Los retos de la traducción
Traducción de Marcelo Expósito, revisada por Joaquín Barriendos Stefan Nowotny
I
De acuerdo con el origen
lingüístico del concepto de traducción, la noción de "traducción cultural”
remite inmediatamente a un contexto de la expresión. De ser cierto que,
como afirma Roman Jakobson, "el significado de cualquier signo lingüístico es
su traducción por otro signo alternativo que puede sustituirlo”, y que por
medio de dicha traducción un signo se puede "convertir en otro signo más explícito”[1],
podemos extraer de ello al menos tres constataciones: (1) todo signo (lejos de
ser un mero índice de aquello a lo que se refiere) mantiene con otros signos
complejas relaciones de diferenciación, pero también de solidaridad que, aun siendo difíciles de definir, favorecen su
traducibilidad produciendo así significado; (2) más allá de lo antedicho, los
signos son también magnitudes intensivas, esto es, implican diversos grados de
explicitud que parecen estar fundamentados principalmente en la relación entre lo
expresado y la expresión manifiesta; ésta es la única manera
de entender la idea de que unos signos son más "explícitos” que otros[2];
(3) en definitiva, es virtualmente imposible reducir este carácter de mayor o
menor explicitud —como Jakobson parece sugerir en los pasajes citados— a una
cuestión de precisión y univocidad de los significados (preestablecidos o
producidos) sin hacer abstracción de los hablantes concretos en tanto que instancias
de la expresión y asimismo —con todas las consecuencias teóricas y
políticas que ello comporta— de los diferentes niveles de acción lingüística y
de su carácter siempre y necesariamente situado.
¿Cómo se entiende entonces el
contexto de la expresión —que es donde podríamos localizar la cuestión de la
traducción— en el marco de las construcciones teóricas que actualmente utilizan
el concepto de "traducción cultural”? Las presuposiciones implícitas
fundamentales de este tipo de construcciones teóricas que encontramos
principalmente en el campo de los estudios culturales y poscoloniales se pueden
bosquejar de la siguiente manera: sólo en la medida en que algo se expresa por
medio de "una cultura” o de "la cultura en general” —es decir, en la medida en
que se abre un margen de diferencia entre lo expresado y su expresión
manifiesta— podemos admitir que "lo cultural” y "las culturas” son traducibles:
la producción de significados "culturales” se fundamenta precisamente en esta
traducibilidad. En esta concepción de la "traducción cultural”, que sigue el
modelo de la traducción lingüística, la "cultura” no constituye sencillamente
el punto de partida y el objetivo de esta traducción (la "cultura” que o
de donde traducimos, y la cultura a la cual algo es traducido),
sino que la "cultura” es el medio de la traducción, así como su ejercicio en
tanto que práctica material. Sólo en la medida en que la traducción se entiende
como una actividad "cultural” —en la que las instancias "culturales” de la
expresión son al mismo tiempo instancias de traducción— se puede actualizar la cultura
como un medio de traducción, de manera tal que "lo cultural” que constituye el
punto de partida y de referencia de la traducción se pueda hacer aparecer al
final como un algo "cultural” otro, diferente del anterior.
Estos presupuestos, empero, hacen
surgir una cuestión que tiene dos aspectos. En primer lugar —siendo la
siguiente una de las razones por las que considero indispensable escribir
"cultura”, "cultural”, etcétera sistemáticamente entre comillas, como términos
problemáticos—: aplicar directamente el concepto de traducción a la "cultura”
perpetúa la idea, sin ponerla en duda, de que existe un paralelismo entre la
teoría del lenguaje y la teoría de la cultura; idea cuestionable a pesar de, o
precisamente por, su vigencia y tradición de 250 años (durante los cuales la
noción de cultura se ha venido difundiendo tanto mediante la producción de un
discurso científico como en debates públicos). Pero también nos podemos
preguntar en segundo lugar —y he aquí el punto alrededor del cual gravitarán mis
reflexiones, por más que en las páginas siguientes sólo podré abordarlo de
manera esquemática e indirecta— de qué manera se trata el problema de la
expresión en las teorías que hablan de la "traducción cultural”.
