En abril de 2003, Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) publicó un artículo en la revista Contrastes titulado «Hacia un nuevo paradigma: poesía postpoética», reeditado en diciembre de 2004 en la revista Lateral. Fernández Mallo era autor ya del poemario Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus (2001), al que seguirían Creta lateral travelling (2004) y Carne de píxel (Premio
Ciudad de Burgos de Poesía, 2007), y gozaba de un prestigio
considerable como poeta. A ese prestigio acabaría sumándole el éxito de
público tras la edición de Nocilla Dream (Candaya, 2006), primera entrega de una trilogía que completarían Nocilla Experience (Alfaguara, 2008) y Nocilla Lab (Alfaguara, 2009).
La recepción crítica de estas obras instaló a Fernández Mallo como el
autor de referencia de un grupo de escritores nacidos principalmente en
la década de 1970 y unidos por relaciones de amistad y de intercambio
intelectual y por una estrategia de intervención colectiva en el mercado
literario. Los «nocilleros» –o «mutantes», como también se les llamó
tras la publicación de la antología de ese título (Berenice, 2007)– no
poseen un programa estético común pero coinciden en adherirse al
propuesto por Fernández Mallo, los elementos de cuya «narrativa
postpoética», consistente en «crear artefactos híbridos entre la ciencia
y lo que tradicionalmente llamamos literatura» (Nocilla Experience, p. 57, cursivas del autor), estaban ya presentes casi en su totalidad en Nocilla Dream:
ausencia de linealidad, apropiación a través de la cita de discursos
provenientes principalmente de las ciencias naturales, fragmentación,
ensayismo, cita apócrifa, utilización de gráficos y fotografías,
reescritura, intertextualidad y rechazo a las convenciones que
distribuyen la información narrativa en las unidades canónicas de
introducción, nudo y desenlace; en el plano argumental, preferencia por
los paisajes de circulación como fronteras, estepas y desiertos por los
que deambulan personajes solos que parecen desplazarse de ninguna parte a
ninguna otra en pos de un sentido siempre esquivo, ausencia absoluta de
humor, interés por elementos de las ciencias naturales –en particular
por la teoría de las catástrofes, la del caos, la de conjuntos y la de
sistemas complejos–, cuyas directrices sirven para comprender los
destinos de los personajes, por la técnica cinematográfica, por la
cultura popular «alta» –The Smiths, Siniestro Total, David Lynch,
Radiohead, Francis Ford Coppola, Sr. Chinarro–, equiparación mediante la
cita de textos heterogéneos como artículos de periódicos, miscelánea en
la Red, anuncios publicitarios, diálogos de películas y otros, interés
por el arte conceptual, el minimalismo, el land art, etcétera.
Nocilla Dream aparecía, pues, como una serie de historias
vinculadas las unas con las otras e interrumpidas por fragmentos
ensayísticos breves cuya narración parecía pretender emular ciertas
experiencias de percepción contemporáneas en un mundo textualizado y
saturado de información recibida de forma simultánea y no jerarquizada.
La novedad relativa de estos elementos y de este punto de vista bastó
para que Nocilla Dream fuera vista como una novela experimental
por un sector importante de la crítica y para que su autor monopolizara
el prestigio del que, en el estado actual de la literatura, disfruta
toda aquella obra que es investida de los atributos de «lo nuevo».
