Los libros de viaje de Camilo José Cela: ¿relatos autobiográficos o relatos de ficción?
Los libros de viaje de Camilo José Cela: ¿relatos autobiográficos o relatos de ficción?
por Carmen Aznar Pastor Quimera nº 246-247
Al recorrer las páginas de uno de los abundantes
estudios consagrados a la producción literaria de Cela, una frase de
Alonso Zamora Vicente (amigo personal del escritor y gran conocedor de
su obra) nos llama la atención por su tono inapelable: «los libros de
viaje de Cela no son novelas». Y continúa diciendo: «pero, en cambio,
son páginas insustituibles para conocer la andadura mental del escritor.
Son páginas donde el escritor se exhibe con loable impudor; donde habla
de su propia experiencia y de sus propias debilidades, sus exclusivas
preferencias y sus arrolladoras simpatías. Donde le vemos con más
claridad, con más nítidos perfiles" ( Camilo José Cela. Acercamiento a un escritor,
1962 ) . Para este crítico los libros de viaje de Cela, además de
poseer un marcado carácter autobiográfico, son obras en las que no cabe
la mixtificación ni, por supuesto, la imaginación. Es decir, no son
relatos de ficción, como la novela, sino relatos eminentemente
referenciales. Cabe preguntarse si estas consideraciones sobre el relato
de viaje coinciden con la imagen mental que el lector pueda tener de
este género. Si preguntáramos a un lector cualquiera qué entiende él por
«relato de viaje» obtendríamos, probablemente, este tipo de respuesta:
es el relato de un viaje real efectuado por un personaje, que puede
coincidir o no con el propio autor. En cierto sentido este tipo de
narración puede considerarse como una biografía -y en algunos casos una
autobiografía- parcial de un escritor.
En un afán de orientar al futuro lector de sus
relatos de viaje, Cela decide instaurar de manera explícita un "pacto de
lectura" con sus lectores. En varios prólogos, así como en diferentes
artículos publicados en revistas o periódicos, el escritor divulga lo
que el lector debe esperar de sus libros de viaje. En primer lugar, Cela
declara distinguir tres tipos de viaje: los de altura, los de cabotaje y
los de profundidad. Los primeros son viajes con un destino lejano y
exótico; el escritor romántico Chateaubriand, autor de Itinerario de París a Jerusalén y Viaje a América, es el prototipo del viaje de "altura". Los viajes de profundidad, practicados por Ortega y Gasset en sus obras Notas de andar y ver y Teoría de Andalucía, se
emparentan con el ensayo filosófico; son libros de introspección en los
que el viaje no es sino una excusa para reflexionar sobre temas más
generales. Cela prefiere los segundos, los de cabotaje, que denomina
también "viajecillos": «Pero el viajecillo -por lo menos así lo
pensamos- se nos antoja más amoroso, más cauto, más hondamente
misterioso, más inequívoca y forzosamente sincero. Cuando no se sale de
casa a descubrir nada, porque se van a caminar las sendas que trazaron,
valle adentro o ladera arriba, muchos cientos de años de continuo
descubrimiento, ha de perfilarse con cautela el rasgo de la escritura
porque se va a hablar al lector de su padre y de su madre, y no de aquel
tío que nunca conoció y que vive de siempre en los lagos de Tanganika,
en la cordillera de los Andes o en la meseta del Tibet» ( Obra completa , tomo X, p. 513).
Con estas breves líneas, Cela orienta al futuro
lector proponiéndole unas claves de interpretación de sus libros de
viaje. Por una parte, le informa de su voluntad de recorrer únicamente
tierras españolas, no le interesa lo exótico, ni lo lejano. Descartando
la noción de aventura y de descubrimiento, confiesa que él no sale de
viaje para descubrir nada ni con el afán de olvidar la rutina. El objeto
de sus viajes determina su manera de escribir ya que los escritores de
"viajecillos", de esos viajes de lo familiar, tienen que limitarse a
"dejar constancia de lo que ven y lo que oyen, lo que sienten y lo que
huelen, lo que palpan y lo que saborean" ( Ibid ., p. 463).