Por anticipar mi tesis: considero demostrable que los estudios
culturales, o al menos grandes áreas de los mismos, así como las teorías
culturales y las teorías políticas que con ellos están emparentadas, se basan
tácitamente en algo que podríamos llamar tentativamente la "estructura de la
expresión”, pero dejándola impensada —o integrándola directamente en las
configuraciones conceptuales que tales teorías producen— precisamente porque
los estudios culturales han asimilado ciertos postulados estructuralistas y
posestructuralistas de manera tal que la "estructura" y la
"expresión" serían presuntamente dos perspectivas incompatibles. No
obstante, dejando aparte problemas de orden teórico, son justamente las
pretensiones emancipadoras de los estudios culturales las que exigen una mejor
comprensión de la "estructura de la expresión” de las articulaciones políticas.
II
La intervención de Judith Butler
en el debate iniciado por Martha Nussbaum en 1994 sobre la cuestión del
cosmopolitismo[3] puede
servirnos como un primer ejemplo de este doble gesto que consiste en recurrir a
la expresión mientras se suprime toda discusión que pueda problematizar el
paralelismo que se asume entre lo expresivo y "lo cultural”. Desde el comienzo
mismo de su contribución Butler no alberga ninguna duda sobre el hecho de que
la universalidad a la que apela Nussbaum en su defensa del cosmopolitismo sólo
puede pensarse adecuadamente si tenemos en cuenta que existen diferentes
articulaciones "culturales” de lo universal. Resalto mediante cursivas el papel
central —que sin embargo no se cuestiona— que la idea de "articulación” tiene
en la siguiente cita de Butler: "[el hecho de que] hay diferentes condiciones
para su articulación [se hace evidente] cuando el significado de ‘lo
universal’ demuestra ser culturalmente variable, y las articulaciones de
lo universal operan precisamente en contra de la pretensión de que lo universal
goza de un estatuto transcultural”[4].
Así, de acuerdo con Butler, hemos de tomar en cuenta la posibilidad de que, en
vista por ejemplo de cómo se formulan ciertos derechos universales, en ellos
"lo universal se articula sólo parcialmente, de manera que no podemos
saber de antemano qué formas puede adoptar”[5].
Butler considera que esta dificultad se resuelve mediante un proceso de
negociación progresiva (que no necesariamente "progresista”) que se alimenta de
una "contradicción performativa”[6]
entre las formulaciones convencionales de lo universal (vigentes en cada
momento) y las articulaciones que, estando excluidas de tales formulaciones,
exigen ser incluidas. En referencia a Homi Bhabha, Butler llama a este proceso
"traducción cultural”[7].
En estas afirmaciones nos
volvemos a encontrar evidentemente con la tríada que esbocé al comienzo: lo
expresado, la expresión concreta y las instancias de la expresión. Con la misma
evidencia, empero, la formulación de Butler reúne los tres elementos
estructurales del contexto de la expresión en un contexto temático y conceptual
que reduce el problema de la expresión (o "articulación”) a una especie de
subtexto, mientras que se trae a primer plano una oposición esquemática entre
la universalidad y la particularidad ("cultural”): lo que se expresa es lo
universal (aunque sólo se articule parcialmente); las expresiones concretas son
articulaciones "culturalmente” variables y las instancias de la expresión son
aquellos sujetos excluidos que reclaman ser admitidos en las formulaciones
actuales de lo universal. Pero, aunque Butler presenta la "articulación” como
el verdadero motor de la "contradicción performativa” (y por tanto del cambio social
y político), su noción de "articulación” no deja de ser bastante oscura.