Ahora bien, ni Nocilla Dream ni ninguna de las otras dos obras
de la trilogía de Fernández Mallo es esencialmente novedosa: la ausencia
de linealidad y el fragmentarismo han sido practicados ya por las
vanguardias históricas y caracterizan a la literatura posmoderna
–piénsese en The Making of the Americans (1925), de Gertrude Stein, o en Rayuela (1963), de Julio Cortázar, personaje de Nocilla Experience–, el interés por las ciencias naturales caracteriza a la así llamada «hard science fiction» y está presente en novelas como A Fall of Moondust (1961),
de Arthur C. Clarke, la cita apócrifa, la intertextualidad y la
reescritura paródica han sido practicadas por Jorge Luis Borges, por
mencionar sólo a un autor, y la importancia otorgada a la visualidad de
los textos es ya parte de la tradición literaria desde aproximadamente
los Calligrammes (1918) de Guillaume Apollinaire y la poesía
visual; en cuanto a la apropiación de elementos de la cultura pop, hay
numerosos ejemplos desde la beat generation en adelante1. Según Juan Bonilla, autor del prólogo de Nocilla Dream,
en éste Fernández Mallo corre un «riesgo» al tratar «de abrir sendas,
de aventurarse por caminos no trillados» (p. 9) mediante el uso de
«herramientas que la narrativa rara vez se atreve a usar» (p. 8) como el
collage y lo que Bonilla llama «el zapping literario».
Sin embargo, esta afirmación sólo puede ser hecha a expensas de la
omisión voluntaria o involuntaria de autores cuya propuesta relativiza
la pretensión de novedad de Fernández Mallo: Antonio Muñoz Molina, Félix
de Azúa, Javier Marías, Ray Loriga, Enrique Vila-Matas, Rodrigo Fresán,
Javier Calvo y otros. Esta omisión ha contribuido a la recepción de la
trilogía Nocilla, pero su tramposa pretensión de novedad opera
mediante una distorsión según la cual la literatura española está
presidida aún por el realismo á la Miguel Delibes y es impermeable a las
tendencias más recientes en la narrativa escrita en otros idiomas, una
distorsión que obliga a reescribir la historia literaria a espaldas de
los hechos.
Quien, sin embargo, considere el realismo ramplón el modo dominante de
la narrativa escrita en español disfrutará e incluso creerá experimental
la trilogía Nocilla; su última entrega, Nocilla Lab,
muestra que el proyecto ha ido perdiendo fuelle libro tras libro, pero
aun así depara algunas innovaciones en el marco de la literatura de su
autor. Aquí, el narrador visita con su mujer una isla al sur de Cerdeña,
uno de cuyos bares le recuerda a otro de las islas Azores sobre el que
Enrique Vila-Matas ha escrito un artículo; en la isla se aloja primero
en un sitio de acampada y más tarde en un establecimiento de turismo
rural ubicado en una antigua cárcel, donde padece un robo de identidad
por parte de su extraño dueño, quien dice ser escritor y encuentra el
cofre que contiene los apuntes y elementos que el narrador y su mujer
han reunido para la confección de un proyecto del que nada se dice pero
el lector termina intuyendo que es la trilogía Nocilla. El
narrador cae en la pasividad pero, tras algunas escaramuzas, acaba
matando al dueño del establecimiento, Agustín Fernández Mallo, y
dirigiéndose a una plataforma petrolífera abandonada en la que un
literario y rejuvenecido Enrique Vila-Matas le cuenta una historia de
tintes kafkianos. La primera parte del libro consiste en el monólogo del
narrador, en el que no se recurre a los signos de puntuación
convencionales en un flujo de conciencia apenas interrumpido por una
cita que, una vez más, puede ser considerado novedoso por lectores
ingenuos o poco formados pero no lo es en absoluto –los antecedentes
aquí son Ulysses (1922) y Der Auftrag (1986), de Friedrich Dürrenmatt, por ejemplo–, y la incorporación de un cómic en colaboración con Pere Joan.