Dicho de otra manera, del relato de viaje se excluye la imaginación, la
invención; es un género que se aparenta a un acto notarial o a un
reportaje, un género regido por la veracidad y la objetividad.
Estas aclaraciones preliminares, además de
orientar la lectura y crear ciertas expectativas en el lector, suscitan
interrogaciones sobre la fiabilidad de estas afirmaciones. En otras
palabras, nos preguntamos si el escritor cumplirá sus promesas, si sus
relatos de viaje son "fieles" a los viajes que realizó, si sólo se
limita a contar lo que vio de manera objetiva e incluso si los viajes
relatados tuvieron realmente lugar. Por fortuna, en el caso de los
libros de viaje de Cela contamos con materiales inestimables (documentos
de la Fundación Camilo José Cela que ha reunido, en particular,
cuadernos de notas, manuscritos y pruebas dactilografiadas) que permiten
aportar respuestas a estas cuestiones. Podemos así reconstruir el
proceso de escritura de estos relatos desde el viaje real (origen y
fundamento del relato) hasta el producto final (la versión definitiva)
pasando por diferentes etapas intermediarias (notas, manuscritos,
versiones intermedias).
Los viajes de Cela
El autor declara haber visitado la Alcarria, por
iniciativa propia, entre el jueves 6 y el sábado 15 de junio de 1946;
incluso da cuenta del itinerario preciso del viaje. La autenticidad de
estas declaraciones es corroborada por artículos de periódicos de la
época que se hacen eco del recorrido del escritor. Contamos también con
pruebas gráficas; nos referimos a los clichés realizados por el
fotógrafo austriaco Karl Wlasak -que ilustran la edición de la Revista de Occidente- que acompañó, junto a su amiga Conchita Stichaner, a Cela en varias etapas de su recorrido alcarreño.
Por encargo del diario Pueblo , Cela
realiza un viaje durante los meses de julio y agosto del año 48; se
trata de un recorrido en coche para visitar las "residencias veraniegas
de los trabajadores" situadas en diferentes puntos del territorio
nacional y así dar cuenta de su funcionamiento en una serie de artículos
publicados en este periódico. Dichos trabajos constituyen el embrión de
dos relatos de viaje que escribe con posterioridad: Del Miño al Bidasoa y Primer viaje andaluz.
Judíos, moros y cristianos y Cuaderno de Guadarrama
no son el resultado de un viaje concreto sino de sus tiempos de retiro
veraniego en Cebreros. Cela confiesa que su mediocre situación económica
de la época le obliga a pasar los veraneos de toda una década -entre
los años 1946 y 1956- en ese lugar por no poder aspirar a un destino más
alejado de Madrid
En esta última fecha, acompañado de don Felipe
Luján, del doctor José Luís Baros y del escritor Josep Maria Espinàs
recorre el Pirineo de Lérida. De este viaje nacerá, siete años más
tarde, su libro Viaje al Pirineo de Lérida.
Casi cuarenta años más tarde, en junio de 1985,
vuelve a recorrer tierras alcarreñas; esta vez el itinerario está
previsto de antemano y las circunstancias del viaje no son las mismas:
no hará el viaje a pie sino en Rolls Royce y con choferesa -como
conviene a su mejor situación económica y a la edad del escritor-;
tampoco será un viaje solitario ya que se rodea de una especie de corte
que ameniza su viaje. En una carta del 21 de mayo de 1985 dirigida a don
Francisco Tomey, presidente de la Diputación de Guadalajara, Cela da
puntual reseña de las fechas y el itinerario que recorrerá en este su
segundo viaje por tierras de la Alcarria.