Una oscuridad que no deja de
tener consecuencias pues conduce, de manera general, a una presuposición tácita
pero en absoluto autoevidente: que la resolución de las contradicciones
performativas en el plano de la articulación conlleva ipso facto una
transformación (emancipadora) de las condiciones actuales de inclusión y
exclusión. En lo concreto, nos obliga a preguntarnos cómo las articulaciones
"emancipadoras” que exigen ser integradas en las formulaciones actuales de los
derechos se pueden distinguir —y distinguir además en el plano de la
articulación misma— de las articulaciones que —basándose también en su
condición de excluidas— afirman su "derecho” en virtud de la exclusión de otros[8].
En ambos casos se plantea el problema de la expresión como un problema de
correspondencia, no solamente por la necesidad de precisar hasta qué
punto las articulaciones se corresponden con las condiciones presentes de
exclusión social y política o de forma más general con las relaciones de
dominación (especialmente porque el ejercicio de la dominación no consiste
solamente en excluir), sino también por conocer la naturaleza de esta
correspondencia. En lo que respecta a la "traducción cultural”: ¿qué tipo de
correspondencia existe entre lo que se llama "traducción cultural” y la
cuestión del cambio social y político a la que esta noción pretende dar
respuesta?
En efecto, sería absurdo afirmar
que las recientes teorías culturales y políticas emparentadas con los estudios
culturales no han prestado atención a estos problemas. Y no menos absurdo sería
afirmar que quienes sí se han enfrentado a ellos han aportado una respuesta
unánime. Pero aun así no todos los teóricos se los han planteado: Homi Bhabha, por
ejemplo, de quien Butler, como hemos visto, toma la noción de "traducción
cultural”, se contenta con desechar el problema de la expresión en favor de una
"textualidad” a la que los análisis teórico-culturales se pueden referir sin
necesidad de ir más lejos, la cual, al mismo tiempo, se identifica con lo
político: "la textualidad no es sencillamente una expresión ideológica de
segundo orden o un síntoma verbal de un sujeto político preexistente”; bien al
contrario, continúa Bhabha, "el sujeto político —al igual que, en efecto, el
sujeto [el asunto] de la política— es un acontecimiento discursivo[9].
En comparación con lo anterior
resulta de más ayuda el siguiente pasaje extraído de una conferencia promulgada
por Stuart Hall en 1992 sobre "el legado teórico de los estudios culturales” (y
que se puede leer como un comentario indirecto y anticipado sobre las
afirmaciones de Bhabha): "[asumamos] que la cultura siempre operará a través de
sus textualidades, pero también que la textualidad nunca es suficiente. ¿Pero
nunca suficiente de qué? ¿Nunca suficiente para qué? Es una pregunta
extremadamente difícil de contestar porque, filosóficamente, ha sido siempre
imposible en el campo de los estudios culturales [...] formular un concepto
teórico adecuado de las relaciones culturales y sus efectos”[10].
Desde el punto de vista que aquí sugiero, la inquietud manifiesta de Hall
concierne precisamente a un plano "extratextual” que vendría a cubrir las
lagunas de la textualidad, lo que también nos conduce precisamente al plano de
la expresión, esto es, a la cuestión de qué estructura expresiva y qué
expresividad inherentes a la propia textualidad nos permitirían responder al
"de qué” y "para qué” de los análisis textuales. Establece también una conexión
explícita entre la dificultad indicada y la necesidad explícitamente afirmada
de llegar a una clarificación teórica de la noción de cultura y sus
implicaciones: una clarificación que en los estudios culturales con frecuencia
se evita o se reduce a términos demasiado generales.
Pero los textos de Hall no
siempre han expresado tal inquietud. Por ejemplo, en el ensayo de teoría de los
medios de 1980 titulado "Encoding/Decoding” introduce la categoría de "realidad
social” sin ofrecer ninguna elucidación teórica de la misma; un confuso fundido
de los planos del "significado” y de la "realidad social” le permite
identificar en todas las prácticas sociales codificaciones textuales
mediante las cuales se hacen legibles las relaciones de poder y de dominación.
