Disparos de ficción: Juan Carlos Onetti, francotirador centenario
por Ana Gallego Cuiñas Ínsula nº 750
Porque
Onetti sólo se parece a Onetti, y ha llegado a convertirse en una marca
registrada. Marca de independencia, autonomía, intensidad,
inconformismo, ludopatía, autoconciencia y fe obscena en el oficio
literario. La narrativa que nos ha legado Onetti revela como ninguna el
sinsentido vital, la incomunicación, marginalidad, frustración,
sufrimiento y resignación humanos. Por eso Onetti no atrae a los
lectores con anécdotas -la acción-, sino con los temas de su escritura.
Así, su poética conmueve sobre todo a los que conocen la cara de la
desgracia; a los que habitan en pozos o astilleros y saben que la vida
es breve y está llena de adioses; a los que no temen a los infiernos ni a
la realización de sus sueños; a los que son capaces de oír hablar al
viento y pisar una tierra de nadie, poblada de tumbas sin nombre; a los
que gustan vivir largas historias de una noche en las que se enamoran de
novias robadas, tan tristes como ella, justo entonces, cuando ya no
importa. En definitiva, los lectores de Onetti son siempre individuos
osados, pasionales y adictos (crea una dependencia feroz de su letra)
que devienen narradores ante relatos cimentados en silencios y vacíos
plurales. O mejor: su ficción tiene la forma de una malla
perforada por una miríada de disparos. Estos agujeros tienen un tamaño
dispar -además de quemaduras y residuos de pólvora negra- y pueden ser
cubiertos por el lector, que apretando el gatillo rellena orificios con
su propia munición (preferiblemente Full Metal Jacket): «hay que disparar», sentenció Onetti en Tierra de nadie.
Pero lo relevante no es tanto la interpretación (si algo nos enseña
Onetti es que hay tantas realidades como subjetividades), sino la
interrogación in perpetuum, la reflexión sobre las formas acribilladas de Onetti; sobre las figuraciones, y sentidos, que conforman esos
huecos en asociación o separados. Pero también habría que poner
atención a las características del arma que dispara -calibre,
velocidad-, e intentar saber hacia dónde apunta y cómo lo hace.
La relación de Onetti con las armas es prolija.
Jorge Ruffinelli, en una entrevista, menciona un truculento episodio en
el que su particu - lar sombrero fue agujereado por una bala. Parece que
el tiroteo ocurrió durante un viaje del uruguayo a Bolivia en 1956.
Onetti explica: «De lo que me acuerdo es de eso: de tener a un indio con
el rifle apoyado en mi barriga mientras me dice exaltado: «Te voy a
matar, hijo de puta [...] Y la mujer atrás, llorando: «No lo matés, por
favor, no lo matés». Yo tenía una indiferencia total, no de coraje, sino
como un estado psicológico; ni sombra de miedo, como si estuviera
soñando. Lo único que atinaba a decir era: «¡Pero cómo me vas a matar a
mí, si soy uruguayo!»» (1976: 218). A continuación, le pregunta
Ruffinelli: «¿Y el agujero en el sombrero?», y responde Onetti: «Debió
ser un fragmento de la bala, que me tocó el sombrero. Luego, claro, la
leyenda va creciendo, como el brazo de Valle Inclán» (1976: 218). Esta
anécdota, además de dar buena cuenta del humor e ironía de nuestro autor
centenario, refleja perfectamente los rasgos de su narrativa: la
evasión hacia el sueño, la fragmentación, y la presencia de agujeros y
puntos ciegos en sus textos, que paulatinamente van creciendo. Como
señala Fernando Aínsa, se trata de «Una narrativa aposentada en un
agujero cuya irresistible atracción gravitatoria nos empuja desde la
oquedad de El pozo a la del húmedo nicho en «el cementerio marino» de la última página de Cuando ya no importe» (2002: 204).
Pero Onetti no es un disparador cualquiera, es
un francotirador de élite que dispara con un fusil, desde un lugar
oculto y distancia larga, al objetivo seleccionado. La presencia del
francotirador tiene que pasar desapercibida, y sólo debe utilizar una
bala por blanco. La posición, la perspectiva y el pulso son cruciales. Y
de esta manera funciona el dispositivo literario de Juan Carlos Onetti.
En sus disparos de ficción se evidencia la problemática de la
resolución formal, de tal modo que todos los elementos que se trenzan en
la narración dependen del desplazamiento y la arbitrariedad de los
puntos de mira, que se subordinan al enfoque del sujeto de la
enunciación. En su orbe literario las historias son relativas, parciales
y arbitrarias, aunque la mayoría proceden de una imagen -objetivo- bien
definida. Onetti apunta y dispara. Esto es, la imagen dispara la
ficción y pone en marcha un mecanismo múltiple de infinitas conjeturas,
adivinaciones, especulaciones, deducciones y reflexiones. Onetti
continuamente da en el blanco. Sin embargo, aunque investiguemos la
trayectoria de la bala, nunca estaremos seguros de la posición exacta
del francotirador ni de la munición utilizada.