Cela fue un viajero incansable que anduvo con
la mochila al hombro por las tierras de España desde su Galicia natal
hasta el luminoso sur, pasando por las áridas tierras de Castilla sin
olvidar el agreste paisaje pirenaico. De estos recorridos el escritor
vuelve trasformado, más sabio, más sereno y sobre todo cargado de
recuerdos, de imágenes y de notas. Durante el viaje ha ido apuntando -en
cuadernillos escolares, cartas de visita, sobres, fichas de cartón,
hojas de papel, antiguos programas de televisión y hojas de revistas-
impresiones, descripciones de paisajes, retratos, reflexiones personales
sobre temas variados, precisiones geográficas o históricas, comentarios
etimológicos y toponímicos, datos sobre los pueblos que recorre...
De vuelta al hogar, apelando a su memoria y con
la ayuda de las notas de viaje, el trabajo de escritor puede empezar: el
viajero se transforma en escritor para relatar su experiencia. Esta
primera etapa de creación -materializada en los manuscritos de los
relatos de viaje-, es sumamente interesante ya que asistimos a una
primera fase de metamorfosis del viaje real. En efecto, al cotejar los
manuscritos de Cela con sus notas de viaje queda patente el proceso de
selección, de amplificación y, sobre todo, de invención que hace que un
viaje real se transforme en relato. Veamos algunos ejemplos. Durante su
primer viaje a la Alcarria, Cela es recibido por el Gobernador de
Guadalajara. En su cuaderno de notas leemos: "Me recibe el gobernador.
Está muy fino conmigo"; de este episodio no hay rastro en el manuscrito.
En el relato tampoco aparece la siguiente evocación del alcalde de
Budia y de su hijo: « el dueño de la posada es el alcalde, un tipo
escarrón, cazurro y medio albino que no suelta prenda [...]. Tienen un
niño repugnante, de unos catorce años, que lleva un terno lila y se ve
que está encantado con ser hijo del alcalde; habla despóticamente a los
criados, viejos y con voz de señor » (Cuaderno de notas del Viaje a la Alcar ria).
Para que el lector crea que Cela hizo solo su
viaje por la Alcarria, Cela suprime las siguientes líneas de la
dedicatoria a Gregorio Marañon: «yo pasé algo de vergüenza porque iban
conmigo dos amigos extranjeros». El escritor confiere así a su viaje una
dimensión más profunda e íntima y se emparenta con los itinerarios
iniciáticos.
Aparte de estos olvidos voluntarios, la
confrontación entre notas y manuscritos evidencia el carácter fantasioso
del escritor. Durante su recorrido por el Pirineo catalán, Cela recoge
en su cuaderno de notas, con un estilo telegráfico, un episodio bastante
banal: «Francia. Bosque más frondoso. Abetos, hayas con hiedra. La
carretera es magnífica. La aduana, correcta... Tras la aduana, un
gracioso camping. La Douce France. Le roi de la truite M. Bergé en
Barbazán. Entrada en España por Lés». El escritor amplifica y falsifica
estos hechos para crear una aventura novelesca llena de peripecias. A la
caída de la tarde, y para evitar a los aduaneros, el viajero y su perro
Llir, acompañados por Remigio Rossell -amigo del viajero, "zagalón
cincuentón, de buen saque y panza de forma antigua (abultada y con
silueta de pera), que gasta bigote y presenta hija moza y en estado de
merecer"- ( Viaje al Pirineo de Lérida ), atraviesan la
frontera a escondidas, como forajidos, para visitar en Francia a la
hermanastra del viajero, Aldonza Villardegoda Zamayón, antigua
cupletista que se casó con un sacristán francés, un tal Pierre de la
Cathervillelle de la Saccourvielle, personaje polivalente, sacristán,
patrón de café y dueño de una droguería. Tras una breve estancia con
ellos, que el viajero aprovecha para probar las célebres truchas de M.
Bergé, el famoso rey de la trucha, vuelve a España esquivando de nuevo
el control de la frontera.