"Estos códigos son los medios por los cuales el poder y la ideología conforman
significado en discursos concretos. Ponen los signos en relación con ‘mapas de
significado’ en los que toda cultura se ve clasificada; estos ‘mapas de la
realidad social’ contienen, escrito en ellos, todo el espectro de significados
sociales, prácticas y usos, poderes e intereses”[11].
Pero el ensayo que resulta
verdaderamente central para nuestros propósitos es el publicado por Stuart Hall
también en 1980 bajo el título "Cultural Studies: Two Paradigms”, en el cual
discute la importancia que ha tenido la incorporación de los enfoques
estructuralistas a unos estudios culturales que tenían en un primer momento un
carácter "culturalista”, en el sentido de "culturalismo” atribuido a Raymond
Williams y Edward P. Thomson. Hall afirma de estos últimos: "tienen un modo
particular de entender la totalidad: con ‘t’ minúscula, concreta y determinada,
desigual en sus correspondencias. La entienden de manera ‘expresiva’. Y dado
que a nivel experiencial declinan constantemente los análisis más
tradicionales, o leen las estructuras y relaciones desde abajo y desde la
posición ventajosa de cómo éstas ‘se viven’, se les puede caracterizar
correctamente (aunque no completamente) como ‘culturalistas’”[12].
En contraste, un análisis estructuralista presentaría, de acuerdo con Hall,
tres ventajas. (1) Enfatiza el carácter determinado de las condiciones
existentes y, por tanto, no sólo abre la posibilidad de comprender la manera en
que tales condiciones forman y constituyen las prácticas subjetivas, sino que
también rechaza "un humanismo inocente que tiene como obligada consecuencia una
práctica política voluntarista y populista”[13].
(2) En contradistinción con la "compleja simplicidad” de la noción culturalista
de "totalidad expresiva”, fundada en una idea abstracta de la actividad humana
como tal, el estructuralismo permite pensar una unidad estructural que "se
construye mediante las diferencias entre, antes que mediante la homología de
las prácticas”[14]. (3)
Finalmente, Hall reconoce un tercer punto fuerte del estructuralismo en la
manera en que "la ‘experiencia’ deja de ser central y por su trabajo seminal
con la desatendida categoría de ‘ideología’; porque la autentificación que la
‘experiencia’ ejerce impide al culturalismo desarrollar una adecuada concepción
de la ideología”[15].
Nada más lejos de mi intención
que poner en cuestión el fondo de estas objeciones, inspiradas especialmente
por un modelo estructuralista althusseriano y dirigidas contra la tendencia
culturalista que todavía hoy existe en los estudios culturales. No obstante, la
línea argumental de Hall, la cual muestra un claro desplazamiento del enfoque
hacia cuestiones como la determinación (o sobredeterminación) de las
condiciones presentes, la ideología o la concepción alternativa de la
"totalidad cultural”, se refiere a las categorías de experiencia y expresión de
manera puramente negativa. Ello impide la posibilidad de comprender la
experiencia de una manera que no se inspire en una autenticidad genérica de las
prácticas y expresiones humanas, sino que insista en la inalienable
singularidad de la experiencia examinando precisamente, por ejemplo, cómo el
carácter determinado de las condiciones "bloquean” la experiencia (Alexander
Kluge y Oskar Negt). Y algo semejante sucede en lo que respecta a la expresión:
al rechazar la noción de "totalidad expresiva” se desecha por completo la
categoría de "expresión”, o bien, lo que sucede en una parte importante de los
estudios culturales, se reemplaza por el término menos sospechoso de "articulación”
(en el doble sentido de "expresión” y "conjunción”), en virtud del cual se
moviliza una estructura expresiva sin ser puesta en discusión como tal. Al
mismo tiempo, la nebulosa categoría de "realidad social” atormenta a los
estudios culturales, provocando su inquietud siempre que recuerdan su
compromiso político.