Calibre 38 Existe una extraordinaria fotografía del
uruguayo en la que apunta indolente a la cámara con una pistola. Y es
que Onetti es todo un personaje. Un personaje algo anacrónico (como la
mejor literatura), esquivo, solitario y bastante huraño. Era un hombre
de silencios en sus conversaciones, con cierta tendencia a la síntesis,
«ente-resumen», que solía poner en guardia a sus interlocutores. Por
estas razones -y algunas otras- concedió escasas entrevistas, hasta que
se volvió más tolerante y permisivo en Madrid, donde permaneció exiliado
desde 1975 hasta su muerte en 1994. Precisamente, a propósito de una de
estas conversaciones madrileñas en las que aceptaba ser interrogado
tumbado en la cama y parapetado de libros, Teresita Mauro cuenta la
siguiente anécdota: «cada vez que intentaba hablar de su último libro,
me apuntaba con el revólver calibre 38 -hermoso mechero que acaba de
traerle Dolly como recuerdo de su gira musical por Suiza-. Obviamente me
asegura que posee permiso para portar armas» (Mauro, 1990: 45). La
imagen, que nos remite a la foto señalada, es reveladora: Onetti (nos)
apunta (con la bala o la pluma) y (nos) dispara. Así es su imaginario
narrativo: donde pone el ojo, pone la bala. Su precisión es absoluta a
la hora de colocar palabras que sugieran mucho y susciten ambigüedad.
Explica Onetti: «mi mejor ambición es conocer casi todas las palabras
que están a mi disposición en el diccionario, que yo podría usar sin
repugnancia [...] y emplearlas con tal exactitud que no admitieran
sinónimos, y en el momento preciso. Esta ambición irrealizable
alcanzaría, supongo, para llenar los años de vida activa de un escritor»
(1976: 208). Esto se cristaliza en una escena de Cuando entonces,
en la que Lamas comenta que su «escritorio ideal» debería tener una
multitud de cajoncitos que vendrían a fungir de archivos para adjetivos,
adverbios, sustantivos, etc. La palabra exacta tiene el poder de
modificar un destino, como lo tiene una bala certera, del calibre 38, el
más célebre y común en el mundo policial -tan caro a Onetti- desde los
cincuenta a los ochenta. Un calibre «especial», como la prosa de Onetti,
cuyo estilo «es tan eficazmente funcional desde la primera hasta la
última línea que parece invisible, no estar allí, desaparecer en lo que
narra, el supremo éxito de una ficción: no parecer escrita sino
ocurrida, vivida» (Vargas Llosa, 2008: 139).
¡Bang!
El verdadero artista no debe pisar -habría de
advertir el uruguayo- las huellas de otros, sino forjarse un camino
propio. La trayectoria que siguió Juan Carlos Onetti no la encontró ni
delante ni detrás de él, sino dentro. Y lo mismo sucede cuando leemos
sus narraciones: Onetti aparece dentro de nosotros. Los lectores de este
monográfico sentirán la expansión de la esencia onettiana creciendo en
su interior a medida que vayan pasando las páginas. Los ensayos aquí
presentados -con ilustraciones de Olga Rienda-, desde el primero de
Mario Vargas Llosa hasta el último de Fernando Aínsa, dan cuenta de
aspectos de su obra y su figura que no habían sido abordados
anteriormente, arrojan nuevas luces y proponen insólitos cruces con
motivos de su ficción, con otros autores u otras artes. Todos nos hemos
convertido un poco en Onetti escribiéndolo. Así, hallamos diez
francotiradores literarios (a los que agradecemos sobremanera su
colaboración) que han disparado un sinfín de balas que vuelven a
perforar la obra de este rioplatense universal, enriqueciéndola para sus
lectores, neófitos o adictos. Porque Onetti es la marca registrada de
un «escritor fracasado », que sigue triunfando y dura: «Durar frente a
un tema, al fragmento de vida que hemos elegido como materia de nuestro
trabajo, hasta extraer, de él o de nosotros, la esencia única y exacta.
Durar frente a la vida, sosteniendo un estado de espíritu que nada tenga
que ver con lo vano y lo inútil, lo fácil, las peñas literarias, los
mutuos elogios, la hojarasca de mesas de café. Durar en una ciega,
gozosa y absurda fe en el arte, como en una tarea sin sentido
explicable, pero que debe ser aceptada virilmente, porque sí, como se
acepta un destino» (Onetti, 1976: 22).
Ahora, sólo queda dar el disparo de salida: ¡bang!
Bibliografía citada
AÍNSA, F. (2002): «Una lección de piedad y
resignación en el desamparo y la derrota. El melancólico despojamiento
de certidumbres de la obra de Onetti», Actas del Coloquio Juan Carlos Onetti. Nuevas Lecturas críticas, París, UNESCO, pp. 213-216.
MAURO, T. (1990): «Conversaciones de Onetti», Juan Carlos Onetti, Barcelona, Anthropos, pp. 41-82.
ONETTI, J. C. (1976): Requiem por Faulkner y otros artículos, Buenos Aires, Calicanto.
VARGAS LLOSA, M. (2008): El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti, Madrid, Alfaguara.
A. G. C.-UNIVERSIDAD DE GRANADA
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