Parricidios, filicidios, matricidios, fratricidiospor Jorge Ruffinelli
Quimera nº 245
Ali Mahdavi, the girls of crazy horse by Ellen Von Unwerth for tank-mag
Parricidios, filicidios, matricidios y
fratricidios han existido hasta en las mejores familias. Podría decirse,
también, que han existido ante todo en las mejores familias. ¿Por qué
extrañarse, entonces, al encontrarlos en la familia literaria?
La historia de la literatura latinoamericana
abunda en ejemplos antiguos y modernos, locales, nacionales e
internacionales. Es tal vez parte de un proceso natural de crecimiento;
así como cada individuo alcanza su identidad cuando simbólicamente mata
al padre, los escritores suelen afianzar su lugar en el mundo con
asesinatos discretos e imperceptibles, o con matazones despiadadas y a
mansalva. En este retrato familiar, podría creerse que la Madre es la
custodia del hogar, no escribe sino que guarda las escrituras, mientras
teje y enhebra el tejido amoroso de la gran familia, y por eso existen
menos matricidios. Ésta es verdad a medias, porque cuando la Madre
excede sus funciones esperables y ‘escribe', se convierte en objeto de
las mismas reacciones de padres, hijos y hermanos. De ahí todo lo que
Roberto Bolaño decía y escribía a propósito de Isabel Allende o Diamela
Eltit.
Estas muertes imperceptibles o violentas forman
parte de la vida, no hay por qué censurarlas ni elogiarlas. Octavio Paz
(augusto Padre asesinado una y otra vez pese a la corte que lo protegía)
hablaba de tradición y ruptura. Ningún escritor puede negar que
proviene de escritores anteriores, pero en cambio se siente libre de
romper con ellos.
Lo hizo Mario Vargas Llosa en los setenta cuando
promovió la cruda separación entre ‘primitivos' y ‘modernos'. Modernos
eran él mismo, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes,
Guillermo Cabrera Infante, y primitivos los que se habían quedado
rezagados en el realismo mimético sin sensibilidad innovadora.
Más tarde el crítico uruguayo Ángel Rama
(1926-1983) advirtió que la modernización de la literatura no provenía
sólo de los cosmopolitas -como Borges- sino también de los
"transculturadores" -como José María Arguedas-, ambas alternativas con
diferentes estrategias pero similares resultados.
Me he preguntado, a lo largo de estas dos
últimas décadas, "qué se hicieron" de los renovadores del pasado.
¿Sucumbieron a la tradición? ¿Pasaron a ser blanco de los petardos de
los jóvenes rupturistas?
Algunos cambios se iniciaron cuando escritores
como la argentina Liliana Hecker y el chileno Antonio Skármeta
advirtieron que al boom lo sucedería el crack . Que a aquella mirada ambiciosa y totalizadora de las novelas centrales ( Rayuela , Cien años de soledad , Conversación en la Catedral , Paradiso )
debían sucederlas otras que atendieran a lo real en detalle. Como decía
Skármeta: acercándose a lo real con "la mirada de un miope". Sólo así
podría reencontrarse lo cotidiano y lo individual, alejándose al fin de
la épica, de la novela totalizadora, de las montañas mágicas y las
nuevas biblias latinoamericanas.
A menudo se distingue el término boom
de "nueva novela latinoamericana": el primero indica -por tomar prestado
del léxico económico- una ampliación repentina del mercado; el segundo
nos habla de formas estéticas o estrictamente literarias. Pero junto al boom boom
de valores, una ampliación súbita de los valores que, una vez colocados
en la balanza del tiempo, se probaron menos válidos. ¿Inflación de
valores? ¿Es verdad que García Márquez es un `mal´ escritor como lo dice
y señala Fernando Vallejo? ¿Ha perdido Mario Vargas Llosa el filo de su
prosa? ¿Son hoy los escritores de la `Nueva Novela Latinoamericana´
-pasada la cuesta del milenio- valores inflados?
Sin embargo, las nuevas generaciones no han
salido a barrer a las anteriores. Utilizan más la ironía que el barreno.
Tal vez por falta de arrojo, de proyectos, de programas propios.
Cuando en los ochenta Mario Benedetti regresó al
Uruguay, un grupo de jóvenes escritores locales calificó su obra más
reciente de `copias xerox´ de sus libros anteriores. Más allá de que el
cargo fuera o no acertado, lo grave es que los jóvenes escribían como si
ellos mismos partieran de su `copia xerox´. Una literatura exangüe,
pálida, sin fuerza. Sin rupturas más allá de las declarativas.
Ahora bien, las rupturas declarativas son
también importantes. Cuando apareció la `generación McOndo´ en 1996, una
nueva estética pareció aflorar: "McOndo es MTV latina, pero en papel y
letras de molde". A diferencia del de García Márquez, el Macondo de
estos nuevos escritores asumía un realismo poco mágico y algo cínico:
"En nuestro McOndo, tal como en Macondo, todo puede pasar, claro que en
el nuestro, cuando la gente vuela es porque anda en avión o están muy
drogados". También a diferencia de los años sesenta, las opciones fueron
más frívolas: "Si hace años la disyuntiva del escritor joven estaba
entre tomar el lápiz o la carabina, ahora parece que lo más angustiante
para escribir es elegir entre Windows 95 o Macintosh" (estas y otras
autodefiniciones aparecen sabrosamente en "Presentación del país McOndo"
del libro McOndo , 1996).