Otro ejemplo, particularmente esclarecedor, de
ese proceso de literarización al que acabamos de aludir, lo constituye
el caso de los relatos Del Miño al Bidasoa y Primer viaje andaluz . Ya hemos apuntado que estos dos libros de viaje se basan en diecisiete crónicas publicadas en Pueblo .
Aparte de un trabajo puramente estilístico, Cela va a llevar a cabo
transformaciones temáticas que van a cambiar por completo el alcance y
la significación del texto. Así, el protagonista de las crónicas
periodísticas -el viajero que se desplaza con el objetivo de visitar y
dar cuenta del buen funcionamiento de las residencias de verano para los
trabajadores, es decir con el fin de hacer "relatos de propaganda"-, se
convierte en los relatos posteriores en un vagabundo que se desplaza
sin rumbo fijo ni intención precisa. Ya no viaja en coche, sino a pie;
el ritmo del viaje es también muy diferente: el viajero de las crónicas
era un hombre con prisas, el vagabundo nunca da muestras de impaciencia.
Evidentemente, los episodios relacionados con las visitas y las
descripciones de las residencias de verano son eludidas en los relatos.
Otro elemento novedoso es la aparición de personajes inéditos y, por
supuesto, totalmente inventados. Entre ellos Dupont -equilibrista que
acabó siendo vendedor de molinillos de papel a causa de un accidente-
personaje que acompañará al viajero durante todo su periplo en Del Miño al Bidasoa , convirtiéndose en un verdadero alter ego
del viajero.
Esta tendencia a inventar personajes es una
constante en todos los relatos de viaje de Cela. Mucha de la gente que
el viajero dice haber conocido es sólo fruto de la imaginación del
autor. Paradójicamente, estos personajes imaginados tienen mayor
consistencia y resultan más atractivos que los de carne y hueso con los
que el viajero se cruza por el camino. La verdulera, sorda como una
tapia, que se niega a vender tomates verdes al viajero a la salida de
Guadalajara; Armando Mondéjar López, el niño pelirrojo y redicho que
acompaña al viajero hasta el camino de Iriépal; don Estanislao de Kostka
Rodríguez y Rodríguez, alias el Mierda, desposeído injustamente de una
riquísima herencia legada por su tío, el virrey del Perú; Quintín
Jumilla, representante de pastas para sopa dotado de un físico ingrato
("la barbilla metida para adentro; el labio leporino; rojos los
párpados; regoldador el escabeche; y la color ajada y como hecha para no
salir de las sombras", en Judíos, moros y cristianos );
Sisebuto Rascón y Garcilaso de la Vega, alias Justificativo, un pirante
sin principios cuya cabeza "abultaba como la de un buey y era más bien
picuda, por arriba, y como aplastada y medio muerta por uno de los
bordes" ( Ibid .); don Toribio de Mogrovejo de Ortiz de la Seca
y de Castilmembre de Fuentespreadas y de López de Valdeavellano, que no
tiene oficio porque su condición de hidalgo no se lo permite, son sólo
unos ejemplos de las numerosas figuras literarias que han permanecido
grabadas en la memoria del lector por su gran poder evocador.
Pero, a nuestro entender, el ente de ficción más logrado de Cela es su propio personaje, una criatura literaria que nace en Viaje a la Alcarria y
que va creciendo, evolucionando, madurando en los relatos posteriores
hasta convertirse en la figura inolvidable de "el viajero". A este
respecto, nos parece importante evocar la cuestión de la elección de la
voz narrativa en sus relatos de viaje. Cuando examinamos las notas,
vemos que Cela duda entre un narrador en primera persona (también
llamado autodiegético), y un narrador en tercera persona
(heterodiegético). En los manuscritos adoptará definitivamente la
segunda opción; el mismo Cela nos explica el porqué: «El vagabundo - que ahora habla de él como de otro hombre, objetivándose en la distanciadora y persuasiva tercera persona -
se lavó el odio, se desnudó del odio en la ciudad y se echó al monte
igual que un bandolero, para ejercitarse en las solitarias mañas que
estrangulan al odio como a un conejo» ( Del Miño al Bidasoa ).
