo afeada por las
erratas– que viene a ocupar un hueco en la historia de la crítica
literaria y a entusiasmar a los curiosos impertinentes de las vidas de
los escritores, sus muchas miserias y sus escasas y ocasionales glorias.
Tomado de: http://www.revistadelibros.com/articulo_completo.php?art=4902