III
Por evitar malentendidos: en la
teoría lingüística estructuralista —respecto a la que considero que no hay
vuelta atrás— la relación entre la expresión y lo que se expresa (como la relación
entre significante y significado) presenta claramente un problema lingüístico.
Lo que se expresa no es nunca simplemente una realidad extralingüística a la
que se habría asignado una cierta expresión lingüística; si abandonamos este
tipo de correlación encontramos dificultades para encontrar el sentido de un
fenómeno como el de la traducción. Ello no debe hacernos concluir con un lugar
común del tipo "todo se remite al lenguaje”, lo cual, por cierto, raramente se
profiere como afirmación teórica y sí, más frecuentemente, como reproche o
imputación. La cuestión es más bien (y se trata de una cuestión de una
importancia metodológica decisiva para cualquier discurso teórico) cómo la
referencia a alguna realidad social "extralingüística” se manifiesta en los
enunciados lingüísticos.
Émile Benveniste encuadró bien
esta cuestión cuando escribió: "En la enunciación, la lengua se encuentra al
servicio de la expresión de una cierta relación con el mundo”[16].
Se debe leer esta frase atentamente: lo que afirma no es que "el mundo” sea
expresable en la lengua. Lo que es expresable (es decir, lo que se expresa) es
una relación con el mundo la cual, al ser expresada, asume la forma de
un hecho lingüístico dado. El verdadero problema de la referencia, es decir, de
la relación que la propia lengua mantiene con el mundo, es situado por
Benveniste no en la esfera de lo que es expresado sino en la de las instancias
de la expresión: "La presencia del locutor en su enunciación hace que cada
instancia de discurso constituya un centro de referencia interno”[17].
¿Cómo debemos entender tal
presencia del locutor en su enunciación o tal referencia interna? En este punto
Benveniste enfatiza el papel de los términos deícticos ("indicativos”) que
durante mucho tiempo habían sido descuidados por los lingüistas; especialmente
el papel de los pronombres personales como "yo” y "tú”, pero también el de
palabras como "esto”, "aquí”, "ahora”, etcétera. El significado de la palabra
"yo” no puede estar determinado en el plano lexicográfico (lo que encontramos
en los diccionarios es como mucho una reflexión lingüística o metalingüística
sobre esta palabra); está estrictamente ligada a la instancia singular de la
expresión que la pronuncia en un momento dado. Mediante la palabra "yo” se
manifiesta la "presencia del locutor en su enunciación” y en virtud de la misma
se asegura una referencia interna, es decir, la relación entre el dato
lingüístico y esa "instancia de discurso" "no lingüística” —para ser
más precisos: una instancia no reductible a dato lingüístico aunque se refiere,
no obstante, a una facultad lingüística—, la cual, en la enunciación, no sólo
se expresa, sino que se expresa a sí misma. "Tú”, "esto”, "aquí”,
"allí”, "ahora”, "mañana”, etcétera muestran, más aún, que las instancias de la
expresión son dialógicas y situadas en un mundo, y al mismo tiempo abren la
posibilidad de que la "correferencia” (Benveniste) tenga lugar en toda
comunicación.
En definitiva, pues, la "realidad
social”, según Benveniste, debería ser entendida siempre como la realidad de
una "sociedad que habla”[18],
por utilizar una feliz expresión de Roland Barthes, en lugar de ser añadida
como una categoría suplementaria no elucidada a un análisis crítico orientado
prioritariamente hacia los "códigos”, la "textualidad” o las "representaciones”.