El deseo de neutralidad y su rechazo de toda posible subjetividad son
los argumentos invocados para justificar la adopción de este tipo de
narrador. Pero Cela lleva aún más lejos su supuesto deseo de
objetividad; la identidad del protagonista de sus relatos es misteriosa
ya que el narrador se refiere a él utilizando una etiqueta totalmente
impersonal: "el viajero" o "el vagabundo". En el primer relato el lector
no conoce ni el nombre ni el apellido del viajero y muy pocos detalles
de su vida personal son desvelados; sólo se nos dice que es joven, alto y
delgado, que le gusta escribir y leer, que está casado y que tiene un
hijo pequeño.
Sin embargo, el anonimato del viajero no es
total; en los relatos de viaje posteriores, de manera progresiva, el
narrador va desvelando elementos biográficos del protagonista,
salpicando el texto de indicios con los que el lector puede reconstruir
la vida y la identidad del viajero. Así, en Judíos, moros y cristianos , nos enteramos de que se llama Camilo y que no es francés sino gallego. En Del Miño al Bidasoa recuerda
sus años infantiles pasados en los escolapios de Madrid, los peores de
su vida, la frialdad de las aulas y sobre todo "los capones que recibía
del padre Cirilo, y aquel postrero puesto de la clase que parecía tener
como patentado". En Nuevo Viaje a la Alcarria el narrador es
mucho más elocuente; evoca los barrios madrileños en los que vivió el
viajero, las muertes y los nacimientos de miembros de su familia, sus
abortados estudios de medicina, su atracción por la literatura.
Paralelamente a estos detalles conformes al recorrido vital de Cela,
hallamos en los relatos otros mucho más inverosímiles. Por boca de su
supuesto cuñado, Pierre de la Cathervielle de la Saccourvielle, nos
enteramos de que el viajero "compone unas poesías muy aparentes a la
patria, a la bandera, a la Virgen del Pilar, al descubrimiento del Nuevo
Mundo, etc., y también contrata artistas para las funciones en pueblos:
frívolas, hipnotizadores, enanos, flamencos, de todo" ( Viaje al Pirineo de Lérida ).
En el último relato las informaciones son extravagantes y muchas veces
contradictorias. Así, el narrador habla de la boda del viajero con la
negra Ondas del Lago Perozo S. con la que tuvo nueve hijos. Una páginas
más adelante ya no son nueve sino doce hijos; el mismo viajero parece
participar de la confusión general: «Entre los comensales, el viajero se
encontró con un señor norteamericano llamado don Louis, poeta en inglés
y en español, que le dijo que conocía a un hijo suyo. -¿Un hijo mío
norteamericano? No sé; puede que sí, pero no recuerdo... vamos, que no
caigo. Comprenda usted que, al llegar a ciertas edades, resulta muy
difícil no perder la cuenta ( Nuevo Viaje a la Alcarria ).
¿Cuántas veces estuvo casado? El narrador evoca la existencia de una
primera mujer, una tal Claudia Moriscote pero esta información es
desmentida por una voz anónima que asegura que la primera señora del
viajero era polaca. El misterio sobre la identidad del viajero es
completamente desvelado en el último relato; el narrador afirma que se
trata del autor de Viaje a la Alcarria y de Oficio de tinieblas y
las palabras de un niño ponen fin al anonimato del protagonista:
«Delante del palacio del Infantado, que está ya casi reconstruido y es
una verdadera joya, cuatro o cinco niños de unos doce años juegan a
revolcarse por el suelo; cuando el viajero llega, uno de ellos se le
queda mirando y dice: - ¡Me cago en la leche, si es Camilo José Cela!».