En México, apareció al fin otra generación: la del crack . Pasando revista a la experiencia craquera ,
Ignacio Padilla celebró parricidamente la desaparición del realismo
mágico, aunque según él venía anunciada desde mucho antes; se felicitó
por el carácter lúdico e irreverente de la joven literatura (tanto del crack
como de McOndo), y aplaudió el hecho de que entre los dos grupos
coetáneos no existiera una unidad estética. En el mismo libro en que
Padilla reflexiona sobre sus excesos y aciertos ( Palabra de América ,
2004), Guillermo Cabrera Infante descubre alborozado a esta nueva
generación y prologa los textos de los doce apóstoles (así los refiere) y
los compara con el boom , sintetizando este último (al estilo fratricida) en una sola novela: La ciudad y los perros , de Vargas Llosa.
Lo interesante es que, al par que celebrantes, McOndo y crack han tenido sus detractores, y no necesariamente de parte de los viejos maestros (entre los cuales se debe incluir a Caín ), sino de críticos perspicaces como Cristopher Domínguez M.
Un interesante artículo de Domínguez ("La
patología de la recepción") se dedica a comentar, en los términos más
duros de que se tenga noticia, la literatura de su compatriota Jorge
Volpi, ante todo El fin de la locura (2003). Lo más insólito
es la declaración de admiración que, luego de sus andanadas, le dedica a
Volpi: "Tengo suficientes razones intelectuales para admirarlo. Me
expresé con enérgica desaprobación de sus primeros libros. Y, caso
insólito entre los muchos escritores con los que he tenido trato, a
cambio no recibí de Volpi ni muecas ni insultos, sino el gallardo
interés de quien acepta, no tanto las reseñas negativas, siempre
circunstanciales, sino la necesidad y la existencia del crítico. Ese
acuerdo literario de fondo permitió que nos hiciésemos amigos, sin por
ello cesar ese intercambio franco y no pocas veces incómodo para ambas
partes. Por ese camino, aprendí con rapidez a quererlo, y a creer en su
tesonera capacidad de trabajo, y en la firmeza de su vocación". ( Letras Libres , 63, marzo del 2004, p. 52).
Lo que no se menciona -y es útil recordar- es que Domínguez resultó a su vez un personaje de El fin de la locura. Octavio Paz definía la cultura como un espacio
en el que las obras dialogan. Señalaba también que sin dicho espacio no
hay democracia, y a la inversa, sin democracia no hay diálogo. Claro que
desde Plural , primero y Vuelta después, el propio
Paz no hizo mucho por ampliar lo democrático hacia los grupos que no
coincidieran con el suyo, ejerciendo, como tantos otros, esa fantástica
práctica llamada ninguneo . El ninguneo es el modo más sutil
del asesinato imperceptible. Puede ser parricidio, matricidio, filicidio
o fratricidio encapuchados. Consiste en no dar crédito de existencia
siquiera a quien no te place o te complace. El aparato del poder
cultural (desde las revistas a las secciones culturales dominicales,
pero también las instituciones que conceden becas) se especializó en
premiar a los amigos y castigar a los enemigos. A estos últimos, el
mejor castigo consistía en no nombrarlos.
No hay que ser injustos. Aunque maravillosamente
ejercido en México, el ninguneo es un dispositivo universal. Dime con
quien andas y no te diré quién eres.
No todo, sin embargo, es fratricidio,
parricidio, matricidio o filicidio en la cultura latinoamericana. Causa
emoción saber que el dominicano Pedro Antonio Valdés, autor de la
excelente novela Carnaval de Sodoma presentó en Santo Domingo la divertidísima, genial novela del mexicano Xavier Velasco, Diablo Guardián .
Y en este caso el `diálogo´ superó la circunstancia. Valdés escribió (y
luego grabó en CD) con un grupo de raperos llamado Notorius, un rap
dedicado al personaje central de Diablo Gardián , la memorable Violetta (así, con dos tt).
El mejor homenaje que puede hacérsele a un
escritor no es a éste mismo, sino a sus personajes y su mundo que
consigue en sus novelas hacer vivir para hacernos disfrutar. (Claro que
este abrazo exclusivo puede entenderse como una sutil bofetada
fratricida a los demás).
VIOLETTA (rap de Pedro Antonio Valdés)
[Estrofa 1]
My family es singular, ninguno habla en español,
nos teñimos to' de rubio, olemos a Christian Dior.
Somos buenos con los pobres, mami es un alma de Dios,
y mi daddy, como es santo, no dice qué tumbe dio.
Pa' mis brothers sumo cero y me ven cara de suegra,
en silencio se repiten que yo soy su oveja negra.
Si se descuidan a little, me dejarán ser quien soy:
les heredo lo robado y me esfumo pa' New York.
[Coro (2x)]
Run, run, run, corre Violetta, métele velocidad,
run, run, run, no te detengas, la vida no queda atrás.
The time es poco, el tiempo acaba y no da más.
[Estrofa 2]
New York es como un sueño que se sube en rascacielo.
Si te paras, te congela, esta city es puro hielo.
Tiendas finas, tiendas caras, lujos en todos sus pisos.
Las entradas de estas tiendas son puertas del paraíso.
Holly Macys, holly Tíffany's, holly Sears, holly Saks,
por sus gates se llega al cielo con una llave de cash.
Pero la intriga del diablo es la ciencia del Edén.
La paz tiene años contados, no hay una que dure cien.
[Coro (2x)]
[Estrofa 3]
Mi demonio era un hero, el más fino caballero,
y al quitarse la careta me asustaba en cuerpo entero.
Era un tecato muy duro pa' bajárselo a las rocas,
me mareaba las violetas tan sólo de abrir la boca.
Ardiente en el verano, helado en el invierno...
Con una serpiente así, New York era puro infierno.
No soy mecanógrafa pa' andar pasando trabajo.
Yo le doy un tumbe al diablo y New York se va al carajo.
Tomado de: http://www.revistasculturales.com/articulos/43/quimera/79/1/parricidios-filicidios-matricidios-fratricidios.html
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