Y ello no implica de ninguna manera volver a caer en algún tipo de invocación
ingenua de la "autenticidad” que bien critica Stuart Hall. Por el contrario,
significa que debemos volver a pensar las complejas relaciones entre las experiencias
sociales singulares en las que los locutores y sus enunciaciones están situados
y las formas concretas de la expresión sin reducir estas últimas con excesiva
rapidez y desde un punto de vista totalizador a formaciones ideológicas. La
categoría de experiencia ejerce la función de "autentificar” sólo cuando se
ignora la relación siempre problemática que existe entre ella y la manera en
que es expresada; o, dicho con otras palabras, cuando lo que se expresa en la
expresión se identifica con la "referencia interna” en virtud de la cual las
instancias de la expresión (los locutores) se apropian del habla y se
manifiestan en ella. En definitiva, es la misma identificación a la que
sucumben las teorías de la cultura y las teorías políticas que buscan obstinadamente
descifrar en las codificaciones y textualidades una "gramática de lo cultural”
—aunque sea una animada por prácticas contradictorias y conflictivas— cuando
establecen un correlato entre los "mapas de significado” y los "mapas de la
realidad social”. Contra esta postura esbozaré en la parte final de este ensayo
una posible perspectiva diagramática. Adopto el concepto de "diagrama” a
partir de algunos trabajos de Deleuze y de Deleuze/Guattari, quienes a su vez
lo toman de Foucault, aunque lo discutiré a la luz de una serie de distinciones
que provienen del lingüista danés Louis Hjelmslev[19].
En sus Prolegómenos a una
teoría del lenguaje[20]
Hjelmslev socava la clásica distinción contenido-forma, complicando la
concepción estructuralista saussureana del signo (significado/significante) al
diferenciar aún más, tanto desde una perspectiva sistemática como procesual,
los functivos de "contenido” y "expresión”, cuya "solidaridad” garantiza la
función sígnica: distingue así entre "forma del contenido” y "forma de la
expresión” (que son nombres más precisos para los functivos del signo
"significado” y "significante”) así como entre "sustancia del contenido” (zonas
de "significado”) y "sustancia de la expresión” (que Hjelmslev considera sobre
todo como zonas fonéticas, y que en todo caso remite a la instancia del
locutor). Se podría decir que la operación decisiva de Hjelmslev consiste en
haber acabado con la distinción habitual entre la forma (el significante) y el
contenido (el significado) para situar el signo (la lengua, aunque también,
como explica al final de los Prolegómenos, cualquier otro sistema
semiótico) en la intersección entre la distinción forma/sustancia, por una
parte, y la distinción contenido/expresión, por otra.
No es éste el lugar para discutir
todas las implicaciones de la operación teórica de Hjelmslev. Me limitaré a
citar unas pocas afirmaciones esenciales de su conclusión: "Por paradójico que
pueda parecer, el signo es a la vez signo de una sustancia del contenido y de
una sustancia de la expresión. En este sentido podemos afirmar que el signo es
un signo de algo. No hay por el contrario ninguna razón para afirmar que el
signo sólo sea un signo de la sustancia del contenido o (lo que nadie habrá
llegado a pensar nunca) sólo de la sustancia de la expresión. El signo es una
magnitud con dos caras, una cabeza de Jano con perspectiva desde los dos lados,
con efectos en dos sentidos: "hacia afuera”, hacia la sustancia de la
expresión, y "hacia adentro”, hacia la sustancia del contenido”[21].
Uno de los efectos principales de
las distinciones de Hjelmslev consiste sin duda alguna en que éstas introducen
la sustancia de la expresión (o bien, en la terminología que aquí propongo: las
instancias de la expresión) en el horizonte de qué significan lo signos.
En lo que respecta a la sustancia de la expresión, estamos en disposición de
afirmar que incluso ya en el plano del análisis fonético "toda la musculatura
de fibra estriada [la que dirige los movimientos voluntarios]”[22]
participa en el ejercicio del lenguaje (¿y acaso pueden estos movimientos, en
definitiva, disociarse del conjunto de las acciones corporales, de la propia
existencia corporal?). Aun así es insuficiente detenernos sólo en el plano
fonético: la sustancia de la expresión puede ser, en el caso del lenguaje
escrito, una "sustancia gráfica”, y hay otras "sustancias” semejantes, por
ejemplo "los códigos de banderas marítimos”[23].