En estos ejemplos aparece claramente la voluntad
del escritor de manipular, con fines literarios, elementos
autobiográficos. Voluntad no exenta de ludismo que nos parece resumirse
en la contestación del viajero a un interlocutor que le exige una
respuesta acerca de la veracidad de un episodio -el encuentro con
Inicial Barbero Barbero, alias Cuescolobo, perito en las artes de robar
gorrinos o sea balichero- aparentemente silenciado en el primer relato:
«-Oiga usted, patrón, ¿por qué no somete usted a su padre, si lo
encuentra, a ese interrogatorio de tercer grado? ¿No se da cuenta de que
yo digo más o menos lo que me da la gana?» ( Ibid .).
Al alejarse del Cela de carne y hueso y
convertirse en un ente de ficción, el viajero se libera de las
limitaciones de la existencia humana. No podemos afirmar, como hace
Zamora Vicente, que el escritor se "exhiba con loable impudor" en sus
relatos de viaje. A nuestro entender, el escritor lleva a cabo un
verdadero trabajo de creación y en cierta medida de mistificación. En
realidad, Cela atribuye a la figura del viajero unos atributos que hacen
de él un modelo ideal de lo que la humanidad debería ser. En sus
páginas viajeras, el escritor esboza un personaje sensible bajo su
aparente rudeza; un ser de una simplicidad desconcertante, dotado de una
capacidad extraordinaria para gozar de las cosas más elementales de la
vida: un trozo de pan, un trago de vino, unas palabras intercambiadas
con la gente sencilla del campo, el placer de estar en perfecta armonía
con la naturaleza. Es un ser de talante contemplativo que se aleja del
mundo para conocerse a sí mismo y adquirir una forma de sabiduría. En
este sentido, el viajero se emparenta con la figura del sabio antiguo,
un hombre sereno porque no tiene nada ni nada desea, un hombre que ha
sabido renunciar a las vanidades del mundo. En última estancia, el
viajero de Cela encarna el ideal del escritor-viajero o del
viajero-escritor, estando ambas actividades íntimamente vinculadas. El
ideal del vagabundo -ese arte de poda y de renunciación- debe servir de
norte al escritor puesto que, al fin y al cabo, ambas actividades son
tan parecidas que acaban por confundirse: «Los vagabundos tampoco
precisan de muy pesados e innecesarios ropajes y el escritor, aun el que
más sedentario pudiera parecer, es siempre un irredento vagabundo: ese
es su mayor timbre de gloria y de libertad» ( Obras completas , tomo IV, p. 14).
Quizá por ello, el escritor -a través de la
figura del narrador- se transforma por momentos en el personaje
principal de los relatos. Invadiendo el relato, el narrador no sólo
cuenta sino que comenta los actos del viajero; abusando de su poder
creador, da rienda suelta a su imaginación introduciendo "microrelatos"
-embriones de relatos picarescos y epistolares por ejemplo-. Por
momentos adopta un tono pedagógico e introduce digresiones o
"microensayos" sobre temas muy variados: literatura, filosofía,
etimología, toponimia, geografía, hidrografía, topografia, geopolítica,
historia, pintura, arquitectura, música, tradiciones, tauromaquia...
El carácter híbrido y abierto de este género literario propone al
escritor un gran espacio de libertad. En el libro de viajes cabe todo y
Cela, con la maestría que le caracteriza, ha sabido aprovechar esta
indefinición genérica para dar rienda suelta a su gran poder creador.
Relato objetivo en apariencia, el libro de viajes se transforma, bajo la
pluma del escritor padronés, en pura ficción. Esta es quizá la mayor
aportación de Cela a la evolución de este género literario; con sus
relatos de viaje no sólo vuelve a poner de moda en España un género algo
olvidado sino que lo reinventa contribuyendo así a que ese género
"cenicienta" -como solía llamarlo Cela - sea reconocido como un
verdadero género literario.