Puesto que Nocilla Lab es la entrega más floja de la serie, es
en este libro donde queda más patente un rasgo específico del
experimentalismo de toda la trilogía: su gratuidad. Si en busca de una
explicación al carácter contingente de este gesto experimental se
recurre a Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma (Anagrama,
2009), la obra de Fernández Mallo que resultó finalista del último
Premio Anagrama de Ensayo, el resultado es desconcertante. Allí, su
autor incurre en numerosas inconsistencias en la estela de autores de
referencia como Félix Guattari, Jacques Derrida, Gilles Deleuze y otros
–ridiculizados por Alan Sokal y Jean Bricmont en el muy recomendable Imposturas intelectuales (Paidós,
2008)–, construye párrafos impenetrables, realiza comparaciones
inverosímiles de curioso dogmatismo y destina casi doscientas páginas a
definir una teoría de la «poesía postpoética» que, admite, «como se verá
a lo largo de este libro, no existe: es la yuxtaposición y sinergia de
cuanta teoría o modo de pensamiento solucione un desafío poético
determinado» (p. 34)2 .
Quizá lo mejor que pueda decirse de los libros de Fernández Mallo es
que, por pasajes, se sostienen perfectamente por sí mismos y sin que el
lector tenga que penetrar en las oscuridades de la «postpoesía»; de
hecho, Nocilla Dream y Nocilla Experience son,
despojados de su pretensión de novedad, libros que hablan de que
Fernández Mallo parece haber encontrado una forma personal de narrar y
que esa forma es potencialmente susceptible de dar como resultado obras
de valor considerable, incluso aunque Nocilla Lab parezca refutar esta opinión. Siempre el final de algo es el comienzo de otra cosa, y el final de la trilogía Nocilla invita
al lector a preguntarse qué escribirá a continuación su autor y si lo
hará por fuera de la estrategia de intervención colectiva que lo
encumbró y sin el pesado paraguas de una «teoría» inconsistente.
1. La contradicción entre la pretensión de novedad y la ausencia de ésta en la trilogía Nocilla
no debe ser atribuida a ignorancia por parte de su autor. En sus
libros, Fernández Mallo menciona una cantidad importante de textos y
autores que le sirven de referencia: Jorge Luis Borges, Italo Calvino,
Félix de Azúa, Juan Benet, el filme Hana-Bi de Takeshi Kitano, Centuria, de Giorgio Manganelli, Mil mesetas, de Deleuze y Guattari, Mi filosofía de A a B y de B a A, de Andy Warhol, La música del azar, de Paul Auster, el documental El desencanto (dirigido por Jaime Chávarri en 1976), El mono gramático de Octavio Paz, Emile Cioran, Georges Perec, el poema en prosa de Rafael Courtoisie Estado sólido, De rerum natura de Lucrecio, algunos poemas de Hans Magnus Enzensberger, el Tractatus Logicus-Philosophicus de Ludwig Wittgenstein, Poemas plagiados de Esteban Peicovich, y canciones de Sr. Chinarro y Antonio Vega. ↩
2.
Un poco más preciso es el autor en la siguiente cita: «La poesía
postpoética se presenta como un "método sin método”, no como una
doctrina. Más que de una nueva forma de escribir, se trata de poner en
diálogo todos los elementos en juego, no sólo de la tradición poética
sino de todo aquello a lo que alcanzan las sociedades desarrolladas, a
fin de crear nuevas metáforas verosímiles o inéditas» (p. 37). De su
equiparación de la teoría de la masa en reposo de Albert Einstein con un
haiku el lector puede inferir además las características ideales de la
poesía postpoética: «simplicidad», «economía de medios», «radicalidad»,
«inmaterialidad», «constitución netamente fronteriza» y «puro
extrarradio, una cosa donde la ciencia y la poesía clásica dejan de
hablar y sinérgicamente dan lugar a un artefacto que habla otro
lenguaje» (p. 104). También en Postpoesía, Fernández Mallo
sostiene que la poesía española contemporánea, a la que llama
«ortodoxa», está anticuada y no es pertinente en la sociedad actual, la
compara con el colesterol y le atribuye una linealidad cristiana,
«egocentrismo autista», rigidez, dogmatismo y «puritanismo formal» (p.
73), y afirma que su «prueba de veracidad» es que pueda ser escrita a
mano y declamada (p. 73), gustar sólo a los poetas y parecer que aburre
(p. 74). ↩