En suma, el concepto de sustancia de la expresión remite así en última
instancia a la existencia corporal de los locutores situados en un mundo
histórico-político dotado de una estructura de sentido. Ahora bien, esta
estructura está ciertamente sujeta a modos de "determinación” de lo más
diverso, pero se trata de determinaciones que se corresponden con una facultad
que se actualiza en ellas y a las cuales dicha facultad puede confirmar u
oponerse en el plano de la expresión. No hay nada "auténtico” aquí, ya
que las determinaciones corporales se inscriben constantemente en tales
actualizaciones, de la misma manera que se perpetúan en ellas las estructuras
de sentido preexistentes. En términos de Benveniste, la "relación con el mundo”
expresada nunca coincide con la relación con el mundo que, en el
lenguaje, pasa siempre por una "referencia interna” que está irreductiblemente
ligada al acontecimiento del lenguaje en una situación concreta. Es
indispensable, por esta razón, examinar las formas de la expresión no solamente
por sus complejas relaciones de correspondencia con las formas del contenido —y
éstas, a su vez, por sus correspondencias con las sustancias del contenido—,
sino también por sus complejas correspondencias con las sustancias (o
instancias) de la expresión.
Teniendo en mente estas
consideraciones se siente poca motivación por intentar descifrar la gramática
de la "cultura” o de las "relaciones culturales” en las formas de la expresión
de nuestro tiempo; mucho menos por situar las perspectivas emancipadoras del
presente pura y simplemente en un proceso de "traducción cultural”. Se debe en
cambio examinar la diagramática de la culturalización que, por una
parte, afecta inmediatamente a los cuerpos de los locutores (con la fuerza de
los regímenes fronterizos, laborales, securitarios, de la configuración o
supresión de los espacios de intercambio social, etcétera) y, por otra, condena
insistentemente las articulaciones de estos locutores a ser la expresión de su
"cultura”, o cuando menos a ser una "expresión cultural”. Un sólo ejemplo: ¿se
puede hablar seriamente de la "islamización” de un país como Pakistán, en el
sentido de un fenómeno "cultural”, sin tomar en cuenta el hecho de que la
multiplicación de las escuelas islámicas [madrazas (madâris)] se
corresponde con el deterioro de un sistema público de escolarización cuyo
presupuesto representa solamente el 1,8% del PIB del país, mientras que los
gastos militares y securitarios, en este mismo periodo de dictadura y de
"guerra internacional contra el terrorismo” (cuya lógica es la misma que
califica estas escuelas islámicas como "viveros del terrorismo”), han ascendido
a cantidades inauditas?[24].
Son este tipo de
diagramáticas las que tenemos que examinar, por difícil que pueda parecer
actualmente; y si los retos de la traducción —al igual que, por lo demás, sus
límites— consisten en "sustituir” (Jakobson) ciertos signos por otros, entonces
no hay nada más importante hoy que liberar los signos de su colonización por la
"cultura”.
[1] Roman Jakobson, "Aspects linguistiques de
la traduction", Essais de linguistique générale, Tomo 1, Éditions de
Minuit, París, 1963, pág. 79 [versión castellana: "En torno a los aspectos
lingüísticos de la traducción”, Ensayos de lingüistica general,
Barcelona, Seix Barral, 1975; y también "Sobre los aspectos lingüísticos de la
traducción”, en Dámaso López García (ed.), Teorías de la traducción,
Servicio de Publicaciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, Ciudad Real,
1996].
[2] El ejemplo que
da Jakobson de explicitud acrecentada es la traducción extralingüística del
inglés bachelor (que denota estado marital, aunque también grado
académico: soltero o licenciado) como hombre sin casar.
[3] Se ha
documentado este debate en un libro que incluye textos de Martha Nussbaum y
respuestas a los mismos, For the Love of Country: Debating the Limits of
Patriotism, Beacon Press, Boston, 1996; para la contribución de Judith
Butler, "Universality in Culture”, véase págs. 45–52. Para una discusión
crítica de este debate véase también Boris Buden, Der Schacht von Babel. Ist
Kultur übersetzbar?, Kadmos, Berlín, 2005, págs. 171–176.
[4] Judith Butler, "Universality in Culture”, op.
cit., pág. 45.
[7] Ibídem, págs. 49 y ss.
[8] Carece de
sentido objetar que tales articulaciones no tienen relación con lo "universal”.
Baste con recordar ahora, con Étienne Balibar, que el racismo (aunque el
problema no es exclusivo del derecho político) es también un universalismo.
[9] Homi Bhabha, The
Location of Culture, Routledge, Londres y Nueva York, 1994, pág. 23
[versión castellana: El lugar de la cultura, Manantial, Buenos Aires,
2002].
[10] Stuart Hall, "Cultural Studies and its
Theoretical Legacies”, en Laurence Grossberg, Cary Nelson y Paula A.
Treichler (eds.), Cultural Studies, Routledge, Londres y Nueva York,
1992, pág. 284.
[11] Stuart Hall, "Encoding/Decoding”, en Simon
During (ed.), The Cultural Studies Reader, Routledge, Londres y Nueva
York, 1993, pág. 98.
[12] Stuart Hall, "Cultural Studies: Two
Paradigms”, en Media, Culture and Society, nº 2, 1980.
[16] Émile
Benveniste, "L’appareil formel de l’énonciation”, Problèmes de linguistique générale
2, Gallimard, París, 1974, pág. 82 [versión castellana: "El aparato formal
de la enunciación”, Problemas de lingüística general II, Siglo XXI,
México, 1979.
[18] Roland Barthes,
"Pourquoi j’aime Benveniste”, Le bruissement de la langue. Essais critiques
IV, Éditions du Seuil, París, 1984, pág. 194 [versión castellana: "Por qué
me gusta Benveniste”, El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y la
escritura, Paidós, Barcelona,1987].
[19] Véase por
ejemplo Gilles
Deleuze, Foucault, Éditions de Minuit, París, 1986, págs. 41 y ss. y 79
y ss. [versión castellana: Foucault, Paidós, Barcelona, 1987]; Gilles
Deleuze y Félix Guattari, Mille plateaux, Éditions de Minuit, París,
1980 (véanse principalmente los capítulos "Géologie de la morale” y "Sur quelques
régimes de signes”) [versión castellana: Mil mesetas. Capitalismo y
esquizofrenia, Pre-Textos, Valencia, 1997]; Félix Guattari, "Hjelmslev
et l’immanence", Écrits pour l’Anti-Oedipe, Lignes &
Manifestes, París, 2004. Estoy en deuda con Klaus Neudlinger por sus consejos e
indicaciones precisas.
[20] Véase Louis
Hjelmslev, Prolégomènes à une théorie du langage, Éditions de Minuit, París,
1968, especialmente págs. 65-79 [versión castellana: Prolegómenos a una
teoría del lenguaje, Gredos, Madrid, 1974].
[22] Ibídem, pág. 103;
Hjelmslev se refiere aquí a un estudio de E. y K. Zwirner.
[23] Ibídem, págs. 103 y
ss.
[24] William
Dalrymple, "Voyage à l’intérieur des madrasa pakistanaises”, en Le Monde
Diplomatique, París, marzo de 2006, págs. 4 y ss. [versión castellana:
"Viaje al interior de las madrasas paquistaníes”, en Le Monde Diplomatique,
edición española, nº 125, marzo de 2006].
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